/ viernes 17 de junio de 2022

Rectora de vida

En la mayoría de ocasiones se justifica la importancia de saber historia evocando la frase “quien no conoce la historia está condenado a repetirla” y aunque las personas están seguras al pronunciarlo, no es tan verdadera como se supondría. De hecho, los historiadores al escucharla no parecen contentos, ya que reduce procesos largos y complejos a una sentencia bastante simple.

La expresión fue usada por Cicerón, como magistra vitae, refiriéndose a la historia como una rectora de vida. Y esta servía como una fórmula para que las personas utilicen historias de otros como ejemplo para la suya y así no cometer los mismos errores. Si bien este tipo de función no ha quedado del todo en desuso, tampoco goza el mismo significado que poseía en el pasado.

Por supuesto, esto se debe a que han ocurrido cambios grandes en espacios de tiempo tan cortos, que el pasado apenas tiene una similitud con el presente. Es difícil imaginar una situación que haya ocurrido a nuestro abuelo y esta se repita en un día común con nosotros. Esto se debe a que las cosas han cambiado tanto que su experiencia apenas tendría la misma eficacia. Sólo una historia con pocos cambios, más o menos estática, puede repetirse casi indefinidamente porque es similar.

Un ejemplo lejano y drástico fue la desintegración del feudalismo que terminó con el vasallaje y esclavitud. Para muchos, acostumbrados a vivir bajo el trabajo forzado y sin preocuparse del rendimiento de las tierras, al conseguir la libertad se supieron vulnerables frente a malas cosechas. En la hambruna y sin ayuda del señor feudal, tenían que hacer frente ellos mismos. Por supuesto, estaban solos y sin experiencia previa.

Habermas señala que esta forma de aprender de la historia no se basa simplemente en el rechazo del pasado, al que tenemos acceso mediante tradiciones y convencionalismos, sino en mantener una posición crítica y abierta para reconocer aquellos acontecimientos en los que verdaderamente se fracasó, en lugar de reprimir o invisibilizarlos.

Lo irónico es que no existe una respuesta satisfactoria al momento de intentar aprender sobre la historia, como se suele decir, ya que nuestra época sufre cambios abruptos en tan poco tiempo, que difícilmente podemos utilizar experiencias previas. Se ha llegado al punto en que se cuestione la verdadera importancia de la historia, ya que las lecciones sobrevienen cuando se ha fracasado.

El momento en que la historia comienza a ejercer un papel de rectora de vida diferente al que anteriormente se tenía es cuando se pone en tela de juicio las expectativas fallidas y los logros frustrados. Esto es, no buscando respuestas viejas a problemas nuevos, sino cuestionando las mismas tradiciones y prácticas de vida diaria, los valores y percepciones que muchas veces imposibilitan mirar más allá.

La historia difícilmente se repite. Pero lo que ocurre casi en todas las generaciones es intentar resolver problemas actuales con medidas arcaicas. Aceptar que el pasado es infalible e intentar imitarlo, en lugar de revisarlo, es fracasar.

En la mayoría de ocasiones se justifica la importancia de saber historia evocando la frase “quien no conoce la historia está condenado a repetirla” y aunque las personas están seguras al pronunciarlo, no es tan verdadera como se supondría. De hecho, los historiadores al escucharla no parecen contentos, ya que reduce procesos largos y complejos a una sentencia bastante simple.

La expresión fue usada por Cicerón, como magistra vitae, refiriéndose a la historia como una rectora de vida. Y esta servía como una fórmula para que las personas utilicen historias de otros como ejemplo para la suya y así no cometer los mismos errores. Si bien este tipo de función no ha quedado del todo en desuso, tampoco goza el mismo significado que poseía en el pasado.

Por supuesto, esto se debe a que han ocurrido cambios grandes en espacios de tiempo tan cortos, que el pasado apenas tiene una similitud con el presente. Es difícil imaginar una situación que haya ocurrido a nuestro abuelo y esta se repita en un día común con nosotros. Esto se debe a que las cosas han cambiado tanto que su experiencia apenas tendría la misma eficacia. Sólo una historia con pocos cambios, más o menos estática, puede repetirse casi indefinidamente porque es similar.

Un ejemplo lejano y drástico fue la desintegración del feudalismo que terminó con el vasallaje y esclavitud. Para muchos, acostumbrados a vivir bajo el trabajo forzado y sin preocuparse del rendimiento de las tierras, al conseguir la libertad se supieron vulnerables frente a malas cosechas. En la hambruna y sin ayuda del señor feudal, tenían que hacer frente ellos mismos. Por supuesto, estaban solos y sin experiencia previa.

Habermas señala que esta forma de aprender de la historia no se basa simplemente en el rechazo del pasado, al que tenemos acceso mediante tradiciones y convencionalismos, sino en mantener una posición crítica y abierta para reconocer aquellos acontecimientos en los que verdaderamente se fracasó, en lugar de reprimir o invisibilizarlos.

Lo irónico es que no existe una respuesta satisfactoria al momento de intentar aprender sobre la historia, como se suele decir, ya que nuestra época sufre cambios abruptos en tan poco tiempo, que difícilmente podemos utilizar experiencias previas. Se ha llegado al punto en que se cuestione la verdadera importancia de la historia, ya que las lecciones sobrevienen cuando se ha fracasado.

El momento en que la historia comienza a ejercer un papel de rectora de vida diferente al que anteriormente se tenía es cuando se pone en tela de juicio las expectativas fallidas y los logros frustrados. Esto es, no buscando respuestas viejas a problemas nuevos, sino cuestionando las mismas tradiciones y prácticas de vida diaria, los valores y percepciones que muchas veces imposibilitan mirar más allá.

La historia difícilmente se repite. Pero lo que ocurre casi en todas las generaciones es intentar resolver problemas actuales con medidas arcaicas. Aceptar que el pasado es infalible e intentar imitarlo, en lugar de revisarlo, es fracasar.