/ viernes 9 de junio de 2023

La sucesión presidencial

Durante gran parte del siglo XX persistía el mito de la imposición del presidente por su antecesor. Y todo ocurría en un ambiente bastante dramático: durante varias semanas se rumoreaban favoritos para el cargo, los medios de comunicación elaboraban agudas conjeturas sobre quién sería el candidato y de repente, un buen día, el presidente "destapaba" a su sucesor.

Esto ocurría porque la figura del ejecutivo federal poseía facultades constitucionales y metaconstitucionales que le permitían concentrar demasiado poder para imponer incluso a su sucesor. Esto pasaba con casi todos los candidatos del PRI, con sus particulares variaciones, hasta bien entrados los años 80, cuando la hegemonía comenzó a perder fuerza. Y la práctica fue tan conocida que todavía persiste en estos años, pero no de la misma manera.

Desde la entrada de la democratización en el país se reconoce que los partidos ya no suelen ser tan autoritarios al momento de elegir a sus candidatos para competir por la presidencia. La mayoría tiene votaciones internas para deliberar quiénes serán los postulados. Pero aún así, las miradas se centran en los partidos con fuerza electoral para intuir quién podría ser el nuevo ejecutivo.

"El destape" se ha vuelto una práctica recurrente en la política mexicana que incluso algunos académicos y profesionales han elevado a una de las reglas no escritas en el país. Por ejemplo, durante la transición del 2000, cuando el PAN estaba en la mira de ser el partido que encabezaría la derrota del PRI, muchos ojos se centraron en las decisiones que tomaría el partido azul. Y cuando Fox fue elegido para la contienda, se comenzó a vislumbrar una nueva forma de análisis entre las alianzas, tendencias y el rumbo que tomaría el país.

Lo interesante de esta práctica es que ahora está alejada de las viejas imposiciones que gozaban los partidos y está abierta a una competencia interna entre ellos mismos. Ahora ya no solo se basa en la decisión de unos cuantos, sino en la delicada composición de alianzas, trayectorias políticas de cada protagonista y el capital político que tienen para movilizar a las personas. Aunque bien pueden seguir existiendo sistemas clientelares que influyen decisivamente en el electorado, es más difícil porque es una competencia no solo entre otros partidos, sino también internamente.

Por eso estas elecciones son tan interesantes. Desde la transición del 2000 no se veía un partido con un sistema de movilización tan eficaz como lo es MORENA. Sin mencionar que esta fuerza electoral se debe, primordialmente, al presidente electo. El juego del destape se vuelve incierto cuando el ejecutivo en turno no tiene una tendencia realmente seria para apoyar a alguno de sus candidatos. Pero lo realmente curioso es que él lo sabe y lo utiliza para generar más controversia.

Durante gran parte del siglo XX persistía el mito de la imposición del presidente por su antecesor. Y todo ocurría en un ambiente bastante dramático: durante varias semanas se rumoreaban favoritos para el cargo, los medios de comunicación elaboraban agudas conjeturas sobre quién sería el candidato y de repente, un buen día, el presidente "destapaba" a su sucesor.

Esto ocurría porque la figura del ejecutivo federal poseía facultades constitucionales y metaconstitucionales que le permitían concentrar demasiado poder para imponer incluso a su sucesor. Esto pasaba con casi todos los candidatos del PRI, con sus particulares variaciones, hasta bien entrados los años 80, cuando la hegemonía comenzó a perder fuerza. Y la práctica fue tan conocida que todavía persiste en estos años, pero no de la misma manera.

Desde la entrada de la democratización en el país se reconoce que los partidos ya no suelen ser tan autoritarios al momento de elegir a sus candidatos para competir por la presidencia. La mayoría tiene votaciones internas para deliberar quiénes serán los postulados. Pero aún así, las miradas se centran en los partidos con fuerza electoral para intuir quién podría ser el nuevo ejecutivo.

"El destape" se ha vuelto una práctica recurrente en la política mexicana que incluso algunos académicos y profesionales han elevado a una de las reglas no escritas en el país. Por ejemplo, durante la transición del 2000, cuando el PAN estaba en la mira de ser el partido que encabezaría la derrota del PRI, muchos ojos se centraron en las decisiones que tomaría el partido azul. Y cuando Fox fue elegido para la contienda, se comenzó a vislumbrar una nueva forma de análisis entre las alianzas, tendencias y el rumbo que tomaría el país.

Lo interesante de esta práctica es que ahora está alejada de las viejas imposiciones que gozaban los partidos y está abierta a una competencia interna entre ellos mismos. Ahora ya no solo se basa en la decisión de unos cuantos, sino en la delicada composición de alianzas, trayectorias políticas de cada protagonista y el capital político que tienen para movilizar a las personas. Aunque bien pueden seguir existiendo sistemas clientelares que influyen decisivamente en el electorado, es más difícil porque es una competencia no solo entre otros partidos, sino también internamente.

Por eso estas elecciones son tan interesantes. Desde la transición del 2000 no se veía un partido con un sistema de movilización tan eficaz como lo es MORENA. Sin mencionar que esta fuerza electoral se debe, primordialmente, al presidente electo. El juego del destape se vuelve incierto cuando el ejecutivo en turno no tiene una tendencia realmente seria para apoyar a alguno de sus candidatos. Pero lo realmente curioso es que él lo sabe y lo utiliza para generar más controversia.