/ viernes 23 de junio de 2023

El mito del Caudillo

Uno de los arquetipos que invariablemente aparecen en casi todos los países es el del caudillo. Y este normalmente sobresale durante periodos de grandes crisis políticas y efervescencia ideológica. Normalmente, esta figura se alza sobre los demás individuos y logra conseguir la capacidad de movilización de las masas.

El contexto en el que hace aparición, como su nombre lo sugiere, es durante períodos bélicos y en él impone su personalidad. Incluso Weber reconoce su legitimidad basada en el carisma y el poder de convicción. Lo interesante de este arquetipo es que es relativamente nuevo; en la antigüedad se reconocía al tirano romano por el acaparamiento de poder mediante linaje sanguíneo o traición, pero el caudillo normalmente aparece dentro de las democracias incipientes o bastante inestables.

Incluso se pueden apreciar similitudes en figuras tan variopintas como Zapata, Calles, Lenin o Hitler. ¿Por qué? Si bien lograron una amplia legitimación con la población, sus fines fueron completamente diferentes. Mientras el primero pudo acceder al poder pero decidió no hacerlo, los siguientes lo hicieron e impusieron su propia visión de la realidad. Podemos observar que hay una línea bastante delgada entre la creación de un orden mediante ideales y valores apegados a una ideología, y la coerción mediante la violencia y el terror.

Pero el punto no es tanto las diferencias existentes entre ellos, sino su poder y la capacidad que tienen de convencimiento. Si bien caudillos como Zapata difícilmente quisieron entrar en la vida pública, se reconoce que amplios sectores reconocían su liderazgo. Igualmente, Hitler y Mussolini tenían un gran poder de convocatoria que lograron convencer a amplios sectores de la población, incluso cuando se basaba en la violencia y el genocidio.

En este sentido, el caudillo es una figura bastante peligrosa porque nace del conflicto, se apodera de él y normalmente ofrece una solución que logre convencer a los demás mediante la instauración de un orden. Y logra este nivel de influencia en la sociedad gracias a una narrativa que lo dota de valores y perspectivas casi sobrehumanas.

No es difícil reconocer a un caudillo. Normalmente poseen orígenes humildes, una trayectoria en la que se prueba su voluntad y poseen la capacidad de convencer a todos de que sus ideales y visiones del mundo son las correctas. Gracias a esto, se diferencian sobre otros y en algunas ocasiones incluso se les atribuyen características divinas y sagradas. De ahí su nivel de reprochabilidad e infalibilidad.

Un caudillo es más que sólo una figura corriente, es un arquetipo que verdaderamente logra convencer a la población. Y es porque en estos periodos de crisis es cuando más vulnerables se vuelven y buscan un protector que les brinde la seguridad que han perdido. En el punto de mayor debilidad y flaqueza de las instituciones, es cuando las personas buscan un caudillo, o lo que es lo mismo, un héroe que los salve.

Uno de los arquetipos que invariablemente aparecen en casi todos los países es el del caudillo. Y este normalmente sobresale durante periodos de grandes crisis políticas y efervescencia ideológica. Normalmente, esta figura se alza sobre los demás individuos y logra conseguir la capacidad de movilización de las masas.

El contexto en el que hace aparición, como su nombre lo sugiere, es durante períodos bélicos y en él impone su personalidad. Incluso Weber reconoce su legitimidad basada en el carisma y el poder de convicción. Lo interesante de este arquetipo es que es relativamente nuevo; en la antigüedad se reconocía al tirano romano por el acaparamiento de poder mediante linaje sanguíneo o traición, pero el caudillo normalmente aparece dentro de las democracias incipientes o bastante inestables.

Incluso se pueden apreciar similitudes en figuras tan variopintas como Zapata, Calles, Lenin o Hitler. ¿Por qué? Si bien lograron una amplia legitimación con la población, sus fines fueron completamente diferentes. Mientras el primero pudo acceder al poder pero decidió no hacerlo, los siguientes lo hicieron e impusieron su propia visión de la realidad. Podemos observar que hay una línea bastante delgada entre la creación de un orden mediante ideales y valores apegados a una ideología, y la coerción mediante la violencia y el terror.

Pero el punto no es tanto las diferencias existentes entre ellos, sino su poder y la capacidad que tienen de convencimiento. Si bien caudillos como Zapata difícilmente quisieron entrar en la vida pública, se reconoce que amplios sectores reconocían su liderazgo. Igualmente, Hitler y Mussolini tenían un gran poder de convocatoria que lograron convencer a amplios sectores de la población, incluso cuando se basaba en la violencia y el genocidio.

En este sentido, el caudillo es una figura bastante peligrosa porque nace del conflicto, se apodera de él y normalmente ofrece una solución que logre convencer a los demás mediante la instauración de un orden. Y logra este nivel de influencia en la sociedad gracias a una narrativa que lo dota de valores y perspectivas casi sobrehumanas.

No es difícil reconocer a un caudillo. Normalmente poseen orígenes humildes, una trayectoria en la que se prueba su voluntad y poseen la capacidad de convencer a todos de que sus ideales y visiones del mundo son las correctas. Gracias a esto, se diferencian sobre otros y en algunas ocasiones incluso se les atribuyen características divinas y sagradas. De ahí su nivel de reprochabilidad e infalibilidad.

Un caudillo es más que sólo una figura corriente, es un arquetipo que verdaderamente logra convencer a la población. Y es porque en estos periodos de crisis es cuando más vulnerables se vuelven y buscan un protector que les brinde la seguridad que han perdido. En el punto de mayor debilidad y flaqueza de las instituciones, es cuando las personas buscan un caudillo, o lo que es lo mismo, un héroe que los salve.