/ viernes 10 de marzo de 2023

El efecto Beaubourg

Un objeto o un sujeto es reconocido por las características que posee. No es difícil diferenciar a una persona de un ave porque a simple vista se encuentran sus diferencias. Tal vez la cosa se complique un poco si no sabemos, por ejemplo, distinguir un cuervo de una urraca, o a apartamento de un departamento. Pero aún así, no son problemas insuperables y tampoco representan una amenaza potencial. Las personas no suelen ir por la vida intentando encajar la práctica con la teoría porque no sería funcional.

No se necesita tener pleno conocimiento sobre algo para hacer tal o cual cosa en la vida diaria. O por lo menos no en todo. Pero el asunto sí puede complicarse cuando nombramos algo intencionalmente sabiendo que no posee tales características, o de forma contraria, cuando descalificamos arbitrariamente a sabiendas que tienen las propiedades. Todavía más cuando esas situaciones son reiteradas en la sociedad y se vuelven un pensamiento colectivo.

El efecto Beaubourg actúa de una manera similar. Baudrillard toma de referencia al museo de arte, también llamado Centro Pompidou, para ejemplificar tal efecto: una estructura grande, con armazones metálicos y grandes ventanas, bóvedas amplias con tendidos eléctricos, tubos atravesando las paredes y más estructuras metálicas. Hay libros, cuadros y obras plásticas, pero más que cualquier otra cosa es la edificación, esa imposición impactante de fábrica lo que verdaderamente atrae, seduce y conmociona. Mas que un museo es un complejo industrial, desconectado, pero vivo. Todos convienen en creer eso, porque se afirma que eso es.

La necesidad de nombrar museo a una estructura carente de arte es lo que, a gran escala, ocurre en otros lados. Decir que es tal o cual cosa tiene un grado de complejidad cuando se involucran más individuos. Algo parecido ocurre cuando las personas se interrogan sobre lo que los rodea: qué actos se consideran violencia, hasta qué el amor romántico es una ilusión, cómo deben ser las relaciones familiares, hasta lo que significa la misma felicidad. Se nos ha dicho que es y deber ser casi todas las cosas.

Por supuesto, existen casos en que afecta individualmente a las personas y lo que colectivamente puede tener un impacto en la sociedad. Bien pocos pueden decir que nombrar museo a algo que no lo es tiene un daño irreversible, incluso cuestionarse la felicidad, aunque interesante, no representa un peligro inminente. Pero especificar qué es la violencia infantil puede resultar perjudicial para la comunidad. Por ejemplo, sabemos que golpear e insultar es violencia, pero si tejemos más fino, se diría que no alimentar, obligar a trabajar, incluso no permitir estudiar. ¿Se consideraría violencia infantil? Si el Estado así lo tipifica, varias personas estarían en problemas, pero de no hacerlo. ¿Qué pasaría?

Lo mismo ocurre con otros asuntos de índole política que afectan directamente a las personas. Aunque parezca ocioso discutir el valor semántico de un fenómeno, objeto o sujeto, tales decisiones pueden tener una influencia enorme en la vida diaria. Lo mismo ocurrió con la aceptación de la prostitución como trabajo en Alemania, con la implementación de la justicia distributiva en Colombia y la negación de derechos humanos en países del mundo árabe.

Decir qué es algo, nombrarlo, le da un espacio en la realidad. Con la constante reiteración se crea un patrón de normalidad, y en esa normalidad, llena de convencionalismos y costumbres, transcurre la vida.


Un objeto o un sujeto es reconocido por las características que posee. No es difícil diferenciar a una persona de un ave porque a simple vista se encuentran sus diferencias. Tal vez la cosa se complique un poco si no sabemos, por ejemplo, distinguir un cuervo de una urraca, o a apartamento de un departamento. Pero aún así, no son problemas insuperables y tampoco representan una amenaza potencial. Las personas no suelen ir por la vida intentando encajar la práctica con la teoría porque no sería funcional.

No se necesita tener pleno conocimiento sobre algo para hacer tal o cual cosa en la vida diaria. O por lo menos no en todo. Pero el asunto sí puede complicarse cuando nombramos algo intencionalmente sabiendo que no posee tales características, o de forma contraria, cuando descalificamos arbitrariamente a sabiendas que tienen las propiedades. Todavía más cuando esas situaciones son reiteradas en la sociedad y se vuelven un pensamiento colectivo.

El efecto Beaubourg actúa de una manera similar. Baudrillard toma de referencia al museo de arte, también llamado Centro Pompidou, para ejemplificar tal efecto: una estructura grande, con armazones metálicos y grandes ventanas, bóvedas amplias con tendidos eléctricos, tubos atravesando las paredes y más estructuras metálicas. Hay libros, cuadros y obras plásticas, pero más que cualquier otra cosa es la edificación, esa imposición impactante de fábrica lo que verdaderamente atrae, seduce y conmociona. Mas que un museo es un complejo industrial, desconectado, pero vivo. Todos convienen en creer eso, porque se afirma que eso es.

La necesidad de nombrar museo a una estructura carente de arte es lo que, a gran escala, ocurre en otros lados. Decir que es tal o cual cosa tiene un grado de complejidad cuando se involucran más individuos. Algo parecido ocurre cuando las personas se interrogan sobre lo que los rodea: qué actos se consideran violencia, hasta qué el amor romántico es una ilusión, cómo deben ser las relaciones familiares, hasta lo que significa la misma felicidad. Se nos ha dicho que es y deber ser casi todas las cosas.

Por supuesto, existen casos en que afecta individualmente a las personas y lo que colectivamente puede tener un impacto en la sociedad. Bien pocos pueden decir que nombrar museo a algo que no lo es tiene un daño irreversible, incluso cuestionarse la felicidad, aunque interesante, no representa un peligro inminente. Pero especificar qué es la violencia infantil puede resultar perjudicial para la comunidad. Por ejemplo, sabemos que golpear e insultar es violencia, pero si tejemos más fino, se diría que no alimentar, obligar a trabajar, incluso no permitir estudiar. ¿Se consideraría violencia infantil? Si el Estado así lo tipifica, varias personas estarían en problemas, pero de no hacerlo. ¿Qué pasaría?

Lo mismo ocurre con otros asuntos de índole política que afectan directamente a las personas. Aunque parezca ocioso discutir el valor semántico de un fenómeno, objeto o sujeto, tales decisiones pueden tener una influencia enorme en la vida diaria. Lo mismo ocurrió con la aceptación de la prostitución como trabajo en Alemania, con la implementación de la justicia distributiva en Colombia y la negación de derechos humanos en países del mundo árabe.

Decir qué es algo, nombrarlo, le da un espacio en la realidad. Con la constante reiteración se crea un patrón de normalidad, y en esa normalidad, llena de convencionalismos y costumbres, transcurre la vida.