/ viernes 25 de febrero de 2022

Tiempos de crisis

Las crisis se reconocen, según Habermas, cuando un sistema no encuentra la manera de autorregularse frente a un problema; en pocas palabras, son perturbaciones que ocurren y amenazan el correcto funcionamiento de la normalidad. Cuando esto pasa, la identidad de lo conocido se ve seriamente amenazado. Por ejemplo, nuestra vida antes de la pandemia se desenvolvía fuera de sanitizantes, medidas restrictivas y cubrebocas en espacio públicos; sin embargo, en el presente, aunque encontramos incómodo seguir muchas de estas medidas, descubrimos que nos adaptamos al nuevo orden de acontecimientos. El problema, si bien no ha sido resuelto, fue sorteado.

Pero el quid del asunto no radica tanto en la existencia de un problema, ya que estos siempre se presentan, sino en la concientización de la crisis. ¿En qué momento podemos reconocer que se padece una? Lo cierto es que normalmente son difíciles de percibir, ya que los grandes cambios sociales, políticos y económicos, aunque pueden parecer obvios al momento, son procesos lentos que pasan desapercibidos la mayor parte del tiempo; sí, existen momentos en que la tensión latente y resentida de un problema explota y es claramente visible, pero esta no es casual, sino el resultado de una constante omisión. No es muy fácil que las personas reconozcan una crisis, ya que el nivel de las autorregulaciones ocurre sin ser plenamente conscientes.

Aunque existen diferentes tipos de crisis, las que más dejan sentir su peso en las personas son las que ocurren en la dimensión sociocultural. De hecho, al día de hoy, es bastante visible la coyuntura que surge entre las generaciones pasadas y la del presente; estas se notan debido a las críticas y constantes discusiones sobre temas de aborto, matrimonios y adopciones homoparentales, libertad sexual, hasta llegar incluso a la postura en el mundo laboral y el uso de palabras que pueden denotar discursos intolerantes. Aunque diversos, pueden resumirse en el marco de valores y comportamientos socialmente aceptados.

Suele escucharse que la época que vivimos son tiempos de crisis refiriéndose a una decadencia de valores, pero es una concepción errónea. Lo que en realidad ocurre es que los valores que eran tradicionalmente aceptados ahora son usualmente cuestionados; las instituciones que fueron autoridades en el pasado, como la religión y la familia, ya no gozan de la legitimidad que poseían en el pasado. Ni siquiera los roles sociales ejercen la misma importancia, ya que muchos resultan limitantes en la vida moderna.

Las anteriores generaciones suelen confundir la crisis porque se sienten seriamente amenazadas por la pérdida de identidad de las instituciones con las que crecieron. Conocer a una persona atea, en una sociedad en la que mayoritariamente era de creyentes podría resultarles impactante tanto como ver a dos personas del mismo sexo tomados de la mano. El mismo proceso de individualización hace que las personas gocen de una libertad que antes no tenían o percibían y esto no significa, necesariamente, un quiebre en el sistema de valores.

Realmente es un proceso de adaptación a los nuevos comportamientos sociales circunscritos al momento que se vive. Palabras como tolerancia y solidaridad comienzan a aparecer en los discursos reflejando una nueva perspectiva de los valores que antes no eran comunes. Por supuesto, esto no significa que por fin han cesado los problemas, ya que estos son inherentes a la normalidad. Lo importante es reconocer que a lo que muchos suelen llamar momentos de crisis, en realidad son tiempos de transición.

Las crisis se reconocen, según Habermas, cuando un sistema no encuentra la manera de autorregularse frente a un problema; en pocas palabras, son perturbaciones que ocurren y amenazan el correcto funcionamiento de la normalidad. Cuando esto pasa, la identidad de lo conocido se ve seriamente amenazado. Por ejemplo, nuestra vida antes de la pandemia se desenvolvía fuera de sanitizantes, medidas restrictivas y cubrebocas en espacio públicos; sin embargo, en el presente, aunque encontramos incómodo seguir muchas de estas medidas, descubrimos que nos adaptamos al nuevo orden de acontecimientos. El problema, si bien no ha sido resuelto, fue sorteado.

Pero el quid del asunto no radica tanto en la existencia de un problema, ya que estos siempre se presentan, sino en la concientización de la crisis. ¿En qué momento podemos reconocer que se padece una? Lo cierto es que normalmente son difíciles de percibir, ya que los grandes cambios sociales, políticos y económicos, aunque pueden parecer obvios al momento, son procesos lentos que pasan desapercibidos la mayor parte del tiempo; sí, existen momentos en que la tensión latente y resentida de un problema explota y es claramente visible, pero esta no es casual, sino el resultado de una constante omisión. No es muy fácil que las personas reconozcan una crisis, ya que el nivel de las autorregulaciones ocurre sin ser plenamente conscientes.

Aunque existen diferentes tipos de crisis, las que más dejan sentir su peso en las personas son las que ocurren en la dimensión sociocultural. De hecho, al día de hoy, es bastante visible la coyuntura que surge entre las generaciones pasadas y la del presente; estas se notan debido a las críticas y constantes discusiones sobre temas de aborto, matrimonios y adopciones homoparentales, libertad sexual, hasta llegar incluso a la postura en el mundo laboral y el uso de palabras que pueden denotar discursos intolerantes. Aunque diversos, pueden resumirse en el marco de valores y comportamientos socialmente aceptados.

Suele escucharse que la época que vivimos son tiempos de crisis refiriéndose a una decadencia de valores, pero es una concepción errónea. Lo que en realidad ocurre es que los valores que eran tradicionalmente aceptados ahora son usualmente cuestionados; las instituciones que fueron autoridades en el pasado, como la religión y la familia, ya no gozan de la legitimidad que poseían en el pasado. Ni siquiera los roles sociales ejercen la misma importancia, ya que muchos resultan limitantes en la vida moderna.

Las anteriores generaciones suelen confundir la crisis porque se sienten seriamente amenazadas por la pérdida de identidad de las instituciones con las que crecieron. Conocer a una persona atea, en una sociedad en la que mayoritariamente era de creyentes podría resultarles impactante tanto como ver a dos personas del mismo sexo tomados de la mano. El mismo proceso de individualización hace que las personas gocen de una libertad que antes no tenían o percibían y esto no significa, necesariamente, un quiebre en el sistema de valores.

Realmente es un proceso de adaptación a los nuevos comportamientos sociales circunscritos al momento que se vive. Palabras como tolerancia y solidaridad comienzan a aparecer en los discursos reflejando una nueva perspectiva de los valores que antes no eran comunes. Por supuesto, esto no significa que por fin han cesado los problemas, ya que estos son inherentes a la normalidad. Lo importante es reconocer que a lo que muchos suelen llamar momentos de crisis, en realidad son tiempos de transición.