/ lunes 20 de febrero de 2023

¿Y Siria? Los retos

David Hernández López

El pasado 6 de febrero, Siria y Turquía fueron golpeadas por el terremoto más devastador en la zona en los últimos años. Las lamentables víctimas alcanzan casi 40,000 personas; de ellas, alrededor de 3,700 se ubican en Siria. A la par, los damnificados en ambos países también se cuentan en miles.

Inmediatamente después de la catástrofe, la comunidad internacional movilizó recursos humanos, materiales y económicos en ayuda para las dos naciones afectadas. Estados Unidos, Rusia, Qatar, Kuwait, Irak, Irán, Israel, India, China, Reino Unido, Austria, Francia, Grecia, Corea del Sur, Alemania y, por supuesto, la Unión Europea, forman parte del grupo de países que han enviado apoyo de todo tipo tanto a territorio turco como sirio.

Incluso México se ha destacado con su participación en las tareas de búsqueda y rescate en Turquía con alrededor de 150 especialistas, que se suman a las 100 toneladas de ayuda humanitaria que apenas el 14 de febrero fueron enviadas. Asimismo, el gobierno mexicano anunció la donación de seis millones de dólares a Siria para la reconstrucción tras la catástrofe. Dada la crisis política en ese país, la ayuda será gestionada a través de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

Precisamente la guerra en territorio sirio no sólo dificulta desde ya el ingreso del apoyo mexicano, sino que obstaculiza la ayuda proveniente de todo el mundo…

Turquía forma parte de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), lo que le permite acceder a apoyo inmediato del resto de los miembros y, en general, es un país profundamente conectado con el mundo. Además, como potencia media -muy similar a México- cuenta con una de las infraestructuras más avanzadas de la región, tanto en sus carreteras como aeropuertos, adecuadas para recibir y distribuir ayuda. Incluso sus instituciones, a pesar de la coyuntura política, son de las más estables de toda la zona, sólo a la par de Israel. Estas circunstancias han permitido que la ayuda y la posterior reconstrucción avancen, con todo y los evidentes desafíos de una situación como esta.

En claro contraste, no hay duda de que las condiciones actuales en Siria reducen las herramientas con las que cuenta el Estado, la población y la comunidad internacional para atender los efectos del desastre natural.

Desde hace 12 años, Siria se encuentra inmersa en una guerra civil que ha dejado miles de víctimas, desplazados internos y refugiados en países vecinos, especialmente en Turquía. Además, los efectos económicos negativos del conflicto armado han provocado falta de alimentos, agua y otros recursos básicos para la población. A la par, los enfrentamientos han deteriorado o desparecido las carreteras, aeropuertos, hospitales, viviendas y escuelas, entre otros espacios.

El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) prevé más de nuevos 5 millones de desplazados sirios como consecuencia del terremoto, que se suman a los ya existentes 6.8 millones de desplazados por la guerra.

A pesar de la lucha armada, el presidente Bashar al-Assad continua en el poder y, países como Estados Unidos y la Unión Europea no mantienen contactos con su gobierno, lo que imposibilita una adecuada coordinación para enviar apoyo. A su vez, sus aliados más cercanos, Irán y Rusia se encuentran en procesos desafiantes internamente que les impide desplegar una política de ayuda más robusta.

Además, el gobierno sirio no ha permitido que se abran todos los pasos fronterizos para el ingreso de recursos materiales y alimentos. En otros momentos, durante las hostilidades, el presidente sirio ha percibido la ayuda humanitaria exterior como un mecanismo para fortalecer a los grupos opositores y, de este modo, mantener la lucha fuerte y vigente contra su régimen. Es posible que esa perspectiva continúe latente y, por tanto, el gobierno sirio esté dificultando o retrasando el ingreso de ayuda humanitaria a su territorio.

Destaca que la provincia de Idlib, en el noroeste del país, es la zona más dañada por el sismo y es el último lugar que la oposición controla completamente, por tanto, el gobierno tiene poco acceso a ese territorio y poco interés en apoyar su desarrollo. Hasta ahora, la distribución de ayuda a través del gobierno sirio sólo ha llegado a las áreas que controla, y no a las de la oposición. Las necesidades apremiantes de la población en Idlib se topan con las dinámicas políticas de la guerra.

Sin embargo, no sólo se trata de voluntad política, como ya se dijo, la infraestructura de todo el país se encuentra en terribles circunstancias. La ayuda no podrá ser enviada, ni distribuida de manera eficiente. Tanto las condiciones de carreteras como aeropuertos, a la par de la escasez interna de gasolina para el transporte, limitan las posibilidades para la adecuada gestión y distribución de la ayuda humanitaria que envía la comunidad internacional.

Por ahora, la comunidad internacional tendrá que dejar de lado las diferencias políticas con el todavía presidente de Siria, en beneficio de la población más necesitada. A la par, se tendrá que presionar a ese mismo gobierno para que permita el ingreso de ayuda más allá de sus intereses políticos, y agilice los procesos en los pasos fronterizos para que los recursos desde el exterior fluyan con mayor facilidad. La situación humanitaria, de por sí alarmante desde hace ya varios años, no puede depender de la política, preferencias y objetivos de la elite gobernante tanto al interior como al exterior de Siria.

DAVID HERNÁNDEZ LÓPEZ es investigador del Centro de Estudios Internacionales Gilberto Bosques del Senado de la República. Licenciado en Relaciones Internacionales por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Maestrante en Estudios en Relaciones Internacionales en el Programa de Posgrado en Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. A su vez, es miembro asociado del Programa de Jóvenes del Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales (PJ Comexi).


David Hernández López

El pasado 6 de febrero, Siria y Turquía fueron golpeadas por el terremoto más devastador en la zona en los últimos años. Las lamentables víctimas alcanzan casi 40,000 personas; de ellas, alrededor de 3,700 se ubican en Siria. A la par, los damnificados en ambos países también se cuentan en miles.

Inmediatamente después de la catástrofe, la comunidad internacional movilizó recursos humanos, materiales y económicos en ayuda para las dos naciones afectadas. Estados Unidos, Rusia, Qatar, Kuwait, Irak, Irán, Israel, India, China, Reino Unido, Austria, Francia, Grecia, Corea del Sur, Alemania y, por supuesto, la Unión Europea, forman parte del grupo de países que han enviado apoyo de todo tipo tanto a territorio turco como sirio.

Incluso México se ha destacado con su participación en las tareas de búsqueda y rescate en Turquía con alrededor de 150 especialistas, que se suman a las 100 toneladas de ayuda humanitaria que apenas el 14 de febrero fueron enviadas. Asimismo, el gobierno mexicano anunció la donación de seis millones de dólares a Siria para la reconstrucción tras la catástrofe. Dada la crisis política en ese país, la ayuda será gestionada a través de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

Precisamente la guerra en territorio sirio no sólo dificulta desde ya el ingreso del apoyo mexicano, sino que obstaculiza la ayuda proveniente de todo el mundo…

Turquía forma parte de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), lo que le permite acceder a apoyo inmediato del resto de los miembros y, en general, es un país profundamente conectado con el mundo. Además, como potencia media -muy similar a México- cuenta con una de las infraestructuras más avanzadas de la región, tanto en sus carreteras como aeropuertos, adecuadas para recibir y distribuir ayuda. Incluso sus instituciones, a pesar de la coyuntura política, son de las más estables de toda la zona, sólo a la par de Israel. Estas circunstancias han permitido que la ayuda y la posterior reconstrucción avancen, con todo y los evidentes desafíos de una situación como esta.

En claro contraste, no hay duda de que las condiciones actuales en Siria reducen las herramientas con las que cuenta el Estado, la población y la comunidad internacional para atender los efectos del desastre natural.

Desde hace 12 años, Siria se encuentra inmersa en una guerra civil que ha dejado miles de víctimas, desplazados internos y refugiados en países vecinos, especialmente en Turquía. Además, los efectos económicos negativos del conflicto armado han provocado falta de alimentos, agua y otros recursos básicos para la población. A la par, los enfrentamientos han deteriorado o desparecido las carreteras, aeropuertos, hospitales, viviendas y escuelas, entre otros espacios.

El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) prevé más de nuevos 5 millones de desplazados sirios como consecuencia del terremoto, que se suman a los ya existentes 6.8 millones de desplazados por la guerra.

A pesar de la lucha armada, el presidente Bashar al-Assad continua en el poder y, países como Estados Unidos y la Unión Europea no mantienen contactos con su gobierno, lo que imposibilita una adecuada coordinación para enviar apoyo. A su vez, sus aliados más cercanos, Irán y Rusia se encuentran en procesos desafiantes internamente que les impide desplegar una política de ayuda más robusta.

Además, el gobierno sirio no ha permitido que se abran todos los pasos fronterizos para el ingreso de recursos materiales y alimentos. En otros momentos, durante las hostilidades, el presidente sirio ha percibido la ayuda humanitaria exterior como un mecanismo para fortalecer a los grupos opositores y, de este modo, mantener la lucha fuerte y vigente contra su régimen. Es posible que esa perspectiva continúe latente y, por tanto, el gobierno sirio esté dificultando o retrasando el ingreso de ayuda humanitaria a su territorio.

Destaca que la provincia de Idlib, en el noroeste del país, es la zona más dañada por el sismo y es el último lugar que la oposición controla completamente, por tanto, el gobierno tiene poco acceso a ese territorio y poco interés en apoyar su desarrollo. Hasta ahora, la distribución de ayuda a través del gobierno sirio sólo ha llegado a las áreas que controla, y no a las de la oposición. Las necesidades apremiantes de la población en Idlib se topan con las dinámicas políticas de la guerra.

Sin embargo, no sólo se trata de voluntad política, como ya se dijo, la infraestructura de todo el país se encuentra en terribles circunstancias. La ayuda no podrá ser enviada, ni distribuida de manera eficiente. Tanto las condiciones de carreteras como aeropuertos, a la par de la escasez interna de gasolina para el transporte, limitan las posibilidades para la adecuada gestión y distribución de la ayuda humanitaria que envía la comunidad internacional.

Por ahora, la comunidad internacional tendrá que dejar de lado las diferencias políticas con el todavía presidente de Siria, en beneficio de la población más necesitada. A la par, se tendrá que presionar a ese mismo gobierno para que permita el ingreso de ayuda más allá de sus intereses políticos, y agilice los procesos en los pasos fronterizos para que los recursos desde el exterior fluyan con mayor facilidad. La situación humanitaria, de por sí alarmante desde hace ya varios años, no puede depender de la política, preferencias y objetivos de la elite gobernante tanto al interior como al exterior de Siria.

DAVID HERNÁNDEZ LÓPEZ es investigador del Centro de Estudios Internacionales Gilberto Bosques del Senado de la República. Licenciado en Relaciones Internacionales por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Maestrante en Estudios en Relaciones Internacionales en el Programa de Posgrado en Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. A su vez, es miembro asociado del Programa de Jóvenes del Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales (PJ Comexi).