Por Omer Freixa
“El país de las mil colinas” fue escenario del horror. Qué cambió hoy tras haberse hundido en los abismos en 1994
El 7 de abril de 2024 se cumplieron tres décadas desde su inicio. Nadie se hubiera imaginado que, a mediados de julio de 1994, cuando finalizaba el genocidio más rápido de la historia, Rwanda tiempo más tarde levantaría cabeza y se transformaría en un ejemplo de recuperación en el África de los Grandes Lagos, incluso llegando al reconocimiento internacional. Más aún si se piensa que la devastación que dejaron “Los cien días que no conmovieron al mundo” es difícil de procesar. Al menos 800.000 víctimas de casi 7 millones de habitantes (en su mayoría tutsi, el 14% de la población), más de dos millones de personas forzadas al desplazamiento, como mínimo un cuarto de millón de violaciones, infancias huérfanas, miles de supervivientes con traumas perdurables, etc.
Paul Kagame, un tutsi de 66 años y creador del Frente Patriótico Rwandés (FPR), a quien se le adjudica la victoria militar y el término del genocidio, gobierna “la Suiza de África” como presidente desde 2000 con mando rígido. Un país de 13 millones de habitantes que ha crecido a tasas interesantes, al punto que le han llamado a la recuperación “el milagro económico rwandés”. El mandatario pretende permanecer en el poder hasta 2034. Tiene una muy buena imagen internacional y popularidad local por ser considerado salvador tras el genocidio.
Contrastes
Pero la fastuosidad y modernidad de una capital ultratransformada como Kigali contrasta con otros planos del país y la situación política en general. Sobre Kagame pesan varias sospechas y acusaciones graves. Formar parte de la oposición en Rwanda es muy arriesgado. Ser hutu y quejarse de Kagame o del FPR constituye un delito. Cualquier planteo antitutsi se entiende como negación de lo ocurrido en 1994 y el negacionismo es un crimen punible. Kagame, al tomar Kigali y acabar con el genocidio, provocó la muerte de alrededor de 25.000 hutus en las semanas posteriores a julio de 1994. Esto último está silenciado.
Se responsabiliza al gobierno actual del asesinato por encargo o la desaparición impuesta a disidentes de alto perfil locales y en el extranjero, en países tan distantes como Noruega o Sudáfrica. La prensa en su gran mayoría es adicta a la administración vigente y si bien hay una importante representación femenina parlamentaria, así como en términos de brecha de género hay avances, a las mujeres opositoras les va mal. Por ejemplo, Victoire Ingabire quien, tras ocho años en prisión, ha sido proscripta para ser candidata presidencial en las próximas elecciones presidenciales de julio. Una vez más, casi sin competencia, Kagame lo más seguro es que se adjudique un rápido triunfo que lo catapultaría en su intención de ser gobierno hasta 2034 cuando en los comicios de 2017 ganó con el sospechoso 98,7% del sufragio. Otro famoso opositor que ha sufrido el rigor gubernamental tras sus críticas es Paul Rusesabagina, más conocido por ser el propietario del Hotel de las Mil Colinas, quien diera refugio a centenas de tutsis a punto de ser masacradas durante el genocidio, caso llevado al cine en el clásico Hotel Rwanda.
En asuntos de seguridad exterior, se acusa a Kigali de respaldar a la milicia rebelde congoleña, de extracción tutsi, M23 que comete ataques en el noreste del país vecino. Se señala a Kagame como el sostén que posibilita su accionar depredatorio de riquezas. El mandatario rwandés ha negado siempre todas las acusaciones que lo ligan a la responsabilidad de una crisis que hunde sus raíces regionales en 1996 y que ha generado la peor debacle con más de 5 millones de muertes y una zona totalmente inestable, el conflicto más mortífero desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, pero silenciado.
En temas económicos, pese a rápida recuperación, la situación actual no es del todo alentadora. Al menos el 15% de la población del país está desempleada y está cifra se incrementa entre la población joven, con más del 20%. La pobreza no se queda atrás. Según datos del Banco Mundial, en 2016 el 52% de la población era pobre, es decir con un ingreso menor a los 2 dólares diarios. Además, buena parte del embellecimiento estético aplicado en la capital y en algunas ciudades no ha llegado a muchos sitios más apartados de un país que aún lucha por superar los traumas del pasado.
Proyecto polémico pero aprobado
A casi dos años de iniciadas las batallas legales y parlamentarias que trascienden el Reino Unido y, continuando el impulso del Primer Ministro Rishi Sunak, el Parlamento británico finalmente aprobó el “Rwanda Deportation Bill” que da luz verde a la deportación de solicitantes de asilo cuyo papeles no hayan sido aprobados o ante su ausencia, con destino al país africano. Londres ha inyectado casi 700 millones de libras esterlinas para el próximo lustro con el objeto de persuadir a migrantes de no arriesgarse a la peligrosa aventura del cruce del Canal de la Mancha con más víctimas fatales en el último año a diferencia de 2022, así como mayores números de salidas y llegadas.
Por otra parte, una fracción del financiamiento fue destinada a la construcción de un hotel de categoría en un barrio lujoso en las afueras de Kigali. El Hope está listo hace dos años, pero los retrasos en la aprobación de este acuerdo UK - Rwanda provocan que las instalaciones esperen la llegada de los primeros arribos que, según declaración de Sunak, se darían a partir de julio. En el interín los residentes del edificio fueron echados sin mayor compensación. Contra el plan migratorio hay numerosas voces críticas, varios motivos: el país no cuenta con la capacidad de recibir más población por su elevada densidad demográfica, un proyecto que vulnera Derechos Humanos elementales, migrantes impedidos de elegir lugar de migración, etc. Algunos países, como Botswana y Gambia, se negaron a que el plan se expanda. La polémica continuará.
Omer Freixa de la Universidad Nacional de Tres de Febrero / Universidad de Buenos Aires, Argentina. Pueden seguirlo en X como @OmerFreixa