/ lunes 8 de abril de 2024

La confrontación como estrategia en la política externa argentina

Por Emilio Ordoñez

Han pasado poco más de cien días desde la asunción de Javier Milei como presidente de Argentina. La ‘luna de miel’ estuvo signada por los cambios propios de la llegada de un nuevo signo político al poder, cuyas repercusiones se magnifican debido al singular perfil político y personal del primer mandatario y a un estado de conflictividad permanente con los principales actores a nivel nacional. Pero también, la conflictividad es producto de una estrategia confrontativa que ya se hacía presente en la campaña electoral.

Estos trazos confrontativos también están presentes en la nueva orientación exterior argentina, dando contexto tanto a las polémicas declaraciones de los últimos días contra los presidentes colombiano Gustavo Petro, y su homólogo mexicano Andrés Manuel López Obrador, como a otros exabruptos contra mandatarios de países cuyas vinculaciones históricas y económicas son vitales para un país en crisis como Argentina. Un comportamiento repetido que puede generar daños difíciles de reparar.

Un buen punto de partida para comenzar a desgranar el origen de este comportamiento pasa por abordar cómo se percibe el escenario internacional desde la Casa Rosada, sede del gobierno argentino. En este sentido, deben recordarse las declaraciones calificando al presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva de “comunista y corrupto”, así como la intención por parte de Milei de “no comerciar con países comunistas”, en clara referencia a China. Estas expresiones, además de poner en juego la relación con los dos principales socios comerciales de Argentina, dan cuenta de la visión de un mundo polarizado entre izquierdas y derechas, retomando en principio divisiones y conceptos propios de la Guerra Fría.

Esta narrativa se acentúa aún más al establecerse las prioridades de vinculación externa, centradas en la búsqueda de relaciones preferentes con Estados Unidos, Israel, Europa y “el mundo libre”, lo que supone la adopción de un occidentalismo rígido como piedra basal de la política externa. En este marco, Argentina intenta posicionarse como un aliado sin fisuras de Estados Unidos, mediante una estrategia de acoplamiento a la agenda internacional de la Casa Blanca, involucrándose activamente en temas tales como la disputa con China, el apoyo a Ucrania y a Israel en sus respectivos conflictos armados o la confirmación de su entrada a la OCDE, en detrimento de su acceso al BRICS+.

Lo importante a destacar aquí es que, estos gestos, sumados a otros que procuran disminuir la participación argentina en organismos regionales como MERCOSUR, UNASUR o CELAC, retoman algunos elementos de la administración de Mauricio Macri (2015-2019) pero, sobre todo, expresan una continuidad en la estrategia de inserción pro-estadounidense llevada adelante durante el gobierno de Carlos Menem (1989-1999). Aquí la estrategia se vuelve anacrónica, puesto que las llamadas “relaciones carnales” con Estados Unidos durante los años ´90 sugerían el reconocimiento de Washington como el polo vencedor de la Guerra Fría y la necesidad de aliarse con él. Este es precisamente el escenario de hegemonía unipolar que hoy está en discusión a nivel global. En suma, la política exterior de Milei se ancla en un escenario global de hace treinta años con un discurso propio de los años ochenta.

Por otro lado, una característica inédita es la convivencia de dos esferas diferenciadas de política exterior. Por un lado, una dimensión formal, articulada mediante procesos decisorios burocráticos oficiales, en la que toman forma las políticas públicas externas arriba mencionadas. Por otro, una dimensión netamente ideológica, llevada adelante por el propio presidente, cuyo objetivo es afianzar lazos con el espacio internacional de las neo-derechas al cual Milei adscribe. También es importante el vínculo personal del argentino con sus dirigentes más notorios, como Donald Trump, Jair Bolsonaro o Santiago Abascal, entre otros referentes regionales y mundiales.

En esta dimensión se subraya la batalla contra el llamado “marxismo cultural”, cuyo adversario es un concepto amplio que incluye partidos progresistas, ONGs, ecologismo y agrupaciones pro-derechos, entre otros actores. En este sentido, debe destacarse la participación de Milei en la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC) celebrada en Washington durante el pasado febrero.

La conjunción entre ambas esferas ha producido una política exterior recostada sobre consideraciones excesivamente ideológicas y sujeta a sobreactuaciones, con el consiguiente déficit de capital político. Los recientes desplantes de Milei a Petro y a López Obrador, calificándolos de “comunista terrorista” y de “ignorante” respectivamente, son menos exabruptos a título individual que la expresión de una visión sesgada de la política internacional que, en algún punto, persigue el objetivo de desvincular a la Argentina de sus socios regionales y extraregionales. Con este objetivo también debe analizarse el tratamiento reservado tanto a Lula como a Xi Jinping.

Una política exterior así planteada también está expuesta a idas y venidas que confieren inestabilidad a los vínculos externos. Tanto en el caso brasileño como en el colombiano se dieron pasos desde la cancillería argentina para morigerar las repercusiones políticas y evitar la ruptura de relaciones históricas, mientras que desde México primó ante todo la posición de no escalar el conflicto bilateral. No obstante, la incógnita reside en la relación con Estados Unidos, y allí Milei apuesta fuerte en ambas esferas: mientras apunta a conseguir el visto bueno de la Administración Biden para un nuevo plan económico fondeado por el FMI, espera que Trump gane las elecciones presidenciales de noviembre. Un inusual equilibrio entre el pragmatismo y la ideología, donde se juega mucho del futuro del gobierno argentino.

La confrontación como estrategia encumbró a Milei y lo llevó a la presidencia, aupado en el cansancio social ante una economía maltrecha y el agotamiento del sistema político emergido de la crisis del 2001. Pero una política exterior basada en la misma estrategia no ha mostrado más que consecuencias diplomáticas y económico-comerciales desalentadoras. Una política exterior de tonos altos sin resultados concretos que, en el corto plazo, arriesga aislar a la Argentina a nivel internacional.

EMILIO ORDOÑEZ es Investigador, analista internacional en el portal Fundamentar.com y columnista radial en diversas emisoras de Argentina y el extranjero. Sígalo en @eordon73

Por Emilio Ordoñez

Han pasado poco más de cien días desde la asunción de Javier Milei como presidente de Argentina. La ‘luna de miel’ estuvo signada por los cambios propios de la llegada de un nuevo signo político al poder, cuyas repercusiones se magnifican debido al singular perfil político y personal del primer mandatario y a un estado de conflictividad permanente con los principales actores a nivel nacional. Pero también, la conflictividad es producto de una estrategia confrontativa que ya se hacía presente en la campaña electoral.

Estos trazos confrontativos también están presentes en la nueva orientación exterior argentina, dando contexto tanto a las polémicas declaraciones de los últimos días contra los presidentes colombiano Gustavo Petro, y su homólogo mexicano Andrés Manuel López Obrador, como a otros exabruptos contra mandatarios de países cuyas vinculaciones históricas y económicas son vitales para un país en crisis como Argentina. Un comportamiento repetido que puede generar daños difíciles de reparar.

Un buen punto de partida para comenzar a desgranar el origen de este comportamiento pasa por abordar cómo se percibe el escenario internacional desde la Casa Rosada, sede del gobierno argentino. En este sentido, deben recordarse las declaraciones calificando al presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva de “comunista y corrupto”, así como la intención por parte de Milei de “no comerciar con países comunistas”, en clara referencia a China. Estas expresiones, además de poner en juego la relación con los dos principales socios comerciales de Argentina, dan cuenta de la visión de un mundo polarizado entre izquierdas y derechas, retomando en principio divisiones y conceptos propios de la Guerra Fría.

Esta narrativa se acentúa aún más al establecerse las prioridades de vinculación externa, centradas en la búsqueda de relaciones preferentes con Estados Unidos, Israel, Europa y “el mundo libre”, lo que supone la adopción de un occidentalismo rígido como piedra basal de la política externa. En este marco, Argentina intenta posicionarse como un aliado sin fisuras de Estados Unidos, mediante una estrategia de acoplamiento a la agenda internacional de la Casa Blanca, involucrándose activamente en temas tales como la disputa con China, el apoyo a Ucrania y a Israel en sus respectivos conflictos armados o la confirmación de su entrada a la OCDE, en detrimento de su acceso al BRICS+.

Lo importante a destacar aquí es que, estos gestos, sumados a otros que procuran disminuir la participación argentina en organismos regionales como MERCOSUR, UNASUR o CELAC, retoman algunos elementos de la administración de Mauricio Macri (2015-2019) pero, sobre todo, expresan una continuidad en la estrategia de inserción pro-estadounidense llevada adelante durante el gobierno de Carlos Menem (1989-1999). Aquí la estrategia se vuelve anacrónica, puesto que las llamadas “relaciones carnales” con Estados Unidos durante los años ´90 sugerían el reconocimiento de Washington como el polo vencedor de la Guerra Fría y la necesidad de aliarse con él. Este es precisamente el escenario de hegemonía unipolar que hoy está en discusión a nivel global. En suma, la política exterior de Milei se ancla en un escenario global de hace treinta años con un discurso propio de los años ochenta.

Por otro lado, una característica inédita es la convivencia de dos esferas diferenciadas de política exterior. Por un lado, una dimensión formal, articulada mediante procesos decisorios burocráticos oficiales, en la que toman forma las políticas públicas externas arriba mencionadas. Por otro, una dimensión netamente ideológica, llevada adelante por el propio presidente, cuyo objetivo es afianzar lazos con el espacio internacional de las neo-derechas al cual Milei adscribe. También es importante el vínculo personal del argentino con sus dirigentes más notorios, como Donald Trump, Jair Bolsonaro o Santiago Abascal, entre otros referentes regionales y mundiales.

En esta dimensión se subraya la batalla contra el llamado “marxismo cultural”, cuyo adversario es un concepto amplio que incluye partidos progresistas, ONGs, ecologismo y agrupaciones pro-derechos, entre otros actores. En este sentido, debe destacarse la participación de Milei en la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC) celebrada en Washington durante el pasado febrero.

La conjunción entre ambas esferas ha producido una política exterior recostada sobre consideraciones excesivamente ideológicas y sujeta a sobreactuaciones, con el consiguiente déficit de capital político. Los recientes desplantes de Milei a Petro y a López Obrador, calificándolos de “comunista terrorista” y de “ignorante” respectivamente, son menos exabruptos a título individual que la expresión de una visión sesgada de la política internacional que, en algún punto, persigue el objetivo de desvincular a la Argentina de sus socios regionales y extraregionales. Con este objetivo también debe analizarse el tratamiento reservado tanto a Lula como a Xi Jinping.

Una política exterior así planteada también está expuesta a idas y venidas que confieren inestabilidad a los vínculos externos. Tanto en el caso brasileño como en el colombiano se dieron pasos desde la cancillería argentina para morigerar las repercusiones políticas y evitar la ruptura de relaciones históricas, mientras que desde México primó ante todo la posición de no escalar el conflicto bilateral. No obstante, la incógnita reside en la relación con Estados Unidos, y allí Milei apuesta fuerte en ambas esferas: mientras apunta a conseguir el visto bueno de la Administración Biden para un nuevo plan económico fondeado por el FMI, espera que Trump gane las elecciones presidenciales de noviembre. Un inusual equilibrio entre el pragmatismo y la ideología, donde se juega mucho del futuro del gobierno argentino.

La confrontación como estrategia encumbró a Milei y lo llevó a la presidencia, aupado en el cansancio social ante una economía maltrecha y el agotamiento del sistema político emergido de la crisis del 2001. Pero una política exterior basada en la misma estrategia no ha mostrado más que consecuencias diplomáticas y económico-comerciales desalentadoras. Una política exterior de tonos altos sin resultados concretos que, en el corto plazo, arriesga aislar a la Argentina a nivel internacional.

EMILIO ORDOÑEZ es Investigador, analista internacional en el portal Fundamentar.com y columnista radial en diversas emisoras de Argentina y el extranjero. Sígalo en @eordon73