/ viernes 3 de junio de 2022

Problemas de legitimidad en la democracia

Una de las características más problemáticas de la democracia es que es una forma de gobierno que necesita una constante legitimación. De hecho, las instituciones no sólo tienen una función técnica y formal, por ejemplo, la SEP con la educación o el IMSS y el ISSSTE en el ámbito de la salud; también cumplen con una función como agentes de legitimación para con ellos mismos y el gobierno, en tanto logren su cometido con eficiencia.

Precisamente por eso, el mexicano promedio, al quejarse de las instituciones, no tarda mucho en ligarlas directamente al gobierno. Porque si no es el gobierno el que logra brindar calidad y eficacia mediante sus instituciones, entonces, se preguntan: ¿Qué es lo que en realidad hace? Por supuesto, se debe señalar que no todas las instituciones pertenecen directamente al gobierno, ya que existen algunas que son independientes y gozan de autonomía.

No obstante, y a nivel general, la interrogante sigue siendo la misma. Y la respuesta es que entre menor eficiencia goce una institución mayor será el cuestionamiento de la población para con el gobierno. En pocas palabras, sin legitimidad, una forma de gobierno como es la democracia que necesita el respaldo de los ciudadanos, no tiene una base en que confiar, y a su vez, la población no confía en él.

Y una de las razones del por qué se llegó hasta este punto en el escenario mexicano es que buena parte de las instituciones fueron realmente concebidas pensando en brindar legitimación, no tanto a la democracia ni al gobierno, sino a los gobernantes en turno. Podría decirse que algunas instituciones se establecieron para restaurar la confianza que iban perdiendo sobre la ciudadanía. De hecho, uno de los más memorables ejemplos fue la creación del IFE, después de la tan controvertida elección de 1988 ante la supuesta manipulación por parte de la Secretaría de Gobernación.

Una de las consecuencias del origen de las instituciones es que, al ser pensadas como medios de legitimación propia, no cumplían óptimamente con los objetivos planteados, pero eso no significa que la mayoría no buscó fortalecerse. De hecho, los nuevos procesos de democratización buscan precisamente una mayor consolidación y fuerza institucional. A pesar de que muchas lo están logrando, son procesos sumamente largos y complejos, y por supuesto, hay ocasiones que actores políticos buscan su retroceso.

Y un problema que enfrentan es que la deslegitimación ha sido tan amplia y profunda, que ahora, justo cuando las instituciones necesitan mayor confianza y soporte, la ciudadanía cree menos en ellas. Esto se encrudece más cuando actores políticos, apoyados en la misma falta de confianza, buscan su desaparición a sabiendas que no recibirán una respuesta negativa del pueblo.

No son pocos los analistas que reconocen a México como una democracia que prioriza el aspecto electoral antes que cualquier otro de la vida pública. Como si lo más importante se simplificara a meros aspectos procedimentales. Aunque el proceso de democratización comenzó en ese terreno, no sólo se reduce a lo electoral. La democracia, el contenido cualitativo que gozan los ciudadanos, se articula gracias a las instituciones.

En el pasado México luchó por crear instituciones que brindaran mayores servicios y realizaran procesos necesarios. Ahora que las instituciones fueron creadas, se lucha por su fortaleza, articulación y autonomía. La democracia ahora descansa en sus instituciones y en el grado de legitimidad que gocen.

Una de las características más problemáticas de la democracia es que es una forma de gobierno que necesita una constante legitimación. De hecho, las instituciones no sólo tienen una función técnica y formal, por ejemplo, la SEP con la educación o el IMSS y el ISSSTE en el ámbito de la salud; también cumplen con una función como agentes de legitimación para con ellos mismos y el gobierno, en tanto logren su cometido con eficiencia.

Precisamente por eso, el mexicano promedio, al quejarse de las instituciones, no tarda mucho en ligarlas directamente al gobierno. Porque si no es el gobierno el que logra brindar calidad y eficacia mediante sus instituciones, entonces, se preguntan: ¿Qué es lo que en realidad hace? Por supuesto, se debe señalar que no todas las instituciones pertenecen directamente al gobierno, ya que existen algunas que son independientes y gozan de autonomía.

No obstante, y a nivel general, la interrogante sigue siendo la misma. Y la respuesta es que entre menor eficiencia goce una institución mayor será el cuestionamiento de la población para con el gobierno. En pocas palabras, sin legitimidad, una forma de gobierno como es la democracia que necesita el respaldo de los ciudadanos, no tiene una base en que confiar, y a su vez, la población no confía en él.

Y una de las razones del por qué se llegó hasta este punto en el escenario mexicano es que buena parte de las instituciones fueron realmente concebidas pensando en brindar legitimación, no tanto a la democracia ni al gobierno, sino a los gobernantes en turno. Podría decirse que algunas instituciones se establecieron para restaurar la confianza que iban perdiendo sobre la ciudadanía. De hecho, uno de los más memorables ejemplos fue la creación del IFE, después de la tan controvertida elección de 1988 ante la supuesta manipulación por parte de la Secretaría de Gobernación.

Una de las consecuencias del origen de las instituciones es que, al ser pensadas como medios de legitimación propia, no cumplían óptimamente con los objetivos planteados, pero eso no significa que la mayoría no buscó fortalecerse. De hecho, los nuevos procesos de democratización buscan precisamente una mayor consolidación y fuerza institucional. A pesar de que muchas lo están logrando, son procesos sumamente largos y complejos, y por supuesto, hay ocasiones que actores políticos buscan su retroceso.

Y un problema que enfrentan es que la deslegitimación ha sido tan amplia y profunda, que ahora, justo cuando las instituciones necesitan mayor confianza y soporte, la ciudadanía cree menos en ellas. Esto se encrudece más cuando actores políticos, apoyados en la misma falta de confianza, buscan su desaparición a sabiendas que no recibirán una respuesta negativa del pueblo.

No son pocos los analistas que reconocen a México como una democracia que prioriza el aspecto electoral antes que cualquier otro de la vida pública. Como si lo más importante se simplificara a meros aspectos procedimentales. Aunque el proceso de democratización comenzó en ese terreno, no sólo se reduce a lo electoral. La democracia, el contenido cualitativo que gozan los ciudadanos, se articula gracias a las instituciones.

En el pasado México luchó por crear instituciones que brindaran mayores servicios y realizaran procesos necesarios. Ahora que las instituciones fueron creadas, se lucha por su fortaleza, articulación y autonomía. La democracia ahora descansa en sus instituciones y en el grado de legitimidad que gocen.