/ martes 3 de enero de 2023

La nostalgia brasileña

Todavía recuerdo con claridad la mañana del miércoles primero de enero del año 2003, porque la algarabía se olía, se sentía y se veía en el ambiente brasileiro a pesar de no encontrarme en ninguna de las principales ciudades de Brasil, pero si en la pequeña Peruibe. Ese día amanecía con la euforia que, seguramente, acontecía en todo el país. La gente acaparaba los periódicos y los jóvenes celebraban la noticia de ocho columnas en todos los periódicos brasileños.

Luiz Inácio Lula Da Silva tomaba posesión como presidente de Brasil aquella mañana, sin embargo, no solo era el hecho de que un hombre de la clase trabajadora tomara por primera vez posesión en el cargo más importante de un país, sino de lo que eso representaba en la nación más importante del cono sur: avance, desarrollo, tolerancia, estabilidad social, en fin, emociones sociales que tendrían que verse reflejadas en estabilidad financiera, que tanto anhelaban el gobierno, la sociedad y la región.

Según el portal Datosmacro.com, el PIB brasileño, en general, había crecido en los últimos 50 años -hasta el año 2001- en un ritmo del 5.1%, sin embargo, el inicio del nuevo milenio trajo la crisis económica más importante hasta ese entonces conocida en el país amazónico, el crecimiento para el año 2001 fue solamente del 1.4% y para el 2002 solamente aumentó 0.1% con respecto al año anterior, por lo que el pueblo brasileño deseaba, necesitaba y exigía un cambio sustancial en la política del país latinoamericano; es por ello que Fernando Henrique Cardoso no era más la solución a la crisis, ahora el encargado era el, hasta entonces, líder sindicalista y ex obrero metalúrgico, Lula.

El pueblo brasileño ponía, entonces, sus esperanzas en el tipo más aguerrido que tenía como opción, en el férreo defensor de los derechos de la clase obrera, en el máximo representante de las mayores huelgas que se habían suscitado en contra de la dictadura que abrumó al Brasil desde 1964 y hasta mediados de la década de los años 80; el pueblo veía también a Lula Da Silva, como lo hicieran los cubanos con Fidel y su revolución, como el salvador de los tiempos pasados que poco o nada dejaron en materia social y que, sin embargo, había dejado al país amazónico con una devaluación del 12.53%, de acuerdo a datos de El Economista. Fue el tres veces competidor por la presidencia de Brasil (1989, 1994 y 1998), quién por fin, al inicio de este nuevo milenio, resultó electo como el mesías para la nueva aventura.

Lula logró durante su gobierno, entre otras cosas, ser reelecto como presidente de la República en el año 2006 derivado de una gestión honrosa y respetuosa, donde realizó reformas radicales que transformaron social y económicamente a Brasil, al punto de potenciar a su país como el líder latinoamericano, claro, aprovechando el estancamiento de México como su principal y único competidor real.

Lula representó el cambio en los diferentes órdenes de gobierno de su país, transformó la manera de ver, hacer y vivir la política; logró obtener el 60.79% de los votos en segunda vuelta electoral con la nada despreciable cantidad de 52.4 millones de personas que depositaron la confianza en el nuevo héroe latinoamericano, en el Simón Bolívar brasileño del nuevo milenio.

Para el año 2006, el pueblo brasileño le refrendó su confianza alcanzando los 58 millones de votos en una segunda vuelta para convertirse en presidente de la República por un segundo periodo. El anuncio de que tanto el mundial de futbol organizado por la FIFA como los Juegos Olímpicos de 2016 serían en territorio brasileño otorgaron un nuevo dote de confianza a la administración del entonces presidente que ponía como en una catapulta a la candidata Dilma Rouseff.

Durante sus dos periodos presidenciales, Lula Da Silva tomó decisiones importantes que contribuyeron al crecimiento del país; dentro de los alcances logrados se encuentran la estabilización de la inflación, un crecimiento en el PIB, la reducción del desempleo, un alto incentivo a las exportaciones, la creación de microcréditos para pequeños empresarios, el aumento a los salarios y, sobre todo, la cancelación de las deudas que el país tenía con respecto a su reciente crisis económica con el FMI y el BIRF de manera anticipada.

El gobierno de Lula luchó por disminuir la brecha económica entre los países ricos y los subdesarrollados, o ahora llamados en vías de desarrollo, que para el caso son los mismos. Visitó más de 80 países para esclarecer las medidas que los brasileños tomarían con respecto a su política exterior, fortaleció las integraciones latinoamericanas en donde Brasil participaba, sobre todo el MERCOSUR, representando de inicio más de un 70% de la economía de la integración y apoyando el crecimiento de naciones como Uruguay y Paraguay, quienes tenían una participación mínima en la misma.

Derivado de las políticas de izquierda que se tenían, Lula fue el principal promotor de la adhesión de Venezuela al Mercosur. Brasil, junto con el resto de los países de izquierda latinoamericana de aquel entonces (Venezuela, Bolivia y Ecuador), apoyaron el programa nuclear iraní logrando, por fin, que el mundo no tradicional emanado del sur global, lograra encontrar en ellos y en Latinoamérica un nuevo mercado y, por ende, nuevos acuerdos comerciales.

De manera interna, Lula y su gobierno buscaron mejorar las condiciones del país, logró que dentro de su primer periodo de gobierno la tasa de pobreza disminuyera en un 11%. En pocas palabras, Lula llevó a Brasil a convertirse en la sexta economía mundial para principios de la década anterior, según el FMI.

Sin embargo, a pesar de los esfuerzos del gobierno de Lula Da Silva por mejorar la imagen y la economía brasileña, a pesar de posicionar a Brasil como una nación latinoamericana importante en el mundo, el ex presidente se vio envuelto en un problema de corrupción y lavado de dinero sucedido durante sus periodos presidenciales.

De Petrobras se desviaron 3,200 millones de euros en 8 años según fuentes como El País, cifra nada despreciable para una economía que, si de algo carecía, era de liquidez. El problema, y para no ahondar tanto, es que la ex presidenta de Brasil, Dilma Rouseff, fue, entre otras cosas, Ministra de Minas y Energía y Jefa de Gabinete durante el periodo de Lula Da Silva. Además, durante el periodo de Dilma Rouseff como Ministra de Minas y Energía se licitaron contratos multimillonarios donde no existió la claridad necesaria, por poner solo algunos ejemplos que, al final, terminaron por afectar la popularidad de los gobiernos y que finalizaron removiendo a la presidenta y creando un tema de inestabilidad política en el país.

Luego vinieron Temer y Bolsonaro, pero Lula ha vuelto y tomó posesión apenas hace 2 días. Sin embargo, 20 años después existen algunas interrogantes que no se han clarificado, sobre todo por el contexto político que ahora impera en el Brasil y que en aquel entonces terminaron por sepultar un proyecto político como el de Lula. Por ejemplo, ¿Qué tiene que hacer un gobierno para ser reconocido? ¿Será que un solo caso, presuntamente ilícito, puede dar pie a que un gobierno, y sus gobernantes, no sean reconocidos por lo bueno sino por ese caso nada más? ¿Habría que pasar por alto este tipo de situaciones siempre y cuando se nos haya beneficiado previamente? ¿Qué debía hacer la sociedad brasileña con respecto al caso de corrupción en su país, permitir la impunidad o castigar y aplicar la ley a quienes les regresaron a la mejor época de los últimos cien años de su historia?

Al parecer la sociedad ha querido olvidar su memoria y ha permitido que el otrora presidente que le llevó a lo máximo vuelva triunfante con nuevos bríos y retos por delante. Quizá no es que la sociedad se olvidara de lo bueno y lo malo sucedido en los últimos 20 años con Lula, sino que cualquier cosa es mejor que Bolsonaro. Quizá vuelvan los tiempos de antes, pero quizá no sea lo mismo. Mientras seguiremos recordando aquella legendaria frase:

“Y yo, que durante tantas veces fui acusado de no tener un título universitario, consigo mi primer diploma, el título de presidente de la República de mi país”.

Lula Da Silva


Fernando Abrego Camarillo es Doctor en Ciencias Administrativas por el IPN. Profesor de telesecundaria en los SEIEM además de investigador y catedrático de tiempo completo en la academia de Bloques Regionales de la Escuela Superior de Comercio y Administración Unidad Santo Tomás en el IPN. Sígalo en @fabrecam


Todavía recuerdo con claridad la mañana del miércoles primero de enero del año 2003, porque la algarabía se olía, se sentía y se veía en el ambiente brasileiro a pesar de no encontrarme en ninguna de las principales ciudades de Brasil, pero si en la pequeña Peruibe. Ese día amanecía con la euforia que, seguramente, acontecía en todo el país. La gente acaparaba los periódicos y los jóvenes celebraban la noticia de ocho columnas en todos los periódicos brasileños.

Luiz Inácio Lula Da Silva tomaba posesión como presidente de Brasil aquella mañana, sin embargo, no solo era el hecho de que un hombre de la clase trabajadora tomara por primera vez posesión en el cargo más importante de un país, sino de lo que eso representaba en la nación más importante del cono sur: avance, desarrollo, tolerancia, estabilidad social, en fin, emociones sociales que tendrían que verse reflejadas en estabilidad financiera, que tanto anhelaban el gobierno, la sociedad y la región.

Según el portal Datosmacro.com, el PIB brasileño, en general, había crecido en los últimos 50 años -hasta el año 2001- en un ritmo del 5.1%, sin embargo, el inicio del nuevo milenio trajo la crisis económica más importante hasta ese entonces conocida en el país amazónico, el crecimiento para el año 2001 fue solamente del 1.4% y para el 2002 solamente aumentó 0.1% con respecto al año anterior, por lo que el pueblo brasileño deseaba, necesitaba y exigía un cambio sustancial en la política del país latinoamericano; es por ello que Fernando Henrique Cardoso no era más la solución a la crisis, ahora el encargado era el, hasta entonces, líder sindicalista y ex obrero metalúrgico, Lula.

El pueblo brasileño ponía, entonces, sus esperanzas en el tipo más aguerrido que tenía como opción, en el férreo defensor de los derechos de la clase obrera, en el máximo representante de las mayores huelgas que se habían suscitado en contra de la dictadura que abrumó al Brasil desde 1964 y hasta mediados de la década de los años 80; el pueblo veía también a Lula Da Silva, como lo hicieran los cubanos con Fidel y su revolución, como el salvador de los tiempos pasados que poco o nada dejaron en materia social y que, sin embargo, había dejado al país amazónico con una devaluación del 12.53%, de acuerdo a datos de El Economista. Fue el tres veces competidor por la presidencia de Brasil (1989, 1994 y 1998), quién por fin, al inicio de este nuevo milenio, resultó electo como el mesías para la nueva aventura.

Lula logró durante su gobierno, entre otras cosas, ser reelecto como presidente de la República en el año 2006 derivado de una gestión honrosa y respetuosa, donde realizó reformas radicales que transformaron social y económicamente a Brasil, al punto de potenciar a su país como el líder latinoamericano, claro, aprovechando el estancamiento de México como su principal y único competidor real.

Lula representó el cambio en los diferentes órdenes de gobierno de su país, transformó la manera de ver, hacer y vivir la política; logró obtener el 60.79% de los votos en segunda vuelta electoral con la nada despreciable cantidad de 52.4 millones de personas que depositaron la confianza en el nuevo héroe latinoamericano, en el Simón Bolívar brasileño del nuevo milenio.

Para el año 2006, el pueblo brasileño le refrendó su confianza alcanzando los 58 millones de votos en una segunda vuelta para convertirse en presidente de la República por un segundo periodo. El anuncio de que tanto el mundial de futbol organizado por la FIFA como los Juegos Olímpicos de 2016 serían en territorio brasileño otorgaron un nuevo dote de confianza a la administración del entonces presidente que ponía como en una catapulta a la candidata Dilma Rouseff.

Durante sus dos periodos presidenciales, Lula Da Silva tomó decisiones importantes que contribuyeron al crecimiento del país; dentro de los alcances logrados se encuentran la estabilización de la inflación, un crecimiento en el PIB, la reducción del desempleo, un alto incentivo a las exportaciones, la creación de microcréditos para pequeños empresarios, el aumento a los salarios y, sobre todo, la cancelación de las deudas que el país tenía con respecto a su reciente crisis económica con el FMI y el BIRF de manera anticipada.

El gobierno de Lula luchó por disminuir la brecha económica entre los países ricos y los subdesarrollados, o ahora llamados en vías de desarrollo, que para el caso son los mismos. Visitó más de 80 países para esclarecer las medidas que los brasileños tomarían con respecto a su política exterior, fortaleció las integraciones latinoamericanas en donde Brasil participaba, sobre todo el MERCOSUR, representando de inicio más de un 70% de la economía de la integración y apoyando el crecimiento de naciones como Uruguay y Paraguay, quienes tenían una participación mínima en la misma.

Derivado de las políticas de izquierda que se tenían, Lula fue el principal promotor de la adhesión de Venezuela al Mercosur. Brasil, junto con el resto de los países de izquierda latinoamericana de aquel entonces (Venezuela, Bolivia y Ecuador), apoyaron el programa nuclear iraní logrando, por fin, que el mundo no tradicional emanado del sur global, lograra encontrar en ellos y en Latinoamérica un nuevo mercado y, por ende, nuevos acuerdos comerciales.

De manera interna, Lula y su gobierno buscaron mejorar las condiciones del país, logró que dentro de su primer periodo de gobierno la tasa de pobreza disminuyera en un 11%. En pocas palabras, Lula llevó a Brasil a convertirse en la sexta economía mundial para principios de la década anterior, según el FMI.

Sin embargo, a pesar de los esfuerzos del gobierno de Lula Da Silva por mejorar la imagen y la economía brasileña, a pesar de posicionar a Brasil como una nación latinoamericana importante en el mundo, el ex presidente se vio envuelto en un problema de corrupción y lavado de dinero sucedido durante sus periodos presidenciales.

De Petrobras se desviaron 3,200 millones de euros en 8 años según fuentes como El País, cifra nada despreciable para una economía que, si de algo carecía, era de liquidez. El problema, y para no ahondar tanto, es que la ex presidenta de Brasil, Dilma Rouseff, fue, entre otras cosas, Ministra de Minas y Energía y Jefa de Gabinete durante el periodo de Lula Da Silva. Además, durante el periodo de Dilma Rouseff como Ministra de Minas y Energía se licitaron contratos multimillonarios donde no existió la claridad necesaria, por poner solo algunos ejemplos que, al final, terminaron por afectar la popularidad de los gobiernos y que finalizaron removiendo a la presidenta y creando un tema de inestabilidad política en el país.

Luego vinieron Temer y Bolsonaro, pero Lula ha vuelto y tomó posesión apenas hace 2 días. Sin embargo, 20 años después existen algunas interrogantes que no se han clarificado, sobre todo por el contexto político que ahora impera en el Brasil y que en aquel entonces terminaron por sepultar un proyecto político como el de Lula. Por ejemplo, ¿Qué tiene que hacer un gobierno para ser reconocido? ¿Será que un solo caso, presuntamente ilícito, puede dar pie a que un gobierno, y sus gobernantes, no sean reconocidos por lo bueno sino por ese caso nada más? ¿Habría que pasar por alto este tipo de situaciones siempre y cuando se nos haya beneficiado previamente? ¿Qué debía hacer la sociedad brasileña con respecto al caso de corrupción en su país, permitir la impunidad o castigar y aplicar la ley a quienes les regresaron a la mejor época de los últimos cien años de su historia?

Al parecer la sociedad ha querido olvidar su memoria y ha permitido que el otrora presidente que le llevó a lo máximo vuelva triunfante con nuevos bríos y retos por delante. Quizá no es que la sociedad se olvidara de lo bueno y lo malo sucedido en los últimos 20 años con Lula, sino que cualquier cosa es mejor que Bolsonaro. Quizá vuelvan los tiempos de antes, pero quizá no sea lo mismo. Mientras seguiremos recordando aquella legendaria frase:

“Y yo, que durante tantas veces fui acusado de no tener un título universitario, consigo mi primer diploma, el título de presidente de la República de mi país”.

Lula Da Silva


Fernando Abrego Camarillo es Doctor en Ciencias Administrativas por el IPN. Profesor de telesecundaria en los SEIEM además de investigador y catedrático de tiempo completo en la academia de Bloques Regionales de la Escuela Superior de Comercio y Administración Unidad Santo Tomás en el IPN. Sígalo en @fabrecam