Este inicio de año ha representado un aniversario más del inicio de uno de los movimientos sociales más importantes en la última década del siglo anterior. Un movimiento que nadie esperaba y que revolucionó la mente y las ideas de aquellos que vivían en la opresión y de aquellos que luchaban por las causas de los oprimidos, y que cumple ahora 30 años.
El mundo despertó con la noticia de que el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), comandada por el subcomandante Marcos, se había levantado en armas en Chiapas el mismo día en que se iniciaba el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá (TLCAN), lo cual significó un duro golpe político para el gobierno de la dictadura perfecta, como calificó Mario Vargas Llosa al priismo en México.
El problema no fue solo el movimiento armado sucedido al sur de México, sino que pronto se le empezó a dar difusión mediática que impidió que el gobierno tomara acciones militares para contrarrestar el levantamiento zapatista. De hecho, de todas partes del mundo llegaron tanto periodistas como ciudadanos que se adhirieron al movimiento del EZLN, lo cual complicó que el gobierno mexicano pudiera ponerle fin a semejante evento. Al contrario, el movimiento creció tanto que, con el paso de los años en aquel sexenio, la cúpula del EZLN decidió emprender una caravana que les permitiera llegar a todo el país para dar a conocer su ideología que estaba basada, principalmente, en el zapatismo, el marxismo y el socialismo libertario.
Si alguien se atreviera a investigar qué pasó con aquel movimiento, posiblemente podríamos hablar de varias respuestas: a) que el Ejército Zapatista sigue dando de qué hablar allá por la selva chiapaneca; b) que este problema terminó hace algunos años ya, los suficientes para no darle más seguimiento ni cobertura y; c) un mutis absoluto sobre el tema, no por indiferencia política, sino porque las nuevas generaciones ya no se acuerdan del movimiento o, en el peor de los casos, ni siquiera saben que existió.
Parece que fue ayer cuando en la televisión se cubrían todas las noticias referentes a subcomandante Marcos y su EZLN, a la imagen asociada a un revolucionario y a los líderes sociales que habían dado su vida por un fin que se terminó concretando en la historia de México. Cuando se hablaba de este movimiento se pensaba en que se repetirían aquellas viejas luchas por la igualdad de clases que sí se concretaron durante la Independencia o la Revolución.
Nunca antes me había sentido tan identificado con la novela que papá me diera a leer en la secundaria llamada Los de Abajo de Mariano Azuela, quien narraba con gran intención las peripecias vividas por un líder social que buscaba librarse del yugo capitalista y hegemónico de los de siempre, de los ricos, de los poderosos, de los opresores. En mi mente, la imagen de un subcomandante Marcos se parecía a aquel personaje de dicha novela, aquel que nos cuentan en la historia del país que, para pasar a la historia como un héroe, tenía que vencer o morir, tal como lo habían hecho Hidalgo, Morelos, Guerrero, o más tarde Juárez o Díaz, incluso Madero, Carranza, Zapata y Villa.
Sin embargo, el subcomandante Marcos decidió, además de luchar, tratar de hacer una gesta todavía más difícil que disparar un arma: trató de convencer al país y al mundo que su idea -y la de su ejército- podía ser aceptada como una nueva realidad en una nación que, al contrario de lo que ellos querían, se abría cada vez más al mundo. Su idea de una sociedad igualitaria nació agonizante pues el mundo acababa de sepultar a la URSS y el gran triunfador de aquella Guerra Fría era ahora nuestro socio comercial más importante. Marcos quería cambiar a un México que ya no existía.
El mundo había sufrido lo suficiente el último siglo como para que el uso de las armas, en cualquier nación cercana y dominada por los Estados Unidos retomara el camino bélico. El problema fue que el subcomandante Marcos ignoró esto y decidió visitar cada rincón del país. Y sí, ahí estuve, en la plaza roja del IPN, lejos de él y sin entender lo que decía, pero apoyando un movimiento que en mi poco conocimiento sobre la profundidad del tema me parecía bueno. A lo mejor era la edad, el querer fumar una pipa como ese misterioso líder que se escondía atrás de un pasamontañas o simplemente apoyar algo que representaba ir en contra del sistema. Creo que sí era la edad.
Al final, y con el paso de los años, estoy seguro que casi ninguno de los que acudimos a ese evento aquel día sigue pensando como en aquel entonces, incluso me cuesta trabajo creer que alguien tenga una imagen nítida de lo sucedido aquella vez pues el tiempo hizo lo suyo y ya nadie se acuerda. Crecimos, evolucionamos, el destino capitalista que entró en vigor aquel día de enero de 1994 le ganó a la versión revolucionara del mismo día del mismo año.
Y sí, lo mismo hizo el gobierno, cuando por fin salió el PRI y llegó Fox, este se comprometió a terminar con el conflicto zapatista en Chiapas en 7 minutos, ¿o eran 7 horas?, pero lo único que se hizo fue dejar de darle cobertura. La caravana siguió, pero ya a nadie le importó. Luego de la Ciudad de México, el EZLN llegó a otras ciudades donde ya no fue noticia. 30 años después ni los comerciantes indígenas de las zonas turísticas chiapanecas te venden una artesanía del EZLN como lo hacían hace 10 o 20 años.
El gobierno implementó la mejor estrategia posible, se olvidó del EZLN y los que alguna vez simpatizamos de una u otra forma con el movimiento crecimos y nos abrazamos a los brazos de las bondades comerciales del TLCAN (ahora TMEC) y le dimos la espalda al Ejército Zapatista de Liberación Nacional que por ahí ha de seguir, olvidado sin haber ganado o, en el mejor de los casos, sin haber conseguido trascender, aunque sea a través de la muerte, porque el EZLN sigue vivo, aunque a nadie le importe ya.
FERNANDO ABREGO CAMARILLO es Doctor en Ciencias Administrativas por el IPN. Profesor de telesecundaria en los SEIEM además de investigador y catedrático de tiempo completo en la academia de Bloques Regionales de la Escuela Superior de Comercio y Administración Unidad Santo Tomás en el IPN. Asociado COMEXI. Sígalo en @fabrecam