Aterricé. El contraste entre el sur y el norte no es tan evidente, lo notas desde que pones un pie fuera del avión. La diferencia pudieran ser los casi 8500 kilómetros de distancia directa entre ambas ciudades y algunos podrían decir que esta radica en todo lo que representan ambos hemisferios. Sus realidades, sus luchas y sus sociedades son diferentes. Ninguna es mejor o peor que otra. No son tan distintas y ya.
Sin embargo, el taxi que te conduce desde Ezeiza al Obelisco, en Buenos Aires, es casi igual de caro que el que te lleva desde el JFK a Manhattan, en Nueva York. ¿Cuál es la diferencia? No la veo. Y vaya que me lo dijeron. No es lo mismo, Fernando, no es lo mismo.
En ambos casos se puede ir en transporte público que tarda, pero que cumple con la función de transportarte. Una vez en el lugar de destino se tiene acceso a lo mismo. Comida hay. Pides una hamburguesa en uno u otro lado. En ambas ciudades venden buena carne. También bebes vino y cerveza al por mayor. El agua es cara, pero no falta.
Los paisajes son maravillosos, la primavera del hemisferio norte luce espectaculares atardeceres que se reflejan a lo largo y ancho de una ciudad con ríos y edificios rascacielos mientras que el otoño del sur también luce hermosos atardeceres que se reflejan en los bastos parques rodeados de monumentos y arquitectura estilo europea. ¿La diferencia? Cinco horas más de sol al día. Sigo sin ver más.
Me siento a comer. Creo que noto las primeras diferencias, aunque luego de hacer el cambio de divisa y ver el estado de cuenta me doy cuenta de que sigo gastando muy parecido. Me decido a probar entonces la comida local y me sorprende lo que hay en el norte y en el sur. Platico con quienes preparan la comida y escucho las mismas historias de los gobiernos, de los dirigentes, de la economía.
Hay quienes odian a Milei y hay quienes dicen que hay que darle la oportunidad de empezar de cero, de reconstruir. Del otro lado del planeta, muy al norte, hay quienes odian a Trump, pero también hay quienes sugieren que él representa una oportunidad de recuperar el poderío estadounidense con el Make America Great Again. Sigo sin ver las diferencias.
Mientras bebo una cerveza en el sur y acompañando a los manifestantes afuera del Congreso de la República a la hora de luchar porque no se apruebe la llamada Ley Bases, recuerdo que, en el norte, en Chicago, también acompañé una manifestación de patriotas que se manifestaban contra el gobierno de Trump. Recuerdo la pregunta y no veo, ni cerca, las diferencias.
Camino ahora por los sitios más emblemáticos, al sur recorro Recoleta, Palermo y la Boca y veo por todos lados pintas que recuerdan su dura realidad y como, a pesar de ello, respetan la democracia actual y dicen “ni perdón, ni olvido”. “Nunca más”. Luego, recorro las calles de Manhattan, pero también las de Brooklyn o el Bronx. Las paredes también están pintadas y recuerdan problemas sociales como el de los ciudadanos enlistados al ejército o el Black Lives Matter. Algunos ahora podrán decir que hay diferencias, pero el sentido social de protesta es el mismo, en inglés o en español, en el norte o en el sur, con dólares o con pesos argentinos. Sigo caminando.
La curiosidad me hace platicar con cada persona que veo en la calle o con quienes me venden algún souvenir. Me dicen que podrían estar mejor, pero que qué le van a hacer. Que los que sufren son los que reciben ayudas del gobierno y no quienes se dedican a trabajar como siempre. Que es lo que toca.
Mi mente tiene, entonces, un halo de brillantez y recuerdo que en ambas naciones hay una gran cantidad de migrantes y descendientes de migrantes. Muchos europeos, pero también latinos. Son gente que ha venido a luchar y a sobrevivir. Son gente de trabajo que ha construido esta gran nación y que espera un mejor futuro para sus hijos y demás descendientes. Pero ¿de quiénes hablas? Me dice mi pensamiento. De ambos casos, respondo casi inmediato mientras disfruto ver pasar a un mundo de gente que se dirige a alguna parte y que viene de otra. Quizá del norte. Quizá del sur. Quizá de más allá.
Sigo andando, como lo hicieran Washington o San Martín, pero sin tener que pelear ni vencer a nadie más que a mis propios miedos (y ajenos) que me dicen que hay calles que no se deben de transitar porque puede suceder lo peor. ¿Peor para quién? En ambos hemisferios hay violencia, robos e inseguridad. No veo diferencia.
Es más, sigo caminando por la ciudad buscando cómo llegar a Caminito ¿o era al Empire State Builiding? No lo sé, quizás en mi búsqueda del Yankee Stadium me encontré con la Bombonera de Boca Juniors luego de cruzar el Brooklyn Bridge al terminar la 9 de julio. Tal vez sigo perdido reflexionando que el calor de la primavera es igual de dañino que el frío otoñal. Para estos casos hay café y agua. En ambos lados decidí beber una cerveza.
Al continuar el camino veo los periódicos y las noticias. Todos hablan de que su presidente no razona, quizás es la edad, pero quizás no. Al presidente se le ve perdido. Salió en fotos en una reunión en Italia, es la del G7, acompañando a otros grandes líderes global que no los ven a la par. ¿De cuál presidente hablas? Del que quieras, de ambos y de ninguno al mismo tiempo. A ambos les hace falta respuesta, pero ninguno da indicios de que este año sea uno mejor en temas económicos y sociales para sus poblaciones. ¿Las diferencias? Sigo con la cerveza, ¿o era vino? ¿o fue un mate? Sigo sin encontrarlas. Habrá que volver.
FERNANDO ABREGO CAMARILLO es Doctor en Ciencias Administrativas por el IPN. Profesor de telesecundaria en los SEIEM además de catedrático en la academia de Bloques Regionales de la Escuela Superior de Comercio y Administración Unidad Santo Tomás en el IPN. Asociado COMEXI. Sígalo en @fabrecam