/ miércoles 19 de octubre de 2022

Irak intervenido

David Hernández López


Desde hace varias décadas, Irak ha fungido como espacio de batalla política entre diversos actores internacionales, quienes buscan influir en el gobierno y vida pública del país. Ya sea con la intención de mantener sus privilegios en el terreno o por la necesidad de preservar su seguridad nacional, lo cierto es que, entre enfrentamientos políticos – incluso violentos –, estos actores han dejado a un lado el que debiera ser el principal objeto de la política: el bienestar de la población, en este caso la iraquí.

Empujando la lucha interna por el poder entre los actores nacionales, el intervencionismo ha sido desde hace mucho tiempo una de las anclas que ha mantenido a Irak en un claro estado convulso y de violencia constante. Las pugnas desde el exterior por la defensa de intereses ajenos a las y los iraquíes alimentan en buena medida las diferencias internas y, por tanto, dificultan la resolución de los problemas más apremiantes para la población en general, entre ellos, las bajas tasas de desempleo, el aumento de la violencia, y la falta de diversos servicios básicos como agua, salud, alimento y educación.

Tras la retirada de Estados Unidos de Irak en 2011, el único movimiento local que aparentemente surgió sin apoyo de algún país extranjero fue el de Muqtada al-Sadr. Luego de convertirse en un partido político, en coherencia con sus orígenes, el movimiento Sadrista, de corte chiita, se posicionó discursivamente como la principal fuerza política en contra de la influencia desde el exterior en los asuntos iraquíes.

Tal y como ya había sucedido anteriormente, en las elecciones de 2021 este partido logró obtener los escaños suficientes en el parlamento para que, con apoyo de otras fuerzas políticas, incluidos movimientos sunitas y kurdos, lograra conformar un nuevo gobierno.

Tras varios intentos fallidos y luego de que la Corte Suprema aumentó el umbral para integrar una mayoría calificada, al-Sadr pidió a los legisladores de su partido que renunciaran a sus puestos y disolvió la organización política, decisión que motivó a las protestas generalizadas de sus seguidores en julio pasado.

El freno a la llegada de al-Sadr al poder en Irak forma parte, precisamente, de la confrontación discursiva entre los partidos ligados con fuerzas extranjeras – como Irán – con el nacionalismo y su supuesta independencia del movimiento Sadrista. Los enfrentamientos violentos de los últimos meses entre seguidores de ambas fuerzas políticas y las discrepancias entre las cúpulas partidistas han mantenido vigente a un gobierno provisional, en espera de la conformación de una autoridad permanente, y constantes episodios de violencia que recuerdan a la reciente guerra civil en el país.

En tal contienda por el poder, el pasado 13 de octubre fue elegido un nuevo presidente, cercano al movimiento que agrupa a los partidos proiranies, conocido como Marco de Coordinación. Con el nombramiento, nuevamente se reducen las posibilidades para que al-Sadr forme un gobierno – supuestamente – independiente a la influencia desde el exterior. De este modo, el Marco de Coordinación cuenta con todas las herramientas para elegir como primer ministro (máximo cargo público en ese país) a un político cercano a Irán.

Sin embargo, aunque al-Sadr lograra convertirse en primer ministro de Irak, lo cierto es que, también mantiene relaciones con autoridades al exterior del país, principalmente Estados Unidos.

Por tanto, se puede afirmar que, a pesar del discurso nacionalista de una de las partes, Irak se encuentra intervenido por diversas fuerzas desde el exterior que ahogan el urgente proceso de reconstrucción del país tras la presencia del autodenominado Estado Islámico y la atención de las necesidades más básicas de la población.

Por ahora, todo indica que, lamentablemente, la búsqueda por satisfacer las necesidades económicas y/o de seguridad de actores externos es lo que motiva la lucha política interna, el desacuerdo y la parálisis administrativa en territorio iraquí.


David Hernández López es investigador del Centro de Estudios Internacionales Gilberto Bosques del Senado de la República. Licenciado en Relaciones Internacionales por la Facultad de Estudios Superiores Acatlán (FES Acatlán) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Miembro del Programa de Jóvenes del Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales (PJ Comexi).


David Hernández López


Desde hace varias décadas, Irak ha fungido como espacio de batalla política entre diversos actores internacionales, quienes buscan influir en el gobierno y vida pública del país. Ya sea con la intención de mantener sus privilegios en el terreno o por la necesidad de preservar su seguridad nacional, lo cierto es que, entre enfrentamientos políticos – incluso violentos –, estos actores han dejado a un lado el que debiera ser el principal objeto de la política: el bienestar de la población, en este caso la iraquí.

Empujando la lucha interna por el poder entre los actores nacionales, el intervencionismo ha sido desde hace mucho tiempo una de las anclas que ha mantenido a Irak en un claro estado convulso y de violencia constante. Las pugnas desde el exterior por la defensa de intereses ajenos a las y los iraquíes alimentan en buena medida las diferencias internas y, por tanto, dificultan la resolución de los problemas más apremiantes para la población en general, entre ellos, las bajas tasas de desempleo, el aumento de la violencia, y la falta de diversos servicios básicos como agua, salud, alimento y educación.

Tras la retirada de Estados Unidos de Irak en 2011, el único movimiento local que aparentemente surgió sin apoyo de algún país extranjero fue el de Muqtada al-Sadr. Luego de convertirse en un partido político, en coherencia con sus orígenes, el movimiento Sadrista, de corte chiita, se posicionó discursivamente como la principal fuerza política en contra de la influencia desde el exterior en los asuntos iraquíes.

Tal y como ya había sucedido anteriormente, en las elecciones de 2021 este partido logró obtener los escaños suficientes en el parlamento para que, con apoyo de otras fuerzas políticas, incluidos movimientos sunitas y kurdos, lograra conformar un nuevo gobierno.

Tras varios intentos fallidos y luego de que la Corte Suprema aumentó el umbral para integrar una mayoría calificada, al-Sadr pidió a los legisladores de su partido que renunciaran a sus puestos y disolvió la organización política, decisión que motivó a las protestas generalizadas de sus seguidores en julio pasado.

El freno a la llegada de al-Sadr al poder en Irak forma parte, precisamente, de la confrontación discursiva entre los partidos ligados con fuerzas extranjeras – como Irán – con el nacionalismo y su supuesta independencia del movimiento Sadrista. Los enfrentamientos violentos de los últimos meses entre seguidores de ambas fuerzas políticas y las discrepancias entre las cúpulas partidistas han mantenido vigente a un gobierno provisional, en espera de la conformación de una autoridad permanente, y constantes episodios de violencia que recuerdan a la reciente guerra civil en el país.

En tal contienda por el poder, el pasado 13 de octubre fue elegido un nuevo presidente, cercano al movimiento que agrupa a los partidos proiranies, conocido como Marco de Coordinación. Con el nombramiento, nuevamente se reducen las posibilidades para que al-Sadr forme un gobierno – supuestamente – independiente a la influencia desde el exterior. De este modo, el Marco de Coordinación cuenta con todas las herramientas para elegir como primer ministro (máximo cargo público en ese país) a un político cercano a Irán.

Sin embargo, aunque al-Sadr lograra convertirse en primer ministro de Irak, lo cierto es que, también mantiene relaciones con autoridades al exterior del país, principalmente Estados Unidos.

Por tanto, se puede afirmar que, a pesar del discurso nacionalista de una de las partes, Irak se encuentra intervenido por diversas fuerzas desde el exterior que ahogan el urgente proceso de reconstrucción del país tras la presencia del autodenominado Estado Islámico y la atención de las necesidades más básicas de la población.

Por ahora, todo indica que, lamentablemente, la búsqueda por satisfacer las necesidades económicas y/o de seguridad de actores externos es lo que motiva la lucha política interna, el desacuerdo y la parálisis administrativa en territorio iraquí.


David Hernández López es investigador del Centro de Estudios Internacionales Gilberto Bosques del Senado de la República. Licenciado en Relaciones Internacionales por la Facultad de Estudios Superiores Acatlán (FES Acatlán) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Miembro del Programa de Jóvenes del Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales (PJ Comexi).