/ miércoles 18 de enero de 2023

Poliescenarios | África en 2022: Balance de un año complicado

Omer Freixa

Se despidió un año difícil. La invasión rusa a Ucrania disparó consecuencias globales y África es parte del escenario. Las crisis humanitarias preexistentes fueron agravadas, como la sequía que impactó en el Sahel y el Cuerno de África y que en su conjunto afectan la seguridad alimentaria de unos 60 millones de personas, una bomba de tiempo que no dejó de crecer en 2022 y a la que gran parte del mundo vio con ojos indiferentes.


Tampoco la conflictividad ayudó a mermar el agravamiento general, más que nada pensando en la guerra en Tigray, si bien en noviembre se llegó a un acuerdo de paz luego de dos años de guerra. 2023 será decisivo, ya que en muchos conflictos armados africanos los compromisos firmados varias veces quedan en nada.

El año pasado, la escalada yihadista preocupó. Con el anuncio francés de retirada de Malí los grupos terroristas aplaudieron. El repliegue implica debilidad para dos vecinos: Níger y Burkina Faso, y el aprovechamiento por Rusia del vacío dejado. En suelo burkinabé la inseguridad está ligada a dos golpes de Estado sufridos el año pasado. En Somalía, epicentro de la crisis alimentaria y el país más comprometido, donde más de 7 millones de personas mañana se verán en dificultades para comer, la mitad de la población, el grupo islamista Al Shabab continúa activo hace más de una década.

Nigeria es otro país en el que, con elecciones generales el 25 de febrero, la inseguridad es diaria y puede complicarlas. A las fechorías de Boko Haram, hace tiempo dividido, se suman bandas delictivas, sobre todo en el noroeste, cuyo accionar son los secuestros masivos.

Daño ambiental

Lluvias torrenciales afectaron a más de la mitad de Nigeria en la temporada húmeda, provocando no menos de 600 muertes y percances diversos. Si bien el Cuerno de África padece la peor sequía en 40 años, Sudán del Sur, en 2022, padeció serias inundaciones, con al menos un millón de personas afectadas.


En abril, Sudáfrica también atravesó lluvias intensas, las peores de los últimos años, con casi 500 decesos. Entre otros motivos, el cambio climático se muestra activo en el continente a partir de estos ejemplos en una región que, si bien produce como mucho el 4% del total de gases de efecto invernadero, se lleva la peor parte del problema, como se planteó en la Cumbre del Cambio Climático (COP27) celebrada en noviembre y una vez más con anfitrión africano, Egipto.

De crisis olvidadas

Sin perder de vista, como se indicó al comienzo de este artículo, que millones padecen hambre en varios rincones africanos y que, en líneas generales, el mundo mira para otro lado, República Democrática del Congo siguió olvidada como foco de uno de los conflictos más sanguinarios del presente que ha cobrado la vida de más de 5 millones de personas desde hace un cuarto de siglo.

La novedad el año pasado fue que la Monusco, la misión de pacificación de Naciones Unidas en ese país, tras más de veinte años de intervención sin pausa, no solo no ha logrado la paz, sino que surgieron denuncias de abusos de sus efectivos y ataques contra estos bajo protestas populares masivas por incumplimiento de su obligación de la protección de civiles en zona de conflicto armado, central en su mandato. Esas manifestaciones terminaron en represión y la muerte de decenas de civiles.

Además, se cruzó la persistente rivalidad entre Congo y Rwanda. Ambas se acusan de apoyar a grupos rebeldes que lanzan ataques armados en sus respectivos territorios. Kigali, aliado a Uganda, ha convertido, hace años, el noreste congoleño en un coto de caza de los recursos de uno de los países más ricos en recursos naturales del mundo, pero que le valen el sufrimiento a su ciudadanía atrapada en el negocio sanguinario de su explotación. Asimismo, República Centroafricana, Sudán del Sur, Libia y el norte de Mozambique afianzaron en 2022 su reputación como escenarios de conflictos olvidados.


Política y elecciones

Para no construir una imagen estereotipada de lo africano como catástrofe, hay países que no aparecen mencionados en este texto por no presentar conflictos armados. Se trata de más de la mitad del continente.


El caso de Kenia fue positivo. En agosto, las elecciones se dieron de una forma bastante pacífica frente al miedo que se tenía por la experiencia de finales de 2007 que instauró unas semanas de inestabilidad y la muerte de más de mil personas. El recambio presidencial fue aceptado al final y el nuevo presidente, William Ruto, hasta hace poco vicepresidente, pero opuesto al mandatario saliente que gobernó en forma democrática por una década, mantiene una postura antichina. En campaña amenazó con deportar a ciudadanos de esa nacionalidad en un momento en que el protagonismo del gigante asiático es imparable. Por ejemplo, China en 2022, perdonó la deuda a 17 países africanos. Esta estrategia es clara frente a la competencia estadounidense.


Guinea Ecuatorial tuvo elecciones y las ganó Tedoro Obiang Nguema, con el abrumador 94,9% de los votos, según datos oficiales, un clásico de un régimen autocrático sostenido con base a la renta petrolera y con el gobernante más duradero del planeta (desde 1979). La democracia es una farsa en esta excolonia española y en Túnez el gobierno democrático sufrió un embate duro y espera, a fines de enero, la segunda vuelta de las legislativas. Solo participó un 11% del padrón, lo que muestra el desprestigio del régimen actual encabezado por Kais Saied, responsable del cierre del parlamento en marzo pasado.


Por último, Sudáfrica terminó el año de una forma muy peculiar, con el presidente Cyril Ramaphosa acorralado por serias acusaciones de corrupción, pero parece haber salido a flote. En 2018, el expresidente Jacob Zuma debió renunciar ante la presión de juicio político promovida por el Congreso Nacional Africano, partido en el poder desde 1994, pero aquejado por una fuerte crisis de legitimidad como prueban estos hechos. En contraste, el actual mandatario fue reelecto líder de la agrupación y sería candidato firme a la reelección presidencial en 2024.

OMER FREIXA es profesor de la Universidad Nacional de Tres de Febrero y de la Universidad de Buenos Aires, Argentina. Sígalo en @OmerFreixa

Omer Freixa

Se despidió un año difícil. La invasión rusa a Ucrania disparó consecuencias globales y África es parte del escenario. Las crisis humanitarias preexistentes fueron agravadas, como la sequía que impactó en el Sahel y el Cuerno de África y que en su conjunto afectan la seguridad alimentaria de unos 60 millones de personas, una bomba de tiempo que no dejó de crecer en 2022 y a la que gran parte del mundo vio con ojos indiferentes.


Tampoco la conflictividad ayudó a mermar el agravamiento general, más que nada pensando en la guerra en Tigray, si bien en noviembre se llegó a un acuerdo de paz luego de dos años de guerra. 2023 será decisivo, ya que en muchos conflictos armados africanos los compromisos firmados varias veces quedan en nada.

El año pasado, la escalada yihadista preocupó. Con el anuncio francés de retirada de Malí los grupos terroristas aplaudieron. El repliegue implica debilidad para dos vecinos: Níger y Burkina Faso, y el aprovechamiento por Rusia del vacío dejado. En suelo burkinabé la inseguridad está ligada a dos golpes de Estado sufridos el año pasado. En Somalía, epicentro de la crisis alimentaria y el país más comprometido, donde más de 7 millones de personas mañana se verán en dificultades para comer, la mitad de la población, el grupo islamista Al Shabab continúa activo hace más de una década.

Nigeria es otro país en el que, con elecciones generales el 25 de febrero, la inseguridad es diaria y puede complicarlas. A las fechorías de Boko Haram, hace tiempo dividido, se suman bandas delictivas, sobre todo en el noroeste, cuyo accionar son los secuestros masivos.

Daño ambiental

Lluvias torrenciales afectaron a más de la mitad de Nigeria en la temporada húmeda, provocando no menos de 600 muertes y percances diversos. Si bien el Cuerno de África padece la peor sequía en 40 años, Sudán del Sur, en 2022, padeció serias inundaciones, con al menos un millón de personas afectadas.


En abril, Sudáfrica también atravesó lluvias intensas, las peores de los últimos años, con casi 500 decesos. Entre otros motivos, el cambio climático se muestra activo en el continente a partir de estos ejemplos en una región que, si bien produce como mucho el 4% del total de gases de efecto invernadero, se lleva la peor parte del problema, como se planteó en la Cumbre del Cambio Climático (COP27) celebrada en noviembre y una vez más con anfitrión africano, Egipto.

De crisis olvidadas

Sin perder de vista, como se indicó al comienzo de este artículo, que millones padecen hambre en varios rincones africanos y que, en líneas generales, el mundo mira para otro lado, República Democrática del Congo siguió olvidada como foco de uno de los conflictos más sanguinarios del presente que ha cobrado la vida de más de 5 millones de personas desde hace un cuarto de siglo.

La novedad el año pasado fue que la Monusco, la misión de pacificación de Naciones Unidas en ese país, tras más de veinte años de intervención sin pausa, no solo no ha logrado la paz, sino que surgieron denuncias de abusos de sus efectivos y ataques contra estos bajo protestas populares masivas por incumplimiento de su obligación de la protección de civiles en zona de conflicto armado, central en su mandato. Esas manifestaciones terminaron en represión y la muerte de decenas de civiles.

Además, se cruzó la persistente rivalidad entre Congo y Rwanda. Ambas se acusan de apoyar a grupos rebeldes que lanzan ataques armados en sus respectivos territorios. Kigali, aliado a Uganda, ha convertido, hace años, el noreste congoleño en un coto de caza de los recursos de uno de los países más ricos en recursos naturales del mundo, pero que le valen el sufrimiento a su ciudadanía atrapada en el negocio sanguinario de su explotación. Asimismo, República Centroafricana, Sudán del Sur, Libia y el norte de Mozambique afianzaron en 2022 su reputación como escenarios de conflictos olvidados.


Política y elecciones

Para no construir una imagen estereotipada de lo africano como catástrofe, hay países que no aparecen mencionados en este texto por no presentar conflictos armados. Se trata de más de la mitad del continente.


El caso de Kenia fue positivo. En agosto, las elecciones se dieron de una forma bastante pacífica frente al miedo que se tenía por la experiencia de finales de 2007 que instauró unas semanas de inestabilidad y la muerte de más de mil personas. El recambio presidencial fue aceptado al final y el nuevo presidente, William Ruto, hasta hace poco vicepresidente, pero opuesto al mandatario saliente que gobernó en forma democrática por una década, mantiene una postura antichina. En campaña amenazó con deportar a ciudadanos de esa nacionalidad en un momento en que el protagonismo del gigante asiático es imparable. Por ejemplo, China en 2022, perdonó la deuda a 17 países africanos. Esta estrategia es clara frente a la competencia estadounidense.


Guinea Ecuatorial tuvo elecciones y las ganó Tedoro Obiang Nguema, con el abrumador 94,9% de los votos, según datos oficiales, un clásico de un régimen autocrático sostenido con base a la renta petrolera y con el gobernante más duradero del planeta (desde 1979). La democracia es una farsa en esta excolonia española y en Túnez el gobierno democrático sufrió un embate duro y espera, a fines de enero, la segunda vuelta de las legislativas. Solo participó un 11% del padrón, lo que muestra el desprestigio del régimen actual encabezado por Kais Saied, responsable del cierre del parlamento en marzo pasado.


Por último, Sudáfrica terminó el año de una forma muy peculiar, con el presidente Cyril Ramaphosa acorralado por serias acusaciones de corrupción, pero parece haber salido a flote. En 2018, el expresidente Jacob Zuma debió renunciar ante la presión de juicio político promovida por el Congreso Nacional Africano, partido en el poder desde 1994, pero aquejado por una fuerte crisis de legitimidad como prueban estos hechos. En contraste, el actual mandatario fue reelecto líder de la agrupación y sería candidato firme a la reelección presidencial en 2024.

OMER FREIXA es profesor de la Universidad Nacional de Tres de Febrero y de la Universidad de Buenos Aires, Argentina. Sígalo en @OmerFreixa