/ jueves 9 de septiembre de 2021

En recuerdo de él, de ella, de ellos...tan queridos

Hace año y medio, cuando se anunció oficialmente la pandemia de Covid19 a muchos nos dio un gran miedo. Platicamos con nuestra gente cercana lo que haríamos. Después del miedo, qué haríamos, cómo arreglar las cosas.

Así anduvimos mucho tiempo, días que se hicieron semanas, meses y más de un año, siempre sintiendo la muerte cerca, rondándonos a nosotros, adultos mayores, sabiendo que teníamos el mayor riesgo.

Y de repente, apareció la vacuna y la buscamos a como diera lugar, casi lloraba el día que me la pusieron. Sin embargo, era sólo la primera dosis, así que sentíamos que la muerte no nos había abandonado, aunque quizás se habría alejado. Y llegó la segunda dosis, como a muchos más y, entonces, creíamos que la habíamos librado. Sin embargo, el tercer repunte de la ola de Covid19 nos hizo renacer el miedo al contagio, pero no creíamos que la muerte estuviera tan cerca hasta que comenzaron las noticias de muerte personas cercanas que nos dolían. Algunas de ellas nos dolían mucho, mucho, mucho. Y otra vez, además del miedo y arreglar las cosas, mentalmente y posiblemente en una noche de insomnio porque no es algo que uno platique con gran frescura y desparpajo con la gente cercana a uno.

Y sin embargo, con varios casos muy cercanos, ¿Qué hacer frente a la muerte? ¿Qué hacer cuando se ha muerto alguien a quien uno quiere mucho y que también le duele tanto a gente que uno quiere mucho y duele mucho verlos sufrir? Además, cuando me parece de muy mal gusto tomar una actitud paternalista y encima de esto ofrecer “consejos” o tomar de por ahí algunas frases o discursos grandilocuentes sobre la muerte de nuestro ser querido.

Y sin embargo, decidí escribir sobre la muerte porque creo que, por esta pinche pandemia que nos ha tocado vivir, ha fallecido alguien muy cercano y vale la pena decir algo sobre él, como de corazón no espero que le ocurra a usted. No era mi hermano, como aquel que murió hace seis meses, pero como si lo fuera y realmente me tomó muy desprevenido. ¿Por qué? Porque estaba vacunado y porque no tenía ninguna de las famosas enfermedades crónicas, ni diabetes ni hipertensión ni obesidad. Yo estaba seguro de que la iba a librar y no fue así. Además, porque yo le admiraba la madurez humana que había alcanzado con su forma de vida con una sencillez que yo admiro mucho en la gente en contraste con la madurez que otros buscan, no sé si lo logren, con una vida protagónica.

Y, sin embargo, para qué escribir sobre estas personas cercanas que hemos perdido, para lamentar públicamente nuestro dolor que desgraciadamente es el dolor de muchos y solidarizarnos con el sentimiento de nuestros seres queridos que también tienen su pérdida; también porque parte de su inmortalidad es nuestro recuerdo vivo de ellos que llevaremos hasta el fin de nuestra propia vida. Hace tiempo, para una petición de mis ex compañeros de secundaria, inspirado en el poema “La arboleda perdida” de Rafael Alberti, recordaba esa parte del poema que aludía a precisamente a una pérdida, la propia pérdida de nuestro ser querido, porque con él se pierde parte de nuestra vida:

“Todo era allí como un recuerdo… ahora según me voy adentrándome, haciéndome cada vez más chico, más alejado por esa vía que va a dar al final a <<ese golfo de sombra>> que me espera tan sólo para cerrarse, oigo detrás de mi los pasos, el avance callado, la inflexible invasión de aquella como recordada arboleda perdida de mis años… Entonces es cuando escucho con los ojos, miro con los oídos, dándome vuelta al corazón con la cabeza… cuando por fin, allá, concluido el instante de la última tierra… seamos uno en el hundirnos para siempre, preparado para ese golfo de obscuridad abierta, irremediable, quien sabe si a la derecha de otro nuevo camino… me tumbaré [en el campo o en el patio de mi casa] a recordar, a ser ya todo yo a la total arboleda perdida de mi sangre… y una larga memoria de la que nunca nadie podrá tener noticia, errará escrita por los aires, definitivamente extraviada, definitivamente perdida… “

A menos que alguien conserve su recuerdo para toda nuestra vida, hasta que nosotros mismos nos convirtamos también en arboleda perdida, a menos que alguien recoja nuestro recuerdo.

Hace año y medio, cuando se anunció oficialmente la pandemia de Covid19 a muchos nos dio un gran miedo. Platicamos con nuestra gente cercana lo que haríamos. Después del miedo, qué haríamos, cómo arreglar las cosas.

Así anduvimos mucho tiempo, días que se hicieron semanas, meses y más de un año, siempre sintiendo la muerte cerca, rondándonos a nosotros, adultos mayores, sabiendo que teníamos el mayor riesgo.

Y de repente, apareció la vacuna y la buscamos a como diera lugar, casi lloraba el día que me la pusieron. Sin embargo, era sólo la primera dosis, así que sentíamos que la muerte no nos había abandonado, aunque quizás se habría alejado. Y llegó la segunda dosis, como a muchos más y, entonces, creíamos que la habíamos librado. Sin embargo, el tercer repunte de la ola de Covid19 nos hizo renacer el miedo al contagio, pero no creíamos que la muerte estuviera tan cerca hasta que comenzaron las noticias de muerte personas cercanas que nos dolían. Algunas de ellas nos dolían mucho, mucho, mucho. Y otra vez, además del miedo y arreglar las cosas, mentalmente y posiblemente en una noche de insomnio porque no es algo que uno platique con gran frescura y desparpajo con la gente cercana a uno.

Y sin embargo, con varios casos muy cercanos, ¿Qué hacer frente a la muerte? ¿Qué hacer cuando se ha muerto alguien a quien uno quiere mucho y que también le duele tanto a gente que uno quiere mucho y duele mucho verlos sufrir? Además, cuando me parece de muy mal gusto tomar una actitud paternalista y encima de esto ofrecer “consejos” o tomar de por ahí algunas frases o discursos grandilocuentes sobre la muerte de nuestro ser querido.

Y sin embargo, decidí escribir sobre la muerte porque creo que, por esta pinche pandemia que nos ha tocado vivir, ha fallecido alguien muy cercano y vale la pena decir algo sobre él, como de corazón no espero que le ocurra a usted. No era mi hermano, como aquel que murió hace seis meses, pero como si lo fuera y realmente me tomó muy desprevenido. ¿Por qué? Porque estaba vacunado y porque no tenía ninguna de las famosas enfermedades crónicas, ni diabetes ni hipertensión ni obesidad. Yo estaba seguro de que la iba a librar y no fue así. Además, porque yo le admiraba la madurez humana que había alcanzado con su forma de vida con una sencillez que yo admiro mucho en la gente en contraste con la madurez que otros buscan, no sé si lo logren, con una vida protagónica.

Y, sin embargo, para qué escribir sobre estas personas cercanas que hemos perdido, para lamentar públicamente nuestro dolor que desgraciadamente es el dolor de muchos y solidarizarnos con el sentimiento de nuestros seres queridos que también tienen su pérdida; también porque parte de su inmortalidad es nuestro recuerdo vivo de ellos que llevaremos hasta el fin de nuestra propia vida. Hace tiempo, para una petición de mis ex compañeros de secundaria, inspirado en el poema “La arboleda perdida” de Rafael Alberti, recordaba esa parte del poema que aludía a precisamente a una pérdida, la propia pérdida de nuestro ser querido, porque con él se pierde parte de nuestra vida:

“Todo era allí como un recuerdo… ahora según me voy adentrándome, haciéndome cada vez más chico, más alejado por esa vía que va a dar al final a <<ese golfo de sombra>> que me espera tan sólo para cerrarse, oigo detrás de mi los pasos, el avance callado, la inflexible invasión de aquella como recordada arboleda perdida de mis años… Entonces es cuando escucho con los ojos, miro con los oídos, dándome vuelta al corazón con la cabeza… cuando por fin, allá, concluido el instante de la última tierra… seamos uno en el hundirnos para siempre, preparado para ese golfo de obscuridad abierta, irremediable, quien sabe si a la derecha de otro nuevo camino… me tumbaré [en el campo o en el patio de mi casa] a recordar, a ser ya todo yo a la total arboleda perdida de mi sangre… y una larga memoria de la que nunca nadie podrá tener noticia, errará escrita por los aires, definitivamente extraviada, definitivamente perdida… “

A menos que alguien conserve su recuerdo para toda nuestra vida, hasta que nosotros mismos nos convirtamos también en arboleda perdida, a menos que alguien recoja nuestro recuerdo.