/ lunes 14 de marzo de 2022

Anécdota con Betanzos Castillo

Si, queridos lectores, desde que supe del intempestivo fallecimiento de nuestro gran cronista y gran amigo, el arquitecto Miguel Ángel Betanzos, mi alma llora ante la pérdida de un gran amigo que se va.

Ya no repetiré datos biográficos de este gran investigador histórico, publicados en varios medios. Solo resaltaré que Betanzos nos reveló el pasado tlahuica de nuestra antigua ciudad de Cuernavaca como nadie y descubrió a través de sus estudios que la hoy Cuernavaca, otrora la vieja Cuauhnáhuac, fue planeada siguiendo la Traza Astronómica prehispánica del Equinoccio y que con planos del INEGI comprobó que el Km. 0 se encuentra frente al Jardín Borda. Ahí, sobre la Av. Morelos se colocó la placa que representará los ejes del equinoccio en lo sucesivo.

En cambio, les hablaré del buen amigo que fue. Aquí entra, en mi caso personal, una difícil anécdota que viví en la que no sé cómo, apareció Migue, como le decía yo amigablemente. Cito solo una de las tantas que vivimos. Verán. Un día me llama un muy buen sacerdote de la Diócesis de Cuernavaca que vivió ese mundo fascinante que rodeó a don Sergio Méndez Arceo y me pide le lleve por favor mi libro Los Volcanes de Cuernavaca al nuevo obispo que recién había relevado a don Florencio Olvera Ochoa porque lo quería leer. Y su alegría era que tras todos los obispos que llegaron después de Méndez Arceo y que lo hicieron con línea dura contra el Obispo Rojo, al fin llegaba uno diferente. “Esta vez Lya, qué alegría, el nuevo obispo me lo pidió. Por favor llévaselo tú que eres la autora. Ya verás que le va a interesar mucho”. -¿Ud. cree padre? pregunté escéptica. “Claro, ya verás hija, ya hay un cambio”.

Y ahí voy queridos lectores. Entro a Catedral, llego a su oficina, me acredito, digo el asunto y me pasan. Entré esperando una cita amable. Lo ví sentado, muy derecho frente a su escritorio. Su actitud no verbal me debió de haber alertado, pero no lo vi. Me saluda, me siento, le presento el libro y le comienzo a narrar el porqué de esas entrevistas que hice y de mi admiración a esa época. Él, callado, sólo me escuchaba. Abre el libro, lo hojea apenas, lo cierra de golpe y de pronto comienza a aporrear la mesa con la palma abierta de su mano derecha profiriendo: “¡Esta no es la Catedral de don Sergio!. ¡No es la Catedral de don Sergio!”. En ese momento yo, mucho más correcta que él, le respondí: “¡Pero sí es su símbolo desde la formidable restauración teológica-arquitectónica que se atrevió a realizar hasta llegar al viejo templo conventual franciscano del S. XVI, anticipándose al Concilio Vaticano II, pero ¿sabe qué Sr. Obispo?, no tiene caso que le deje mi libro. Con permiso y disculpe este mal momento. Me llevo mi libro”. ¡No!, -me respondió-, déjemelo, lo leeré con muuuucha atención, (dijo la palabra con entonación intencionada). “Como ud. quiera. Con permiso”. Salí.

Atravesé el claustro seguida por las miradas de las maravillosas imágenes del siglo XVI y XVII descubiertas por los trabajos que implementó don Sergio en toda la Catedral y llegué desolada a la calle Hidalgo, frente a la entrada principal. Al comenzar a cruzarla me alcanza mi amigo, el arquitecto, investigador y multi reconocido cronista Miguel Ángel Betanzos y me pregunta: “Qué te pasa Lya, ¿estás llorando?”. No, bueno, sí, un poco. La verdad es que acabo de recibir un balde de agua helada del nuevo obispo. Y pensar que los padres aquí, creen que al fin, comenzará para ellos una nueva etapa. Y le conté”. --No te preocupes Lya. No le hagas caso a este obispo es un hombre inculto, también entre los obispos hay los incapaces de entender cuando están ante todo un personaje como fue don Sergio. De seguro, con esta actitud que mostró ante ti, a este obispo nadie lo recordará, en cambio don Sergio será siempre ¡Don Sergio!. No te vayas así, me dijo. Vente, acompáñame a la Nave Mayor. Te voy a enseñar algo que te va a gustar. Son los retratos de los tlacuilos (pintores indígenas) que se pintaron así mismos bajo el Sotocoro de la Nave Mayor de nuestra Catedral y que los dejaron plasmados alrededor y sobre el bautisterio. ¡Míralos!-- Exclamó al señalarlos feliz con una inmensa sonrisa, tan grande que me hizo sonreír de nuevo.

Así es que, queridos lectores, ahora que ya partió mi amigo el gran cronista de Cuernavaca, Miguel Ángel Betanzos Castillo, estoy segura que al regresar a Catedral y mirar esos rostros, ellos como yo, lo haremos lamentando su ausencia.

Y hasta el próximo lunes.


Si, queridos lectores, desde que supe del intempestivo fallecimiento de nuestro gran cronista y gran amigo, el arquitecto Miguel Ángel Betanzos, mi alma llora ante la pérdida de un gran amigo que se va.

Ya no repetiré datos biográficos de este gran investigador histórico, publicados en varios medios. Solo resaltaré que Betanzos nos reveló el pasado tlahuica de nuestra antigua ciudad de Cuernavaca como nadie y descubrió a través de sus estudios que la hoy Cuernavaca, otrora la vieja Cuauhnáhuac, fue planeada siguiendo la Traza Astronómica prehispánica del Equinoccio y que con planos del INEGI comprobó que el Km. 0 se encuentra frente al Jardín Borda. Ahí, sobre la Av. Morelos se colocó la placa que representará los ejes del equinoccio en lo sucesivo.

En cambio, les hablaré del buen amigo que fue. Aquí entra, en mi caso personal, una difícil anécdota que viví en la que no sé cómo, apareció Migue, como le decía yo amigablemente. Cito solo una de las tantas que vivimos. Verán. Un día me llama un muy buen sacerdote de la Diócesis de Cuernavaca que vivió ese mundo fascinante que rodeó a don Sergio Méndez Arceo y me pide le lleve por favor mi libro Los Volcanes de Cuernavaca al nuevo obispo que recién había relevado a don Florencio Olvera Ochoa porque lo quería leer. Y su alegría era que tras todos los obispos que llegaron después de Méndez Arceo y que lo hicieron con línea dura contra el Obispo Rojo, al fin llegaba uno diferente. “Esta vez Lya, qué alegría, el nuevo obispo me lo pidió. Por favor llévaselo tú que eres la autora. Ya verás que le va a interesar mucho”. -¿Ud. cree padre? pregunté escéptica. “Claro, ya verás hija, ya hay un cambio”.

Y ahí voy queridos lectores. Entro a Catedral, llego a su oficina, me acredito, digo el asunto y me pasan. Entré esperando una cita amable. Lo ví sentado, muy derecho frente a su escritorio. Su actitud no verbal me debió de haber alertado, pero no lo vi. Me saluda, me siento, le presento el libro y le comienzo a narrar el porqué de esas entrevistas que hice y de mi admiración a esa época. Él, callado, sólo me escuchaba. Abre el libro, lo hojea apenas, lo cierra de golpe y de pronto comienza a aporrear la mesa con la palma abierta de su mano derecha profiriendo: “¡Esta no es la Catedral de don Sergio!. ¡No es la Catedral de don Sergio!”. En ese momento yo, mucho más correcta que él, le respondí: “¡Pero sí es su símbolo desde la formidable restauración teológica-arquitectónica que se atrevió a realizar hasta llegar al viejo templo conventual franciscano del S. XVI, anticipándose al Concilio Vaticano II, pero ¿sabe qué Sr. Obispo?, no tiene caso que le deje mi libro. Con permiso y disculpe este mal momento. Me llevo mi libro”. ¡No!, -me respondió-, déjemelo, lo leeré con muuuucha atención, (dijo la palabra con entonación intencionada). “Como ud. quiera. Con permiso”. Salí.

Atravesé el claustro seguida por las miradas de las maravillosas imágenes del siglo XVI y XVII descubiertas por los trabajos que implementó don Sergio en toda la Catedral y llegué desolada a la calle Hidalgo, frente a la entrada principal. Al comenzar a cruzarla me alcanza mi amigo, el arquitecto, investigador y multi reconocido cronista Miguel Ángel Betanzos y me pregunta: “Qué te pasa Lya, ¿estás llorando?”. No, bueno, sí, un poco. La verdad es que acabo de recibir un balde de agua helada del nuevo obispo. Y pensar que los padres aquí, creen que al fin, comenzará para ellos una nueva etapa. Y le conté”. --No te preocupes Lya. No le hagas caso a este obispo es un hombre inculto, también entre los obispos hay los incapaces de entender cuando están ante todo un personaje como fue don Sergio. De seguro, con esta actitud que mostró ante ti, a este obispo nadie lo recordará, en cambio don Sergio será siempre ¡Don Sergio!. No te vayas así, me dijo. Vente, acompáñame a la Nave Mayor. Te voy a enseñar algo que te va a gustar. Son los retratos de los tlacuilos (pintores indígenas) que se pintaron así mismos bajo el Sotocoro de la Nave Mayor de nuestra Catedral y que los dejaron plasmados alrededor y sobre el bautisterio. ¡Míralos!-- Exclamó al señalarlos feliz con una inmensa sonrisa, tan grande que me hizo sonreír de nuevo.

Así es que, queridos lectores, ahora que ya partió mi amigo el gran cronista de Cuernavaca, Miguel Ángel Betanzos Castillo, estoy segura que al regresar a Catedral y mirar esos rostros, ellos como yo, lo haremos lamentando su ausencia.

Y hasta el próximo lunes.