/ lunes 9 de octubre de 2023

En el olvido oficial, un inequívoco símbolo de nuestra identidad nacional

Fíjense, queridos lectores, cuántas veces la historia oficial olvida a grandes personajes que nos antecedieron a las generaciones actuales. Uno de ellos, cuyo nombre significa “Águila que desciende”, es Cuauhtémoc, último Huey Tlatoani o rey-sacerdote azteca-mexica de la gran México-Tenochtitlan, quien muy joven tomó el mando de su pueblo en medio de la guerra en plena conquista española. Hijo del tlatoani Ahuízotl, octavo señor de México, a corta edad queda huérfano de padre, pero termina su educación como guerrero en el Calmecac.

Su nombre que significa “Águila que desciende” fue premonitorio. Proviene del náhuatl y es la combinación de dos palabras: Cuauhtli, que significa águila, témoc, pretérito de temo, bajar, descender. En la antigua Tenochtitlan todos los individuos tenían nombres acordes a su misión de vida que no se asignaban al azar. Con apoyo del espejo de los dioses, con el antiguo libro sagrado y el momento astronómico de la fecha de nacimiento, se le asignaba un nombre al recién nacido que definiría su carácter y sus habilidades, pero también su destino. En el caso del nombre Cuauhtémoc, el primer simbolismo es el águila, ave admirada por ser la que más cerca del sol vuela de todas las demás. El segundo, el “atardecer” o el “ocaso del día” que es el momento justo en el que el sol se pone en el horizonte. El tercer significado sería profético, dentro de la cosmovisión azteca-mexica, el sol Tonatiuh, no era un dios personal de los antiguos o un objeto de culto en sí mismo, pero era venerado precisamente porque se le consideraba el recipiente sagrado o el lugar donde se almacenaba la energía divina que mantenía la vida de la tierra.

Sucesor de Cuitláhuac, hay quien sitúa a éste como hermano de su señora madre y por lo tanto tío de Cuauhtémoc y antes de él, de Moctezuma Xocoyotzin. A la muerte de su tío, quedó como el último líder de un pueblo y de un momento histórico que marcó el fin de una era y dio inició a otra. Sin embargo, por la heroica defensa que realizó en 1521 y la reciedumbre y dignidad con la que resistió el tormento ya capturado, “que acaso yo estoy en un lecho de rosas”, respondió a las quejas de Tetlepanquetzal uno de sus compañeros de tortura, se le considera un inequívoco símbolo de nuestra identidad nacional. Pocas horas antes de la caída de México-Tenochtitlan, todavía se dio el tiempo de dirigirle un último mensaje a su pueblo. Así les habló:

“Muy prontamente reunámonos y estrechémonos. Y en el centro de nuestro ser ocultemos todo lo que nuestro corazón ama y que sabemos es gran tesoro. Destruyamos nuestros recintos al principio creador: Nuestras escuelas, nuestros campos de pelota, nuestros recintos para la juventud, nuestras casas para el canto y el juego…”.

En ese momento de caos, fue uno de los jóvenes jefes militares más entusiastas que participaron en la emblemática victoria que obtuvieron los aztecas-mexicas cuando obligaron a Cortés y a sus tropas a huir de la capital rumbo a Tlacopan, momento histórico conocido como el Día de la Noche Triste, para Cortés, por lo que al acabar la viruela con su tío Cuitláhuac en noviembre de 1520, Cuauhtémoc fue elegido su sucesor. Ante tanto mérito, es inexplicable que oficialmente este último tlatoani no exista para nuestros gobernantes. Aquí en Cuernavaca, si se recordó y mucho en diversos ámbitos.

Quien esto escribe presenció el que organizó el emblemático Supremo Consejo de Cuauhnáhuac el pasado 27 de septiembre en el Auditorio Teopanzolco. Fue a través de un homenaje llamado La Consigna de Anáhuac, que con danzas prehispánicas, rituales y música con los instrumentos ancestrales, increíbles penachos y demás atavíos, el grupo llamado Gente Roja logró lo impensable, una gran asistencia como nunca se había visto en el lugar con esos temas.

Ciertamente ya pasó el evento, pero ante la entusiasta respuesta del público me queda el pensamiento: ¿Por qué nunca se conmemoran sus méritos? Los logros de uno de los últimos grandes guerreros aztecas-mexicas que, con valentía, coraje y arrojo, ejecutó la gran derrota de Cortés que estuvo a punto de acabar con su sueño de conquista. Víctima de traiciones e incluso de los acomodos políticos de España que a él y a otros comandantes militares los mantuvieron durante cuatro años prisioneros, luego de su entrega para evitar la masacre de su pueblo y más tarde torturado, jamás reveló la ubicación del oro del pueblo de México que tanto buscaban los españoles. Con este gran evento al que asistí feliz, como feliz estaba el director del gran auditorio Hugo Juárez por el triunfo del evento, recordé a ese gran joven guerrero y ahora lo comparto con ustedes.

Y hasta el próximo lunes.

Fíjense, queridos lectores, cuántas veces la historia oficial olvida a grandes personajes que nos antecedieron a las generaciones actuales. Uno de ellos, cuyo nombre significa “Águila que desciende”, es Cuauhtémoc, último Huey Tlatoani o rey-sacerdote azteca-mexica de la gran México-Tenochtitlan, quien muy joven tomó el mando de su pueblo en medio de la guerra en plena conquista española. Hijo del tlatoani Ahuízotl, octavo señor de México, a corta edad queda huérfano de padre, pero termina su educación como guerrero en el Calmecac.

Su nombre que significa “Águila que desciende” fue premonitorio. Proviene del náhuatl y es la combinación de dos palabras: Cuauhtli, que significa águila, témoc, pretérito de temo, bajar, descender. En la antigua Tenochtitlan todos los individuos tenían nombres acordes a su misión de vida que no se asignaban al azar. Con apoyo del espejo de los dioses, con el antiguo libro sagrado y el momento astronómico de la fecha de nacimiento, se le asignaba un nombre al recién nacido que definiría su carácter y sus habilidades, pero también su destino. En el caso del nombre Cuauhtémoc, el primer simbolismo es el águila, ave admirada por ser la que más cerca del sol vuela de todas las demás. El segundo, el “atardecer” o el “ocaso del día” que es el momento justo en el que el sol se pone en el horizonte. El tercer significado sería profético, dentro de la cosmovisión azteca-mexica, el sol Tonatiuh, no era un dios personal de los antiguos o un objeto de culto en sí mismo, pero era venerado precisamente porque se le consideraba el recipiente sagrado o el lugar donde se almacenaba la energía divina que mantenía la vida de la tierra.

Sucesor de Cuitláhuac, hay quien sitúa a éste como hermano de su señora madre y por lo tanto tío de Cuauhtémoc y antes de él, de Moctezuma Xocoyotzin. A la muerte de su tío, quedó como el último líder de un pueblo y de un momento histórico que marcó el fin de una era y dio inició a otra. Sin embargo, por la heroica defensa que realizó en 1521 y la reciedumbre y dignidad con la que resistió el tormento ya capturado, “que acaso yo estoy en un lecho de rosas”, respondió a las quejas de Tetlepanquetzal uno de sus compañeros de tortura, se le considera un inequívoco símbolo de nuestra identidad nacional. Pocas horas antes de la caída de México-Tenochtitlan, todavía se dio el tiempo de dirigirle un último mensaje a su pueblo. Así les habló:

“Muy prontamente reunámonos y estrechémonos. Y en el centro de nuestro ser ocultemos todo lo que nuestro corazón ama y que sabemos es gran tesoro. Destruyamos nuestros recintos al principio creador: Nuestras escuelas, nuestros campos de pelota, nuestros recintos para la juventud, nuestras casas para el canto y el juego…”.

En ese momento de caos, fue uno de los jóvenes jefes militares más entusiastas que participaron en la emblemática victoria que obtuvieron los aztecas-mexicas cuando obligaron a Cortés y a sus tropas a huir de la capital rumbo a Tlacopan, momento histórico conocido como el Día de la Noche Triste, para Cortés, por lo que al acabar la viruela con su tío Cuitláhuac en noviembre de 1520, Cuauhtémoc fue elegido su sucesor. Ante tanto mérito, es inexplicable que oficialmente este último tlatoani no exista para nuestros gobernantes. Aquí en Cuernavaca, si se recordó y mucho en diversos ámbitos.

Quien esto escribe presenció el que organizó el emblemático Supremo Consejo de Cuauhnáhuac el pasado 27 de septiembre en el Auditorio Teopanzolco. Fue a través de un homenaje llamado La Consigna de Anáhuac, que con danzas prehispánicas, rituales y música con los instrumentos ancestrales, increíbles penachos y demás atavíos, el grupo llamado Gente Roja logró lo impensable, una gran asistencia como nunca se había visto en el lugar con esos temas.

Ciertamente ya pasó el evento, pero ante la entusiasta respuesta del público me queda el pensamiento: ¿Por qué nunca se conmemoran sus méritos? Los logros de uno de los últimos grandes guerreros aztecas-mexicas que, con valentía, coraje y arrojo, ejecutó la gran derrota de Cortés que estuvo a punto de acabar con su sueño de conquista. Víctima de traiciones e incluso de los acomodos políticos de España que a él y a otros comandantes militares los mantuvieron durante cuatro años prisioneros, luego de su entrega para evitar la masacre de su pueblo y más tarde torturado, jamás reveló la ubicación del oro del pueblo de México que tanto buscaban los españoles. Con este gran evento al que asistí feliz, como feliz estaba el director del gran auditorio Hugo Juárez por el triunfo del evento, recordé a ese gran joven guerrero y ahora lo comparto con ustedes.

Y hasta el próximo lunes.