/ lunes 16 de octubre de 2023

Una familia genial narrada, en parte, desde Cuernavaca (I)

Perdón, queridos lectores, que comience hablando en primera persona diciendo que al igual que el verso de la poetisa brasileña Cora Coralina, “…estoy hecha de retazos, pedacitos coloridos de cada vida que pasa por la mía y que voy cosiendo en el alma. No siempre son bonitos, ni siempre felices, pero me agregan y me hacen ser quien soy…”.

Ese verso lo hago mío, ya que a lo largo de mi carrera como periodista entrevisté a tantos y tantas, famosos o no, pero todos interesantes, que lo que aprendí de ellos desde mi preciosa ciudad de Cuernavaca lo traigo pegadito junto a mí.

Por lo general no me era muy difícil lograr mis entrevistas, claro está con sus honrosas excepciones, otras, pocas, entrañables amigos míos me ayudaron a conseguirlas, como la última que se le hizo al padre del Psicoanálisis en México, Santiago Ramírez, autor de “Infancia es destino”, a quien yo sin pedirla, sentada platicando feliz de la vida junto a mi amigo el antropólogo y navegante Santiago Genovés en su biblioteca, de pronto lo veo marcar un teléfono y decir: “Santiago, está conmigo una periodista, amiga mía, que te hará una muy buena entrevista, va a tu casa en unos momentos a platicar contigo”. Esa fue la última entrevista que dio en vida y ¡me la dio a mí!, gracias a Santiago.

Por cierto, cuando muere el Dr. Ramírez, saca Proceso, decían que a ese medio dio la última hacía diez años y desde entonces a nadie más y un día después, en El Universal, salió mi entrevista hecha hacía poco, con todo y fotos, del Dr. Ramírez posando con una bata escocesa a cuadros, de frente, de perfil. Por cierto, cuando tiempo después saludé a don Julio Scherer, le pregunté porque lo conocía: ¿Se acuerda de mí?, él me respondió con una sonrisa cargada de intención: “Quisiera no acordarme, doña Lya”, refiriéndose a que les gané esa entrevista. A la distancia le mando un beso con mi gratitud a Genovés que ha de seguir navegando, pero ahora entre nubes. Pero de lo más arduo para conseguir una entrevista exclusiva, sin lugar a dudas, ha sido llegar a Rosaura Revueltas, quien paradójicamente vivió y murió en mi ciudad, sabía que hacía unos años había dado una que otra entrevista, pero ya no. A nadie. Si hacía unos años era difícil hablar con ella, ahora, mientras más se acercaba a su fin, peor.

Yo insistía en buscarla, ella en cambio, más se hacía invisible. Me urgía entrevistarla por varios motivos, uno era porque Rosaura era un orgulloso miembro de la familia Revueltas que ha sido llamada “una familia imprescindible del siglo XX” y la tenía aquí en Cuernavaca. Tan cerca y tan lejos al mismo tiempo. Otro, era que sabía que la actriz batallaba contra un cáncer de pulmón y…. me urgía platicar con ella. Otro motivo, era pedirle que me platicara algo de José Revueltas, su hermano.

¿Por qué he admirado tanto a José? Tal vez se preguntarán. Fíjense que tuve la enorme fortuna de todavía poder leer, cuando lo hacía con facilidad en papel, sus obras completas, por lo que a pesar de lo lejos que siempre estuvo de mi vida, en tiempos, en edad, en todo: él activista, yo no; él anarquista, yo no; él comunista, yo no, pero admiraba tanto sus letras, tan irremediablemente unidas a su pasión por combatir lo incombatible, que deseaba escuchar de Rosaura un término que lo definiera. Y lo logré.

Cuatro de los diez hermanos destacaron en Música, en Letras, en Arte y Rosaura fue, muchos años atrás, magia pura en el escenario. Sabía yo que practicaba yoga en su casa con algunas conocidas, ya muy pocas, por lo que me acerqué sin decirle que era yo periodista, porqué para qué mencionárselo, me iba a rechazar. Logré que me aceptara en el yoga, como una alumna más, a pesar de que nunca he sido adepta a esa disciplina, es más, les confieso, aquí en petite comité, que me choca. De esa manera, poco a poco, casi en pedacitos fui obteniendo lo que logré saber de su vida por ella misma, pero sobre todo obtuve la mejor definición que me dio de su hermano: “Mira Lya, Pepe era la revolución misma”, ¡claro! le respondí. “Tuvo tres ingresos a la cárcel por sus ideas y manifestarlas en público, la primera a los 16 años, la segunda en los años 50 todavía se vivía el México Rojo y la última en el 68, decían que Pepe era uno de los principales organizadores, por cierto, al salir de Lecumberri, decepcionado, renunció al Partido Comunista, murió a los pocos años, ya no recuerdo cuántos”.

Y hasta el próximo lunes.

Perdón, queridos lectores, que comience hablando en primera persona diciendo que al igual que el verso de la poetisa brasileña Cora Coralina, “…estoy hecha de retazos, pedacitos coloridos de cada vida que pasa por la mía y que voy cosiendo en el alma. No siempre son bonitos, ni siempre felices, pero me agregan y me hacen ser quien soy…”.

Ese verso lo hago mío, ya que a lo largo de mi carrera como periodista entrevisté a tantos y tantas, famosos o no, pero todos interesantes, que lo que aprendí de ellos desde mi preciosa ciudad de Cuernavaca lo traigo pegadito junto a mí.

Por lo general no me era muy difícil lograr mis entrevistas, claro está con sus honrosas excepciones, otras, pocas, entrañables amigos míos me ayudaron a conseguirlas, como la última que se le hizo al padre del Psicoanálisis en México, Santiago Ramírez, autor de “Infancia es destino”, a quien yo sin pedirla, sentada platicando feliz de la vida junto a mi amigo el antropólogo y navegante Santiago Genovés en su biblioteca, de pronto lo veo marcar un teléfono y decir: “Santiago, está conmigo una periodista, amiga mía, que te hará una muy buena entrevista, va a tu casa en unos momentos a platicar contigo”. Esa fue la última entrevista que dio en vida y ¡me la dio a mí!, gracias a Santiago.

Por cierto, cuando muere el Dr. Ramírez, saca Proceso, decían que a ese medio dio la última hacía diez años y desde entonces a nadie más y un día después, en El Universal, salió mi entrevista hecha hacía poco, con todo y fotos, del Dr. Ramírez posando con una bata escocesa a cuadros, de frente, de perfil. Por cierto, cuando tiempo después saludé a don Julio Scherer, le pregunté porque lo conocía: ¿Se acuerda de mí?, él me respondió con una sonrisa cargada de intención: “Quisiera no acordarme, doña Lya”, refiriéndose a que les gané esa entrevista. A la distancia le mando un beso con mi gratitud a Genovés que ha de seguir navegando, pero ahora entre nubes. Pero de lo más arduo para conseguir una entrevista exclusiva, sin lugar a dudas, ha sido llegar a Rosaura Revueltas, quien paradójicamente vivió y murió en mi ciudad, sabía que hacía unos años había dado una que otra entrevista, pero ya no. A nadie. Si hacía unos años era difícil hablar con ella, ahora, mientras más se acercaba a su fin, peor.

Yo insistía en buscarla, ella en cambio, más se hacía invisible. Me urgía entrevistarla por varios motivos, uno era porque Rosaura era un orgulloso miembro de la familia Revueltas que ha sido llamada “una familia imprescindible del siglo XX” y la tenía aquí en Cuernavaca. Tan cerca y tan lejos al mismo tiempo. Otro, era que sabía que la actriz batallaba contra un cáncer de pulmón y…. me urgía platicar con ella. Otro motivo, era pedirle que me platicara algo de José Revueltas, su hermano.

¿Por qué he admirado tanto a José? Tal vez se preguntarán. Fíjense que tuve la enorme fortuna de todavía poder leer, cuando lo hacía con facilidad en papel, sus obras completas, por lo que a pesar de lo lejos que siempre estuvo de mi vida, en tiempos, en edad, en todo: él activista, yo no; él anarquista, yo no; él comunista, yo no, pero admiraba tanto sus letras, tan irremediablemente unidas a su pasión por combatir lo incombatible, que deseaba escuchar de Rosaura un término que lo definiera. Y lo logré.

Cuatro de los diez hermanos destacaron en Música, en Letras, en Arte y Rosaura fue, muchos años atrás, magia pura en el escenario. Sabía yo que practicaba yoga en su casa con algunas conocidas, ya muy pocas, por lo que me acerqué sin decirle que era yo periodista, porqué para qué mencionárselo, me iba a rechazar. Logré que me aceptara en el yoga, como una alumna más, a pesar de que nunca he sido adepta a esa disciplina, es más, les confieso, aquí en petite comité, que me choca. De esa manera, poco a poco, casi en pedacitos fui obteniendo lo que logré saber de su vida por ella misma, pero sobre todo obtuve la mejor definición que me dio de su hermano: “Mira Lya, Pepe era la revolución misma”, ¡claro! le respondí. “Tuvo tres ingresos a la cárcel por sus ideas y manifestarlas en público, la primera a los 16 años, la segunda en los años 50 todavía se vivía el México Rojo y la última en el 68, decían que Pepe era uno de los principales organizadores, por cierto, al salir de Lecumberri, decepcionado, renunció al Partido Comunista, murió a los pocos años, ya no recuerdo cuántos”.

Y hasta el próximo lunes.