/ lunes 11 de septiembre de 2023

Cuexcomates: un ícono de la región que podría extinguirse

Utilizados para el almacenamiento de granos desde la época olmeca, hoy quedan sólo 10 en el pueblo de Chalcatzingo, en Jantetelco, y pronto podrían destruirse

Hubo un tiempo en que cada una de las casas de Chalcatzingo tenía su propio cuexcomate, silos monumentales que se utilizaban para almacenar granos, especialmente maíz, frijol y cacahuate. Dentro, las semillas podían durar años y al llevarlas a la cocina estaban tan frescas como si hubieran sido traídas del campo ese mismo día. Aquella tecnología fue ideada por los ancestros olmecas y transmitida de generación en generación hasta mediados del siglo XX, cuando los cuexcomates empezaron a desaparecer.

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"Todavía hasta 1982 lo seguíamos usando para guardar frijol chino y semilla de calabaza. Antes había harto cuexcomate, todos tenían uno, pero ahora se está perdiendo", dice Apolinar Patiño, frente al viejo cuexcomate que se erige en el centro del patio desde 1933, cuando fue construido.

Cuando Apolinar nació, el cuexcomate ya estaba aquí. Lo estaba cuando dio sus primeros pasos, cuando conoció a su esposa y cuando nacieron sus hijos y nietos, pero hoy sólo espera que el sombrero de zacate, en el que descansan dos panales de avispas, se venga abajo para destruirlo y liberar el espacio que ocupa.

"Le dije a mi esposa que quería echarle una losa arriba, pero de todas formas ya no guardamos ahí nada, entonces se tira y ya. Nada más que el zacate acabe de deshacerse y eso es lo que va a pasar, porque ya no lo ocupamos, ya es un lujo. Nosotros, como pobres, para invertirle, no tenemos", dice Apolinar, resignado.

Repararlo costaría 50 mil pesos. Don Apolinar, un viejo campesino de 73 años, no puede costearlo.

Los últimos cuexcomates

Héctor Martínez dice que en el pueblo sólo quedan 10 cuexcomates de los antiguos. Los ha contado. Héctor, que habla náhuatl, tiene 20 años y es casi un fanático de estas estructuras. Hoy es el habitante más joven de Chalcatzingo que se dedica a fabricarlas, y está orgulloso de serlo.

"Trabajé con el difunto Lucio Barranco, artesano del pueblo. Fue casualidad, porque yo sólo le iba a ayudar, pero hasta ahí. Pero poco a poco le agarré el gusto y, como es algo representativo de la comunidad, me llamó la atención", dice Héctor mientras caminamos por las calles del pueblo.

Hemos venido en busca de cuexcomates. No de las piezas artesanales, hechas a pequeña escala, que se fabrican en un par de días y son vendidas como souvenir entre los 300 y los 600 pesos, sino de aquellos que se han resistido al paso del tiempo, que se erigen aún en diez patios como diez silenciosos testigos de una época que ya no existe.

Nuestra ruta tiene un destino: a sólo unos pasos de la zona arqueológica de Chalcatzingo, Héctor acaba de terminar un cuexcomate de seis metros de altura, completamente funcional, siguiendo el proceso que le heredó el maestro Barranco.

"Hacemos un ritual para que nuestros ancestros nos ayuden a elaborarlo, porque a final de cuentas esto fue en la cultura prehispánica. No sabemos quién hizo el primer cuexcomate, si se enojará... Así que le pedimos permiso, yo realizo un ritual y gracias a Dios ha salido bien", nos cuenta.

El cuexcomate de Héctor

El cuexcomate es un emblema de la tradición agrícola prehispánica. Estas edificaciones surgieron como una respuesta inteligente y práctica de los antiguos pobladores mesoamericanos para enfrentar los desafíos de la conservación de alimentos. En una época donde la refrigeración moderna era impensable, ofrecían una solución natural para prolongar la vida útil de los granos, preservando así la vitalidad y frescura de estos insumos básicos de la dieta.

"Antes la base se hacía de lodo, de barro, pero ahora es con cemento. La olla está hecha con tierra de atocle, que se da aquí en Chalcatzingo, que es entre chiclosa y arenuda, pero hay que buscar un término medio, para que no se cuartee. El zacate está revuelto con la tierra", explica Héctor.

El "sombrero" es puro zacate con vara de cuilote, que crece en los cerros de Chalcatzingo y sólo se recolecta a fuerza de largos andares y gotas de sudor en la espalda.

Gudelia Servín | El Sol de Cuautla

"Esta vara logra que no se eche a perder el zacate".

Es ya el mediodía y el sol no ha alcanzado su posición más alta, pero, en los hombros y la nuca, se siente como si estuviera a dos metros. Héctor está orgulloso: en la sutil curva de sus manos se esconde la destreza heredada de generaciones que supieron moldear el barro y tejer el zacate.

"Yo vengo a menudo a la zona arqueológica, a realizar rituales y a dar las gracias. Nos inculcaron dioses blancos, pero al final de cuentas venimos de nuestra cultura y hay que rescatar eso. También vengo a dar la bienvenida a la primavera", dice Héctor.

Es verano. Más tarde, a las ocho de la noche, empezará a llover. Siglos atrás, Héctor, que entonces habría tenido otro nombre, lo sabría perfectamente, porque conocería el lenguaje del firmamento. Estaría subiendo la escalera que conduce a la boca grande de su cuexcomate para depositar las semillas del campo.

Hoy sube porque va a posar para una foto. Con la vista clavada en los cerros que circundan el antiguo asentamiento olmeca, en el que reposan dos pirámides milenarias y más de 40 petrograbados con reyes, jaguares y monstruos sempiternos, está convencido del papel que le fue asignado: evitar que los cuexcomates sean destruidos y ser maestro artesano de quienes son más jóvenes que él. Y de aquellos que aún no nacen.


Hacemos un ritual para que nuestros ancestros nos ayuden a elaborarlo, porque a final de cuentas esto fue en la cultura prehispánica. No sabemos quién hizo el primer cuexcomate, si se enojará

Héctor Martínez, artesano






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Hubo un tiempo en que cada una de las casas de Chalcatzingo tenía su propio cuexcomate, silos monumentales que se utilizaban para almacenar granos, especialmente maíz, frijol y cacahuate. Dentro, las semillas podían durar años y al llevarlas a la cocina estaban tan frescas como si hubieran sido traídas del campo ese mismo día. Aquella tecnología fue ideada por los ancestros olmecas y transmitida de generación en generación hasta mediados del siglo XX, cuando los cuexcomates empezaron a desaparecer.

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"Todavía hasta 1982 lo seguíamos usando para guardar frijol chino y semilla de calabaza. Antes había harto cuexcomate, todos tenían uno, pero ahora se está perdiendo", dice Apolinar Patiño, frente al viejo cuexcomate que se erige en el centro del patio desde 1933, cuando fue construido.

Cuando Apolinar nació, el cuexcomate ya estaba aquí. Lo estaba cuando dio sus primeros pasos, cuando conoció a su esposa y cuando nacieron sus hijos y nietos, pero hoy sólo espera que el sombrero de zacate, en el que descansan dos panales de avispas, se venga abajo para destruirlo y liberar el espacio que ocupa.

"Le dije a mi esposa que quería echarle una losa arriba, pero de todas formas ya no guardamos ahí nada, entonces se tira y ya. Nada más que el zacate acabe de deshacerse y eso es lo que va a pasar, porque ya no lo ocupamos, ya es un lujo. Nosotros, como pobres, para invertirle, no tenemos", dice Apolinar, resignado.

Repararlo costaría 50 mil pesos. Don Apolinar, un viejo campesino de 73 años, no puede costearlo.

Los últimos cuexcomates

Héctor Martínez dice que en el pueblo sólo quedan 10 cuexcomates de los antiguos. Los ha contado. Héctor, que habla náhuatl, tiene 20 años y es casi un fanático de estas estructuras. Hoy es el habitante más joven de Chalcatzingo que se dedica a fabricarlas, y está orgulloso de serlo.

"Trabajé con el difunto Lucio Barranco, artesano del pueblo. Fue casualidad, porque yo sólo le iba a ayudar, pero hasta ahí. Pero poco a poco le agarré el gusto y, como es algo representativo de la comunidad, me llamó la atención", dice Héctor mientras caminamos por las calles del pueblo.

Hemos venido en busca de cuexcomates. No de las piezas artesanales, hechas a pequeña escala, que se fabrican en un par de días y son vendidas como souvenir entre los 300 y los 600 pesos, sino de aquellos que se han resistido al paso del tiempo, que se erigen aún en diez patios como diez silenciosos testigos de una época que ya no existe.

Nuestra ruta tiene un destino: a sólo unos pasos de la zona arqueológica de Chalcatzingo, Héctor acaba de terminar un cuexcomate de seis metros de altura, completamente funcional, siguiendo el proceso que le heredó el maestro Barranco.

"Hacemos un ritual para que nuestros ancestros nos ayuden a elaborarlo, porque a final de cuentas esto fue en la cultura prehispánica. No sabemos quién hizo el primer cuexcomate, si se enojará... Así que le pedimos permiso, yo realizo un ritual y gracias a Dios ha salido bien", nos cuenta.

El cuexcomate de Héctor

El cuexcomate es un emblema de la tradición agrícola prehispánica. Estas edificaciones surgieron como una respuesta inteligente y práctica de los antiguos pobladores mesoamericanos para enfrentar los desafíos de la conservación de alimentos. En una época donde la refrigeración moderna era impensable, ofrecían una solución natural para prolongar la vida útil de los granos, preservando así la vitalidad y frescura de estos insumos básicos de la dieta.

"Antes la base se hacía de lodo, de barro, pero ahora es con cemento. La olla está hecha con tierra de atocle, que se da aquí en Chalcatzingo, que es entre chiclosa y arenuda, pero hay que buscar un término medio, para que no se cuartee. El zacate está revuelto con la tierra", explica Héctor.

El "sombrero" es puro zacate con vara de cuilote, que crece en los cerros de Chalcatzingo y sólo se recolecta a fuerza de largos andares y gotas de sudor en la espalda.

Gudelia Servín | El Sol de Cuautla

"Esta vara logra que no se eche a perder el zacate".

Es ya el mediodía y el sol no ha alcanzado su posición más alta, pero, en los hombros y la nuca, se siente como si estuviera a dos metros. Héctor está orgulloso: en la sutil curva de sus manos se esconde la destreza heredada de generaciones que supieron moldear el barro y tejer el zacate.

"Yo vengo a menudo a la zona arqueológica, a realizar rituales y a dar las gracias. Nos inculcaron dioses blancos, pero al final de cuentas venimos de nuestra cultura y hay que rescatar eso. También vengo a dar la bienvenida a la primavera", dice Héctor.

Es verano. Más tarde, a las ocho de la noche, empezará a llover. Siglos atrás, Héctor, que entonces habría tenido otro nombre, lo sabría perfectamente, porque conocería el lenguaje del firmamento. Estaría subiendo la escalera que conduce a la boca grande de su cuexcomate para depositar las semillas del campo.

Hoy sube porque va a posar para una foto. Con la vista clavada en los cerros que circundan el antiguo asentamiento olmeca, en el que reposan dos pirámides milenarias y más de 40 petrograbados con reyes, jaguares y monstruos sempiternos, está convencido del papel que le fue asignado: evitar que los cuexcomates sean destruidos y ser maestro artesano de quienes son más jóvenes que él. Y de aquellos que aún no nacen.


Hacemos un ritual para que nuestros ancestros nos ayuden a elaborarlo, porque a final de cuentas esto fue en la cultura prehispánica. No sabemos quién hizo el primer cuexcomate, si se enojará

Héctor Martínez, artesano






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