/ viernes 18 de agosto de 2023

La primera vez…

¿Recuerda Usted cuando fue su primera vez?

Pero no de lo que popularmente se refiere esa pregunta, sino de todas las veces que se atrevió a hacer algo sin saber cuál sería el resultado, incluso aquellas ocasiones cuando de niño hizo algo que parecía imposible para su edad.

Generalmente en nuestras primeras veces, desde que nacimos, nuestros padres estuvieron ahí para sabernos guiar y mostrarnos el camino más fácil, el más sencillo y el menos peligroso, aunque como dicen “nadie experimenta en cabeza ajena”.

Quienes son padres o madres saben que esta etapa es emocionante, desde que por primera vez su hijo o hija abre los ojos, balbucea, gatea, da el primer paso, o la primera vez que dijo mamá o papá.

La primera vez que fue al baño solo, cuando escribió una letra, nombre o hizo un dibujo, y un sin fin de momentos que retratan el desarrollo del infante y, por supuesto, producen momentos memorables para ambos.

Pero, en ocasiones este proceso de acompañamiento de los padres poco a poco se disminuye a medida que logran ejecutar tareas solos o que se hacen más independientes, así paulatinamente vamos dejando atrás esa relación y conexión estrecha.

Ahora piense, cuándo fue la última vez que los infantes con los que convive le pidieron ayuda para seleccionar contenido en un dispositivo electrónico, y si no lo hicieron, sabe qué fue a lo que tuvieron acceso, cuáles son los temas de su interés, con quién conversan sobre sus logros o dificultades, cuándo fue la primera vez que se enfrentó a algún problema y cómo lo resolvió.

Quienes tienen hijos adolescentes saben bien qué medida que pasa el tiempo esta autonomía incrementa, y así muchos de los adultos dejamos de celebrar o acompañar cada acontecimiento o cada primera vez de múltiples situaciones que ocurren en la vida de nuestros hijos.

Algunas veces, a pesar de que estamos bajo el mismo techo, ellos tienen enfrentarse a cada experiencia, sin poder recurrir a un círculo de confianza familiar que les acompañe y de fortaleza, solo por el hecho de que ciertos temas los convertimos en un “tabú”, es decir en algo que no se habla o debate.

Por ejemplo: se reduce significativamente el diálogo, empezamos a ejercer control sobre ellos sin escucharlos porque tenemos la falsa creencia de que los adultos sabemos lo que les conviene, que nuestras opiniones son mejores por tener más experiencia o porque simplemente sus actividades nos molestan porque “no se están quietos”.

La distancia que generamos entre infantes y adultos es causante de alteraciones emocionales y de un desarrollo poco o nada integral, pero sobre todo violatorio de sus derechos humanos, en particular, de su autonomía progresiva que implica la mediación adulta para el ejercicio de sus derechos en mayor o menor medida de acuerdo con sus capacidades y su grado de madurez físico y mental.

¿Qué es la autonomía progresiva?

La autonomía progresiva es un concepto que reconoce a las niñas, niños y adolescentes como personas sujetas de derechos, lo cual implica que todos sus derechos humanos deben ser reconocidos, respetados y garantizados, sin estar condicionados a su edad, es un componente de lo que jurídicamente conocemos como “interés superior de la niñez”

Ya lo dijo la Suprema Corte de Justicia de la Nación:

* La autonomía progresiva puede ser concebida como un principio que habilita las decisiones que las niñas, niños y adolescentes pueden tomar por sí solas.

* Parte del hecho que las NNA son sujetas de derechos, por lo que pueden ejercer éstos de manera libre y autónoma, no obstante, ese ejercicio se realiza de manera paulatina en medida de desarrollo y de madurez.

* Así puede decirse que a mayor nivel de autonomía tienen más independencia en el ejercicio de sus derechos y menos asistencia de sus representantes legales.

* No pueden establecerse edades fijas para determinar el grado de autonomía, pues el proceso de madurez no es un proceso lineal y aplicable a todas las niñas, niños y adolescentes por igual.

* La evolución de la autonomía es progresiva en función de su madurez, del medio social, económico y cultural en el que se desarrollen, así como de sus aptitudes particulares.

* Para determinar su capacidad en la toma de decisiones sobre el ejercicio de sus derechos, es fundamental realizar una evaluación de las características (edad, nivel de madurez, medio social y cultural, etc.) y las particularidades de la decisión (tipo de derechos que implica, los riesgos que asumirá, consecuencias a corto y largo plazo, entre otras).

Espero que este “recetario” legal nos motive a mejorar la relación con nuestros niños, niñas y adolescentes, a brindarles un acompañamiento eficaz tomando en cuenta su edad, madurez física y mental, para no dejarlos solos frente a circunstancias a las que se enfrentan por primera vez y las subsecuentes, entendidas como esa experiencia que les hará tomar mejores decisiones de adultos.

Contribuyamos pues, a forjar en ellos una cultura de paz, de legalidad, de ciudadanía responsable, pero sobre todo de seres humanos con un enfoque hacia el compromiso social, la sostenibilidad, con autonomía y capacidad de autorregulación, que actúe con ética, que tenga un pensamiento crítico, que innove y emprenda para resolver problemas de vida cotidiana, estos es, que logre un desarrollo integral, tal como lo propone la Universidad del País Vasco, en su “Catálogo de Competencias Transversales de la UPV/EHU”.

Y para acabar deseo que la próxima vez que su hijo o hija le comparta alguna experiencia, quizá de una primera vez, usted recuerde el principio de autonomía progresiva, y que más allá de que tiene obligación de acompañarlo en su proceso de desarrollo, escúchelos, respete su punto de vista, pero también enséñele a reconocer los derechos de los demás, y que sus ideas y acciones no deben representar riesgo o agredir a otros, solo así estará en el camino de la reflexión para la toma de decisiones que contribuyan a su sano desarrollo.

Tal vez escucharlos le recuerde que en algunas de las primeras veces que Usted vivió, le hubiera servido un buen consejo.

¿Recuerda Usted cuando fue su primera vez?

Pero no de lo que popularmente se refiere esa pregunta, sino de todas las veces que se atrevió a hacer algo sin saber cuál sería el resultado, incluso aquellas ocasiones cuando de niño hizo algo que parecía imposible para su edad.

Generalmente en nuestras primeras veces, desde que nacimos, nuestros padres estuvieron ahí para sabernos guiar y mostrarnos el camino más fácil, el más sencillo y el menos peligroso, aunque como dicen “nadie experimenta en cabeza ajena”.

Quienes son padres o madres saben que esta etapa es emocionante, desde que por primera vez su hijo o hija abre los ojos, balbucea, gatea, da el primer paso, o la primera vez que dijo mamá o papá.

La primera vez que fue al baño solo, cuando escribió una letra, nombre o hizo un dibujo, y un sin fin de momentos que retratan el desarrollo del infante y, por supuesto, producen momentos memorables para ambos.

Pero, en ocasiones este proceso de acompañamiento de los padres poco a poco se disminuye a medida que logran ejecutar tareas solos o que se hacen más independientes, así paulatinamente vamos dejando atrás esa relación y conexión estrecha.

Ahora piense, cuándo fue la última vez que los infantes con los que convive le pidieron ayuda para seleccionar contenido en un dispositivo electrónico, y si no lo hicieron, sabe qué fue a lo que tuvieron acceso, cuáles son los temas de su interés, con quién conversan sobre sus logros o dificultades, cuándo fue la primera vez que se enfrentó a algún problema y cómo lo resolvió.

Quienes tienen hijos adolescentes saben bien qué medida que pasa el tiempo esta autonomía incrementa, y así muchos de los adultos dejamos de celebrar o acompañar cada acontecimiento o cada primera vez de múltiples situaciones que ocurren en la vida de nuestros hijos.

Algunas veces, a pesar de que estamos bajo el mismo techo, ellos tienen enfrentarse a cada experiencia, sin poder recurrir a un círculo de confianza familiar que les acompañe y de fortaleza, solo por el hecho de que ciertos temas los convertimos en un “tabú”, es decir en algo que no se habla o debate.

Por ejemplo: se reduce significativamente el diálogo, empezamos a ejercer control sobre ellos sin escucharlos porque tenemos la falsa creencia de que los adultos sabemos lo que les conviene, que nuestras opiniones son mejores por tener más experiencia o porque simplemente sus actividades nos molestan porque “no se están quietos”.

La distancia que generamos entre infantes y adultos es causante de alteraciones emocionales y de un desarrollo poco o nada integral, pero sobre todo violatorio de sus derechos humanos, en particular, de su autonomía progresiva que implica la mediación adulta para el ejercicio de sus derechos en mayor o menor medida de acuerdo con sus capacidades y su grado de madurez físico y mental.

¿Qué es la autonomía progresiva?

La autonomía progresiva es un concepto que reconoce a las niñas, niños y adolescentes como personas sujetas de derechos, lo cual implica que todos sus derechos humanos deben ser reconocidos, respetados y garantizados, sin estar condicionados a su edad, es un componente de lo que jurídicamente conocemos como “interés superior de la niñez”

Ya lo dijo la Suprema Corte de Justicia de la Nación:

* La autonomía progresiva puede ser concebida como un principio que habilita las decisiones que las niñas, niños y adolescentes pueden tomar por sí solas.

* Parte del hecho que las NNA son sujetas de derechos, por lo que pueden ejercer éstos de manera libre y autónoma, no obstante, ese ejercicio se realiza de manera paulatina en medida de desarrollo y de madurez.

* Así puede decirse que a mayor nivel de autonomía tienen más independencia en el ejercicio de sus derechos y menos asistencia de sus representantes legales.

* No pueden establecerse edades fijas para determinar el grado de autonomía, pues el proceso de madurez no es un proceso lineal y aplicable a todas las niñas, niños y adolescentes por igual.

* La evolución de la autonomía es progresiva en función de su madurez, del medio social, económico y cultural en el que se desarrollen, así como de sus aptitudes particulares.

* Para determinar su capacidad en la toma de decisiones sobre el ejercicio de sus derechos, es fundamental realizar una evaluación de las características (edad, nivel de madurez, medio social y cultural, etc.) y las particularidades de la decisión (tipo de derechos que implica, los riesgos que asumirá, consecuencias a corto y largo plazo, entre otras).

Espero que este “recetario” legal nos motive a mejorar la relación con nuestros niños, niñas y adolescentes, a brindarles un acompañamiento eficaz tomando en cuenta su edad, madurez física y mental, para no dejarlos solos frente a circunstancias a las que se enfrentan por primera vez y las subsecuentes, entendidas como esa experiencia que les hará tomar mejores decisiones de adultos.

Contribuyamos pues, a forjar en ellos una cultura de paz, de legalidad, de ciudadanía responsable, pero sobre todo de seres humanos con un enfoque hacia el compromiso social, la sostenibilidad, con autonomía y capacidad de autorregulación, que actúe con ética, que tenga un pensamiento crítico, que innove y emprenda para resolver problemas de vida cotidiana, estos es, que logre un desarrollo integral, tal como lo propone la Universidad del País Vasco, en su “Catálogo de Competencias Transversales de la UPV/EHU”.

Y para acabar deseo que la próxima vez que su hijo o hija le comparta alguna experiencia, quizá de una primera vez, usted recuerde el principio de autonomía progresiva, y que más allá de que tiene obligación de acompañarlo en su proceso de desarrollo, escúchelos, respete su punto de vista, pero también enséñele a reconocer los derechos de los demás, y que sus ideas y acciones no deben representar riesgo o agredir a otros, solo así estará en el camino de la reflexión para la toma de decisiones que contribuyan a su sano desarrollo.

Tal vez escucharlos le recuerde que en algunas de las primeras veces que Usted vivió, le hubiera servido un buen consejo.