/ lunes 8 de agosto de 2022

Las vueltas que da la vida | Para entender a Vlady (III)

Sí, queridos lectores, para entender a este polémico, originalísimo y atormentado artista plástico, había que sumergirse en sus orígenes complicados, interesantes, plenos de solidaridad social.

Muerto su padre, el mejor amigo que tuvo Vlady, quedó lejos de todo lo que le había sido familiar por duro que fuera en su país natal. Su padre, sensible siempre a la materialidad filosófica marxista de la vida; que vivió lejos de economía alguna, nunca apoyó contraste alguno entre las clases sociales, ideología que heredó a su hijo. Y lo notable es que Vlady ya desde los nueve años que marcha al exilio con sus padres con escala en tres prisiones diferentes: Oremburg frontera con el norte de China, Kazajistán y el Gulag, comenzó a mostrar su afición por la pintura aunque las carencias le impedían tener el material para desarrollar su temprana vocación, sin embargo, la vida le daría a Vlady más tarde la oportunidad de iniciarse en Francia teniendo a notables pintores como maestros a través de una beca que le otorgaron.

Este querido ruso, que fue un lujo tenerlo en Cuernavaca viviendo tantos años, sabía reír pero poco; bromear, aunque no demasiado y ser irónico en ocasiones y que pese a todo lo vivido, en su infancia y adolescencia, nunca dejó de ser un idealista utópico, carente de hipocresía, humano hasta más no poder y amoroso, adoraba a su “chata” como le decía a Isabel (Díaz Fabela) y a sus amigos entre los que se encontraba el escritor y filósofo francés Régis Debray fiel seguidor del filósofo político marxista también francés Louis Althusser.

A Régis, aunque burgués de nacimiento, lo aceptaba porque era muy amigo de Fidel Castro y del Che Guevara. Congruente con su pasado, nunca fue lo que se dice peyorativamente un socialista o comunista de queso y vinos franceses, siempre observó un estilo sencillo de vida, los lujos no iban con él.

En los años 90, Vlady que ya frisaba los 80 años de edad, me llama un día y me pide que lo acompañe a la Embajada de Francia en México, pasaría por mí con un sobrino de Isabel que manejaba una vieja camioneta “estaquita” con doble cabina. Ese día, 25 de noviembre de 1999, llevaba puesta una camisa roja, con pantalones, botines, chaleco y gorro negros estilo ruso, todo de vestir aunque todo viejo. Pero para él eran sus mejores galas. Al llegar al recinto diplomático, lo acompañamos hasta donde lo esperaba el Exmo Sr. Embajador Bruno Delaye porque esa noche, Francia lo condecoraría. Ya en el evento, pletórico de invitados reunidos en el elegante salón, se oyeron las palabras que Delaye le dedicó a Vlady. Las sintetizo: “Ud, nació y creció en el corazón del torbellino europeo, atravesó por las turbulencias de la guerra y tomó varias veces el camino del exilio. No podemos ser indiferentes a todo esto en este momento en que rendimos homenaje al gran artista que Ud. es, pues si bien es cierto que muchos otros han compartido los sufrimientos que Ud. ha vivido, Ud. convirtió esa existencia en una obra de arte y si las vidas pasan y los dolores se los lleva el viento de la historia, su obra, sus creaciones permanecerán porque forman parte ya de la historia de la pintura contemporánea del siglo XX.

Su trayectoria fuera de lo común que empieza en Petrogrado, (hoy de nuevo San Petersburgo) donde nació como hijo del gran escritor Víctor Serge hasta la consagración sorprendente de su carrera internacional, tuvo Ud. en Francia y es ahí donde nace como artista y como pintor por lo que Francia es también su cuna, su patria, de la que debe conservar notables recuerdos”. Mientras el diplomático resaltaba sus valores, Vlady miraba a lo lejos, más allá del recinto diplomático, más allá de México, pensaba quizás en Rusia, su patria, en su talentoso padre que nunca recibió homenaje alguno, en su madre loca que quedó atrás y en todo lo que dejó desde entonces para empezar una nueva vida lejos del totalitarismo staliniano. “Y aunque Ud.” -continuó narrando el diplomático, “es reconocido como el último gran muralista del siglo XX, recibió y ganó prestigiosos premios en E.U, Canadá, Japón, Brasil, Argentina, Venezuela, Italia, Bélgica, Portugal y Francia, entre ellos la beca Guggenheim por su obra siempre marcada por su espíritu rebelde que ha representado la vanguardia, por lo que Ud. es más que un reconocido pintor, es un extraordinario dibujante. Es, --dijo volteando a verlo con la condecoración en las manos--, uno de los grandes espíritus del universo, tan rico en cultura que todos los países quisieran hacerlo suyo.

Por todo lo anterior, es un honor para Francia, reconocerlo como Caballero de las Artes y las Letras. A nombre del presidente de la República de Francia, felicidades Sr. Caballero”. Y pues, en ese momento, a la que se le humedeció la mirada fue a mí.

Y hasta el próximo lunes.

Sí, queridos lectores, para entender a este polémico, originalísimo y atormentado artista plástico, había que sumergirse en sus orígenes complicados, interesantes, plenos de solidaridad social.

Muerto su padre, el mejor amigo que tuvo Vlady, quedó lejos de todo lo que le había sido familiar por duro que fuera en su país natal. Su padre, sensible siempre a la materialidad filosófica marxista de la vida; que vivió lejos de economía alguna, nunca apoyó contraste alguno entre las clases sociales, ideología que heredó a su hijo. Y lo notable es que Vlady ya desde los nueve años que marcha al exilio con sus padres con escala en tres prisiones diferentes: Oremburg frontera con el norte de China, Kazajistán y el Gulag, comenzó a mostrar su afición por la pintura aunque las carencias le impedían tener el material para desarrollar su temprana vocación, sin embargo, la vida le daría a Vlady más tarde la oportunidad de iniciarse en Francia teniendo a notables pintores como maestros a través de una beca que le otorgaron.

Este querido ruso, que fue un lujo tenerlo en Cuernavaca viviendo tantos años, sabía reír pero poco; bromear, aunque no demasiado y ser irónico en ocasiones y que pese a todo lo vivido, en su infancia y adolescencia, nunca dejó de ser un idealista utópico, carente de hipocresía, humano hasta más no poder y amoroso, adoraba a su “chata” como le decía a Isabel (Díaz Fabela) y a sus amigos entre los que se encontraba el escritor y filósofo francés Régis Debray fiel seguidor del filósofo político marxista también francés Louis Althusser.

A Régis, aunque burgués de nacimiento, lo aceptaba porque era muy amigo de Fidel Castro y del Che Guevara. Congruente con su pasado, nunca fue lo que se dice peyorativamente un socialista o comunista de queso y vinos franceses, siempre observó un estilo sencillo de vida, los lujos no iban con él.

En los años 90, Vlady que ya frisaba los 80 años de edad, me llama un día y me pide que lo acompañe a la Embajada de Francia en México, pasaría por mí con un sobrino de Isabel que manejaba una vieja camioneta “estaquita” con doble cabina. Ese día, 25 de noviembre de 1999, llevaba puesta una camisa roja, con pantalones, botines, chaleco y gorro negros estilo ruso, todo de vestir aunque todo viejo. Pero para él eran sus mejores galas. Al llegar al recinto diplomático, lo acompañamos hasta donde lo esperaba el Exmo Sr. Embajador Bruno Delaye porque esa noche, Francia lo condecoraría. Ya en el evento, pletórico de invitados reunidos en el elegante salón, se oyeron las palabras que Delaye le dedicó a Vlady. Las sintetizo: “Ud, nació y creció en el corazón del torbellino europeo, atravesó por las turbulencias de la guerra y tomó varias veces el camino del exilio. No podemos ser indiferentes a todo esto en este momento en que rendimos homenaje al gran artista que Ud. es, pues si bien es cierto que muchos otros han compartido los sufrimientos que Ud. ha vivido, Ud. convirtió esa existencia en una obra de arte y si las vidas pasan y los dolores se los lleva el viento de la historia, su obra, sus creaciones permanecerán porque forman parte ya de la historia de la pintura contemporánea del siglo XX.

Su trayectoria fuera de lo común que empieza en Petrogrado, (hoy de nuevo San Petersburgo) donde nació como hijo del gran escritor Víctor Serge hasta la consagración sorprendente de su carrera internacional, tuvo Ud. en Francia y es ahí donde nace como artista y como pintor por lo que Francia es también su cuna, su patria, de la que debe conservar notables recuerdos”. Mientras el diplomático resaltaba sus valores, Vlady miraba a lo lejos, más allá del recinto diplomático, más allá de México, pensaba quizás en Rusia, su patria, en su talentoso padre que nunca recibió homenaje alguno, en su madre loca que quedó atrás y en todo lo que dejó desde entonces para empezar una nueva vida lejos del totalitarismo staliniano. “Y aunque Ud.” -continuó narrando el diplomático, “es reconocido como el último gran muralista del siglo XX, recibió y ganó prestigiosos premios en E.U, Canadá, Japón, Brasil, Argentina, Venezuela, Italia, Bélgica, Portugal y Francia, entre ellos la beca Guggenheim por su obra siempre marcada por su espíritu rebelde que ha representado la vanguardia, por lo que Ud. es más que un reconocido pintor, es un extraordinario dibujante. Es, --dijo volteando a verlo con la condecoración en las manos--, uno de los grandes espíritus del universo, tan rico en cultura que todos los países quisieran hacerlo suyo.

Por todo lo anterior, es un honor para Francia, reconocerlo como Caballero de las Artes y las Letras. A nombre del presidente de la República de Francia, felicidades Sr. Caballero”. Y pues, en ese momento, a la que se le humedeció la mirada fue a mí.

Y hasta el próximo lunes.