A lo mejor tendríamos que rescatar los viejos acetatos de José José y Napoleón, o en un ánimo internacionalista los de KC & The Sunshine Band, y Rupert Holmes, para el acompañar la discusión que habíamos superado en los ochenta en torno a los modelos económicos pero se ha recuperado con especial ahínco entre incultos seguidores de cualquiera de los bandos en el debate político mexicano plagado de necios en uno y otro bando.
Sería conveniente entonces buscar uno de esos pantalones bombachos llenos de horribles cuadros, camisas color pastel, tirantes, y top siders. Reprogramemos El resplandor, El Imperio Contraataca, ¿Y dónde está el piloto?, Caddyshack, en las salas de cine, y en la televisión, Los Ricos también Lloran, Blanco y Negro, Patrulla Motorizada, 60 Minutos, y ya en ánimo modernista hasta Magnum P.I., para ambientar la nostálgica y nada productiva discusión sobre las preferencias de modelos económicos y políticos cuyos rotundos fracasos fueron comprobados por aquellas fechas y que hoy aparecen como alternativas para quienes, aparentemente, ignoran o han olvidado la historia o viven de esbozos equívocos y maquillados de lo que podría ser un recuerdo.
Aparentemente enfrascarse en la discusión entre socialismo y libre mercado es la alternativa a la ausencia o ignorancia de la existencia de otras formas de organización social; pero en términos reales resulta una pérdida de tiempo en tanto ambas formas de organización han resultado en el crecimiento de la pobreza, el mediocre o pésimo desempeño económico, la extensión de las injusticias inherentes al proceso de producción, y todo el resto de problemas gravísimos irresolubles para cualquiera de las doctrinas en boga durante la segunda parte del breve siglo XX.
La aparición de economías de tercera vía, que pretendieron en los últimos 30 años superar los problemas que supone el libre mercado para la justicia, y el socialismo en cualquiera de sus formas para las libertades individuales y el desarrollo económico, tampoco parecen reportar mejores resultados al tratarse de híbridos que parten de la misma lógica; no existe realmente un cambio de paradigma sino la administración de los efectos del modelo fundado en una economía de explotación y en un esquema político de opresores y oprimidos. Aparentemente, la construcción de sociedades prósperas y justas es una contradicción en tanto la prosperidad y la justicia tienen interpretaciones mucho más doctrinarias que objetivas en el modelo de estado y producción que mantenemos desde el principio de la civilización con adecuaciones y maquillajes para vestirlo de acuerdo con la ocasión. En esa disyuntiva entre prosperidad o justicia se vuelven irrelevantes las virtudes esenciales, las libertades, la solidaridad y se deshumaniza a las sociedades.
El problema entonces es mucho más profundo que la forma de repartir los bienes y radica también en la estructura vertical que se ha construido en la sociedad, la política, la producción y hasta el consumo; en la respuesta a ¿para qué producir y cómo hacerlo?
Si se trata de transformar realmente a la sociedad esas son las preguntas que debiéramos hacernos antes de considerar cómo se repartirán los rendimientos de esa producción. La otra opción es continuar con respuestas pragmáticas que no responden a un sistema particular y, en cambio, siempre ponen en peligro la libertad y la justicia. La búsqueda de un nuevo sistema de organización social no debiera pretender, por otro lado, devolvernos a la era de las cavernas, en tanto uno estaría dispuesto a conceder que en los problemas del pasado se enfrentaron justamente con las únicas respuestas disponibles en aquél pasado. En todo caso, tendría que construirse a partir de lo que hoy existe, aunque eso signifique revolucionar la mente de los millones hoy enajenados por la acumulación y la esperanza de compra.
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