/ miércoles 9 de noviembre de 2022

Noroña y el clasismo de los "fifís"

Gerardo Fernández Noroña vive en Tepoztlán, Morelos. Acostumbra hacer sus compras en el mercado de la población. Como muchos otros avecindados en la entidad, viaja con frecuencia a la Ciudad de México para atender los asuntos legislativos a su cargo, así como los que se derivan de su decisión de contender por la candidatura de la izquierda a la presidencia de la República.

El diputado petista tuvo la ocurrencia de acudir un día de la semana pasada a una tienda de autoservicio llamada City Market, ubicada en Cuernavaca, perteneciente a una cadena manejada por Soriana, empresa que recibió grandes beneficios durante el gobierno de Peña Nieto, y que a raíz de su próspera situación financiera hace varios años pudo comprar las tiendas de Comercial Mexicana, cuando ésta cadena entró en quiebra.

La tienda que visitó Noroña no tiene nada de particular. Los precios de los productos que ofrece solo son un poco más elevados que los del corporativo a que pertenece. La diferencia consiste en que los clientes habituales de ese tipo de mercados consideran que pertenecen “a la alta sociedad” solo por comprar ahí, y miden a las personas con el rasero del prejuicio económico, del color de la piel y, en este caso, de sus preferencias políticas.

Varias señoras que estaban haciendo sus compras se acercaron al legislador y comenzaron a hostilizarlo, y en los hechos lo rechazaron por su “incongruencia” ya que acudió a comprar en una tienda “para ricos”, cuando el diputado Noroña se ha declarado abiertamente “defensor de los pobres”.

Lo que podemos comentar es que la tienda de referencia no es “para clientes ricos” ni nada parecido. Cuando mucho llega a ser de “medio pelo”. Los miembros de sectores sociales verdaderamente ricos no acuden en persona a tales lugares a realizar sus compras; la mayoría encarga la tarea a sus sirvientes, o utilizan tarjetas expedidas por la propia tienda para comprar los productos.

Por supuesto, los miembros aspiracionistas de la clase media piensan que por el simple hecho de ir de compras a una tienda “para ricos” se colocan al nivel más alto de la pirámide social; consideran por lo mismo “fuera de lugar” a “los pobres” que encuentran en el camino y por eso los discriminan.

Los “pobres”, las familias que pertenecen a los sectores de bajos ingresos, acostumbran hacer sus compras en los mercados populares o “tianguis” que semanalmente se establecen en sus colonias. Esos mercados venden productos de buena calidad a precios muy reducidos en relación con las tiendas “gourmet”.

La clase media pretende que comprar un producto a precio elevado, en vez de adquirirlo más barato en un tianguis, representa un timbre de distinción. Pero lo hacen sin conocer realmente las prácticas de sus tiendas preferidas, las cuales en muchas ocasiones exhiben productos rezagados, cerca del límite de caducidad, pero los colocan en anaqueles de manera vistosa para promover sus ventas.

Por ejemplo: los tianguis de ropa, ubicados en muchas colonias populares del estado, venden ropa de calidad semejante a las tiendas ”de marca”, ubicadas en las más exclusivas plazas comerciales. Ambas manejan las mismas marcas de ropa, pero aquellas cuestan solo el 20% del precio de estas. Sucede que las plazas comerciales de lujo añaden al precio final del producto la renta del espacio, los pisos de mármol, los juegos de luces, las vitrinas de las tiendas y la etiqueta de la envoltura. Es decir, venden “distinción”.

Nadie puede estar en contra de que la gente salga a comprar a los lugares que mejor le convengan. Pero ese solo hecho no otorga ninguna distinción especial a nadie. Esas tiendas no acreditan status social elevado. En realidad, acudir a hacer esas compras no refleja el nivel socioeconómico de los compradores, sino su mentalidad, sus pretensiones de ascenso social y la confusión de sus conceptos.

Los oligarcas, los ricos, los verdaderos dueños del país –esos que según Raquel Buenrostro constituyen el 0.02% de los contribuyentes pero aportan al SAT más del 50% de la recaudación fiscal por sus fabulosos ingresos-- no acostumbran ir de compras a los supermercados, por elegantes que éstos pretendan ser.

Los magnates viven amurallados en sus casonas de colonias residenciales, resguardados por vigilancia electrónica y rodeados de guardias armados; sus hijos toman el sol en sus amplios jardines y ordenan a la servidumbre llevarles bebidas refrescantes al salir de la alberca. La mayoría de los magnates bebe wisky o coñac de marcas importadas, y cuando alguno enferma tiene a su disposición los mejores servicios médicos y hospitalarios.

Los magnates más dinámicos y disciplinados manejan a los gerentes y jefes de sus corporaciones a través de llamadas de video; les piden informes y datos precisos y les dan órdenes relacionadas con sus empresas o bancos, sus minas, sus televisoras o sus cadenas de radio. Están pendientes de la cotización de sus acciones en la bolsa, y en diversas crisis ordenan a sus agentes que compran o vendan títulos de sus empresas.

Esos potentados sí hacen compras personales, pero acuden a tiendas exclusivas cuando van de vacaciones a San Antonio, Nueva York o París. Ellos nunca acudirían personalmente a realizar sus compras al supermercado cercano a su residencia. En caso de que lo hicieran, tendrían que salir acompañados de un pelotón de guardias armados, resguardados por carros de seguridad y con motociclistas abriendo paso a la caravana. Obviamente es un riesgo que ninguno de ellos se atreve a correr. Porque además de llamar la atención, facilitarían la tarea de algún secuestrador atrevido.

¿Quién acude realmente a comprar a los supermercados? Lo hacen las esposas –o las empleadas-- de comerciantes, profesionistas o empresarios medios y pequeños, porque son quienes conocen más de cerca los artículos preferidos de sus patrones. Y en muchas ocasiones ni siquiera necesitan hacer eso, porque el pedido lo pueden realizar por medio de una aplicación del celular. Hablamos entones de que “al súper” acude una pequeña burguesía con aspiraciones de poder, grandeza y notoriedad, infectada por el virus del desprecio a los “chairos”, a “los nacos” o a quienes defienden a “los pobres”.

No se te ocurra, por lo tanto, si eres un destacado líder de izquierda, acudir a comprar algo “al súper”, porque te expones a que una parvada de señoras vociferantes se lance a rechazar tu presencia en sitios “tan elegantes”.


Gerardo Fernández Noroña vive en Tepoztlán, Morelos. Acostumbra hacer sus compras en el mercado de la población. Como muchos otros avecindados en la entidad, viaja con frecuencia a la Ciudad de México para atender los asuntos legislativos a su cargo, así como los que se derivan de su decisión de contender por la candidatura de la izquierda a la presidencia de la República.

El diputado petista tuvo la ocurrencia de acudir un día de la semana pasada a una tienda de autoservicio llamada City Market, ubicada en Cuernavaca, perteneciente a una cadena manejada por Soriana, empresa que recibió grandes beneficios durante el gobierno de Peña Nieto, y que a raíz de su próspera situación financiera hace varios años pudo comprar las tiendas de Comercial Mexicana, cuando ésta cadena entró en quiebra.

La tienda que visitó Noroña no tiene nada de particular. Los precios de los productos que ofrece solo son un poco más elevados que los del corporativo a que pertenece. La diferencia consiste en que los clientes habituales de ese tipo de mercados consideran que pertenecen “a la alta sociedad” solo por comprar ahí, y miden a las personas con el rasero del prejuicio económico, del color de la piel y, en este caso, de sus preferencias políticas.

Varias señoras que estaban haciendo sus compras se acercaron al legislador y comenzaron a hostilizarlo, y en los hechos lo rechazaron por su “incongruencia” ya que acudió a comprar en una tienda “para ricos”, cuando el diputado Noroña se ha declarado abiertamente “defensor de los pobres”.

Lo que podemos comentar es que la tienda de referencia no es “para clientes ricos” ni nada parecido. Cuando mucho llega a ser de “medio pelo”. Los miembros de sectores sociales verdaderamente ricos no acuden en persona a tales lugares a realizar sus compras; la mayoría encarga la tarea a sus sirvientes, o utilizan tarjetas expedidas por la propia tienda para comprar los productos.

Por supuesto, los miembros aspiracionistas de la clase media piensan que por el simple hecho de ir de compras a una tienda “para ricos” se colocan al nivel más alto de la pirámide social; consideran por lo mismo “fuera de lugar” a “los pobres” que encuentran en el camino y por eso los discriminan.

Los “pobres”, las familias que pertenecen a los sectores de bajos ingresos, acostumbran hacer sus compras en los mercados populares o “tianguis” que semanalmente se establecen en sus colonias. Esos mercados venden productos de buena calidad a precios muy reducidos en relación con las tiendas “gourmet”.

La clase media pretende que comprar un producto a precio elevado, en vez de adquirirlo más barato en un tianguis, representa un timbre de distinción. Pero lo hacen sin conocer realmente las prácticas de sus tiendas preferidas, las cuales en muchas ocasiones exhiben productos rezagados, cerca del límite de caducidad, pero los colocan en anaqueles de manera vistosa para promover sus ventas.

Por ejemplo: los tianguis de ropa, ubicados en muchas colonias populares del estado, venden ropa de calidad semejante a las tiendas ”de marca”, ubicadas en las más exclusivas plazas comerciales. Ambas manejan las mismas marcas de ropa, pero aquellas cuestan solo el 20% del precio de estas. Sucede que las plazas comerciales de lujo añaden al precio final del producto la renta del espacio, los pisos de mármol, los juegos de luces, las vitrinas de las tiendas y la etiqueta de la envoltura. Es decir, venden “distinción”.

Nadie puede estar en contra de que la gente salga a comprar a los lugares que mejor le convengan. Pero ese solo hecho no otorga ninguna distinción especial a nadie. Esas tiendas no acreditan status social elevado. En realidad, acudir a hacer esas compras no refleja el nivel socioeconómico de los compradores, sino su mentalidad, sus pretensiones de ascenso social y la confusión de sus conceptos.

Los oligarcas, los ricos, los verdaderos dueños del país –esos que según Raquel Buenrostro constituyen el 0.02% de los contribuyentes pero aportan al SAT más del 50% de la recaudación fiscal por sus fabulosos ingresos-- no acostumbran ir de compras a los supermercados, por elegantes que éstos pretendan ser.

Los magnates viven amurallados en sus casonas de colonias residenciales, resguardados por vigilancia electrónica y rodeados de guardias armados; sus hijos toman el sol en sus amplios jardines y ordenan a la servidumbre llevarles bebidas refrescantes al salir de la alberca. La mayoría de los magnates bebe wisky o coñac de marcas importadas, y cuando alguno enferma tiene a su disposición los mejores servicios médicos y hospitalarios.

Los magnates más dinámicos y disciplinados manejan a los gerentes y jefes de sus corporaciones a través de llamadas de video; les piden informes y datos precisos y les dan órdenes relacionadas con sus empresas o bancos, sus minas, sus televisoras o sus cadenas de radio. Están pendientes de la cotización de sus acciones en la bolsa, y en diversas crisis ordenan a sus agentes que compran o vendan títulos de sus empresas.

Esos potentados sí hacen compras personales, pero acuden a tiendas exclusivas cuando van de vacaciones a San Antonio, Nueva York o París. Ellos nunca acudirían personalmente a realizar sus compras al supermercado cercano a su residencia. En caso de que lo hicieran, tendrían que salir acompañados de un pelotón de guardias armados, resguardados por carros de seguridad y con motociclistas abriendo paso a la caravana. Obviamente es un riesgo que ninguno de ellos se atreve a correr. Porque además de llamar la atención, facilitarían la tarea de algún secuestrador atrevido.

¿Quién acude realmente a comprar a los supermercados? Lo hacen las esposas –o las empleadas-- de comerciantes, profesionistas o empresarios medios y pequeños, porque son quienes conocen más de cerca los artículos preferidos de sus patrones. Y en muchas ocasiones ni siquiera necesitan hacer eso, porque el pedido lo pueden realizar por medio de una aplicación del celular. Hablamos entones de que “al súper” acude una pequeña burguesía con aspiraciones de poder, grandeza y notoriedad, infectada por el virus del desprecio a los “chairos”, a “los nacos” o a quienes defienden a “los pobres”.

No se te ocurra, por lo tanto, si eres un destacado líder de izquierda, acudir a comprar algo “al súper”, porque te expones a que una parvada de señoras vociferantes se lance a rechazar tu presencia en sitios “tan elegantes”.