/ miércoles 3 de mayo de 2023

La necropolítica y las mañaneras de AMLO

A finales de la semana pasada se produjo una noticia que sacudió al mundo político nacional: el presidente AMLO se enfermó por tercera vez de Covid-19 y tuvo un desvanecimiento en Mérida, Yucatán, durante una reunión con mandos militares para analizar los avances del Tren Maya.

En efecto: AMLO confirmó horas más tarde que tuvo un nuevo contagio del virus y, como consecuencia, una baja en la presión que generó un ligero desvanecimiento durante la reunión mencionada. Desde luego, los medios convencionales le dieron vuelo a las plumas y a la imaginación, de manera que la fuente original de la información, el “Diario de Yucatán”, de vieja raigambre en la Casta Divina, se convirtió durante varios días en algo así como la fuente nacional de la sabiduría.

La acuciosidad y enjundia que emplearon los medios para difundir este hecho fueron llevadas al extremo. Todo en la prensa tradicional eran especulaciones, principalmente en las redes, donde varias voces interesadas afirmaban, por ejemplo, que un amigo de un pariente le había dicho que el presidente tenía un problema cardiovascular, y que eso lo dejaría paralizado del lado derecho.

Para contener las especulaciones se hicieron esfuerzos, pero de nada sirvieron el mensaje inicial de AMLO, ni las posteriores conferencias mañaneras encabezadas durante varios días por Adán Augusto López, secretario de Gobernación, quien proporcionaba esencialmente la misma información; tampoco les importaron el testimonio de la propia Beatriz Gutiérrez Muller, esposa de AMLO: la especulación continuaba implacable, dentro de la estrategia general del intento de desestabilización política del país.

La confusión disminuyó cuando el propio AMLO publicó un video de 18 minutos en sus redes, donde apareció caminando por los pasillos del Palacio Nacional e informando del famoso desvanecimiento y el manejo que hizo de los hechos inmediatos. Tal como surgió, el morbo de las noticias aminoró de manera paulatina, y se al final perdió su virulencia.

Algunos comentaristas con más objetividad expresaron que los medios de comunicación hicieron con ese tema un ejercicio de necropolítica. Es decir, tomaron como base un dato de la realidad; lo inflaron, desvirtuaron y manejaron los verbos en tiempo pretérito y doloso como “habría” y “supuesto infarto”, palabras que no suponían nada, sino solo presentaban sus propias especulaciones como hechos confirmados.

En el periodismo de investigación no se debe suponer nada; solo cabe informar de los hechos comprobados. Pero esa regla básica de los manuales fue simplemente ignorada. No informaron nada de manera objetiva, solo especularon con una realidad que fueron deformando a su gusto. Redactaron editoriales, comentarios y columnas donde expresaron sus deseos políticos. Y desde luego, lo hicieron con rabia y lo manejaron a su conveniencia. Su tiraje aumentó sustancialmente durante ese lapso, porque un asunto de tal envergadura es de interés de toda la sociedad, de las grandes masas de lectores y televidentes. Durante esos días hicieron una enorme exhibición de agresividad.

Vamos a entrar al fondo del asunto. Vayamos a los orígenes del problema. En conjunto, las conferencias “mañaneras” tienen una audiencia cercana a los 4 millones de radioescuchas y televidentes al día, contando las redes oficiales del gobierno, las del propio presidente AMLO; los canales de simpatizantes y los comentaristas de varias redes sociales que las hacen circular o las comentan durante el curso del día. De esa enorme audiencia, el 30% aproximadamente está formada por mexicanos que la ven y escuchan desde EU. En este sentido, la conferencia mañanera tiene audiencia binacional.

Frente a este alud de televidentes, los medios corporativos carecen de audiencias comparables. Cuando mucho, tomando en cuenta los medios convencionales –Televisa, TV Azteca, etc.—alcanzan a unos 4 millones de personas por semana. Algunos medios –Milenio entre otros—sostienen buena parte de su audiencia merced a que trasmiten íntegras las conferencias matutinas del presidente.

La existencia de las conferencias “mañaneras” –desde luego, sin proponérselo-- atenta directamente contra los negocios de los medios corporativos. Las viejas audiencias que antes los escuchaban, eran obligadas a aceptar sus “cortes comerciales”. Pero en esta época, con la nueva modalidad del diálogo circular, esas audiencias se fugaron hacia los canales donde las personas pueden escuchar las preguntas directas, y desde luego las respuestas amplias y contundentes del presidente.

Las empresas corporativas de la comunicación no pueden hacer nada ante ese fenómeno histórico de grandes proporciones, que escapó hace tiempo por completo de su control. Cuando mucho, lanzan cada cierto tiempo a dos o tres voceros a pedir que cancelen las conferencias del presidente “porque polarizan”, como si la sociedad mexicana no estuviera gravemente polarizada desde la época colonial.

Pero el odio y la inquina con que atacan diariamente al presidente obedece no solo a la mencionada fuga de audiencias. En el centro de su preocupación está el hecho de que los directivos de esas empresas han venido perdiendo sus privilegios. Rechazan un régimen que los ha obligado a pagar una modesta cuota de impuestos –cuando ellos estaban habituados a no hacerlo—lo cual irrita sobremanera a los poderosos magnates.

Hay que tomar en cuenta que las grandes empresas de comunicaciones son solo la cara visible de grandes conglomerados de negocios que abarcan todo tipo de intereses, que van desde la construcción de aeropuertos, la compra-venta de medicamentos, jugosas concesiones de contratos de publicidad. Suspiran hoy por sus privilegios perdidos, y odian de manera visceral al autor de tales “despojos”.

La granizada que desató la prensa corporativa se extendió durante varios días por una falla del aparato de comunicación del gobierno actual, que no pudo elaborar y lanzar una respuesta a tiempo, una respuesta de contención, rápida y eficiente para contener la avalancha de ataques llenos de furor de la prensa adversaria.

Esa es, sin duda, una falla muy visible en el aparato de comunicación social del actual gobierno. El obradorismo tiene mayor fuerza de opinión entre la sociedad, superior a cualquier otra, pero en determinados momentos, en circunstancias puntuales, el aparato de la prensa corporativa ha podido mostrar mayor movilidad y contundencia.

Esta es, sin duda, una lección para la 4T.


A finales de la semana pasada se produjo una noticia que sacudió al mundo político nacional: el presidente AMLO se enfermó por tercera vez de Covid-19 y tuvo un desvanecimiento en Mérida, Yucatán, durante una reunión con mandos militares para analizar los avances del Tren Maya.

En efecto: AMLO confirmó horas más tarde que tuvo un nuevo contagio del virus y, como consecuencia, una baja en la presión que generó un ligero desvanecimiento durante la reunión mencionada. Desde luego, los medios convencionales le dieron vuelo a las plumas y a la imaginación, de manera que la fuente original de la información, el “Diario de Yucatán”, de vieja raigambre en la Casta Divina, se convirtió durante varios días en algo así como la fuente nacional de la sabiduría.

La acuciosidad y enjundia que emplearon los medios para difundir este hecho fueron llevadas al extremo. Todo en la prensa tradicional eran especulaciones, principalmente en las redes, donde varias voces interesadas afirmaban, por ejemplo, que un amigo de un pariente le había dicho que el presidente tenía un problema cardiovascular, y que eso lo dejaría paralizado del lado derecho.

Para contener las especulaciones se hicieron esfuerzos, pero de nada sirvieron el mensaje inicial de AMLO, ni las posteriores conferencias mañaneras encabezadas durante varios días por Adán Augusto López, secretario de Gobernación, quien proporcionaba esencialmente la misma información; tampoco les importaron el testimonio de la propia Beatriz Gutiérrez Muller, esposa de AMLO: la especulación continuaba implacable, dentro de la estrategia general del intento de desestabilización política del país.

La confusión disminuyó cuando el propio AMLO publicó un video de 18 minutos en sus redes, donde apareció caminando por los pasillos del Palacio Nacional e informando del famoso desvanecimiento y el manejo que hizo de los hechos inmediatos. Tal como surgió, el morbo de las noticias aminoró de manera paulatina, y se al final perdió su virulencia.

Algunos comentaristas con más objetividad expresaron que los medios de comunicación hicieron con ese tema un ejercicio de necropolítica. Es decir, tomaron como base un dato de la realidad; lo inflaron, desvirtuaron y manejaron los verbos en tiempo pretérito y doloso como “habría” y “supuesto infarto”, palabras que no suponían nada, sino solo presentaban sus propias especulaciones como hechos confirmados.

En el periodismo de investigación no se debe suponer nada; solo cabe informar de los hechos comprobados. Pero esa regla básica de los manuales fue simplemente ignorada. No informaron nada de manera objetiva, solo especularon con una realidad que fueron deformando a su gusto. Redactaron editoriales, comentarios y columnas donde expresaron sus deseos políticos. Y desde luego, lo hicieron con rabia y lo manejaron a su conveniencia. Su tiraje aumentó sustancialmente durante ese lapso, porque un asunto de tal envergadura es de interés de toda la sociedad, de las grandes masas de lectores y televidentes. Durante esos días hicieron una enorme exhibición de agresividad.

Vamos a entrar al fondo del asunto. Vayamos a los orígenes del problema. En conjunto, las conferencias “mañaneras” tienen una audiencia cercana a los 4 millones de radioescuchas y televidentes al día, contando las redes oficiales del gobierno, las del propio presidente AMLO; los canales de simpatizantes y los comentaristas de varias redes sociales que las hacen circular o las comentan durante el curso del día. De esa enorme audiencia, el 30% aproximadamente está formada por mexicanos que la ven y escuchan desde EU. En este sentido, la conferencia mañanera tiene audiencia binacional.

Frente a este alud de televidentes, los medios corporativos carecen de audiencias comparables. Cuando mucho, tomando en cuenta los medios convencionales –Televisa, TV Azteca, etc.—alcanzan a unos 4 millones de personas por semana. Algunos medios –Milenio entre otros—sostienen buena parte de su audiencia merced a que trasmiten íntegras las conferencias matutinas del presidente.

La existencia de las conferencias “mañaneras” –desde luego, sin proponérselo-- atenta directamente contra los negocios de los medios corporativos. Las viejas audiencias que antes los escuchaban, eran obligadas a aceptar sus “cortes comerciales”. Pero en esta época, con la nueva modalidad del diálogo circular, esas audiencias se fugaron hacia los canales donde las personas pueden escuchar las preguntas directas, y desde luego las respuestas amplias y contundentes del presidente.

Las empresas corporativas de la comunicación no pueden hacer nada ante ese fenómeno histórico de grandes proporciones, que escapó hace tiempo por completo de su control. Cuando mucho, lanzan cada cierto tiempo a dos o tres voceros a pedir que cancelen las conferencias del presidente “porque polarizan”, como si la sociedad mexicana no estuviera gravemente polarizada desde la época colonial.

Pero el odio y la inquina con que atacan diariamente al presidente obedece no solo a la mencionada fuga de audiencias. En el centro de su preocupación está el hecho de que los directivos de esas empresas han venido perdiendo sus privilegios. Rechazan un régimen que los ha obligado a pagar una modesta cuota de impuestos –cuando ellos estaban habituados a no hacerlo—lo cual irrita sobremanera a los poderosos magnates.

Hay que tomar en cuenta que las grandes empresas de comunicaciones son solo la cara visible de grandes conglomerados de negocios que abarcan todo tipo de intereses, que van desde la construcción de aeropuertos, la compra-venta de medicamentos, jugosas concesiones de contratos de publicidad. Suspiran hoy por sus privilegios perdidos, y odian de manera visceral al autor de tales “despojos”.

La granizada que desató la prensa corporativa se extendió durante varios días por una falla del aparato de comunicación del gobierno actual, que no pudo elaborar y lanzar una respuesta a tiempo, una respuesta de contención, rápida y eficiente para contener la avalancha de ataques llenos de furor de la prensa adversaria.

Esa es, sin duda, una falla muy visible en el aparato de comunicación social del actual gobierno. El obradorismo tiene mayor fuerza de opinión entre la sociedad, superior a cualquier otra, pero en determinados momentos, en circunstancias puntuales, el aparato de la prensa corporativa ha podido mostrar mayor movilidad y contundencia.

Esta es, sin duda, una lección para la 4T.