/ miércoles 23 de noviembre de 2022

El campeonato mundial es negocio de la familia real de Qatar

Desde 2010, la Federación Internacional de Futbol (FIFA) aún bajo el mando de Josep Blatter, anunció que el campeonato mundial de futbol de 2022 tendría lugar en Qatar, minúsculo país del Golfo Pérsico –asentado sobre un mar de petróleo y gas– y que tiene una de las legislaciones más retrógradas del mundo en materia social.

Junto con Arabia Saudita, Omán, Bahrein y los Emiratos Árabes Unidos (EAU), Qatar es un país inmensamente rico. Juntos pertenecen a las llamadas petromonarquías de la península arábiga. Qatar es gobernado por una monarquía medieval que no respeta los derechos de nadie: ni de los obreros extranjeros que trabajan en su país, ni de sus súbditos, ni de las mujeres cataríes y extranjeras, sujetas a la mayor opresión patriarcal por la familia real catarí, encabezada por el jeque Tamin Bin Hammad Al Thani.

Se calcula que la familia real de Qatar tiene una fortuna superior a los 350 mil millones de dólares –unos 7 billones de pesos mexicanos– más grande que el presupuesto de muchos países. La casa reinante obtiene enormes ingresos procedentes de los energéticos, así como de la explotación de la mano de obra de migrantes, que han llegado al país a construir sus edificaciones.

Para darnos una idea: Qatar es un país que tiene una extensión de 11 mil 571 km (parecida al estado de Querétaro) con una población de 2 millones 700 mil habitantes, de los cuales el 80% –2 millones 42 mil– son extranjeros que trabajan en las empresas cataríes en condiciones miserables.

El presupuesto anual de Qatar es de 4 mil 666 millones de dólares –cerca de 1 billón de pesos– superior a muchos países con mayor población. Qatar gastó 220 mil millones de dólares –unos 5 mil millones de pesos– en las obras de adecuación necesarias para recibir el campeonato mundial: estadios, aeropuertos, vías rápidas, etc.

En 2010 Qatar no tenía nada de lo necesario para organizar un campeonato mundial de futbol: ni estadios, ni ligas de futbol, ni estructuras deportivas –como canchas de entrenamiento, gimnasios– ni entrenadores. Vaya: apenas había unos 200 jugadores en todo el país que practicaban ese deporte.

Pero la familia real de Qatar quería su campeonato y nadie se lo iba a impedir: entregó dinero a manos llenas a los directivos de la FIFA; puso todos sus recursos diplomáticos al servicio del proyecto; contrató entrenadores y preparadores físicos y construyó 8 fastuosos estadios –uno de ellos desmontable– con clima artificial, porque aún en esta época el calor es infernal. La familia Al Thani entró de lleno desde hace tiempo al negocio del futbol, comprando al equipo francés París Saint Germain (PSG) uno de los mejores de Europa.

Un proyecto tan absurdo como el mundial pudo finalmente llevarse a cabo. Incluso se debió retrasar unos meses la fecha tradicional de la inauguración del campeonato, para disminuir el rigor de las altas temperaturas. Una tras otra, los directivos de FIFA fueron entregando concesiones a la monarquía, y desde luego se hicieron de la vista gorda cuando se trató el tema de los derechos humanos. Lo que no pudo hacer la monarquía de Qatar es poner en pie un equipo de futbol competitivo: en el partido inaugural, Ecuador le pasó por encima a su equipo, y si no lo goleó fue solo para conservar el buen estado físico de sus propios jugadores.

La FIFA, tan obediente de la regla que impide a Rusia participar en cualquier contienda deportiva en todo el globo a causa de la guerra que libra en Ucrania, no tuvo reparo alguno en acceder a la realización de la competencia futbolera en las condiciones atroces en que vive la población –en especial las mujeres cataríes sujetas a una opresión bárbara– ni de los obreros y obreras, en su gran mayoría extranjeros.

En todo el mundo han venido creciendo las ligas femeniles de futbol. Las jugadoras se hacen famosas en los diversos campeonatos, y cada día atraen más espectadores a los estadios. Por el contrario, las mujeres de Qatar tienen prohibido practicar deportes –al menos en público– sin que tal barbaridad tenga sanción alguna por parte de la FIFA, tan celosa y pendiente del grito homofóbico del público mexicano contra el portero rival.

Las condiciones en que laboran los obreros extranjeros en ese país son brutales y siniestras. Son obligados a trabajar hasta 18 horas al día, hacinados en cobertizos sin higiene, lo que genera la muerte de muchos. Se calcula que a la fecha han muerto hasta 12 obreros extranjeros a la semana (50 al mes, es decir más de 7 mil en 12 años). Los países de donde proceden principalmente son de la India, Nepal, Bangladesh, Pakistán y Sri Lanka.

El método que se usa para controlar a los trabajadores migrantes se llama Kafala, sistema esclavista que consiste en que un administrador nombrado por el gobierno los contrata, les quita el pasaporte y los obliga a trabajar durante jornadas extenuantes en condiciones infrahumanas, bajo un calor de 30 hasta 50 grados a la sombra, y sin ninguna prestación económica o social. Y sin posibilidad de cambiar de empleo.

Esta es la base que ha servido para edificar las obras del campeonato mundial de futbol, que tiene lugar en Qatar. Una competencia que se libra sobre la sangre, los huesos y la vida de los trabajadores migrantes y del pueblo catarí. Un campeonato que durará un mes y necesita, para mantener el clima y el buen estado de las canchas, usar cientos de máquinas que refrigeran los estadios. Máquinas que lanzan a la atmósfera miles de toneladas de residuos contaminantes, todo realizado bajo la justificación de la vida, la salud y el deporte de alto rendimiento.

En Europa los aficionados han rechazado los métodos usados en Qatar. En Francia hay un movimiento de rechazo que trata de impedir que se instalen pantallas gigantes en varias ciudades, en protesta contra lo que han llamado “el mundial de sangre”. Nadie tiene algo contra el deporte de alto rendimiento, ni contra quienes lo practican, hombres y mujeres.

Pero un campeonato tan artificial, efectuado en condiciones de esclavitud de los obreros migrantes, en un país en donde se practica la discriminación oficial contra las mujeres, es una competencia perversa. Elevamos nuestra voz para rechazar la esclavitud obrera y la discriminación contra millones de mujeres cataríes y de todo el planeta.


Desde 2010, la Federación Internacional de Futbol (FIFA) aún bajo el mando de Josep Blatter, anunció que el campeonato mundial de futbol de 2022 tendría lugar en Qatar, minúsculo país del Golfo Pérsico –asentado sobre un mar de petróleo y gas– y que tiene una de las legislaciones más retrógradas del mundo en materia social.

Junto con Arabia Saudita, Omán, Bahrein y los Emiratos Árabes Unidos (EAU), Qatar es un país inmensamente rico. Juntos pertenecen a las llamadas petromonarquías de la península arábiga. Qatar es gobernado por una monarquía medieval que no respeta los derechos de nadie: ni de los obreros extranjeros que trabajan en su país, ni de sus súbditos, ni de las mujeres cataríes y extranjeras, sujetas a la mayor opresión patriarcal por la familia real catarí, encabezada por el jeque Tamin Bin Hammad Al Thani.

Se calcula que la familia real de Qatar tiene una fortuna superior a los 350 mil millones de dólares –unos 7 billones de pesos mexicanos– más grande que el presupuesto de muchos países. La casa reinante obtiene enormes ingresos procedentes de los energéticos, así como de la explotación de la mano de obra de migrantes, que han llegado al país a construir sus edificaciones.

Para darnos una idea: Qatar es un país que tiene una extensión de 11 mil 571 km (parecida al estado de Querétaro) con una población de 2 millones 700 mil habitantes, de los cuales el 80% –2 millones 42 mil– son extranjeros que trabajan en las empresas cataríes en condiciones miserables.

El presupuesto anual de Qatar es de 4 mil 666 millones de dólares –cerca de 1 billón de pesos– superior a muchos países con mayor población. Qatar gastó 220 mil millones de dólares –unos 5 mil millones de pesos– en las obras de adecuación necesarias para recibir el campeonato mundial: estadios, aeropuertos, vías rápidas, etc.

En 2010 Qatar no tenía nada de lo necesario para organizar un campeonato mundial de futbol: ni estadios, ni ligas de futbol, ni estructuras deportivas –como canchas de entrenamiento, gimnasios– ni entrenadores. Vaya: apenas había unos 200 jugadores en todo el país que practicaban ese deporte.

Pero la familia real de Qatar quería su campeonato y nadie se lo iba a impedir: entregó dinero a manos llenas a los directivos de la FIFA; puso todos sus recursos diplomáticos al servicio del proyecto; contrató entrenadores y preparadores físicos y construyó 8 fastuosos estadios –uno de ellos desmontable– con clima artificial, porque aún en esta época el calor es infernal. La familia Al Thani entró de lleno desde hace tiempo al negocio del futbol, comprando al equipo francés París Saint Germain (PSG) uno de los mejores de Europa.

Un proyecto tan absurdo como el mundial pudo finalmente llevarse a cabo. Incluso se debió retrasar unos meses la fecha tradicional de la inauguración del campeonato, para disminuir el rigor de las altas temperaturas. Una tras otra, los directivos de FIFA fueron entregando concesiones a la monarquía, y desde luego se hicieron de la vista gorda cuando se trató el tema de los derechos humanos. Lo que no pudo hacer la monarquía de Qatar es poner en pie un equipo de futbol competitivo: en el partido inaugural, Ecuador le pasó por encima a su equipo, y si no lo goleó fue solo para conservar el buen estado físico de sus propios jugadores.

La FIFA, tan obediente de la regla que impide a Rusia participar en cualquier contienda deportiva en todo el globo a causa de la guerra que libra en Ucrania, no tuvo reparo alguno en acceder a la realización de la competencia futbolera en las condiciones atroces en que vive la población –en especial las mujeres cataríes sujetas a una opresión bárbara– ni de los obreros y obreras, en su gran mayoría extranjeros.

En todo el mundo han venido creciendo las ligas femeniles de futbol. Las jugadoras se hacen famosas en los diversos campeonatos, y cada día atraen más espectadores a los estadios. Por el contrario, las mujeres de Qatar tienen prohibido practicar deportes –al menos en público– sin que tal barbaridad tenga sanción alguna por parte de la FIFA, tan celosa y pendiente del grito homofóbico del público mexicano contra el portero rival.

Las condiciones en que laboran los obreros extranjeros en ese país son brutales y siniestras. Son obligados a trabajar hasta 18 horas al día, hacinados en cobertizos sin higiene, lo que genera la muerte de muchos. Se calcula que a la fecha han muerto hasta 12 obreros extranjeros a la semana (50 al mes, es decir más de 7 mil en 12 años). Los países de donde proceden principalmente son de la India, Nepal, Bangladesh, Pakistán y Sri Lanka.

El método que se usa para controlar a los trabajadores migrantes se llama Kafala, sistema esclavista que consiste en que un administrador nombrado por el gobierno los contrata, les quita el pasaporte y los obliga a trabajar durante jornadas extenuantes en condiciones infrahumanas, bajo un calor de 30 hasta 50 grados a la sombra, y sin ninguna prestación económica o social. Y sin posibilidad de cambiar de empleo.

Esta es la base que ha servido para edificar las obras del campeonato mundial de futbol, que tiene lugar en Qatar. Una competencia que se libra sobre la sangre, los huesos y la vida de los trabajadores migrantes y del pueblo catarí. Un campeonato que durará un mes y necesita, para mantener el clima y el buen estado de las canchas, usar cientos de máquinas que refrigeran los estadios. Máquinas que lanzan a la atmósfera miles de toneladas de residuos contaminantes, todo realizado bajo la justificación de la vida, la salud y el deporte de alto rendimiento.

En Europa los aficionados han rechazado los métodos usados en Qatar. En Francia hay un movimiento de rechazo que trata de impedir que se instalen pantallas gigantes en varias ciudades, en protesta contra lo que han llamado “el mundial de sangre”. Nadie tiene algo contra el deporte de alto rendimiento, ni contra quienes lo practican, hombres y mujeres.

Pero un campeonato tan artificial, efectuado en condiciones de esclavitud de los obreros migrantes, en un país en donde se practica la discriminación oficial contra las mujeres, es una competencia perversa. Elevamos nuestra voz para rechazar la esclavitud obrera y la discriminación contra millones de mujeres cataríes y de todo el planeta.