/ miércoles 15 de junio de 2022

Partidos y marcas

Los partidos políticos han dejado hace mucho de ser depósitos de ideologías para quedar reducidos básicamente a marcas por las que candidatos variopintos se postulan para acceder al poder público. En un Estado que parece empecinarse por restaurar su pasado autoritario, esta lógica funciona al obligar a las autoridades electas a subordinarse al poder inmediato superior para mantener sus carreras políticas. Los alcaldes se pliegan ante los gobernadores que hacen lo propio frente al presidente.

Si a este fenómeno se suma el hecho de que desde la política se considera que ya está bastante resuelto el modelo de desarrollo para el país, la esperanza de cambios profundos se reduce mucho y las diferencias entre los gobiernos de uno y otro partidos suelen ser solamente de matices bastante menores, tanto como el color de los membretes.

En este sentido, pareciera haber una contradicción. Si se considera al partido como una marca desde la mercadotecnia, tendría que identificar claramente el producto (candidato o set de candidatos), distinguirlos del resto, representar un conjunto de valores, tendría que concederse que la mayoría de los partidos no aportan ello a sus candidatos cuyas imágenes personales resultan avasalladoras frente a las de los partidos que los postulan.

En Morena, por cierto, se puede apreciar un fenómeno diferente, la asociación de la marca con la figura personal de Andrés Manuel López Obrador funciona como una suerte de transferencia de valores que los partidarios del presidente trasladan al partido. La selección de candidatos más débiles que la marca permite que esos valores se les transfieran en la mente de los electores, lo que ha reportado éxitos relativos en diversas plazas. Lo que en el mediano plazo se empieza a ver es que la estrategia es efectiva en lo inicial, pero al final suele resultar costosa para la marca que, entre tantos gobiernos pésimos, malos, regulares o medianamente aprobados por la población, va perdiendo su significado.

Esto es sencillo de explicar si se revisan los perfiles y estilos personales de los gobernadores postulados por Morena. Pilar Ávila es muy diferente a Layda Sansores, que a su vez se distingue de Víctor Manuel Castro, que no se parece a Cuauhtémoc Blanco, quien ni por asomo se acerca al estilo de Claudia Sheinbaum, o de Rutlilio Escandón, Indira Vizcaíno, Evelyn Salgado, Miguel Ángel Navarro, Alfredo Ramírez, Rubén Rocha, Alfonso Durazo, Miguel Barbosa, David Monreal, Cuitláhuac García o Lorena Cuéllar. Así, la marca diluye su poder de denominación salvo por una característica única para todos, la incuestionable sumisión a las órdenes del gobierno federal.

Acaso en otros partidos con una marca mucho más debilitada por razones homologas a las que padece Morena, pareciera haber un conjunto un poco mayor de matices que los asemejen, pero lo cierto es que el resto de las “marcas” políticas de México suelen sucumbir ante la personalidad y carisma personales de los sujetos antes que a alguna solidez ideológica.

En el escenario actual, donde la gente que se opone al gobierno federal es una mayoría disgregada, resulta indispensable para la oposición presentarse justamente como una sola marca, con su conjunto de valores, sus distintivos y una identidad que genere certeza en los votantes. La tendencia aliancista tiende a confundir a los electores y a volverse extraordinariamente dependiente de la figura de un candidato que, siendo humano, difìcilmente puede contender contra una idea.


@martinellito

dmartinez@elsoldecuernavaca.com.mx


Los partidos políticos han dejado hace mucho de ser depósitos de ideologías para quedar reducidos básicamente a marcas por las que candidatos variopintos se postulan para acceder al poder público. En un Estado que parece empecinarse por restaurar su pasado autoritario, esta lógica funciona al obligar a las autoridades electas a subordinarse al poder inmediato superior para mantener sus carreras políticas. Los alcaldes se pliegan ante los gobernadores que hacen lo propio frente al presidente.

Si a este fenómeno se suma el hecho de que desde la política se considera que ya está bastante resuelto el modelo de desarrollo para el país, la esperanza de cambios profundos se reduce mucho y las diferencias entre los gobiernos de uno y otro partidos suelen ser solamente de matices bastante menores, tanto como el color de los membretes.

En este sentido, pareciera haber una contradicción. Si se considera al partido como una marca desde la mercadotecnia, tendría que identificar claramente el producto (candidato o set de candidatos), distinguirlos del resto, representar un conjunto de valores, tendría que concederse que la mayoría de los partidos no aportan ello a sus candidatos cuyas imágenes personales resultan avasalladoras frente a las de los partidos que los postulan.

En Morena, por cierto, se puede apreciar un fenómeno diferente, la asociación de la marca con la figura personal de Andrés Manuel López Obrador funciona como una suerte de transferencia de valores que los partidarios del presidente trasladan al partido. La selección de candidatos más débiles que la marca permite que esos valores se les transfieran en la mente de los electores, lo que ha reportado éxitos relativos en diversas plazas. Lo que en el mediano plazo se empieza a ver es que la estrategia es efectiva en lo inicial, pero al final suele resultar costosa para la marca que, entre tantos gobiernos pésimos, malos, regulares o medianamente aprobados por la población, va perdiendo su significado.

Esto es sencillo de explicar si se revisan los perfiles y estilos personales de los gobernadores postulados por Morena. Pilar Ávila es muy diferente a Layda Sansores, que a su vez se distingue de Víctor Manuel Castro, que no se parece a Cuauhtémoc Blanco, quien ni por asomo se acerca al estilo de Claudia Sheinbaum, o de Rutlilio Escandón, Indira Vizcaíno, Evelyn Salgado, Miguel Ángel Navarro, Alfredo Ramírez, Rubén Rocha, Alfonso Durazo, Miguel Barbosa, David Monreal, Cuitláhuac García o Lorena Cuéllar. Así, la marca diluye su poder de denominación salvo por una característica única para todos, la incuestionable sumisión a las órdenes del gobierno federal.

Acaso en otros partidos con una marca mucho más debilitada por razones homologas a las que padece Morena, pareciera haber un conjunto un poco mayor de matices que los asemejen, pero lo cierto es que el resto de las “marcas” políticas de México suelen sucumbir ante la personalidad y carisma personales de los sujetos antes que a alguna solidez ideológica.

En el escenario actual, donde la gente que se opone al gobierno federal es una mayoría disgregada, resulta indispensable para la oposición presentarse justamente como una sola marca, con su conjunto de valores, sus distintivos y una identidad que genere certeza en los votantes. La tendencia aliancista tiende a confundir a los electores y a volverse extraordinariamente dependiente de la figura de un candidato que, siendo humano, difìcilmente puede contender contra una idea.


@martinellito

dmartinez@elsoldecuernavaca.com.mx