/ miércoles 12 de agosto de 2020

Sin lugar para mí

Ali no lo sabe, pero pronto morirá. Y su cuerpo será hallado, con signos de tortura y abuso sexual, entre la basura de un lote baldío.

Desde pequeña lo sospechaba: la felicidad es frágil. Su padre dejó la casa antes que naciera y tuvieron que vivir con la abuela para ahorrar gastos. Su madre siempre trabajaba y apenas tenía tiempo para ella. Cuando salía con la abuela, le advertía sobre los extraños, debía gritar si alguien la alejaba y no confiar en nadie, sólo en su familia. Ali era una niña tímida que pasaba desapercibida, cursó la primaria con notas normales y sin amigos. Su madre salía con alguien del trabajo y se embarazó. Antes de entrar a la secundaria, se mudaron.

Ya no era pequeña para ignorarlo: el dolor es mudo. Tuvo dos hermanos y el padre no disimulaba indiferencia por ella. Sólo le importaban sus hijos. La abuela solía visitarlos hasta que enfermó. Su madre tenía que cuidarla. Una noche el padre de sus hermanos intentó abrir la puerta de su recamara. No lo logró y amenazó con lastimarla. Nadie escuchó. Nadie le creería. No ocurrió de nuevo y se esforzó en olvidarlo. Poco después la abuela murió. Nunca volvió a dormir tranquila.

Ali comenzaba a entenderlo: el esfuerzo también fracasa. Su madre perdió el trabajo y su esposo presionaba para que ella dejara de estudiar. Consiguió un empleo. Sus notas bajaron. Y las cosas no mejoraron. Comenzó a pagar el gasto. Quería ir a la universidad, pero no podían solventarlo. Comenzaron las peleas en casa. El padre de sus hermanos insistía que debía contribuir más. Dejó la preparatoria. Consiguió otro empleo. Lentamente, perdía su futuro.

Le costaba aceptarlo: hay personas que estorban. Su madre le aconsejó irse de casa. Así lo hizo. Se marchó de la ciudad y rentó un cuarto. Consiguió un trabajo. Terminó la preparatoria. A escondidas, su madre la visitaba y daba dinero para sus gastos. El padre se enteró. Golpeó a su madre. Dejó de visitarla, pero los golpes continuaron. Entró a la universidad y volvió a mudarse. No le dijo a su madre.

Se esforzaba en negarlo: la esperanza también lacera. Iba a la escuela por la mañana y trabajaba en las tardes. Consiguió una beca y sólo trabajó los fines de semana. Empezaba a creer. Intentó tener amigos. Empezaba a olvidar. Sus notas eran sobresalientes. Le gustaba ir al cine. La soledad la alentaba. Fue en busca de su madre. Se desvelaba estudiando. Encontró una casa vacía.

A veces lo imaginaba: las cosas podían mejorar. Salía tarde de trabajar. Le seguían los pasos. Una noche se detuvo a comprar la cena. No notó cómo calles atrás la vigilaban desde una camioneta. Faltaban pocos semestres para terminar la universidad. Dobló por una calle estrecha. Volvería a buscar a su madre. El automóvil la alcanzó. Vería una película cenando. Nadie escuchó sus gritos. Después de todo, la vida no parecía tan mala. El automóvil aceleró perdiéndose en la oscuridad. Sería feliz algún día. Desapareció.

Ali no lo sabe, pero pronto morirá. Y su cuerpo será hallado, con signos de tortura y abuso sexual, entre la basura de un lote baldío.

Desde pequeña lo sospechaba: la felicidad es frágil. Su padre dejó la casa antes que naciera y tuvieron que vivir con la abuela para ahorrar gastos. Su madre siempre trabajaba y apenas tenía tiempo para ella. Cuando salía con la abuela, le advertía sobre los extraños, debía gritar si alguien la alejaba y no confiar en nadie, sólo en su familia. Ali era una niña tímida que pasaba desapercibida, cursó la primaria con notas normales y sin amigos. Su madre salía con alguien del trabajo y se embarazó. Antes de entrar a la secundaria, se mudaron.

Ya no era pequeña para ignorarlo: el dolor es mudo. Tuvo dos hermanos y el padre no disimulaba indiferencia por ella. Sólo le importaban sus hijos. La abuela solía visitarlos hasta que enfermó. Su madre tenía que cuidarla. Una noche el padre de sus hermanos intentó abrir la puerta de su recamara. No lo logró y amenazó con lastimarla. Nadie escuchó. Nadie le creería. No ocurrió de nuevo y se esforzó en olvidarlo. Poco después la abuela murió. Nunca volvió a dormir tranquila.

Ali comenzaba a entenderlo: el esfuerzo también fracasa. Su madre perdió el trabajo y su esposo presionaba para que ella dejara de estudiar. Consiguió un empleo. Sus notas bajaron. Y las cosas no mejoraron. Comenzó a pagar el gasto. Quería ir a la universidad, pero no podían solventarlo. Comenzaron las peleas en casa. El padre de sus hermanos insistía que debía contribuir más. Dejó la preparatoria. Consiguió otro empleo. Lentamente, perdía su futuro.

Le costaba aceptarlo: hay personas que estorban. Su madre le aconsejó irse de casa. Así lo hizo. Se marchó de la ciudad y rentó un cuarto. Consiguió un trabajo. Terminó la preparatoria. A escondidas, su madre la visitaba y daba dinero para sus gastos. El padre se enteró. Golpeó a su madre. Dejó de visitarla, pero los golpes continuaron. Entró a la universidad y volvió a mudarse. No le dijo a su madre.

Se esforzaba en negarlo: la esperanza también lacera. Iba a la escuela por la mañana y trabajaba en las tardes. Consiguió una beca y sólo trabajó los fines de semana. Empezaba a creer. Intentó tener amigos. Empezaba a olvidar. Sus notas eran sobresalientes. Le gustaba ir al cine. La soledad la alentaba. Fue en busca de su madre. Se desvelaba estudiando. Encontró una casa vacía.

A veces lo imaginaba: las cosas podían mejorar. Salía tarde de trabajar. Le seguían los pasos. Una noche se detuvo a comprar la cena. No notó cómo calles atrás la vigilaban desde una camioneta. Faltaban pocos semestres para terminar la universidad. Dobló por una calle estrecha. Volvería a buscar a su madre. El automóvil la alcanzó. Vería una película cenando. Nadie escuchó sus gritos. Después de todo, la vida no parecía tan mala. El automóvil aceleró perdiéndose en la oscuridad. Sería feliz algún día. Desapareció.

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