/ miércoles 24 de febrero de 2021

Reprimido o asimilado, el dolor es un gran maestro

El verdadero dolor, el que nos hace sufrir profundamente, hace a veces serio y constante hasta al hombre irreflexivo; incluso los pobres de espíritu se vuelven más inteligentes después de un gran dolor.

Fiodor Dostoievski (1821-1881) Novelista ruso

Muy queridos lectores, hoy les quiero hablar del dolor humano. Ustedes seguro se hacen la siguiente pregunta: pero por qué esta mujer quiere hablar de un tema del que muchos humanos tratamos de escabullir. Por qué se le ocurre ahora que estamos pasando por diversas dificultades.

Bien. La razón es que estoy viviendo un momento difícil. De eso que le llamamos “pruebas de vida”, y de la que su servidora trata de salir avante con la mejor actitud posible.

En la vida experimentamos diferentes tipos de dolor. Y me aventuro a decirlo porque en mi corta o larga experiencia, he vivido acontecimientos que me han servido para sentir el grado y ángulo de cada eco de dolencia.

Si realmente vibras a un nivel abismal de dolor, tú que me estás leyendo lo entenderás. Seguro lo identificarás en cada línea.

El dolor que hoy estoy padeciendo es uno que atraviesa cada centímetro de mi cuerpo. Se desborda y expande por mis venas, músculos y extremidades. Me doblega. Me sacude. Mis oídos se conectan al corazón, y parece que palpitan sin ton ni son con cada punzada que ataca en cada espasmo de dolor. Después de una fuerte ola viene la quietud, pero para ese momento ya estás débil. Y aunque te sosiega, te aniquila por un lapso.

Los que entramos al laberinto de dolor podemos decir que nuestra piel, manos, sentidos y corazón se van curtiendo. Resistimos cuanto más podemos. Cuanto más luchamos. Cuanto más creemos. Cuanto más anhelamos salir de ese túnel oscuro, más sinuoso se vuelve el recorrido del dolor.

El dolor físico te roba aliento. Y en la mayoría de las ocasiones te quita las ganas de levantarte de la cama. El dolor emocional te obstruye el raciocinio. Te consume día tras día. El dolor de perder a un ser querido provoca un hoyo que atraviesa tu cuerpo y que te deja lesionado de por vida. Y aunque pasen los años, y la gente siempre nos diga “el tiempo es sabio”, “con el tiempo las heridas sanan”, la verdad es que aún cuando has superado esa situación, en algunos lapsos del camino te tropiezas con añoranzas que te arrojan a cada minuto que compartiste con esa persona.

Somos pequeños. El dolor nos minimiza. Hoy lo sé. Creemos que con avances científicos o médicos somos máquinas potentes e insuperables. Pero hay algo más fuerte que nos roba la calma.

Si atendemos a la definición, el dolor es una señal del sistema nervioso de que algo no anda bien. Es una sensación desagradable.

Es un pinchazo. Un hormigueo, picadura, ardor o molestia. El nivel o grado también está clasificado. Puede ser agudo o sordo. Silencioso pero intermitente.

Lo cierto es que el discurso médico tiende a domesticar el dolor con fármacos y a deshacerse de la carga emocional que lo vehicula. Y debemos reconocer que la vivencia del dolor, que es de muy difícil trasmisión, varía no sólo según los individuos, sino también según las culturas.

El dolor para Freud, Aristóteles e Hipócrates

Para Sigmund Fred el dolor fue un enigma. La mayoría de las veces mantuvo cierta ambigüedad entre dos tipos de dolor: el físico y el psíquico.

Para el padre del psicoanalismo, el dolor es la respuesta original frente a la pérdida de objeto de la satisfacción o frente a la separación con ese objeto.

Freud asemejaba tal circunstancia a la primera reacción que tiene un lactante cuando deja de recibir leche del seno de su madre.

Pienso que es la ruptura entonces lo que origina esa ola de insatisfacción. Es la ausencia de contacto físico. O tal vez la falta de contacto con la piel. Lo cierto es que el cerebro conecta y rastrea esas señales con el campo emocional.

Hipócrates, gran físico griego, planteaba el dolor como una alteración del equilibrio normal del organismo, que yacía del corazón.

Y hubo otro griego que se acercó de forma más profunda a la interpretación: Aristóteles.

El filósofo y científico nacido en la ciudad de Estagira, estableció por primera vez que el dolor es una alteración del calor vital del corazón. A su vez determinado por el cerebro.

De este razonamiento, sobresalía lo evidente para el entendimiento, el sistema nervioso central, siendo el corazón motor y origen de dolor.

Hay dolores que se cuentan y otros que se callan

Añadámosle la complejidad de que a lo largo de la historia de la humanidad, la concepción del dolor ha ido variando, modificando así la percepción que cada individuo tiene de su dolor.

Además, habrá que resumir los factores culturales e individuales, se puede observar que el umbral a partir del cual el dolor parece insoportable varía enormemente. Así es como nos encontramos con el extraño fenómeno de que hay dolores que se cuentan y otros que se callan.

Porque lo que para un sujeto puede ser un ligero dolor, para otro puede ser insoportable.

El verdadero dolor, el que nos hace sufrir profundamente, hace a veces serio y constante hasta al hombre irreflexivo; incluso los pobres de espíritu se vuelven más inteligentes después de un gran dolor.

Fiodor Dostoievski (1821-1881) Novelista ruso

Muy queridos lectores, hoy les quiero hablar del dolor humano. Ustedes seguro se hacen la siguiente pregunta: pero por qué esta mujer quiere hablar de un tema del que muchos humanos tratamos de escabullir. Por qué se le ocurre ahora que estamos pasando por diversas dificultades.

Bien. La razón es que estoy viviendo un momento difícil. De eso que le llamamos “pruebas de vida”, y de la que su servidora trata de salir avante con la mejor actitud posible.

En la vida experimentamos diferentes tipos de dolor. Y me aventuro a decirlo porque en mi corta o larga experiencia, he vivido acontecimientos que me han servido para sentir el grado y ángulo de cada eco de dolencia.

Si realmente vibras a un nivel abismal de dolor, tú que me estás leyendo lo entenderás. Seguro lo identificarás en cada línea.

El dolor que hoy estoy padeciendo es uno que atraviesa cada centímetro de mi cuerpo. Se desborda y expande por mis venas, músculos y extremidades. Me doblega. Me sacude. Mis oídos se conectan al corazón, y parece que palpitan sin ton ni son con cada punzada que ataca en cada espasmo de dolor. Después de una fuerte ola viene la quietud, pero para ese momento ya estás débil. Y aunque te sosiega, te aniquila por un lapso.

Los que entramos al laberinto de dolor podemos decir que nuestra piel, manos, sentidos y corazón se van curtiendo. Resistimos cuanto más podemos. Cuanto más luchamos. Cuanto más creemos. Cuanto más anhelamos salir de ese túnel oscuro, más sinuoso se vuelve el recorrido del dolor.

El dolor físico te roba aliento. Y en la mayoría de las ocasiones te quita las ganas de levantarte de la cama. El dolor emocional te obstruye el raciocinio. Te consume día tras día. El dolor de perder a un ser querido provoca un hoyo que atraviesa tu cuerpo y que te deja lesionado de por vida. Y aunque pasen los años, y la gente siempre nos diga “el tiempo es sabio”, “con el tiempo las heridas sanan”, la verdad es que aún cuando has superado esa situación, en algunos lapsos del camino te tropiezas con añoranzas que te arrojan a cada minuto que compartiste con esa persona.

Somos pequeños. El dolor nos minimiza. Hoy lo sé. Creemos que con avances científicos o médicos somos máquinas potentes e insuperables. Pero hay algo más fuerte que nos roba la calma.

Si atendemos a la definición, el dolor es una señal del sistema nervioso de que algo no anda bien. Es una sensación desagradable.

Es un pinchazo. Un hormigueo, picadura, ardor o molestia. El nivel o grado también está clasificado. Puede ser agudo o sordo. Silencioso pero intermitente.

Lo cierto es que el discurso médico tiende a domesticar el dolor con fármacos y a deshacerse de la carga emocional que lo vehicula. Y debemos reconocer que la vivencia del dolor, que es de muy difícil trasmisión, varía no sólo según los individuos, sino también según las culturas.

El dolor para Freud, Aristóteles e Hipócrates

Para Sigmund Fred el dolor fue un enigma. La mayoría de las veces mantuvo cierta ambigüedad entre dos tipos de dolor: el físico y el psíquico.

Para el padre del psicoanalismo, el dolor es la respuesta original frente a la pérdida de objeto de la satisfacción o frente a la separación con ese objeto.

Freud asemejaba tal circunstancia a la primera reacción que tiene un lactante cuando deja de recibir leche del seno de su madre.

Pienso que es la ruptura entonces lo que origina esa ola de insatisfacción. Es la ausencia de contacto físico. O tal vez la falta de contacto con la piel. Lo cierto es que el cerebro conecta y rastrea esas señales con el campo emocional.

Hipócrates, gran físico griego, planteaba el dolor como una alteración del equilibrio normal del organismo, que yacía del corazón.

Y hubo otro griego que se acercó de forma más profunda a la interpretación: Aristóteles.

El filósofo y científico nacido en la ciudad de Estagira, estableció por primera vez que el dolor es una alteración del calor vital del corazón. A su vez determinado por el cerebro.

De este razonamiento, sobresalía lo evidente para el entendimiento, el sistema nervioso central, siendo el corazón motor y origen de dolor.

Hay dolores que se cuentan y otros que se callan

Añadámosle la complejidad de que a lo largo de la historia de la humanidad, la concepción del dolor ha ido variando, modificando así la percepción que cada individuo tiene de su dolor.

Además, habrá que resumir los factores culturales e individuales, se puede observar que el umbral a partir del cual el dolor parece insoportable varía enormemente. Así es como nos encontramos con el extraño fenómeno de que hay dolores que se cuentan y otros que se callan.

Porque lo que para un sujeto puede ser un ligero dolor, para otro puede ser insoportable.

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