/ lunes 9 de enero de 2023

[Extranjeros en Morelos] Un poema para el Caudillo del Sur

Barbieri escribió esta remembranza de Emiliano Zapata en un poema de 2010 titulado El regreso y la partida

La escritora argentina María Barbieri (1957) vivió en nuestro país las primeras dos décadas de este siglo, residiendo en Ciudad de México y en Cuernavaca. Editora y profesora en Filosofía por la Universidad Autónoma de Entre Ríos, ha obtenido premios en poesía, cuento y ensayo.

Ganó el Premio al Mejor Libro Artesanal en la Feria de Escritores Independientes de Buenos Aires (1994) por el libro de poemas Y los esclavos de espaldas relucientes se echan a reír.

Ha publicado en obras colectivas y en medios argentinos y mexicanos.

Es autora de un libro para niños. Barbieri escribió esta remembranza de Emiliano Zapata en un poema de 2010 titulado El regreso y la partida:

No había maíz, comimos el perro.

No había maíz, comimos la acémila.

No había maíz, comimos el caballo.

No había maíz,

pero no nos comimos a la gente,

dijo Ignacia, el día en que le hicieron la muerte

con una soga de siete pesos y ni un quererte.

Así puede empezar la historia que les voy a cantar.

Son del corazón de la memoria, no son por azar.

Bajo la mítica luna de Morelos anoche mataste un hombre,

Miliano.

Eso dicen los que te quieren, al pensar en las cosas que

pudieron ser y no fueron.

Nadie lo vio en la equívoca noche. Ojos le crecieron al

silencio.

Dicen que era su figura, su traje de charro, su sombrero.

Sus bigotes.

Los cascos de su caballo en estampida, dicen que

escucharon.

A pólvora olió el viento.

Dicen que vino por rancias escrituras que huelen a virreyes.

En la antorcha azul que era la noche

se vio el cuerpo del delito, el del entrevero era su hijo.

Dicen que antes del tiro se escuchó una voz

hecha de silencio con la lengua del pueblo: “¡Traidor!”

Ese día la gente estuvo de fiesta,

barrieron las calles, limpiaron el aire,

la felicidad era tanta que se sentían buenos y hasta

parientes,

el perfume del cilantro corrió como agua por las calles,

contando de una sola vez el tamaño de la alegría.

En la alta noche se escuchó: Se acabaron las cervezas.

Chocolate pa mi chula.

Los cuicacoches hacían bailar hasta a los que no tenían

piernas,

había pollo en hojas de aguacate con chile guajillo,

chile de árbol sin desvenar trepado a las coronillas

ardientes,

manteca de cerdo chistando en las ochavas, chuletas de

puerco,

en la esquina donde los miércoles se ponía el cambiadero,

los charales abrazados en el aceite hirviendo

llamaban a las maracas junto a los comales y chilitos en

danza,

charales descabezados y sin cola entrando en el mole

verde sin vergüenza.

Dizque cuarenta millones de kilos de guacamole.

Dicen que en la alta noche asaron tejones y tlacuaches,

que el mezcal corrió con gusanos y chapulines que bajaban

del monte

mientras iban y venían las palabras encendidas:

“El árabe lo llevó pa su tierra.”

“Que no, que él no se raja.”

“Los de allá dicen que lo han visto por las cumbres de

Quilamula.”

“A mí me dijo mi abuela que duerme en una cueva del

Cerro Prieto.”

“A qué tanto lío y tanta distancia, si anoche andaba acá,

estaba su caballo bebiendo en el río.”

Dicen que en esa noche rara dormían las armas, como

despiertas.

Dicen que en la historia del pueblo nunca hubo tan dilatado

festejo.

Y dicen que así fue no tanto por la ciega partida, sino de

iluminados por el regreso.

Hasta los tecorrales parecían alegres. Esto sí es bien

cierto.

Yo los vi. Vengo de ahí.

Chachalaqueaban las ganas

de acostarse con la noche,

mi talacha es la canción

es el soñar

la revolución,

con un cachito e fe

el chamuco no te va a comé,

ojos de verde jade

chalchihuite bajo los pies.


Emiliano Zapata | Cortesía | Gobierno de México





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La escritora argentina María Barbieri (1957) vivió en nuestro país las primeras dos décadas de este siglo, residiendo en Ciudad de México y en Cuernavaca. Editora y profesora en Filosofía por la Universidad Autónoma de Entre Ríos, ha obtenido premios en poesía, cuento y ensayo.

Ganó el Premio al Mejor Libro Artesanal en la Feria de Escritores Independientes de Buenos Aires (1994) por el libro de poemas Y los esclavos de espaldas relucientes se echan a reír.

Ha publicado en obras colectivas y en medios argentinos y mexicanos.

Es autora de un libro para niños. Barbieri escribió esta remembranza de Emiliano Zapata en un poema de 2010 titulado El regreso y la partida:

No había maíz, comimos el perro.

No había maíz, comimos la acémila.

No había maíz, comimos el caballo.

No había maíz,

pero no nos comimos a la gente,

dijo Ignacia, el día en que le hicieron la muerte

con una soga de siete pesos y ni un quererte.

Así puede empezar la historia que les voy a cantar.

Son del corazón de la memoria, no son por azar.

Bajo la mítica luna de Morelos anoche mataste un hombre,

Miliano.

Eso dicen los que te quieren, al pensar en las cosas que

pudieron ser y no fueron.

Nadie lo vio en la equívoca noche. Ojos le crecieron al

silencio.

Dicen que era su figura, su traje de charro, su sombrero.

Sus bigotes.

Los cascos de su caballo en estampida, dicen que

escucharon.

A pólvora olió el viento.

Dicen que vino por rancias escrituras que huelen a virreyes.

En la antorcha azul que era la noche

se vio el cuerpo del delito, el del entrevero era su hijo.

Dicen que antes del tiro se escuchó una voz

hecha de silencio con la lengua del pueblo: “¡Traidor!”

Ese día la gente estuvo de fiesta,

barrieron las calles, limpiaron el aire,

la felicidad era tanta que se sentían buenos y hasta

parientes,

el perfume del cilantro corrió como agua por las calles,

contando de una sola vez el tamaño de la alegría.

En la alta noche se escuchó: Se acabaron las cervezas.

Chocolate pa mi chula.

Los cuicacoches hacían bailar hasta a los que no tenían

piernas,

había pollo en hojas de aguacate con chile guajillo,

chile de árbol sin desvenar trepado a las coronillas

ardientes,

manteca de cerdo chistando en las ochavas, chuletas de

puerco,

en la esquina donde los miércoles se ponía el cambiadero,

los charales abrazados en el aceite hirviendo

llamaban a las maracas junto a los comales y chilitos en

danza,

charales descabezados y sin cola entrando en el mole

verde sin vergüenza.

Dizque cuarenta millones de kilos de guacamole.

Dicen que en la alta noche asaron tejones y tlacuaches,

que el mezcal corrió con gusanos y chapulines que bajaban

del monte

mientras iban y venían las palabras encendidas:

“El árabe lo llevó pa su tierra.”

“Que no, que él no se raja.”

“Los de allá dicen que lo han visto por las cumbres de

Quilamula.”

“A mí me dijo mi abuela que duerme en una cueva del

Cerro Prieto.”

“A qué tanto lío y tanta distancia, si anoche andaba acá,

estaba su caballo bebiendo en el río.”

Dicen que en esa noche rara dormían las armas, como

despiertas.

Dicen que en la historia del pueblo nunca hubo tan dilatado

festejo.

Y dicen que así fue no tanto por la ciega partida, sino de

iluminados por el regreso.

Hasta los tecorrales parecían alegres. Esto sí es bien

cierto.

Yo los vi. Vengo de ahí.

Chachalaqueaban las ganas

de acostarse con la noche,

mi talacha es la canción

es el soñar

la revolución,

con un cachito e fe

el chamuco no te va a comé,

ojos de verde jade

chalchihuite bajo los pies.


Emiliano Zapata | Cortesía | Gobierno de México





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