/ viernes 17 de febrero de 2023

[Extranjeros en Morelos] El encanto y la magia que existe en México

Laurie Saunders, violinista estadunidense radicada en el estado, habla sobre su amor y fascinación por el país

Hace cuatro décadas, la violinista estadounidense Laurie Saunders se casó con mexicano y vive en Huitzilac:

“Mi mamá rogaba, antes de venirme a México, que no me enamorara de un mexicano, que estaría muy lejos de ella, pero lo hice; más tarde me dijeron que no iba a poder tener hijos, y tuve tres. Vivo en una de las zonas más conflictivas del país, pero he hecho la paz con la comunidad por medio de nuestro proyecto de una orquesta para los niños”, cuenta Laurie.

“Ahora quiero ser mexicana y me han puesto barreras. Tengo 40 años en el país, con un marido, tres hijos y tres nietos mexicanos. ¡Pero siempre falta un documento más! Nos avisan que, como registraron a mi esposo cuando tenía cuatro años (en 1947 era usual), ahora necesitamos las actas de nacimiento de sus abuelos. ¿No es suficiente que estoy enamorada del país? ¿Esa no es una buena razón para que me den mi nacionalidad? ¿Porque me encanta tanto?”

“Compartir la vida con los seres queridos tiene mucho valor para los mexicanos. Se toman tiempo para preparar los alimentos, para comer y para convivir y eso ayuda a mantener la salud mental y física. La última vez que fui a ver a mi hermano Harold, en Michigan, platicamos en el coche del aeropuerto a su casa. Ese aventón fue toda la visita porque nunca comimos juntos, siempre estaba corriendo para llegar a alguna actividad, a juntas, ensayos. Y luego, se fue de viaje. Partir el pan juntos es un acto sagrado y más importante que cualquier cosa para mí y mi familia, y todavía tiene mucho valor en México”.

“El saludo y la despedida de beso y abrazo entre amigos es un ritual sagrado y me tomó tiempo acostumbrarme; los americanos son muy neuróticos sobre el ‘espacio personal’ y si es la primera vez que se conocen, solamente dan la mano. Entre tanto beso y abrazo es difícil no sentirse apreciado. Cuando subes a un camión o tienes cualquier trato con un extraño siempre te saludan, en una caseta en la autopista, en el cajero del supermercado, hasta los choferes de los autobuses cuando pasan de frente en la carretera”.

“Me fascinan las costumbres que dan color a la vida cotidiana. Me encanta el señor de los camotes y plátanos que anda en la noche por los barrios chiflando. Su horno sobre ruedas de vapor se me hace encantador. Es todo un rito salir cuando hace frío, bajo las luces de las lámparas que iluminan la calle, a comer algo calientito y nutritivo. Espero que esa tradición nunca desaparezca”.

“También en el ambiente callejero de cada barrio se encuentra el señor que anuncia su llegada soplando una flauta, montado en su bicicleta donde hay una piedra que da vueltas para afilar cuchillos. ¿Quién no se ha sentido frustrado con un cuchillo que no tiene filo? ¡Qué alivio para la población!”

“En todas partes hay gente dispuesta a ayudarte: los que cuidan el coche, empacan tu súper, cargan tus cosas, abren las puertas, lavan tu coche. Aunque esperan una propina, me siento rodeada de gente con buena disposición. A una niña de mi orquesta (de pocos recursos) le dolían dos muelas y la llevé con mi dentista. Le sacó dos dientes y puso una amalgama en otro, cobrándome el costo solamente de los materiales. La gente más humilde de los pueblitos es la más generosa. Siempre te invitan, a la hora que sea y con todo corazón, a ‘un taco”.

“El mexicano sabe divertirse y disfrutar las fiestas. Fuimos a la boda de mi hermana en Estados Unidos y el baile duró exactamente tres horas. ¡Qué decepción! Después de cenar la gente se quedaba en sus sillas como si estuviéramos en un velorio. Esta desgracia jamás pasaría en México. Lo que más me encanta de México es que cuando me levanto en la mañana nunca sé qué me va a pasar. Sólo tengo que estar dispuesta a recibir y, como magia, me caen multitud de bendiciones inesperadas”.

Lo que más me encanta de México es que cuando me levanto en la mañana nunca sé qué me va a pasar. Sólo tengo que estar dispuesta a recibir y, como magia, me caen multitud de bendiciones inesperadas.

Laurie Saunders, violinista


Hace cuatro décadas, la violinista estadounidense Laurie Saunders se casó con mexicano y vive en Huitzilac:

“Mi mamá rogaba, antes de venirme a México, que no me enamorara de un mexicano, que estaría muy lejos de ella, pero lo hice; más tarde me dijeron que no iba a poder tener hijos, y tuve tres. Vivo en una de las zonas más conflictivas del país, pero he hecho la paz con la comunidad por medio de nuestro proyecto de una orquesta para los niños”, cuenta Laurie.

“Ahora quiero ser mexicana y me han puesto barreras. Tengo 40 años en el país, con un marido, tres hijos y tres nietos mexicanos. ¡Pero siempre falta un documento más! Nos avisan que, como registraron a mi esposo cuando tenía cuatro años (en 1947 era usual), ahora necesitamos las actas de nacimiento de sus abuelos. ¿No es suficiente que estoy enamorada del país? ¿Esa no es una buena razón para que me den mi nacionalidad? ¿Porque me encanta tanto?”

“Compartir la vida con los seres queridos tiene mucho valor para los mexicanos. Se toman tiempo para preparar los alimentos, para comer y para convivir y eso ayuda a mantener la salud mental y física. La última vez que fui a ver a mi hermano Harold, en Michigan, platicamos en el coche del aeropuerto a su casa. Ese aventón fue toda la visita porque nunca comimos juntos, siempre estaba corriendo para llegar a alguna actividad, a juntas, ensayos. Y luego, se fue de viaje. Partir el pan juntos es un acto sagrado y más importante que cualquier cosa para mí y mi familia, y todavía tiene mucho valor en México”.

“El saludo y la despedida de beso y abrazo entre amigos es un ritual sagrado y me tomó tiempo acostumbrarme; los americanos son muy neuróticos sobre el ‘espacio personal’ y si es la primera vez que se conocen, solamente dan la mano. Entre tanto beso y abrazo es difícil no sentirse apreciado. Cuando subes a un camión o tienes cualquier trato con un extraño siempre te saludan, en una caseta en la autopista, en el cajero del supermercado, hasta los choferes de los autobuses cuando pasan de frente en la carretera”.

“Me fascinan las costumbres que dan color a la vida cotidiana. Me encanta el señor de los camotes y plátanos que anda en la noche por los barrios chiflando. Su horno sobre ruedas de vapor se me hace encantador. Es todo un rito salir cuando hace frío, bajo las luces de las lámparas que iluminan la calle, a comer algo calientito y nutritivo. Espero que esa tradición nunca desaparezca”.

“También en el ambiente callejero de cada barrio se encuentra el señor que anuncia su llegada soplando una flauta, montado en su bicicleta donde hay una piedra que da vueltas para afilar cuchillos. ¿Quién no se ha sentido frustrado con un cuchillo que no tiene filo? ¡Qué alivio para la población!”

“En todas partes hay gente dispuesta a ayudarte: los que cuidan el coche, empacan tu súper, cargan tus cosas, abren las puertas, lavan tu coche. Aunque esperan una propina, me siento rodeada de gente con buena disposición. A una niña de mi orquesta (de pocos recursos) le dolían dos muelas y la llevé con mi dentista. Le sacó dos dientes y puso una amalgama en otro, cobrándome el costo solamente de los materiales. La gente más humilde de los pueblitos es la más generosa. Siempre te invitan, a la hora que sea y con todo corazón, a ‘un taco”.

“El mexicano sabe divertirse y disfrutar las fiestas. Fuimos a la boda de mi hermana en Estados Unidos y el baile duró exactamente tres horas. ¡Qué decepción! Después de cenar la gente se quedaba en sus sillas como si estuviéramos en un velorio. Esta desgracia jamás pasaría en México. Lo que más me encanta de México es que cuando me levanto en la mañana nunca sé qué me va a pasar. Sólo tengo que estar dispuesta a recibir y, como magia, me caen multitud de bendiciones inesperadas”.

Lo que más me encanta de México es que cuando me levanto en la mañana nunca sé qué me va a pasar. Sólo tengo que estar dispuesta a recibir y, como magia, me caen multitud de bendiciones inesperadas.

Laurie Saunders, violinista


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