/ viernes 20 de abril de 2018

El cuadro completo

Enfilaron hacia esa pared del fondo completamente iluminada

Críticas esa gran noche eran lo único que le faltaba, una crítica más, ya de por si había tolerado varias sobre su trabajo en las últimas reuniones petit, que si el bastón del abuelo paterno era más gris que metálico, que si el cabello de su madre era más cano que obscuro, y tal y tal, detalles que realmente no le generaban reparo. Pero modificó colores con tal de que le permitiera terminarlo lo más pronto, entregarlo y regresar a sus estudios de especialidad en el extranjero.

-¡Memín! hace años no te veo cuñado-, le dijo Óscar que esa gran noche llegó con el segundo bebé en brazos, así se evitaba saludarlo de mano. Categóricamente rechazado como esposo de Berenice su hermana menor, dados sus antecedentes de vida no muy congruentes con las tradiciones familiares, Memo, como hermano mayor el del ejemplo, el más conservador y correcto de los tres, definitivamente no le daba su aprobación.

-Tu tinto favorito hermanito-, exclamó Bere botella en mano, que apenas entró a la casa de sus padres, volando rodeó con sus brazos el cuello de Memo. –Te acordaste mi pequeña Bere. Pues ya brindemos hermana-, apuró el estudiante de leyes que se especializa en derechos humanos en Inglaterra, desde hace dos años.

En lo que don Guillermo y su esposa Altagraciasentados en su sofá besaban y hacían fiestas a sus dos únicos nietos, Bere y Memo caminaron a la cocina a preparar copas, reunir las botellas suficientes de vino tinto y sacar las botanas refrigeradas preparadas previamente por doña Altagracia con la ayuda de Naty, la mujer de 40 años que es ayudante, nana, dama de compañía, cocinera, maestra y más que desde que los hermanos recuerdan, ha estado allí.

-Faltan invitados muchachos- les gritó Naty desde la sala donde se apresuraba a poner música de fondo, aún faltaban por llegar el hermano mediano y su novia en turno, los abuelos maternos y la pareja más importante y exigente de la gran noche: la de los abuelos paternos.

Son justamente ellos quienes los tienen allí reunidos.

Hacía un año que el abuelo paterno, don Guillermo primero, hizo la convocatoria para que el pintor lírico de la familia y su consentido nieto el mayor,dejara plasmado en un cuadro a toda la familiay estuviera listo y colgado antes de que la enfermedad que lo mantiene con oxígeno casi permanentemente acabe por hacer sus estragos y le haga cerrar los ojos antes de ver cristalizado su deseo.

-Abre la puerta a tus abuelos-, señaló doña Altagracia a Bere. –Abuela! un gusto que lleguen-, la tierna Bere abrazaba a los padres de doña Altagracia y los encaminaba hacia los suyos. Como siempre la cortesía de don Guillermo antes que nada, el saludo caballeroso, serio, lo que llaman correcto. –Mire qué bien se ve hoy mamá -, diría doña Altagracia a su madre, disfrutándola en esas raras ocasiones en que la ve peinada de salón, maquillada, arreglada como para un gran evento.

Y lo era. Enseguida otro ´din don´del timbre. -Deben ser tus padres amor-, indicó doña Altagracia a su Guillermo, que apresuró el paso para abrir. –Bienvenidos ambos-, besó la frente de su padre y la mano a su anciana madre. Así los encaminó hacia la sala donde ya estaban casi todos los convocados.

-¿Allí verdad?- apuntó don Guillermo hacia la pared del fondo de la estancia alzando su bastón. –Si padre, allí será-. Una pared perfectamente iluminada con tonos clarísimos, y al centro encerrado entre cortinas de satín rojo se podía adivinar que estaba ese cuadro, motivo de exigencias, críticas, algunas reuniones de discusión extra.

-Hola mis nietos, hola Naty, ¿dónde está ella? -, volteaba a un lado y otro con cierto cuidado el anciano de poco cabello blanco pero bien peinado, asistido por su enfermera que un rato y otro también le acerca la mascarilla que le ayuda con el oxígeno.

-Acá, vamos don Guillermo-, Naty salió de la cocina apresurando el paso para saludar a los viejos. La ceja levantada de doña Altagracia dejó entrever ese recelo característico de quien tolera pero no con agrado.

-Hijos saluden a sus abuelos-, llamó doña Altagracia a sus hijos que se divertían en la cocina colocando copas en charolas, jugueteando como en aquellos días de infancia.

-¡Abuelos!- corrió Bere a saludar a los cuatro abuelos que les sobreviven.

–Mi gran pintor-, estrechó fuertemente don Guillermo al nieto mayor. –Mi artista del pincel-, nunca faltaban los elogios a Memo, lo que lo confirmaba como el descendiente directo del patriarca.

-Naty abre la puerta, llegó mi hijo-, ordenó doña Altagracia, que saludaba atentamente a don Guillermo como siempre. Entró Diego, el segundo hermano estrenando novia ooootra vez.

-Pues bien, creo que estamos todos-, dijo Memo que comía ansias por abrir esas cortinillas de rojo satín. –Es hora secundó el abuelo-, caminó hacia la pared, apoyado en su bastón y sostenido de un brazo de su inseparable esposa, y del otro lado resguardado por la enfermera con el oxígeno.

Enfilaron hacia esa pared del fondo completamente iluminada. Se formó un semicírculo de adultos con los pequeños nietos sentados en la alfombra hasta adelante.

-Naty, ve a la cocina, ten listas las copas y los canapés-, ordenó doña Altagracia.

El abuelo, el patriarca de la familia que incluye a los débiles abuelos maternos miró a todos de reojo. Alzó el bastón y ordenó: -Memo aquí-, de inmediato el nieto consentido, el autor de la obra corrió a un lado del anciano.

-Este deberá ser un momento especial en nuestra vida, es el momento en que habremos de mirarnosreunidos todos los que formamos parte de esta agraciada familia, grabada por siempre en esta obra que habrán de conservar para recordarnos nuestros hijos, nuestros nietos y los hijos de ellos-.

Mientras hablaba, pausado, serio, orgulloso, miraba a todos, a cada uno, hasta Naty asomó la carita desde la cocina al escuchar tanta solemnidad del caballero:

-Es un regalo la vida, es un regalo tenernos, estar presentes, sabernos parte de una familia- seguía. Entonces miró la carita curiosa de la cocina y llamó:

-Naty, acércate-, voltearon a la cocina los presentes, sonreían, al fin y al cabo como desde el principio, la mujer ahí ha estado también, entre todos.

-Celebro- siguió el abuelo, -celebro tanto estos años compartidos con todos ustedes, una andar en esta vida acompañado de mi dulce Ana, y miró a su compañera de toda una vida, tener a mi hijo, verlo crecer, ver a mis nietos, sentirlos cerca, y ahora a mis bis, (y miró en la alfombra los dos pequeñuelos inquietos jugar), que también los siento míos-.

-No es nada más que reunirnos y agradecer su presencia en mi existencia. Que sea esto perenne, que permanezca, como la obra que ahora nos mostrará mi nieto-. E hizo el ademán a Memo para que descubriera la obra.

-Abuelos, padres, hermanos, sobrinos, aquí está plasmada nuestra familia, para que no nos olvidemos, para sabernos familia- dijo Memo antes y retiró con cuidado las cortinas de rojo satín hacia los lados de la obra.

Las palmas de todos estaban listas para la lluvia de aplausos, los ojos de todos puestos en la obra para mirarse. ¿Cómo me habrá pintado? Seguro se preguntaban.

No salieron las palmas tan rápido como se hubiese esperado. Si se escuchó una voz tenue: -Ahí estoy-, casi ni se escucharon aplausos.

Y sí, ahí estaba ella.En el cuadro, los abuelos paternos y maternos en la línea de atrás; en línea media estaba don Guillermo segundo con su esposa doña Altagracia a la derecha, y a su costado izquierdo Naty, seguida de Memo, Diego y Bere con su Óscar y los bebés en la tercera línea. Así estaban pintados. En ese orden.

Petrificado quedó el padre de Memo al mirarse, doña Altagracia a nada del desmayo, los demás con cara de sorpresa se miraban sin hablar. Hasta que Óscar, el irreverente cuñado tuvo la ocurrencia: -¿están todos los que son? Cuñado, qué gesto el tuyo, qué sensibilidad!-.

-Hermanito, Memo, ibas a pintar el cuadro de la familia, ¿no?-, dijo Bere en voz alta a su hermano.

-Los abuelos paternos sólo miraban a su hija, ¿qué no habría una explicación? Diego tomó una copa y bebió para no decir nada tomando fuerte de la mano a su noviay siguió bebiendo nervioso. Al abuelo Guillermo le acercaron de inmediato el oxígeno, porque sí que le hacía falta. Ahora todas las miradas se centraban en Guillermo, ¿qué explicación había a eso? Y Memo, Memo ¿qué tendría que decir de su obra? ¿Por qué allí Naty?, ¿qué hacía entre él y su padre? Lloverían las críticas.

-Memo me explicas hijo-, gritó su madre. Era lo menos que esperaba Memo.

-Así no va, así no- siguió gritando ella que se resistía a mirar a su esposo.

Hubo silencio en los adultos, salvo por los ruidos del jugueteo de los bebés.

-Bien- no hay nada qué explicar, está más que claro ahí. El cuadro lo dice todo, no le falta y no le sobra nada, dijo Memo.

Naty corrió a apagar las luces que iluminaban esa obra. -¡No! No lo hagas Naty, préndelas hermana-, dijo Memo.

Tremendos los ojos de lumbre de doña Altagracia sobre su marido. Los abuelos maternos salieron sin despedirse. Los abuelos paternos de pie, mirando a su hijo, y también Bere, Óscar, Diego, hasta que su padre habló: -Memo…Diego…Bere…mujer, el cuadro está completo. Se queda como está-.

Críticas esa gran noche eran lo único que le faltaba, una crítica más, ya de por si había tolerado varias sobre su trabajo en las últimas reuniones petit, que si el bastón del abuelo paterno era más gris que metálico, que si el cabello de su madre era más cano que obscuro, y tal y tal, detalles que realmente no le generaban reparo. Pero modificó colores con tal de que le permitiera terminarlo lo más pronto, entregarlo y regresar a sus estudios de especialidad en el extranjero.

-¡Memín! hace años no te veo cuñado-, le dijo Óscar que esa gran noche llegó con el segundo bebé en brazos, así se evitaba saludarlo de mano. Categóricamente rechazado como esposo de Berenice su hermana menor, dados sus antecedentes de vida no muy congruentes con las tradiciones familiares, Memo, como hermano mayor el del ejemplo, el más conservador y correcto de los tres, definitivamente no le daba su aprobación.

-Tu tinto favorito hermanito-, exclamó Bere botella en mano, que apenas entró a la casa de sus padres, volando rodeó con sus brazos el cuello de Memo. –Te acordaste mi pequeña Bere. Pues ya brindemos hermana-, apuró el estudiante de leyes que se especializa en derechos humanos en Inglaterra, desde hace dos años.

En lo que don Guillermo y su esposa Altagraciasentados en su sofá besaban y hacían fiestas a sus dos únicos nietos, Bere y Memo caminaron a la cocina a preparar copas, reunir las botellas suficientes de vino tinto y sacar las botanas refrigeradas preparadas previamente por doña Altagracia con la ayuda de Naty, la mujer de 40 años que es ayudante, nana, dama de compañía, cocinera, maestra y más que desde que los hermanos recuerdan, ha estado allí.

-Faltan invitados muchachos- les gritó Naty desde la sala donde se apresuraba a poner música de fondo, aún faltaban por llegar el hermano mediano y su novia en turno, los abuelos maternos y la pareja más importante y exigente de la gran noche: la de los abuelos paternos.

Son justamente ellos quienes los tienen allí reunidos.

Hacía un año que el abuelo paterno, don Guillermo primero, hizo la convocatoria para que el pintor lírico de la familia y su consentido nieto el mayor,dejara plasmado en un cuadro a toda la familiay estuviera listo y colgado antes de que la enfermedad que lo mantiene con oxígeno casi permanentemente acabe por hacer sus estragos y le haga cerrar los ojos antes de ver cristalizado su deseo.

-Abre la puerta a tus abuelos-, señaló doña Altagracia a Bere. –Abuela! un gusto que lleguen-, la tierna Bere abrazaba a los padres de doña Altagracia y los encaminaba hacia los suyos. Como siempre la cortesía de don Guillermo antes que nada, el saludo caballeroso, serio, lo que llaman correcto. –Mire qué bien se ve hoy mamá -, diría doña Altagracia a su madre, disfrutándola en esas raras ocasiones en que la ve peinada de salón, maquillada, arreglada como para un gran evento.

Y lo era. Enseguida otro ´din don´del timbre. -Deben ser tus padres amor-, indicó doña Altagracia a su Guillermo, que apresuró el paso para abrir. –Bienvenidos ambos-, besó la frente de su padre y la mano a su anciana madre. Así los encaminó hacia la sala donde ya estaban casi todos los convocados.

-¿Allí verdad?- apuntó don Guillermo hacia la pared del fondo de la estancia alzando su bastón. –Si padre, allí será-. Una pared perfectamente iluminada con tonos clarísimos, y al centro encerrado entre cortinas de satín rojo se podía adivinar que estaba ese cuadro, motivo de exigencias, críticas, algunas reuniones de discusión extra.

-Hola mis nietos, hola Naty, ¿dónde está ella? -, volteaba a un lado y otro con cierto cuidado el anciano de poco cabello blanco pero bien peinado, asistido por su enfermera que un rato y otro también le acerca la mascarilla que le ayuda con el oxígeno.

-Acá, vamos don Guillermo-, Naty salió de la cocina apresurando el paso para saludar a los viejos. La ceja levantada de doña Altagracia dejó entrever ese recelo característico de quien tolera pero no con agrado.

-Hijos saluden a sus abuelos-, llamó doña Altagracia a sus hijos que se divertían en la cocina colocando copas en charolas, jugueteando como en aquellos días de infancia.

-¡Abuelos!- corrió Bere a saludar a los cuatro abuelos que les sobreviven.

–Mi gran pintor-, estrechó fuertemente don Guillermo al nieto mayor. –Mi artista del pincel-, nunca faltaban los elogios a Memo, lo que lo confirmaba como el descendiente directo del patriarca.

-Naty abre la puerta, llegó mi hijo-, ordenó doña Altagracia, que saludaba atentamente a don Guillermo como siempre. Entró Diego, el segundo hermano estrenando novia ooootra vez.

-Pues bien, creo que estamos todos-, dijo Memo que comía ansias por abrir esas cortinillas de rojo satín. –Es hora secundó el abuelo-, caminó hacia la pared, apoyado en su bastón y sostenido de un brazo de su inseparable esposa, y del otro lado resguardado por la enfermera con el oxígeno.

Enfilaron hacia esa pared del fondo completamente iluminada. Se formó un semicírculo de adultos con los pequeños nietos sentados en la alfombra hasta adelante.

-Naty, ve a la cocina, ten listas las copas y los canapés-, ordenó doña Altagracia.

El abuelo, el patriarca de la familia que incluye a los débiles abuelos maternos miró a todos de reojo. Alzó el bastón y ordenó: -Memo aquí-, de inmediato el nieto consentido, el autor de la obra corrió a un lado del anciano.

-Este deberá ser un momento especial en nuestra vida, es el momento en que habremos de mirarnosreunidos todos los que formamos parte de esta agraciada familia, grabada por siempre en esta obra que habrán de conservar para recordarnos nuestros hijos, nuestros nietos y los hijos de ellos-.

Mientras hablaba, pausado, serio, orgulloso, miraba a todos, a cada uno, hasta Naty asomó la carita desde la cocina al escuchar tanta solemnidad del caballero:

-Es un regalo la vida, es un regalo tenernos, estar presentes, sabernos parte de una familia- seguía. Entonces miró la carita curiosa de la cocina y llamó:

-Naty, acércate-, voltearon a la cocina los presentes, sonreían, al fin y al cabo como desde el principio, la mujer ahí ha estado también, entre todos.

-Celebro- siguió el abuelo, -celebro tanto estos años compartidos con todos ustedes, una andar en esta vida acompañado de mi dulce Ana, y miró a su compañera de toda una vida, tener a mi hijo, verlo crecer, ver a mis nietos, sentirlos cerca, y ahora a mis bis, (y miró en la alfombra los dos pequeñuelos inquietos jugar), que también los siento míos-.

-No es nada más que reunirnos y agradecer su presencia en mi existencia. Que sea esto perenne, que permanezca, como la obra que ahora nos mostrará mi nieto-. E hizo el ademán a Memo para que descubriera la obra.

-Abuelos, padres, hermanos, sobrinos, aquí está plasmada nuestra familia, para que no nos olvidemos, para sabernos familia- dijo Memo antes y retiró con cuidado las cortinas de rojo satín hacia los lados de la obra.

Las palmas de todos estaban listas para la lluvia de aplausos, los ojos de todos puestos en la obra para mirarse. ¿Cómo me habrá pintado? Seguro se preguntaban.

No salieron las palmas tan rápido como se hubiese esperado. Si se escuchó una voz tenue: -Ahí estoy-, casi ni se escucharon aplausos.

Y sí, ahí estaba ella.En el cuadro, los abuelos paternos y maternos en la línea de atrás; en línea media estaba don Guillermo segundo con su esposa doña Altagracia a la derecha, y a su costado izquierdo Naty, seguida de Memo, Diego y Bere con su Óscar y los bebés en la tercera línea. Así estaban pintados. En ese orden.

Petrificado quedó el padre de Memo al mirarse, doña Altagracia a nada del desmayo, los demás con cara de sorpresa se miraban sin hablar. Hasta que Óscar, el irreverente cuñado tuvo la ocurrencia: -¿están todos los que son? Cuñado, qué gesto el tuyo, qué sensibilidad!-.

-Hermanito, Memo, ibas a pintar el cuadro de la familia, ¿no?-, dijo Bere en voz alta a su hermano.

-Los abuelos paternos sólo miraban a su hija, ¿qué no habría una explicación? Diego tomó una copa y bebió para no decir nada tomando fuerte de la mano a su noviay siguió bebiendo nervioso. Al abuelo Guillermo le acercaron de inmediato el oxígeno, porque sí que le hacía falta. Ahora todas las miradas se centraban en Guillermo, ¿qué explicación había a eso? Y Memo, Memo ¿qué tendría que decir de su obra? ¿Por qué allí Naty?, ¿qué hacía entre él y su padre? Lloverían las críticas.

-Memo me explicas hijo-, gritó su madre. Era lo menos que esperaba Memo.

-Así no va, así no- siguió gritando ella que se resistía a mirar a su esposo.

Hubo silencio en los adultos, salvo por los ruidos del jugueteo de los bebés.

-Bien- no hay nada qué explicar, está más que claro ahí. El cuadro lo dice todo, no le falta y no le sobra nada, dijo Memo.

Naty corrió a apagar las luces que iluminaban esa obra. -¡No! No lo hagas Naty, préndelas hermana-, dijo Memo.

Tremendos los ojos de lumbre de doña Altagracia sobre su marido. Los abuelos maternos salieron sin despedirse. Los abuelos paternos de pie, mirando a su hijo, y también Bere, Óscar, Diego, hasta que su padre habló: -Memo…Diego…Bere…mujer, el cuadro está completo. Se queda como está-.

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