/ martes 23 de mayo de 2023

El G7 y el camino al olvido

Se han reunido en Japón este fin de semana las naciones pertenecientes al G-7. Vaya paradoja pues, aunque el mundo ha puesto los ojos en lo que se dijo estos días en aquellas reuniones, a nadie le han importado los acuerdos, sino, lastimosamente para ellos, en lo que China y Rusia puedan opinar al respecto.

El mundo presenta ya un cambio en el paradigma tradicional y parece que el G-7 no se ha percatado de ello. Y es que, para empezar, hay que recordar que este grupo está compuesto por Estados Unidos, Alemania, Francia, Canadá, Italia, Japón y el Reino Unido, además de que la Unión Europea tiene una representación política al tener a tres de sus miembros en el grupo que, por cierto, hace menos de un lustro también tenía al Reino Unido.

El problema del G-7 es que cuando se reúne, como lo hecho este fin de semana en Japón, ya no tiene una agenda propia que le permita seguir dominando los intereses internacionales, sino que ahora lo hace para buscar la forma de afrontar el avance de terceros que ya no les tienen ni miedo ni respeto, como Rusia invadiendo Ucrania.

El G-7 ha perdido representación en el orden internacional debido a diferentes situaciones que les han retrasado y que no han podido detener el avance de otros. El G-7 parece no haber evolucionado, pero no solo en su concepción, sino en su análisis del mundo que piensa que sigue liderando. Y es que todo ello tiene una explicación lógica: las naciones de este grupo creen que el mundo todavía les pertenece y no se han querido dar cuenta que el mundo es otro mundo, que el mundo del ahora tiene gustos y orientaciones distintas a las del siglo anterior, que el mundo ya no les necesita como antes y que, incluso, en algunas partes les aborrece.

El análisis tiene que ver con lo siguiente: los últimos 22 años, sobre todo a partir de los ataques del 11 de septiembre en los Estados Unidos, significaron el cambio de rumbo en el devenir internacional pues Estados Unidos se enfocó tanto en terminar con los enemigos del Medio Oriente que descuidó el mercado emergente del Lejano Oriente. En este camino arrastró a la Unión Europea que acababa de emerger con el establecimiento del Euro y a Japón que buscaba retomar los gloriosos años de los setentas y ochentas cuando eran los padres de la calidad y los procesos industriales.

Estados Unidos guio al G-7 al matadero al arrastrarles a una guerra que no les pertenecía pero que no podían despreciar. La OTAN, liderada por Estados Unidos y seguida por los europeos creyeron que dominando a los insurgentes de Al Qaeda y de Medio Oriente el mundo les agradecería y la hegemonía continuaría. Sin embargo, eso no sucedió. El mundo no solo no se interesó por la guerra y su “restablecimiento” de la democracia en Irak o Afganistán, sino que empezó a recriminarles y a abandonarles, comercialmente hablando, al notar la ascensión de China en el comercio global.

Además, la crisis económica vivida allá por el 2008 y la sanitaria del COVID terminaron por hundir un proyecto de líderes obtusos y añejos que pensaban que seguían dominando un mundo pueril que no sabía lo que quería.

A todo ello hay que añadir las problemáticas políticas, sociales y económicas de cada uno de los miembros del G-7 para abonar al desinterés del mundo por ellos y sus proyectos. De hecho, aunque siguen siendo naciones fuertes y muy por encima de la media global, éstos ya no son lo que antes. Por ejemplo, Italia no es un símbolo de desarrollo económico, tienen problemas financieros y políticos graves como los que su democracia ha permitido pues personajes como Berlusconi no han abonado en su desarrollo; menos ahora con un gobierno como el de Meloni, tan radical y añejo en sus definiciones.

Po su lado, el Reino Unido ha actuado los últimos 10 años como un Estado que tiene todo, menos unidad. Los Primeros Ministros han renunciado y no hay nadie que gobierne como lo hizo Margaret Thatcher cuando el G-7 era el hegemónico y, aunque Sunak lo está intentando, apenas lleva menos de un año en el cargo luego de que desde 2016 a la fecha hayan pasado May, Johnson y Truss, esta última con menos de dos meses en el cargo. Por si fuera poco, perdieron a la reina y el nuevo rey no ha abonado mucho a que el Reino Unido recupere el terreno perdido.

En cuanto a Alemania, a pesar de que su economía sigue siendo envidiable para muchos de los Estados a nivel global, su peso político -casi- desapareció luego de que Angela Merkel se retirara y dejara al casi desconocido Olaf Scholz a cargo. En ese orden de ideas, también hay que recordar que Japón ha quedado relegado con el ascenso chino y que su importancia geopolítica casi se limita a sus aguas e islas. Canadá se encuentra por el mismo camino, solo porque colindan con Estados Unidos, sino nadie les tomaría en cuenta para el nuevo orden mundial.

Por su parte, Francia lucha por retomar el camino del liderazgo europeo, pero el mejor ejemplo del declive político de aquella nación es que no pudo contener ni persuadir a Putin de irse de Ucrania. Eso lo dice todo. Finalmente, Estados Unidos, quien sigue siendo la potencia mundial, parece que sólo les ha reunido para fortalecer su liderazgo entre el grupo de países añejos que siguen pensando que el mundo al que quieren dirigir es el del siglo XIX o el de inicios del siglo XX y no el del 2023, el que ya no les ve como objetivo de vida, de trabajo, de regionalismo, de cooperación, de inversión o de apoyo, sino que, cada vez más, les recuerda como aquellos que se aferran al pasado y se oponen al futuro.

Habrá que ver en qué termina todo, pero no creo que la reunión sucedida este fin de semana en Hiroshima sea trascendental pues, hasta el hecho de escoger una ciudad sede como esta, solamente retrata la idea de que no se ha evolucionado y que el mundo aún les recuerda, cuando Hiroshima solamente se encuentra en los libros de historia.

Fernando Abrego Camarillo es Doctor en Ciencias Administrativas por el IPN. Profesor de telesecundaria en los SEIEM además de investigador y catedrático de tiempo completo en la academia de Bloques Regionales de la Escuela Superior de Comercio y Administración Unidad Santo Tomás en el IPN. Sígalo en @fabrecam

Se han reunido en Japón este fin de semana las naciones pertenecientes al G-7. Vaya paradoja pues, aunque el mundo ha puesto los ojos en lo que se dijo estos días en aquellas reuniones, a nadie le han importado los acuerdos, sino, lastimosamente para ellos, en lo que China y Rusia puedan opinar al respecto.

El mundo presenta ya un cambio en el paradigma tradicional y parece que el G-7 no se ha percatado de ello. Y es que, para empezar, hay que recordar que este grupo está compuesto por Estados Unidos, Alemania, Francia, Canadá, Italia, Japón y el Reino Unido, además de que la Unión Europea tiene una representación política al tener a tres de sus miembros en el grupo que, por cierto, hace menos de un lustro también tenía al Reino Unido.

El problema del G-7 es que cuando se reúne, como lo hecho este fin de semana en Japón, ya no tiene una agenda propia que le permita seguir dominando los intereses internacionales, sino que ahora lo hace para buscar la forma de afrontar el avance de terceros que ya no les tienen ni miedo ni respeto, como Rusia invadiendo Ucrania.

El G-7 ha perdido representación en el orden internacional debido a diferentes situaciones que les han retrasado y que no han podido detener el avance de otros. El G-7 parece no haber evolucionado, pero no solo en su concepción, sino en su análisis del mundo que piensa que sigue liderando. Y es que todo ello tiene una explicación lógica: las naciones de este grupo creen que el mundo todavía les pertenece y no se han querido dar cuenta que el mundo es otro mundo, que el mundo del ahora tiene gustos y orientaciones distintas a las del siglo anterior, que el mundo ya no les necesita como antes y que, incluso, en algunas partes les aborrece.

El análisis tiene que ver con lo siguiente: los últimos 22 años, sobre todo a partir de los ataques del 11 de septiembre en los Estados Unidos, significaron el cambio de rumbo en el devenir internacional pues Estados Unidos se enfocó tanto en terminar con los enemigos del Medio Oriente que descuidó el mercado emergente del Lejano Oriente. En este camino arrastró a la Unión Europea que acababa de emerger con el establecimiento del Euro y a Japón que buscaba retomar los gloriosos años de los setentas y ochentas cuando eran los padres de la calidad y los procesos industriales.

Estados Unidos guio al G-7 al matadero al arrastrarles a una guerra que no les pertenecía pero que no podían despreciar. La OTAN, liderada por Estados Unidos y seguida por los europeos creyeron que dominando a los insurgentes de Al Qaeda y de Medio Oriente el mundo les agradecería y la hegemonía continuaría. Sin embargo, eso no sucedió. El mundo no solo no se interesó por la guerra y su “restablecimiento” de la democracia en Irak o Afganistán, sino que empezó a recriminarles y a abandonarles, comercialmente hablando, al notar la ascensión de China en el comercio global.

Además, la crisis económica vivida allá por el 2008 y la sanitaria del COVID terminaron por hundir un proyecto de líderes obtusos y añejos que pensaban que seguían dominando un mundo pueril que no sabía lo que quería.

A todo ello hay que añadir las problemáticas políticas, sociales y económicas de cada uno de los miembros del G-7 para abonar al desinterés del mundo por ellos y sus proyectos. De hecho, aunque siguen siendo naciones fuertes y muy por encima de la media global, éstos ya no son lo que antes. Por ejemplo, Italia no es un símbolo de desarrollo económico, tienen problemas financieros y políticos graves como los que su democracia ha permitido pues personajes como Berlusconi no han abonado en su desarrollo; menos ahora con un gobierno como el de Meloni, tan radical y añejo en sus definiciones.

Po su lado, el Reino Unido ha actuado los últimos 10 años como un Estado que tiene todo, menos unidad. Los Primeros Ministros han renunciado y no hay nadie que gobierne como lo hizo Margaret Thatcher cuando el G-7 era el hegemónico y, aunque Sunak lo está intentando, apenas lleva menos de un año en el cargo luego de que desde 2016 a la fecha hayan pasado May, Johnson y Truss, esta última con menos de dos meses en el cargo. Por si fuera poco, perdieron a la reina y el nuevo rey no ha abonado mucho a que el Reino Unido recupere el terreno perdido.

En cuanto a Alemania, a pesar de que su economía sigue siendo envidiable para muchos de los Estados a nivel global, su peso político -casi- desapareció luego de que Angela Merkel se retirara y dejara al casi desconocido Olaf Scholz a cargo. En ese orden de ideas, también hay que recordar que Japón ha quedado relegado con el ascenso chino y que su importancia geopolítica casi se limita a sus aguas e islas. Canadá se encuentra por el mismo camino, solo porque colindan con Estados Unidos, sino nadie les tomaría en cuenta para el nuevo orden mundial.

Por su parte, Francia lucha por retomar el camino del liderazgo europeo, pero el mejor ejemplo del declive político de aquella nación es que no pudo contener ni persuadir a Putin de irse de Ucrania. Eso lo dice todo. Finalmente, Estados Unidos, quien sigue siendo la potencia mundial, parece que sólo les ha reunido para fortalecer su liderazgo entre el grupo de países añejos que siguen pensando que el mundo al que quieren dirigir es el del siglo XIX o el de inicios del siglo XX y no el del 2023, el que ya no les ve como objetivo de vida, de trabajo, de regionalismo, de cooperación, de inversión o de apoyo, sino que, cada vez más, les recuerda como aquellos que se aferran al pasado y se oponen al futuro.

Habrá que ver en qué termina todo, pero no creo que la reunión sucedida este fin de semana en Hiroshima sea trascendental pues, hasta el hecho de escoger una ciudad sede como esta, solamente retrata la idea de que no se ha evolucionado y que el mundo aún les recuerda, cuando Hiroshima solamente se encuentra en los libros de historia.

Fernando Abrego Camarillo es Doctor en Ciencias Administrativas por el IPN. Profesor de telesecundaria en los SEIEM además de investigador y catedrático de tiempo completo en la academia de Bloques Regionales de la Escuela Superior de Comercio y Administración Unidad Santo Tomás en el IPN. Sígalo en @fabrecam