/ martes 18 de enero de 2022

Luis Echeverría cumple 100 años en soledad

Al igual que el coronel Aureliano Buendía –héroe de “Cien años de Soledad” del brillante escritor Gabriel García Márquez—al final de sus días no tenía visitas ni siquiera quien le escribiera, hoy Luis Echeverría se encuentra solo, abandonado, preso de sus recuerdos y con la carga de odio y resentimiento de una sociedad entera.

Nacido un 17 de enero de 1922, el expresidente sucedió en el máximo cargo político del país a Gustavo Díaz Ordaz, el presidente más autoritario, duro y soberbio de los tiempos de la “dictadura perfecta”. Al igual que él, fue miembro de la CIA y ejecutó la represión más salvaje que se haya realizado en el país, comenzando con la masacre de Tlatelolco, el Jueves de Corpus de 1971 y cerrando la etapa con la brutal masacre de la Sierra de Atoyac, que costó a los campesinos miles de muertos, hambre, terror y sufrimiento.

Luis Echeverría comenzó sus andanzas políticas como simple burócrata, en la época dorada del PRI, cuando la consigna de los presidentes de México hacía y deshacía carreras, vidas y haciendas. Supo ganar la confianza de GDO simulando una lealtad perruna, al grado de “pelarle” las naranjas a Irma Serrano, actriz muy allegada al entonces presidente.

Cuando ocurrió la represión del 2 de octubre, GDO se encontraba en Guadalajara. De hecho, quien coordinó las acciones del gobierno en la Plaza de las Tres Culturas fue Luis Echeverría en combinación con las fuerzas represivas: granaderos, judiciales, marinos y soldados, además del cuerpo especial de criminales agrupados en el famoso “Batallón Olimpia”, integrado por militares en activo que habían recibido entrenamiento especial en operaciones de comando.

Cómplices en ese crimen de Estado, Luis Echeverría se valió del compromiso genocida con GDO para proyectarse como precandidato del entonces invencible PRI. De hecho, en esa fecha se aseguró la candidatura de LEA, ya que mostró su rostro como guardián de los secretos de Los Pinos.

Una vez nombrado candidato oficial, LEA desató una campaña de activismo nunca antes vista. Visitó hasta la Baja California sur, territorio entonces olvidado. Y ocurrió en ese contexto el famoso “Minuto de silencio” que guardó junto a los alumnos de la Universidad Nicolaita de Morelia, en memoria de los estudiantes caídos el 2 de octubre, lo que provocó la ira del presidente, quien de inmediato se planteó desconocerlo y poner otro candidato.

Quedaba claro para todo mundo que LEA no tenía más lealtad que con su persona, con sus intereses y ambiciones. GDO lo mantuvo en el cargo y finalmente llegó al poder en 1970, en medio del descontento general contra la política represiva del sector más duro del gobierno. Era necesario un cambio.

LEA planteó entonces una política de renovación que pronto resultó engañosa. Lanzó su campaña de “Apertura Democrática” con bombo y platillo, a la cual se adhirieron muchos grupos de izquierda reformista, además de varios intelectuales de renombre. La nueva política pronto hizo crisis y quedó exhibida con los hechos del 10 de junio de 1971, cuando unos 10 mil estudiantes se manifestaron a partir de las instalaciones del IPN en el Casco de Santo Tomás, muy cercanas a la Escuela Normal Superior.

A las primeras cuadras del recorrido, la marcha fue detenida por granaderos y atacada por “Los Halcones”, grupo de choque del gobierno del entonces DF, adiestrados por militares y que portaban camisetas con el retrato del “Che” Guevara e iban armados con palos de bambú, pistolas y metralletas.

Fueron decenas de muertos y centenares de heridos a causa de la artera agresión. LEA dio así respuesta concreta a quienes planteaban dudas acerca de si la Apertura tenía bases reales. Lo que todo mundo aprendió fue que sus palabras eran engañosas, mientras la política represiva se mantenía igual, añadiendo inclusive el uso de fuerzas paramilitares en su ejecución.

Más adelante, LEA exhibió un cambio retrógrado en su política hacia los grupos guerrilleros. Su primera reacción fue ceder a las demandas de los insurgentes, como en el caso del secuestro del cónsul de USA en Guadalajara, Terrance G. Leonhardy, por cuya libertad LEA entregó 30 guerrilleros recluidos en diversas cárceles del país y los envió a Cuba, en cumplimiento de la exigencia de los subversivos.

Pero a partir del secuestro y muerte del patriarca Eugenio Garza Sada, del Grupo Monterrey, por presiones de los empresarios su política de negociaciones cambió radicalmente. Ya no hubo ninguna concesión nueva, como en el caso del secuestro de su suegro, J. Guadalupe Zuno, realizado por un grupo armado en Guadalajara. En vez de ceder a sus demandas, LEA intensificó la represión, torturó a los familiares de los subversivos y nunca volvió a establecer acuerdos con la guerrilla. Al poco tiempo Zuno fue liberado sin condiciones.

Con relación al secuestro del senador Rubén Figueroa, realizado por la Brigada Campesina de Ajusticiamiento del PdlP, al mando de Lucio Cabañas, LEA dividió su política en dos aspectos: por un lado, respecto a las demandas económicas, permitió que la familia de Figueroa negociara con el grupo armado.

Pero en cuanto a las demandas políticas --que contemplaban la liberación de centenares de presos políticos—Echeverría endureció su línea y desató una feroz cacería por toda la sierra, que incluyó incendio de poblados; control de la población, que fue concentrada en pueblos grandes para mantenerla a raya; prohibición de introducir alimentos en toda la sierra; puestos de control en todos los caminos de acceso y cárcel, tortura y muerte para todos, rebeldes o no.

La culminación de este proceso represivo tuvo lugar el 2 de diciembre de 1974, con un enfrentamiento en el Otatal, el municipio de Tecpan de Galeana, entre fuerzas federales antisubversivas contra el grupo que comandaba el propio Lucio. El dirigente revolucionario tuvo oportunidad de accionar su arma y recibió la muerte en combate.

En medio de una grave crisis política, LEA designó a José López Portillo –su amigo de la infancia—como candidato del PRI a la presidencia de la República. JLP se dio cuenta de la ironía de su elección: mientras por un lado su candidatura no tuvo enemigo al frente –fue candidato del PRI y los partidos paraestatales—y el PAN se abstuvo de competir, por otro las calles y las montañas del país se convulsionaban bajo el incendio de la insurgencia.

JLP asumió la presidencia y nombró a Jesús Reyes Heroles como secretario de Gobernación. Las promesas de cambio político se concretaron con la promulgación de la Ley de Amnistía y la posibilidad de que dirigentes de los partidos de izquierda pudieran llegar al poder mediante la creación jurídica de los “diputados de partido”.

Nuevos tiempos comenzaron a soplar en el país. Lo que Echeverría prometió, López Portillo lo cumplió. Mientras tanto, en esos años miles de personas habían muerto, o fueron desaparecidas, torturadas y sus derechos humanos pisoteados. La herencia de Echeverría perdura de manera funesta en la memoria colectiva de los mexicanos.

Al igual que el coronel Aureliano Buendía –héroe de “Cien años de Soledad” del brillante escritor Gabriel García Márquez—al final de sus días no tenía visitas ni siquiera quien le escribiera, hoy Luis Echeverría se encuentra solo, abandonado, preso de sus recuerdos y con la carga de odio y resentimiento de una sociedad entera.

Nacido un 17 de enero de 1922, el expresidente sucedió en el máximo cargo político del país a Gustavo Díaz Ordaz, el presidente más autoritario, duro y soberbio de los tiempos de la “dictadura perfecta”. Al igual que él, fue miembro de la CIA y ejecutó la represión más salvaje que se haya realizado en el país, comenzando con la masacre de Tlatelolco, el Jueves de Corpus de 1971 y cerrando la etapa con la brutal masacre de la Sierra de Atoyac, que costó a los campesinos miles de muertos, hambre, terror y sufrimiento.

Luis Echeverría comenzó sus andanzas políticas como simple burócrata, en la época dorada del PRI, cuando la consigna de los presidentes de México hacía y deshacía carreras, vidas y haciendas. Supo ganar la confianza de GDO simulando una lealtad perruna, al grado de “pelarle” las naranjas a Irma Serrano, actriz muy allegada al entonces presidente.

Cuando ocurrió la represión del 2 de octubre, GDO se encontraba en Guadalajara. De hecho, quien coordinó las acciones del gobierno en la Plaza de las Tres Culturas fue Luis Echeverría en combinación con las fuerzas represivas: granaderos, judiciales, marinos y soldados, además del cuerpo especial de criminales agrupados en el famoso “Batallón Olimpia”, integrado por militares en activo que habían recibido entrenamiento especial en operaciones de comando.

Cómplices en ese crimen de Estado, Luis Echeverría se valió del compromiso genocida con GDO para proyectarse como precandidato del entonces invencible PRI. De hecho, en esa fecha se aseguró la candidatura de LEA, ya que mostró su rostro como guardián de los secretos de Los Pinos.

Una vez nombrado candidato oficial, LEA desató una campaña de activismo nunca antes vista. Visitó hasta la Baja California sur, territorio entonces olvidado. Y ocurrió en ese contexto el famoso “Minuto de silencio” que guardó junto a los alumnos de la Universidad Nicolaita de Morelia, en memoria de los estudiantes caídos el 2 de octubre, lo que provocó la ira del presidente, quien de inmediato se planteó desconocerlo y poner otro candidato.

Quedaba claro para todo mundo que LEA no tenía más lealtad que con su persona, con sus intereses y ambiciones. GDO lo mantuvo en el cargo y finalmente llegó al poder en 1970, en medio del descontento general contra la política represiva del sector más duro del gobierno. Era necesario un cambio.

LEA planteó entonces una política de renovación que pronto resultó engañosa. Lanzó su campaña de “Apertura Democrática” con bombo y platillo, a la cual se adhirieron muchos grupos de izquierda reformista, además de varios intelectuales de renombre. La nueva política pronto hizo crisis y quedó exhibida con los hechos del 10 de junio de 1971, cuando unos 10 mil estudiantes se manifestaron a partir de las instalaciones del IPN en el Casco de Santo Tomás, muy cercanas a la Escuela Normal Superior.

A las primeras cuadras del recorrido, la marcha fue detenida por granaderos y atacada por “Los Halcones”, grupo de choque del gobierno del entonces DF, adiestrados por militares y que portaban camisetas con el retrato del “Che” Guevara e iban armados con palos de bambú, pistolas y metralletas.

Fueron decenas de muertos y centenares de heridos a causa de la artera agresión. LEA dio así respuesta concreta a quienes planteaban dudas acerca de si la Apertura tenía bases reales. Lo que todo mundo aprendió fue que sus palabras eran engañosas, mientras la política represiva se mantenía igual, añadiendo inclusive el uso de fuerzas paramilitares en su ejecución.

Más adelante, LEA exhibió un cambio retrógrado en su política hacia los grupos guerrilleros. Su primera reacción fue ceder a las demandas de los insurgentes, como en el caso del secuestro del cónsul de USA en Guadalajara, Terrance G. Leonhardy, por cuya libertad LEA entregó 30 guerrilleros recluidos en diversas cárceles del país y los envió a Cuba, en cumplimiento de la exigencia de los subversivos.

Pero a partir del secuestro y muerte del patriarca Eugenio Garza Sada, del Grupo Monterrey, por presiones de los empresarios su política de negociaciones cambió radicalmente. Ya no hubo ninguna concesión nueva, como en el caso del secuestro de su suegro, J. Guadalupe Zuno, realizado por un grupo armado en Guadalajara. En vez de ceder a sus demandas, LEA intensificó la represión, torturó a los familiares de los subversivos y nunca volvió a establecer acuerdos con la guerrilla. Al poco tiempo Zuno fue liberado sin condiciones.

Con relación al secuestro del senador Rubén Figueroa, realizado por la Brigada Campesina de Ajusticiamiento del PdlP, al mando de Lucio Cabañas, LEA dividió su política en dos aspectos: por un lado, respecto a las demandas económicas, permitió que la familia de Figueroa negociara con el grupo armado.

Pero en cuanto a las demandas políticas --que contemplaban la liberación de centenares de presos políticos—Echeverría endureció su línea y desató una feroz cacería por toda la sierra, que incluyó incendio de poblados; control de la población, que fue concentrada en pueblos grandes para mantenerla a raya; prohibición de introducir alimentos en toda la sierra; puestos de control en todos los caminos de acceso y cárcel, tortura y muerte para todos, rebeldes o no.

La culminación de este proceso represivo tuvo lugar el 2 de diciembre de 1974, con un enfrentamiento en el Otatal, el municipio de Tecpan de Galeana, entre fuerzas federales antisubversivas contra el grupo que comandaba el propio Lucio. El dirigente revolucionario tuvo oportunidad de accionar su arma y recibió la muerte en combate.

En medio de una grave crisis política, LEA designó a José López Portillo –su amigo de la infancia—como candidato del PRI a la presidencia de la República. JLP se dio cuenta de la ironía de su elección: mientras por un lado su candidatura no tuvo enemigo al frente –fue candidato del PRI y los partidos paraestatales—y el PAN se abstuvo de competir, por otro las calles y las montañas del país se convulsionaban bajo el incendio de la insurgencia.

JLP asumió la presidencia y nombró a Jesús Reyes Heroles como secretario de Gobernación. Las promesas de cambio político se concretaron con la promulgación de la Ley de Amnistía y la posibilidad de que dirigentes de los partidos de izquierda pudieran llegar al poder mediante la creación jurídica de los “diputados de partido”.

Nuevos tiempos comenzaron a soplar en el país. Lo que Echeverría prometió, López Portillo lo cumplió. Mientras tanto, en esos años miles de personas habían muerto, o fueron desaparecidas, torturadas y sus derechos humanos pisoteados. La herencia de Echeverría perdura de manera funesta en la memoria colectiva de los mexicanos.