/ martes 16 de mayo de 2023

Hija, escucha! Tu madre está en la lucha

“Diez de mayo no es de fiesta, es de lucha y de protesta”, fue una de las consignas que se escucharon a lo largo del país el pasado miércoles 10 de mayo en distintos estados de la república. Colectivos de madres en búsqueda participaron en la XII Marcha de la Dignidad Nacional Madres buscando a sus hijos e hijas, son ellas, las madres en búsqueda quiénes nos muestran el otro rostro de la maternidad en México: las madres buscadoras de sus hijos e hijas desaparecidas, quienes hace ya varios años, son cabeza de los movimientos sociales por desaparición en nuestro país, hasta la fecha se tienen al menos registro de 65 colectivos de madres buscadoras en la república, a demás de exigir saber qué pasó con sus hijas e hijas, este año se sumó una demanda más: “verdad y justicia” para nuestras amigas madres buscadoras asesinadas por hacer el trabajo que es obligación del Estado.

Este día reconocemos el enorme y digno valor de esos colectivos que se sostienen por mujeres que le hacen frente a la violencia que les arrebató a sus hijas e hijos y lo hacen desde el ejercicio político de esa búsqueda que no se limita a encontrar el cuerpo, en vida o muerte, de su ser querido, sino la de todos y todas las desaparecidas, las hijas de las otras madres que se acompañan, que caminan juntas y rascan las entrañas de la tierra: barrancas, cerros y montañas, cartografiando las fosas del país, para encontrar un cuerpo que les pertenece, lo hacen porque nadie debería vivir sin saber ¿dónde está su hijo? Lo hacen también por la justicia pero, sobre todo, por la verdad, para desatar los nudos de lo oculto, para encontrar certezas. ¿Qué pasó, quién desapareció a su ser amado, por qué, cómo, para qué? ¿quién llegó a romper el lenguaje de lo cotidiano y las colocó en las palabras rotas de un luto inacabable? Y lo hacen también desde la valentía de encarar al miedo, desde el ejercicio de señalar a los culpables, desde su articulación de discurso, desde el arrojo de dar la cara, en un país que ha sido rebasado en materia de seguridad y que más allá de otorgarles respuestas, perpetúa su incógnita ¿dónde estás?

Las madres en búsqueda rompen con la imagen consagrada de la madre mexicana, abnegada y resignada que resiste todo lo que el destino le mande, las madres en búsqueda no se resignan, no son abnegadas, ellas se organizan, marchan, se capacitan en materia forense, legal y en todo aquello que requieran para sostener su búsqueda, para ser escuchadas, y deberían ser escuchadas en este país que se encuentra entre los cinco países en el mundo con más personas desaparecidas, solo al cierre del año 2022 se tenía un registro con más de 112 mil personas desaparecidas, estas cifras representan una muestra del prolongado patrón de impunidad y de la tragedia que sigue ocurriendo cada día y que no se queda solo en la desaparición sino que se diversifica en delitos de trata y explotación sexual y/o feminicidio, como lo han señalado ya organizaciones internacionales de defensoría de derechos humanos, como la ONU“La desaparición de personas en México es un problema de todos: de la sociedad en su conjunto y de toda la humanidad” Estas 112,000 personas registradas como desaparecidas no son las únicas víctimas: sus familiares y personas allegadas también sufren. Todos son víctimas.

Así, con las estrategias bordadas al interior de los diversos colectivos de madres en búsqueda, cada mujer que participa se vuelve un nuevo modelo de maternidad que renuncia a la obediencia, al miedo, a la resignación, y se convierte en un estandarte de lucha, esas madres que en su pancarta se lee: “todos los desaparecidos son nuestros”, refundan el mito de las maternidades como algo individual y lo convierte en un ejercicio plural, sacude el escenario patriarcal del primogénito, escriben la memoria histórica desde una nueva entraña.

Son las Antígona de Sara Uribe, aquellas que a pesar de las voces que les gritan, quédate en casa, “Nos van a matar a todos, Antígona. Son de los mismos. Aquí no hay ley. Son de los mismos. Aquí no hay país. Son de los mismos. No hagas nada. Son de los mismos […] Quédate quieta. No grites. No pienses. No busques. Son de los mismos. Quédate quieta, Antígona. No persigas lo imposible” (Uribe, 2014: 23).

Les debemos la empatía y el abrazo, les debemos mirar las fichas de personas desaparecidas, prestar atención, respetar su lucha que también es nuestra, escuchar su historia, aprender y acompañar, porque si ellas son madres de todos y todas las desaparecidas, les debemos no un festejo sino justicia, porque su gran amor frente a las violencias que las han y las sigue lastimando nos enseñan que existen muchas otras estrategias de resistencia, de emancipación frente a la dominación de las políticas del miedo y sus sub relatos de silencio e impunidad. Nos muestran que; si alguien desaparece, y ya no nos conmueve, lo humano desaparece también.


“Diez de mayo no es de fiesta, es de lucha y de protesta”, fue una de las consignas que se escucharon a lo largo del país el pasado miércoles 10 de mayo en distintos estados de la república. Colectivos de madres en búsqueda participaron en la XII Marcha de la Dignidad Nacional Madres buscando a sus hijos e hijas, son ellas, las madres en búsqueda quiénes nos muestran el otro rostro de la maternidad en México: las madres buscadoras de sus hijos e hijas desaparecidas, quienes hace ya varios años, son cabeza de los movimientos sociales por desaparición en nuestro país, hasta la fecha se tienen al menos registro de 65 colectivos de madres buscadoras en la república, a demás de exigir saber qué pasó con sus hijas e hijas, este año se sumó una demanda más: “verdad y justicia” para nuestras amigas madres buscadoras asesinadas por hacer el trabajo que es obligación del Estado.

Este día reconocemos el enorme y digno valor de esos colectivos que se sostienen por mujeres que le hacen frente a la violencia que les arrebató a sus hijas e hijos y lo hacen desde el ejercicio político de esa búsqueda que no se limita a encontrar el cuerpo, en vida o muerte, de su ser querido, sino la de todos y todas las desaparecidas, las hijas de las otras madres que se acompañan, que caminan juntas y rascan las entrañas de la tierra: barrancas, cerros y montañas, cartografiando las fosas del país, para encontrar un cuerpo que les pertenece, lo hacen porque nadie debería vivir sin saber ¿dónde está su hijo? Lo hacen también por la justicia pero, sobre todo, por la verdad, para desatar los nudos de lo oculto, para encontrar certezas. ¿Qué pasó, quién desapareció a su ser amado, por qué, cómo, para qué? ¿quién llegó a romper el lenguaje de lo cotidiano y las colocó en las palabras rotas de un luto inacabable? Y lo hacen también desde la valentía de encarar al miedo, desde el ejercicio de señalar a los culpables, desde su articulación de discurso, desde el arrojo de dar la cara, en un país que ha sido rebasado en materia de seguridad y que más allá de otorgarles respuestas, perpetúa su incógnita ¿dónde estás?

Las madres en búsqueda rompen con la imagen consagrada de la madre mexicana, abnegada y resignada que resiste todo lo que el destino le mande, las madres en búsqueda no se resignan, no son abnegadas, ellas se organizan, marchan, se capacitan en materia forense, legal y en todo aquello que requieran para sostener su búsqueda, para ser escuchadas, y deberían ser escuchadas en este país que se encuentra entre los cinco países en el mundo con más personas desaparecidas, solo al cierre del año 2022 se tenía un registro con más de 112 mil personas desaparecidas, estas cifras representan una muestra del prolongado patrón de impunidad y de la tragedia que sigue ocurriendo cada día y que no se queda solo en la desaparición sino que se diversifica en delitos de trata y explotación sexual y/o feminicidio, como lo han señalado ya organizaciones internacionales de defensoría de derechos humanos, como la ONU“La desaparición de personas en México es un problema de todos: de la sociedad en su conjunto y de toda la humanidad” Estas 112,000 personas registradas como desaparecidas no son las únicas víctimas: sus familiares y personas allegadas también sufren. Todos son víctimas.

Así, con las estrategias bordadas al interior de los diversos colectivos de madres en búsqueda, cada mujer que participa se vuelve un nuevo modelo de maternidad que renuncia a la obediencia, al miedo, a la resignación, y se convierte en un estandarte de lucha, esas madres que en su pancarta se lee: “todos los desaparecidos son nuestros”, refundan el mito de las maternidades como algo individual y lo convierte en un ejercicio plural, sacude el escenario patriarcal del primogénito, escriben la memoria histórica desde una nueva entraña.

Son las Antígona de Sara Uribe, aquellas que a pesar de las voces que les gritan, quédate en casa, “Nos van a matar a todos, Antígona. Son de los mismos. Aquí no hay ley. Son de los mismos. Aquí no hay país. Son de los mismos. No hagas nada. Son de los mismos […] Quédate quieta. No grites. No pienses. No busques. Son de los mismos. Quédate quieta, Antígona. No persigas lo imposible” (Uribe, 2014: 23).

Les debemos la empatía y el abrazo, les debemos mirar las fichas de personas desaparecidas, prestar atención, respetar su lucha que también es nuestra, escuchar su historia, aprender y acompañar, porque si ellas son madres de todos y todas las desaparecidas, les debemos no un festejo sino justicia, porque su gran amor frente a las violencias que las han y las sigue lastimando nos enseñan que existen muchas otras estrategias de resistencia, de emancipación frente a la dominación de las políticas del miedo y sus sub relatos de silencio e impunidad. Nos muestran que; si alguien desaparece, y ya no nos conmueve, lo humano desaparece también.