/ martes 1 de diciembre de 2020

Tres de cada mil mexicanos son esclavizados; Iván, uno de ellos

“Güerita ¿le limpió su parabrisas?, ándele si, es que llevo poca morralla”, dijo Iván en un tono suplicante aquel día cuando nos conocimos en el cruce vial entre avenida Reforma e Insurgentes.

Iván no estudia. Trabaja limpiando parabrisas o vendiendo dulces desde las 8 de la mañana en las inmediaciones de la avenida reforma en el municipio de Cuautla. Desde los 9 años de edad comenzó a ganarse la vida en las calles de la ciudad.

A sus 13 años presume que ya es un hombre como cualquier otro que cumple con las obligaciones de un jefe de familia. El niño cuenta que a partir de la muerte de su madre y del alcoholismo de su padre, se ha hecho cargo de sus hermanas “necesito sacar dinero para alimentar a mis cuatro hermanitas”.

Cuando Iván sale a trabajar, Romina, Belén, Cielo y Dulce se quedan al cuidado de los abuelos paternos. Ellas tampoco asisten a la escuela.

Durante la plática que sostuve con él, deja entrever la tristeza y la sed que tiene por saciar los anhelos de sus hermanas. Las niñas sueñan con una casa que tenga cinco habitaciones, una para cada quien, -comenta Iván- también quieren vestir mejor e ir a un colegio “aunque sea en una de gobierno”, alude el chico.

Las condiciones en las que vive toda la familia son muy precarias. Habitan en un improvisado cuarto en la colonia Bisnaga. El techo es de láminas, el piso de tierra y el marco de la puerta principal está representado por una base de resortes de un viejo colchón.

Cada mañana el niño toma una unidad de transporte colectivo para irse a trabajar. Desde temprana hora alista su botella con agua y jabón y un trapo.

La consigna de traer dinero a casa es una exigencia de sus abuelos, quienes le quitan todo el dinero que junta en su larga jornada.

Hace cuatro años, Martín, el abuelo de Iván, todavía tenía un empleo. Pero desde que los niños llegaron, el hombre renunció para que el niño se hiciera cargo de la manutención de todos.

Iván pensó que al quedar huérfanos y desprotegidos, la familia de su padre respondería de forma civilizada. Pero resultó todo lo contrario. El pequeño por su condición de género fue obligado a trabajar.

Si el niño no lleva dinero a casa es recibido con golpes. Incluso los alcances del castigo se extienden hasta sus hermanas. Maltrato, groserías, carencia de oportunidades de estudio, alimentación perecedera e insultos es lo único que han recibido de los que hoy fungen como sus tutores.

Como Iván, millones de personas, en su mayoría mujeres y menores, son engañadas, vendidas, coaccionadas o sometidas de alguna manera a situaciones de explotación de las cuales no pueden escapar.

Atendiendo a las cifras, Global Slavery Index 2018 reveló que hay 40.3 millones de personas en condición de esclavos en el mundo, 71 por ciento mujeres y 29 por ciento de hombres, 24.9 y 15.4 millones en trabajos y matrimonios forzados, respectivamente.

México ocupa el lugar 114 de 167 países con más de 341 mil personas que viven esta condición. Es decir, casi tres de cada mil mexicanos se encuentran en esclavitud.

Desde tiempos remotos la esclavitud ha sido una práctica recurrente en la humanidad.

En pleno siglo XXI, las viejas formas de la esclavitud todavía subsisten al amparo de creencias y costumbres tradicionales.

Las formas contemporáneas de la esclavitud están frente a nuestros ojos: trata de personas, explotación sexual, explotación laboral, matrimonio forzado y el reclutamiento forzoso de niños para utilizarlos en conflictos armados.

Hoy 2 de diciembre, en el marco del Día Internacional para la Abolición de la Esclavitud, es importante mencionar que como ciudadanos podemos evitar una injusticia y no hacernos aliados del silencio, sino todo lo contrario. Denunciar cualquier situación sospechosa.

El reto es enorme. Porque pese a los esfuerzos de muchas naciones, los gobiernos deben contemplar políticas públicas que conciban la existencia de refugios para las víctimas así como el lanzamiento de campañas de sensibilización destinadas a combatir la esclavitud a nivel mundial.

“Güerita ¿le limpió su parabrisas?, ándele si, es que llevo poca morralla”, dijo Iván en un tono suplicante aquel día cuando nos conocimos en el cruce vial entre avenida Reforma e Insurgentes.

Iván no estudia. Trabaja limpiando parabrisas o vendiendo dulces desde las 8 de la mañana en las inmediaciones de la avenida reforma en el municipio de Cuautla. Desde los 9 años de edad comenzó a ganarse la vida en las calles de la ciudad.

A sus 13 años presume que ya es un hombre como cualquier otro que cumple con las obligaciones de un jefe de familia. El niño cuenta que a partir de la muerte de su madre y del alcoholismo de su padre, se ha hecho cargo de sus hermanas “necesito sacar dinero para alimentar a mis cuatro hermanitas”.

Cuando Iván sale a trabajar, Romina, Belén, Cielo y Dulce se quedan al cuidado de los abuelos paternos. Ellas tampoco asisten a la escuela.

Durante la plática que sostuve con él, deja entrever la tristeza y la sed que tiene por saciar los anhelos de sus hermanas. Las niñas sueñan con una casa que tenga cinco habitaciones, una para cada quien, -comenta Iván- también quieren vestir mejor e ir a un colegio “aunque sea en una de gobierno”, alude el chico.

Las condiciones en las que vive toda la familia son muy precarias. Habitan en un improvisado cuarto en la colonia Bisnaga. El techo es de láminas, el piso de tierra y el marco de la puerta principal está representado por una base de resortes de un viejo colchón.

Cada mañana el niño toma una unidad de transporte colectivo para irse a trabajar. Desde temprana hora alista su botella con agua y jabón y un trapo.

La consigna de traer dinero a casa es una exigencia de sus abuelos, quienes le quitan todo el dinero que junta en su larga jornada.

Hace cuatro años, Martín, el abuelo de Iván, todavía tenía un empleo. Pero desde que los niños llegaron, el hombre renunció para que el niño se hiciera cargo de la manutención de todos.

Iván pensó que al quedar huérfanos y desprotegidos, la familia de su padre respondería de forma civilizada. Pero resultó todo lo contrario. El pequeño por su condición de género fue obligado a trabajar.

Si el niño no lleva dinero a casa es recibido con golpes. Incluso los alcances del castigo se extienden hasta sus hermanas. Maltrato, groserías, carencia de oportunidades de estudio, alimentación perecedera e insultos es lo único que han recibido de los que hoy fungen como sus tutores.

Como Iván, millones de personas, en su mayoría mujeres y menores, son engañadas, vendidas, coaccionadas o sometidas de alguna manera a situaciones de explotación de las cuales no pueden escapar.

Atendiendo a las cifras, Global Slavery Index 2018 reveló que hay 40.3 millones de personas en condición de esclavos en el mundo, 71 por ciento mujeres y 29 por ciento de hombres, 24.9 y 15.4 millones en trabajos y matrimonios forzados, respectivamente.

México ocupa el lugar 114 de 167 países con más de 341 mil personas que viven esta condición. Es decir, casi tres de cada mil mexicanos se encuentran en esclavitud.

Desde tiempos remotos la esclavitud ha sido una práctica recurrente en la humanidad.

En pleno siglo XXI, las viejas formas de la esclavitud todavía subsisten al amparo de creencias y costumbres tradicionales.

Las formas contemporáneas de la esclavitud están frente a nuestros ojos: trata de personas, explotación sexual, explotación laboral, matrimonio forzado y el reclutamiento forzoso de niños para utilizarlos en conflictos armados.

Hoy 2 de diciembre, en el marco del Día Internacional para la Abolición de la Esclavitud, es importante mencionar que como ciudadanos podemos evitar una injusticia y no hacernos aliados del silencio, sino todo lo contrario. Denunciar cualquier situación sospechosa.

El reto es enorme. Porque pese a los esfuerzos de muchas naciones, los gobiernos deben contemplar políticas públicas que conciban la existencia de refugios para las víctimas así como el lanzamiento de campañas de sensibilización destinadas a combatir la esclavitud a nivel mundial.

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