/ jueves 17 de junio de 2021

La experiencia de la libertad

Durante el verano de 1990 Octavio Paz invitaría a varios intelectuales consagrados a Encuentro Vuelta: La experiencia de la libertad con el fin de abrir una serie de reflexiones en torno a la disolución de la URSS.

Uno de los momentos más álgidos en las intervenciones fue hecha por Mario Vargas Llosa, sobre el autoritarismo, llamando la atención sobre la anómala democracia mexicana.

El novelista peruano comparaba los regímenes dictatoriales de la mayoría de los países latinoamericanos con el caso mexicano. Según Vargas Llosa, México había logrado consolidar un peculiar sistema en el que un partido tenía acceso al poder sin el uso militar. En boca de él: la dictadura perfecta. Krauze, a manera de complemento, barajearía el término dictablanda.

Pronto, Octavio Paz no tardaría en corregirlos: en efecto, contrastado con Latinoamérica, México se caracterizaba por un partido que ostentaba el poder sin la necesidad de usar efectivos militares para mantenerlo: no era una dictadura militar, menos una perfecta. Tampoco, como sugería Krauze, era una dictablanda, ya que el poder no se concentraba en una sola persona indefinidamente. El poeta mexicano ratificaba el caso pelicular: era un sistema de dominación hegemónico.

Sartori pensaba algo similar. Para él, el PRI era catalogado como partido hegemónico-pragmático. Esto es, permitía la existencia de otros partidos, siempre de segunda mano, mientras no tuvieran una posibilidad real de acceder el poder, al tiempo que tomaba las decisiones importantes, logrando suceder a los presidentes mediante el dedazo. Incluso, en caso de ser necesario, reprimía cualquier tipo de resistencia. Tal era el corolario, casi litúrgico, del PRI. Sin embargo, después de varias liberalizaciones políticas no volvió a ostentar el poder que gozó a lo largo del siglo XX.

La fuerza de un partido, entre otras cosas, recae en la fuerza electoral que se traduce en escaños. Y el PRI, durante las elecciones del 1997, perdió la mayoría absoluta en el Congreso, lo que significaba que tenía que negociar o hacer coaliciones. Aunque en las siguientes elecciones volvió a recuperar una mayoría, incluso a ostentar el puesto presidencial, su posición monolítica ya estaba a prueba, como ocurrió en las elecciones del 2018, en las que volvió a perder la mayoría en el congreso y el palco presidencial.

Si tuviéramos que hacer una radiografía del presente, la situación del partido tricolor no mejoraría. Según las cifras de encuestas, la intención del voto sitúa a Morena en primer lugar, con el 43% de preferencia, seguido por el PRI con un 20% y el PAN con un 18%. Y el panorama para gobernador tampoco es alentador, ya que en la mayoría de contiendas ocupa el segundo lugar, sino es que con márgenes cerrados.

No es que el PRI esté a punto de desaparecer. Sino que el tipo de partido hegemónico-pragmático ha expirado. Lo que significa, como se ha visto en estos años, que el comportamiento de los demás partidos también cambió, siendo esto más evidente en los pequeños, logrando conseguir espacios que antaño resultaban inalcanzables. Tampoco se trata de que la democracia por fin se consolidará. De hecho, podría decirse que la carrera apenas comienza.

Si las estimaciones de Sartori son ciertas, el sistema comenzará a tener síntomas de fragmentación que resulta en multipartidismo, como ya es evidente en algunos estados. Mientras tanto, la lección que nos brindó el PRI es sobre la concentración del poder disfrazada de democratización, el progreso entre líneas y la experiencia de la libertad siempre supeditada a caprichos presidenciales.

Durante el verano de 1990 Octavio Paz invitaría a varios intelectuales consagrados a Encuentro Vuelta: La experiencia de la libertad con el fin de abrir una serie de reflexiones en torno a la disolución de la URSS.

Uno de los momentos más álgidos en las intervenciones fue hecha por Mario Vargas Llosa, sobre el autoritarismo, llamando la atención sobre la anómala democracia mexicana.

El novelista peruano comparaba los regímenes dictatoriales de la mayoría de los países latinoamericanos con el caso mexicano. Según Vargas Llosa, México había logrado consolidar un peculiar sistema en el que un partido tenía acceso al poder sin el uso militar. En boca de él: la dictadura perfecta. Krauze, a manera de complemento, barajearía el término dictablanda.

Pronto, Octavio Paz no tardaría en corregirlos: en efecto, contrastado con Latinoamérica, México se caracterizaba por un partido que ostentaba el poder sin la necesidad de usar efectivos militares para mantenerlo: no era una dictadura militar, menos una perfecta. Tampoco, como sugería Krauze, era una dictablanda, ya que el poder no se concentraba en una sola persona indefinidamente. El poeta mexicano ratificaba el caso pelicular: era un sistema de dominación hegemónico.

Sartori pensaba algo similar. Para él, el PRI era catalogado como partido hegemónico-pragmático. Esto es, permitía la existencia de otros partidos, siempre de segunda mano, mientras no tuvieran una posibilidad real de acceder el poder, al tiempo que tomaba las decisiones importantes, logrando suceder a los presidentes mediante el dedazo. Incluso, en caso de ser necesario, reprimía cualquier tipo de resistencia. Tal era el corolario, casi litúrgico, del PRI. Sin embargo, después de varias liberalizaciones políticas no volvió a ostentar el poder que gozó a lo largo del siglo XX.

La fuerza de un partido, entre otras cosas, recae en la fuerza electoral que se traduce en escaños. Y el PRI, durante las elecciones del 1997, perdió la mayoría absoluta en el Congreso, lo que significaba que tenía que negociar o hacer coaliciones. Aunque en las siguientes elecciones volvió a recuperar una mayoría, incluso a ostentar el puesto presidencial, su posición monolítica ya estaba a prueba, como ocurrió en las elecciones del 2018, en las que volvió a perder la mayoría en el congreso y el palco presidencial.

Si tuviéramos que hacer una radiografía del presente, la situación del partido tricolor no mejoraría. Según las cifras de encuestas, la intención del voto sitúa a Morena en primer lugar, con el 43% de preferencia, seguido por el PRI con un 20% y el PAN con un 18%. Y el panorama para gobernador tampoco es alentador, ya que en la mayoría de contiendas ocupa el segundo lugar, sino es que con márgenes cerrados.

No es que el PRI esté a punto de desaparecer. Sino que el tipo de partido hegemónico-pragmático ha expirado. Lo que significa, como se ha visto en estos años, que el comportamiento de los demás partidos también cambió, siendo esto más evidente en los pequeños, logrando conseguir espacios que antaño resultaban inalcanzables. Tampoco se trata de que la democracia por fin se consolidará. De hecho, podría decirse que la carrera apenas comienza.

Si las estimaciones de Sartori son ciertas, el sistema comenzará a tener síntomas de fragmentación que resulta en multipartidismo, como ya es evidente en algunos estados. Mientras tanto, la lección que nos brindó el PRI es sobre la concentración del poder disfrazada de democratización, el progreso entre líneas y la experiencia de la libertad siempre supeditada a caprichos presidenciales.

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