La realidad no es necesariamente verdadera. Bajo tal premisa se puede entender La aldea, película de terror psicológico. En ella se narra un pequeño pueblo con tradiciones arraigadas internado en un bosque frondoso, ambientado en el siglo XIX en Pennsylvania.
En apariencia el pueblo es feliz siempre que sus habitantes no rompan una regla: no pueden salir más allá de las fronteras del pueblo porque extrañas criaturas, una suerte de monstruos, merodean los alrededores.
La trama comienza cuando la protagonista tiene que traspasar estos límites para conseguir medicina y en el transcurso se entera que los monstruos son los mismos fundadores de la aldea engañando a la comunidad, vestidos con disfraces extraños, con la intención de retenerlos dentro un espacio protegido del mundo moderno. Cuando la protagonista regresa con los medicamentos, después de matar a uno de los falsos monstruos, los fundadores vuelven a crear una mentira para otorgarle veracidad a la historia.
El pueblo, y las creencias de sus habitantes, se basan en una mentira. No obstante, ese engaño logra validarse mediante una serie de acontecimientos que le brindan peso, esto es, realidad. Se puede observar que, incluso en las escenas más dramáticas y de suspenso, las personas no dudan de las apariencias que perciben ni de las ideas preconcebidas que pululan en el ambiente. La verdad no es que la mentira se vuelva cierta, porque desde luego no lo es, sino cómo incluso la falsedad se logra convertir en realidad siempre que se crea en esta.
Bourdieu advierte algo similar al referirse a la estructura estructurada como una reiteración de costumbres que conforman el entramado social, al mismo tiempo que es una estructura estructurante, que logra hacer que esa misma realidad direccione a las personas a reproducir pensamientos específicos y comportamientos condicionados por la primera. Un ejemplo claro es cómo los antiguos grupos sociales basaban su criterio en perspectivas religiosas: para ellos la realidad se creaba a partir de la distinción cielo-infierno, pecado-redención y aunque el mundo era más complejo que tales pretensiones, su realidad se configuraba bajo ese marco mental.
No se trata de que la realidad esté condicionada a nuestra percepción, porque las cosas pueden existir, y de hecho existen, sin que nosotros lo sepamos. El quid del asunto es que buena parte de la realidad se basa en las apariencias que percibimos y es hasta que nos percatamos de la existencia de algo nuevo, cuando esta cobra peso en nuestra óptica. Y lo más peligroso de esta forma de crear la realidad es que, como en La aldea, no necesita ser verdadera.
Algunos acontecimientos en los que se muestra la efectividad práctica, y con mayor rapidez, es el caso Florence Cassaez, al montar escenas televisivas donde detenían a una presunta secuestradora de origen francés, creando culpables y situaciones ficticias. Otra ocurrencia, que no por su falsedad dejó de cobrar realidad, fue la invención del chupacabras, servida como cortina de humo para desviar la atención sobre asuntos políticos. No obstante, la insistencia de las personas y los medios de comunicación hizo que muchos creyeran en la mentira.
Lo importante es reconocer el poder que tienen los acontecimientos para establecer lo que se entiende por real; saber que las situaciones, así como los pensamientos, son creados por las personas. Y el límite en la realidad puede ser distinguir qué es una verdadera mentira de una verdad rodeada de mentiras.