/ viernes 17 de mayo de 2024

[Extranjeros en Morelos] Pita Amor: De cuando su familia fue dueña de casi medio Morelos

En esta segunda y última entrega, el estadunidense Michael Schuessler anota estos antecedentes de la riqueza que tuvo el padre de la poeta mexicana Pita Amor

“Dueña alguna vez de casi la mitad del estado de Morelos, la familia Amor Subervielle—perseguida por la revolución mexicana y la reforma agraria— llegó a la ciudad de México a principios del siglo XX, cargando lo poco que pudo rescatar de aquél, su mundo ostentoso y decadente tan radicalmente alterado por los acontecimientos políticos".

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"Llegó en compañía de numerosas pinturas coloniales de vírgenes dolorosas y santos extáticos; valiosísimos muebles de caoba brasileña estilo Luis XVI; alfombras persas traídas del Medio Oriente; enormes tibores policromados del Japón; lámparas de plata rematadas con follajes de cretona, y gruesas cortinas de terciopelo parisino. Todo esto junto a un verdadero rebaño de servidumbre doméstica, la mayoría proveniente de la hacienda azucarera de San Gabriel de las Palmas, en Amacuzac, recién convertida en campamento por tropas zapatistas para ser devuelta, eventualmente, a sus dueños naturales: los indígenas de la región”.

“Poco después, la inconcebible noción de ‘tierra y libertad’ promulgada por los líderes de la revolución liquidó toda su fortuna y dejó a la familia Amor en una situación económica que, desde aquel momento, sería siempre precaria. No obstante la perenne falta de dinero y lujos materiales, el ingrato destino de llevar la ropa usada de las hermanas mayores (que mucho resintió la niña Pita) y la envidia que le tenían a sus amiguitos ‘bien’, con sus casas modernas e institutrices inglesas, jamás los Amor se despojaron del sentimiento de —como Pita afirma— ser ‘familia de gran abolengo’”.

“Para aliviar la eterna crisis económica, el padre de Pita siempre tenía algunos negocios en mente. Uno de los más ambiciosos fue el proyecto de las obras de riego del río Amacuzac. Hablaba como iluminado, contemplando a su esposa e irradiando su fe sobre todos los que lo contemplaban. Las haciendas, el Amacuzac, la fuerza hidráulica, qué importaban a don Emmanuel junto con las esperanzas celestiales:”

“Volveremos a tener caballos de carreras. Y quiero acondicionar el casco de la hacienda con todos los adelantos. Y el trapiche será el más moderno del estado de Morelos. Y haremos labor formidable Ignacio y yo, y Jorge cuando sea grande, en los montes de San Gabriel. Con el carbón que produzcan podrán vivir miles de familias pobres’. Desafortunadamente, para su familia, estos sueños nunca se realizaron y la familia Amor se hundió más y más en una clase económica a la que nunca antes había pertenecido”.

“Aparte de ser tan piadoso y culto —un verdadero gentleman— antes de la Revolución, don Emmanuel tenía la poco común reputación de tratar muy bien a sus peones de hacienda, dándoles siempre su pago merecido y jamás sometiéndolos al cruel sistema de peonaje practicado por la gran mayoría de sus iguales. Por algún motivo —basado quizás en una especie de reivindicación de su socavado (pero genuino) rango socio-económico, o la impresión causada por las frecuentes amonestaciones de su madre— esta es una actitud que Pita nunca heredó, ya que sus nociones de la jerarquía social y el rígido sistema de castas seguían”.

Ciertamente, la gran poeta mexicana se mostraba clasista, mas no sabemos cuánto se debió a la locura que padeció desde la muerte de su pequeño y único hijo ahogado.

“Dueña alguna vez de casi la mitad del estado de Morelos, la familia Amor Subervielle—perseguida por la revolución mexicana y la reforma agraria— llegó a la ciudad de México a principios del siglo XX, cargando lo poco que pudo rescatar de aquél, su mundo ostentoso y decadente tan radicalmente alterado por los acontecimientos políticos".

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"Llegó en compañía de numerosas pinturas coloniales de vírgenes dolorosas y santos extáticos; valiosísimos muebles de caoba brasileña estilo Luis XVI; alfombras persas traídas del Medio Oriente; enormes tibores policromados del Japón; lámparas de plata rematadas con follajes de cretona, y gruesas cortinas de terciopelo parisino. Todo esto junto a un verdadero rebaño de servidumbre doméstica, la mayoría proveniente de la hacienda azucarera de San Gabriel de las Palmas, en Amacuzac, recién convertida en campamento por tropas zapatistas para ser devuelta, eventualmente, a sus dueños naturales: los indígenas de la región”.

“Poco después, la inconcebible noción de ‘tierra y libertad’ promulgada por los líderes de la revolución liquidó toda su fortuna y dejó a la familia Amor en una situación económica que, desde aquel momento, sería siempre precaria. No obstante la perenne falta de dinero y lujos materiales, el ingrato destino de llevar la ropa usada de las hermanas mayores (que mucho resintió la niña Pita) y la envidia que le tenían a sus amiguitos ‘bien’, con sus casas modernas e institutrices inglesas, jamás los Amor se despojaron del sentimiento de —como Pita afirma— ser ‘familia de gran abolengo’”.

“Para aliviar la eterna crisis económica, el padre de Pita siempre tenía algunos negocios en mente. Uno de los más ambiciosos fue el proyecto de las obras de riego del río Amacuzac. Hablaba como iluminado, contemplando a su esposa e irradiando su fe sobre todos los que lo contemplaban. Las haciendas, el Amacuzac, la fuerza hidráulica, qué importaban a don Emmanuel junto con las esperanzas celestiales:”

“Volveremos a tener caballos de carreras. Y quiero acondicionar el casco de la hacienda con todos los adelantos. Y el trapiche será el más moderno del estado de Morelos. Y haremos labor formidable Ignacio y yo, y Jorge cuando sea grande, en los montes de San Gabriel. Con el carbón que produzcan podrán vivir miles de familias pobres’. Desafortunadamente, para su familia, estos sueños nunca se realizaron y la familia Amor se hundió más y más en una clase económica a la que nunca antes había pertenecido”.

“Aparte de ser tan piadoso y culto —un verdadero gentleman— antes de la Revolución, don Emmanuel tenía la poco común reputación de tratar muy bien a sus peones de hacienda, dándoles siempre su pago merecido y jamás sometiéndolos al cruel sistema de peonaje practicado por la gran mayoría de sus iguales. Por algún motivo —basado quizás en una especie de reivindicación de su socavado (pero genuino) rango socio-económico, o la impresión causada por las frecuentes amonestaciones de su madre— esta es una actitud que Pita nunca heredó, ya que sus nociones de la jerarquía social y el rígido sistema de castas seguían”.

Ciertamente, la gran poeta mexicana se mostraba clasista, mas no sabemos cuánto se debió a la locura que padeció desde la muerte de su pequeño y único hijo ahogado.

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