Slavoj Žižek define un evento como la ruptura en el orden de las cosas. No sólo cambia radicalmente nuestra percepción del presente, redefine el futuro y hasta cierto punto, reinterpreta el pasado.
Un acercamiento parecido ocurre en la película 8 milímetros. El protagonista es un detective contratado por una rica recién enviudada para investigar la veracidad de una cinta pornográfica, que culmina con el homicidio de una chica, hallada entre las pertenencias del difunto. Lentamente el detective se embauca en un descenso por el bajo mundo de la prostitución y pornografía infantil para descubrir que el contenido de la cinta es legítimo. La viuda, después de enterarse, decide quitarse la vida. Así opera la naturaleza de un evento: altera directamente la concepción del presente, ocasiona que el futuro tenga que rediseñarse y el pasado se vuelve una referencia con diferente cariz. El evento es un suceso traumante que irrumpe la normalidad y lo que conocemos, parece surgir de la nada y no se tiene sospecha del origen.
Y acontece tanto en un grado específico como general. Es más común encontrar individuos que tras conocer el proceso para obtener embutidos optan por una dieta libre de productos de origen animal; enamorarse opera como un evento porque cambia los planes futuros con la llegada del ser amado, el orden cotidiano se ve reestructurado y tras la ruptura, sobreviene una modificación drástica. En el grado general, la humanidad ha asistido a diversos eventos que cambiaron el contexto en que se concebía la realidad: Darwin señaló que el ser humano era la evolución de un ancestro en común, poniendo en duda lo que hasta entonces se entendía como verdad; Copérnico descubrió que la tierra no era el centro del universo, y ni siquiera estaba cerca de serlo, dislocando la visión que tenía el hombre de su existencia; Freud con sus controvertidas teorías enseñó que dentro del mismo hombre yacía un inconsciente que determinaba su vida y que probablemente nunca conocería.
La aparición de la pandemia resultó ser el evento que cambiará nuestro tiempo, aunque la repetitiva influencia mediática lo tomó como cualquier suceso en sus primeros días. Y la reacción de mandatarios a su arribada levantó pocas cejas porque parecía pertenecer al terreno de lo inverosímil. La consecuencia se dibujó en la falta de resolución para apaciguar la debacle, dejándolos con pocas alternativas y escaso tiempo para disponer de recursos. Algunos países no lograron controlar el virus y sin opciones más que seguir adelante, han decidido adaptarse a las vicisitudes que convella.
Tedros Adhanom, director general de la OMS, fue el primero en percatarse que la única fórmula para lidiar con el problema es más incierta que la pandemia en sí: la solidaridad. A mitad de una rueda de prensa confirmó algo que ya todos esperábamos: nada sería como antes si el liderazgo de comunidades internacionales no actúa contiguamente para disminuir el riesgo. Y mientras pronunciaba la sentencia frente a las cámaras, vertió algunas lágrimas. Declaró que la única forma para salir adelante, y la más grande prueba del mundo, era mediante un frente conjunto, la unión no sólo de países también de personas. Pero el acontecimiento que debía convocarlos estaba separándolos más. Lamentó algo que todos sabemos y ya ignoramos. Reconoció que antes del virus la sociedad carecía de empatía y tras su llegada, se contrajo más.
No lloró porque la pandemia era improbable. Lloró porque la solidaridad es imposible. Y el mayor evento después del virus, y más raro, sería la unión.
