/ lunes 10 de septiembre de 2018

15 de septiembre ¡Viva México!

¡Viva la Malinche!, ¡viva sor Juana Inés de la Cruz! ¡Vivan todas las mujeres que nos dieron y nos siguen dando identidad y patria!

Cada 15 de septiembre, los mexicanos nos organizamos para la celebración de las Fiestas Patrias. El sentimiento que vive en nuestros corazones vibra con gran intensidad y el orgullo aflora como las rosas en la primavera.

De forma gradual, nuestras ciudades se van cubriendo con los tres colores de nuestra hermosa insignia nacional y el delicioso olor de los alimentos de esta temporada se percibe en las casas, en los restaurantes y en los puestos callejeros. No cabe duda de que la comida mexicana nació de las fiestas. Nos esmeramos como pocos en el mundo con los platillos que requerimos para nuestros invitados: chiles en nogada, pozole, tostadas, tamales, dulces típicos, etc. Fantásticas decoraciones adornan nuestras mesas: el tequila con su limón, el mezcal con su sal de gusano. Desempolvamos la música de mariachis que no hemos escuchado en los últimos meses y sacamos del ropero todo lo necesario para hacer más verosímil la escena independentista. No podemos olvidar, por supuesto, las guirnaldas en las puertas y las banderas en los techos de nuestras casas que demuestran nuestra lealtad por la Patria. Por cierto, los paliacates no son de origen mexicano.

Y en los últimos años me he preguntado: ¿De qué nos han servido a las mujeres las independencias y la revoluciones en el mundo, si las luchas que se han librado con perspectiva de género, las hemos librado nosotras mismas? Me explico:

El año pasado, durante la noche del grito, platiqué con la mamá de mi amiga Rosy Yoli. Ella es una señora encantadora que dice no ser feminista, que no podría serlo, que ella está muy bien como está. No quiere ni siquiera pensar el quebrantar las leyes que nos han impuesto las visiones patriarcales. A ella le chocan estos movimientos que considera innecesarios… Y entonces yo me pregunté. ¿Acaso no disfruta de los logros de las feministas que nos antecedieron?

Cómo no ser feminista y no agradecer todas las mañanas el poder votar, heredar los bienes de nuestros padres, no tener que pedirle permiso a nuestra pareja para poder trabajar, divorciarnos de ser necesario y elegir lo que queremos estudiar. Eso no ha sido gracias a nuestros gobernantes masculinos. En lo absoluto.

Es decir, gracias al gran esfuerzo de muchas mujeres es que estamos librando nuestra propia Independencia y ya hemos comenzado la “Gran Revolución”, no sólo en México, sino en muchos países del mundo, aunque estamos todavía lejos de festejarlo cabalmente. ¿Y eso por qué? Porque nos siguen matando como aves de caza por las calles y en nuestros propios hogares. Las violaciones de menores es alarmante y nuestro grito se dispersa en el desierto. No hay eco suficientemente sonoro que retumbe en las mentes de aquellos que no quieren comprenderlo.

Tenemos que avanzar como sociedad en conjunto: cambiar muchos conceptos de enseñanza, reeducar nuestra mente, romper convicciones que son mitos y construir diálogos nuevos a través de la equidad y el entendimiento. Tenemos que erradicar la pobreza en este país, que debería ser el país de la abundancia, y detener de una vez por todas el abandono en el que se encuentran miles de niños en condición de riesgo que viven en las calles y en hogares conflictivos.

Estos tiempos modernos son difíciles de sobrellevar y las mujeres requerimos buscar alternativas económicas para el sustento familiar. Por ende, recurrimos al derecho de engendrar en circunstancias no adversas. Los niños tienen el derecho de nacer bajo el signo del amor, la protección, educación y una calidad de vida que les permita desarrollarse como adultos de bien. Los seres humanos tenemos derecho a una sexualidad sana que cubra nuestras necesidades fisiológicas y lograr una sociedad emocional y sexualmente sana. Tenemos que vivir sin violencia, sin pederastia, sin trata de blancas, sin niños en la calle, sin corrupción. Las mujeres no somos máquinas incubadoras como se creía en el pasado. El tema de la contracepción todavía es muy discutible a pesar de los ejemplo pueriles que se escuchan y algunos dirigentes religiosos aseveran que es menos grave la pedofilia que “el derecho a decidir” de las mujeres y se empecinan en acomodarnos más en este mundo tan imperfecto y voraz que nos tiene rebasados.

Tengo que decir que mi pensamiento feminista nació desde que yo era muy niña cuando estudié la primaria en el edificio donde fue la última casa de la gran Malinalli Tenépatl, la Malitzin, lugar que por cierto debería ser “El gran museo de perdón y de justicia” en nuestro país y así redimir muchos complejos que todavía arrastramos lastimeramente. Ahí me sorprendí con su historia de mujer y a través de la lectura fui descubriendo otro mundo desconocido que me llevó a cambiar necesariamente mi pensamiento por uno sin dogmas y sin convencionalismos.

Octavio Paz escribió al respecto:

“La cultura mexicana, originada desde la violación y el abuso”

¡Sí! Así se lee en el libro y es claro que muchas cosas no han cambiado en pleno siglo XXI. Muchas mujeres viven todavía el ritual de: “O haces lo que yo quiero, o te atienes a la consecuencias…” ¿Paradoja histórica?

Se dice que la Malinche es la madre de nosotros los mestizos y sin embargo, es la más agraviada, ignorada y odiada. ¿Cómo nos explicamos estos sentimientos cuando ella fue esclavizada y regalada por los hombres de su propia raza como “tributo” a los conquistadores?

En mis noches de indignación y de saliento por los hechos tan sórdidos que se escuchan todos los días en los noticieros, aprieto los ojos y regreso con el pensamiento a mi primaria. Atravieso respetuosamente el umbral del gran portón y en breve aparece la figura de doña Marina, ese es el nombre con que se le conoce ahí en su casa. Sale de uno de los aposentos del primer piso vestida con un huipil bordado con pequeñas flores y su larga cabellera azabache está recogida con unos cornezuelos en la frente. Se acerca con mesura hacia el barandal y se asoma a verme. No sonríe, pero sé que me reconoce y espera mis buenas nuevas. Le explico con entusiasmo las últimas acciones de las feministas y los logros a nuestro favor. Ella se sujeta con firmeza al barandal para no desfallecer. Las noticias que le doy la superan. Me doy cuenta que ya no puede llevar más a cuestas el enorme peso que ha recaído en ella los últimos 500 años por el simple hecho de haber nacido mujer. ¿Qué opción podía tener durante el choque cultural más sanguinario de nuestra memoria? (Llámese también genocidio continental). No tuvo otro remedio que doblegarse a la barbarie de los hombres de ambas culturas y después, ser juzgada por ello.

Sin darme cuenta se agotó mi noche pero afortunadamente pude hablarle de todos los pormenores que me llevaron hacia ella: Tenemos más juristas, maestras que luchan por la nueva educación, escritoras que con su pluma van cambiando al mundo, pintoras que plasman su sentir inconforme, lingüistas que modifican el idioma para que podamos ser incluídas en los discursos cotidianos y muchas mujeres desde sus hogares comprenden que este cambio justo y necesario, aquí en nuestro país, y en el mundo entero. Esta ya no es una simple lucha local.

Mientras voy contando cada anécdota, siento que vuelve a nacer la certidumbre en mí y sonrío tímidamente. Malitizin no comenta nada pero esboza una pequeñísima mueca que pareciera un gesto feliz en sus labios. Se despide agitando levemente su mano y regresa a sus aposentos caminando lentamente pero muy erguida, como si también hubiera renacido la esperanza en su deshonrado corazón. Ahora sabe que esta lucha femenina es imparable. ¡Cuestión de tiempo!

¡Viva la Malinche!, ¡viva sor Juana Inés de la Cruz!

¡Vivan todas las mujeres que nos dieron y nos siguen dando identidad y patria!

¡Viva México, señoras!

Cada 15 de septiembre, los mexicanos nos organizamos para la celebración de las Fiestas Patrias. El sentimiento que vive en nuestros corazones vibra con gran intensidad y el orgullo aflora como las rosas en la primavera.

De forma gradual, nuestras ciudades se van cubriendo con los tres colores de nuestra hermosa insignia nacional y el delicioso olor de los alimentos de esta temporada se percibe en las casas, en los restaurantes y en los puestos callejeros. No cabe duda de que la comida mexicana nació de las fiestas. Nos esmeramos como pocos en el mundo con los platillos que requerimos para nuestros invitados: chiles en nogada, pozole, tostadas, tamales, dulces típicos, etc. Fantásticas decoraciones adornan nuestras mesas: el tequila con su limón, el mezcal con su sal de gusano. Desempolvamos la música de mariachis que no hemos escuchado en los últimos meses y sacamos del ropero todo lo necesario para hacer más verosímil la escena independentista. No podemos olvidar, por supuesto, las guirnaldas en las puertas y las banderas en los techos de nuestras casas que demuestran nuestra lealtad por la Patria. Por cierto, los paliacates no son de origen mexicano.

Y en los últimos años me he preguntado: ¿De qué nos han servido a las mujeres las independencias y la revoluciones en el mundo, si las luchas que se han librado con perspectiva de género, las hemos librado nosotras mismas? Me explico:

El año pasado, durante la noche del grito, platiqué con la mamá de mi amiga Rosy Yoli. Ella es una señora encantadora que dice no ser feminista, que no podría serlo, que ella está muy bien como está. No quiere ni siquiera pensar el quebrantar las leyes que nos han impuesto las visiones patriarcales. A ella le chocan estos movimientos que considera innecesarios… Y entonces yo me pregunté. ¿Acaso no disfruta de los logros de las feministas que nos antecedieron?

Cómo no ser feminista y no agradecer todas las mañanas el poder votar, heredar los bienes de nuestros padres, no tener que pedirle permiso a nuestra pareja para poder trabajar, divorciarnos de ser necesario y elegir lo que queremos estudiar. Eso no ha sido gracias a nuestros gobernantes masculinos. En lo absoluto.

Es decir, gracias al gran esfuerzo de muchas mujeres es que estamos librando nuestra propia Independencia y ya hemos comenzado la “Gran Revolución”, no sólo en México, sino en muchos países del mundo, aunque estamos todavía lejos de festejarlo cabalmente. ¿Y eso por qué? Porque nos siguen matando como aves de caza por las calles y en nuestros propios hogares. Las violaciones de menores es alarmante y nuestro grito se dispersa en el desierto. No hay eco suficientemente sonoro que retumbe en las mentes de aquellos que no quieren comprenderlo.

Tenemos que avanzar como sociedad en conjunto: cambiar muchos conceptos de enseñanza, reeducar nuestra mente, romper convicciones que son mitos y construir diálogos nuevos a través de la equidad y el entendimiento. Tenemos que erradicar la pobreza en este país, que debería ser el país de la abundancia, y detener de una vez por todas el abandono en el que se encuentran miles de niños en condición de riesgo que viven en las calles y en hogares conflictivos.

Estos tiempos modernos son difíciles de sobrellevar y las mujeres requerimos buscar alternativas económicas para el sustento familiar. Por ende, recurrimos al derecho de engendrar en circunstancias no adversas. Los niños tienen el derecho de nacer bajo el signo del amor, la protección, educación y una calidad de vida que les permita desarrollarse como adultos de bien. Los seres humanos tenemos derecho a una sexualidad sana que cubra nuestras necesidades fisiológicas y lograr una sociedad emocional y sexualmente sana. Tenemos que vivir sin violencia, sin pederastia, sin trata de blancas, sin niños en la calle, sin corrupción. Las mujeres no somos máquinas incubadoras como se creía en el pasado. El tema de la contracepción todavía es muy discutible a pesar de los ejemplo pueriles que se escuchan y algunos dirigentes religiosos aseveran que es menos grave la pedofilia que “el derecho a decidir” de las mujeres y se empecinan en acomodarnos más en este mundo tan imperfecto y voraz que nos tiene rebasados.

Tengo que decir que mi pensamiento feminista nació desde que yo era muy niña cuando estudié la primaria en el edificio donde fue la última casa de la gran Malinalli Tenépatl, la Malitzin, lugar que por cierto debería ser “El gran museo de perdón y de justicia” en nuestro país y así redimir muchos complejos que todavía arrastramos lastimeramente. Ahí me sorprendí con su historia de mujer y a través de la lectura fui descubriendo otro mundo desconocido que me llevó a cambiar necesariamente mi pensamiento por uno sin dogmas y sin convencionalismos.

Octavio Paz escribió al respecto:

“La cultura mexicana, originada desde la violación y el abuso”

¡Sí! Así se lee en el libro y es claro que muchas cosas no han cambiado en pleno siglo XXI. Muchas mujeres viven todavía el ritual de: “O haces lo que yo quiero, o te atienes a la consecuencias…” ¿Paradoja histórica?

Se dice que la Malinche es la madre de nosotros los mestizos y sin embargo, es la más agraviada, ignorada y odiada. ¿Cómo nos explicamos estos sentimientos cuando ella fue esclavizada y regalada por los hombres de su propia raza como “tributo” a los conquistadores?

En mis noches de indignación y de saliento por los hechos tan sórdidos que se escuchan todos los días en los noticieros, aprieto los ojos y regreso con el pensamiento a mi primaria. Atravieso respetuosamente el umbral del gran portón y en breve aparece la figura de doña Marina, ese es el nombre con que se le conoce ahí en su casa. Sale de uno de los aposentos del primer piso vestida con un huipil bordado con pequeñas flores y su larga cabellera azabache está recogida con unos cornezuelos en la frente. Se acerca con mesura hacia el barandal y se asoma a verme. No sonríe, pero sé que me reconoce y espera mis buenas nuevas. Le explico con entusiasmo las últimas acciones de las feministas y los logros a nuestro favor. Ella se sujeta con firmeza al barandal para no desfallecer. Las noticias que le doy la superan. Me doy cuenta que ya no puede llevar más a cuestas el enorme peso que ha recaído en ella los últimos 500 años por el simple hecho de haber nacido mujer. ¿Qué opción podía tener durante el choque cultural más sanguinario de nuestra memoria? (Llámese también genocidio continental). No tuvo otro remedio que doblegarse a la barbarie de los hombres de ambas culturas y después, ser juzgada por ello.

Sin darme cuenta se agotó mi noche pero afortunadamente pude hablarle de todos los pormenores que me llevaron hacia ella: Tenemos más juristas, maestras que luchan por la nueva educación, escritoras que con su pluma van cambiando al mundo, pintoras que plasman su sentir inconforme, lingüistas que modifican el idioma para que podamos ser incluídas en los discursos cotidianos y muchas mujeres desde sus hogares comprenden que este cambio justo y necesario, aquí en nuestro país, y en el mundo entero. Esta ya no es una simple lucha local.

Mientras voy contando cada anécdota, siento que vuelve a nacer la certidumbre en mí y sonrío tímidamente. Malitizin no comenta nada pero esboza una pequeñísima mueca que pareciera un gesto feliz en sus labios. Se despide agitando levemente su mano y regresa a sus aposentos caminando lentamente pero muy erguida, como si también hubiera renacido la esperanza en su deshonrado corazón. Ahora sabe que esta lucha femenina es imparable. ¡Cuestión de tiempo!

¡Viva la Malinche!, ¡viva sor Juana Inés de la Cruz!

¡Vivan todas las mujeres que nos dieron y nos siguen dando identidad y patria!

¡Viva México, señoras!

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