/ viernes 13 de enero de 2023

La crisis que viene en el ambulantaje

Si el alcalde de Cuernavaca, José Luis Urióstegui no decide otra cosa, y los ambulantes que planean instalarse frente al Palacio de Cortés en Cuernavaca invaden el patio frontal, el ayuntamiento recurriría por primera vez en esta administración al uso de la fuerza pública para defender el orden en el centro de la ciudad. No sería la primera vez que algo así ocurre, pero para encontrar antecedentes de ello tendríamos que remontarnos a por lo menos dos décadas en la historia de la ciudad.

La advertencia del secretario municipal, Carlos de la Rosa, a los ambulantes y sus líderes probablemente pareciera injusta si se considera aislada. Habrá quienes desde ahora digan que hay cientos de ambulantes en el centro de Cuernavaca a quienes parece no tocarse salvo con la propuesta postergada de la reubicación. Tienen algo de razón, pero desde una perspectiva más edificante, el Palacio de Cortés está a semanas de ser reabierto al público, se piensa retirar la horrible malla ciclónica que se puso para evitar el paso de la gente a las zonas en reconstrucción, pero más para impedir la instalación de comerciantes informales, y es buen momento para sentar precedente. Así comenzaría, desde el edificio emblema de Cuernavaca, el reordenamiento del comercio ambulante que, según la programación del ayuntamiento, entraría en una suerte de fase intensiva justo desde febrero próximo.

No es un proceso sencillo. El poder político y hasta económico de los líderes del ambulantaje en el centro histórico de Cuernavaca y el descuido del ayuntamiento, han permitido que las agrupaciones amparadas con las siglas del Nuevo Grupo Sindical, y la Confederación de Trabajadores de México, ganen espacios de forma totalmente desordenada, lo que ha provocado que el desorden se convierta en un caos que pone en riesgo al comercio establecido, a los peatones, a los vehículos que circulan en la zona, y hasta a los vecinos del centro histórico.

El reordenamiento del ambulantaje es indispensable y en ello coinciden los propios dirigentes del comercio informal. El problema es que todos quienes ser beneficiarios directos de cualquier proyecto de reordenamiento. Así que las exigencias para moverse incluyen la dotación de espacios dignos, la rehabilitación de los ya disponibles, y hasta campañas de promoción para que el comercio informal siga siendo atractivo para sus potenciales clientes. A diferencia del comercio establecido, que se juega su inversión sin mayores apoyos y tiene que absorber sus gastos en mantenimiento, rehabilitación de espacios, campañas publicitarias, y otros; los comerciantes ambulantes apuestan a que el gobierno municipal acompañe o de plano absorba todas esas tareas por ellos.

Y como de cualquier forma no es seguro que, dados los cambios en el mercado y en los hábitos del consumidor, el comercio informal apunte para grandes éxitos, la resistencia a la reubicación es bastante obvia. El ambulantaje sigue siendo el mismo de hace veinte años, vende alimentos preparados, piratería, mercancía de dudosa procedencia. La oferta no ajusta con las necesidades e intereses de compra de una nueva generación acostumbrada a las plataformas de streaming, a las de reparto y las tiendas en línea. Tampoco resultan especialmente hábiles en los servicios que ofrecen. Las grandes plazas comerciales, por ejemplo, invierten millones de pesos al año en tener espacios dignos para salir a pasear, en ofrecer eventuales espectáculos para atraer visitantes, y en modernizar sus catálogos casi al ritmo que imponen las ventas en línea. Los ambulantes, en cambio, siguen apostando a la nostalgia del tianguis permanente, incómodo e inseguro.

El problema no es de campañas publicitarias sino de ajustarse a los nuevos mercados. La falta de espacios dignos, la inseguridad que el mismo ambulantaje provoca y a lo mejor hasta promueve alrededor de sus establecimientos, la baja calidad de los productos que ofrecen, y la eterna negativa a vivir en la ilegalidad, hacen que la práctica se convierta en una dificultad extrema para quienes la ejercen. Eso no es culpa del ayuntamiento, ni de la ciudadanía.

El alcalde Urióstegui, entrampado por el problema que genera la herencia de tres lustros caos que recibió en enero del 2022, no está escogiendo lo mejor para la ciudad, sino el menor de los males. Los ambulantes seguirán siendo tolerados, pero bajo un orden que parece difícil de imponer pero que resulta urgente por el bien del centro histórico, del comercio formal, de la ciudad.


@martinellito

dmartinez@elsoldecuernavaca.com.mx


Si el alcalde de Cuernavaca, José Luis Urióstegui no decide otra cosa, y los ambulantes que planean instalarse frente al Palacio de Cortés en Cuernavaca invaden el patio frontal, el ayuntamiento recurriría por primera vez en esta administración al uso de la fuerza pública para defender el orden en el centro de la ciudad. No sería la primera vez que algo así ocurre, pero para encontrar antecedentes de ello tendríamos que remontarnos a por lo menos dos décadas en la historia de la ciudad.

La advertencia del secretario municipal, Carlos de la Rosa, a los ambulantes y sus líderes probablemente pareciera injusta si se considera aislada. Habrá quienes desde ahora digan que hay cientos de ambulantes en el centro de Cuernavaca a quienes parece no tocarse salvo con la propuesta postergada de la reubicación. Tienen algo de razón, pero desde una perspectiva más edificante, el Palacio de Cortés está a semanas de ser reabierto al público, se piensa retirar la horrible malla ciclónica que se puso para evitar el paso de la gente a las zonas en reconstrucción, pero más para impedir la instalación de comerciantes informales, y es buen momento para sentar precedente. Así comenzaría, desde el edificio emblema de Cuernavaca, el reordenamiento del comercio ambulante que, según la programación del ayuntamiento, entraría en una suerte de fase intensiva justo desde febrero próximo.

No es un proceso sencillo. El poder político y hasta económico de los líderes del ambulantaje en el centro histórico de Cuernavaca y el descuido del ayuntamiento, han permitido que las agrupaciones amparadas con las siglas del Nuevo Grupo Sindical, y la Confederación de Trabajadores de México, ganen espacios de forma totalmente desordenada, lo que ha provocado que el desorden se convierta en un caos que pone en riesgo al comercio establecido, a los peatones, a los vehículos que circulan en la zona, y hasta a los vecinos del centro histórico.

El reordenamiento del ambulantaje es indispensable y en ello coinciden los propios dirigentes del comercio informal. El problema es que todos quienes ser beneficiarios directos de cualquier proyecto de reordenamiento. Así que las exigencias para moverse incluyen la dotación de espacios dignos, la rehabilitación de los ya disponibles, y hasta campañas de promoción para que el comercio informal siga siendo atractivo para sus potenciales clientes. A diferencia del comercio establecido, que se juega su inversión sin mayores apoyos y tiene que absorber sus gastos en mantenimiento, rehabilitación de espacios, campañas publicitarias, y otros; los comerciantes ambulantes apuestan a que el gobierno municipal acompañe o de plano absorba todas esas tareas por ellos.

Y como de cualquier forma no es seguro que, dados los cambios en el mercado y en los hábitos del consumidor, el comercio informal apunte para grandes éxitos, la resistencia a la reubicación es bastante obvia. El ambulantaje sigue siendo el mismo de hace veinte años, vende alimentos preparados, piratería, mercancía de dudosa procedencia. La oferta no ajusta con las necesidades e intereses de compra de una nueva generación acostumbrada a las plataformas de streaming, a las de reparto y las tiendas en línea. Tampoco resultan especialmente hábiles en los servicios que ofrecen. Las grandes plazas comerciales, por ejemplo, invierten millones de pesos al año en tener espacios dignos para salir a pasear, en ofrecer eventuales espectáculos para atraer visitantes, y en modernizar sus catálogos casi al ritmo que imponen las ventas en línea. Los ambulantes, en cambio, siguen apostando a la nostalgia del tianguis permanente, incómodo e inseguro.

El problema no es de campañas publicitarias sino de ajustarse a los nuevos mercados. La falta de espacios dignos, la inseguridad que el mismo ambulantaje provoca y a lo mejor hasta promueve alrededor de sus establecimientos, la baja calidad de los productos que ofrecen, y la eterna negativa a vivir en la ilegalidad, hacen que la práctica se convierta en una dificultad extrema para quienes la ejercen. Eso no es culpa del ayuntamiento, ni de la ciudadanía.

El alcalde Urióstegui, entrampado por el problema que genera la herencia de tres lustros caos que recibió en enero del 2022, no está escogiendo lo mejor para la ciudad, sino el menor de los males. Los ambulantes seguirán siendo tolerados, pero bajo un orden que parece difícil de imponer pero que resulta urgente por el bien del centro histórico, del comercio formal, de la ciudad.


@martinellito

dmartinez@elsoldecuernavaca.com.mx