/ viernes 17 de mayo de 2024

Maestras y maestros: vocación por la enseñanza

Desde los antiguos claustros de sabiduría, donde los primeros filósofos discutían sobre el universo y la existencia humana, hasta las modernas aulas digitales equipadas con tecnologías avanzadas para el aprendizaje a distancia, la figura del maestro ha sido un pilar fundamental para la evolución de las sociedades.

La enseñanza representa uno de los actos más significativos que el ser humano puede emprender. Más que una simple labor, es una vocación dedicada al servicio, fundamentada en el ejercicio digno y noble de ser un facilitador del aprendizaje. La etimología nos ofrece claridad sobre su profundidad: el término enseñar proviene del griego Διδάσκω (didásko), que literalmente significa “ayudar a alguien a crecer”. De igual forma, se relaciona con el latín insignare, que se traduce como “señalar el camino para que otros puedan orientarse”. Estas raíces lingüísticas definen la función del educador y destacan su papel esencial en el desarrollo y orientación de las capacidades humanas.

A lo largo de la historia, la influencia de grandes maestros ha sido clave para promover el avance del conocimiento. Sócrates, por ejemplo, revolucionó la filosofía occidental, incentivando el pensamiento crítico a través del diálogo y la introspección, y dejando un legado imborrable en su discípulo Platón. Aristóteles, otro coloso del pensamiento, no sólo fue tutor de Alejandro Magno; sino que estableció las bases del método científico, abarcando disciplinas desde la ética hasta la astronomía.

Hipatia de Alejandría, pionera en el campo de la matemática y la filosofía en la antigua Grecia, es recordada por su erudición y por su dedicación a enseñar en un mundo dominado por hombres. Avanzando en el tiempo, María Montessori revolucionó la educación infantil con su metodología centrada en el respeto por la autonomía del niño y el aprendizaje práctico.

En el panorama contemporáneo, la enseñanza en todos sus niveles de formaicón debe centrarse en la promoción y protección de los Derechos Humanos. La responsabilidad de los docentes se extiende más allá de las paredes de las aulas para consagrar una misión más amplia: formar ciudadanos del mundo conscientes de sus derechos y deberes; y capaces de contribuir positivamente en una sociedad globalizada.

Esta transformación es una respuesta a los cambios tecnológicos, sociales y culturales, como reflejo de los principios éticos y morales que la sociedad moderna prioriza. Los educadores enfrentamos el desafío de integrar en nuestra enseñanza valores universales como la igualdad, la justicia, y el respeto por la diversidad. Esta tarea se vuelve más compleja y a la vez más crucial en un mundo donde las diferencias y las desigualdades persisten y donde los conflictos y las injusticias aún afloran.

La enseñanza en la actualidad se ha convertido en un vehículo de cambio social y un bastión de los Derechos Humanos. Al educar a las nuevas generaciones, los maestros de hoy están transmitiendo conocimiento, y con ello, formando líderes, activistas y ciudadanos globales, equipados para enfrentar y resolver los desafíos de nuestro tiempo con empatía, inteligencia y compromiso ético.

La capacitación del profesorado también ha evolucionado significativamente. Los programas de formación docente ahora enfatizan la pedagogía crítica y la sensibilidad cultural, preparándolos para trabajar en entornos diversos y para manejar temas delicados con tacto y comprensión.

Para quienes tenemos el privilegio de ser profesores, cada día en el aula es un testamento a la fe que depositamos en el futuro. Con cada pregunta que formulamos, con cada idea que sembramos y cada desafío que presentamos, no sólo estamos enseñando materias académicas, estamos modelando los corazones y mentes de la próxima generación. Somos arquitectos de posibilidades, forjadores de destinos y guardianes de la esperanza.

En este sagrado deber, encontramos nuestra mayor alegría y nuestro desafío más profundo, sabiendo que cada día dedicado a la enseñanza es un ladrillo más en el edificio de un mundo más justo y compasivo. Así, con humildad y determinación, seguimos adelante, conscientes de que en nuestras manos yace la promesa de un mañana mejor.

Profesor de Derecho Civil y Derecho Familiar de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México

Desde los antiguos claustros de sabiduría, donde los primeros filósofos discutían sobre el universo y la existencia humana, hasta las modernas aulas digitales equipadas con tecnologías avanzadas para el aprendizaje a distancia, la figura del maestro ha sido un pilar fundamental para la evolución de las sociedades.

La enseñanza representa uno de los actos más significativos que el ser humano puede emprender. Más que una simple labor, es una vocación dedicada al servicio, fundamentada en el ejercicio digno y noble de ser un facilitador del aprendizaje. La etimología nos ofrece claridad sobre su profundidad: el término enseñar proviene del griego Διδάσκω (didásko), que literalmente significa “ayudar a alguien a crecer”. De igual forma, se relaciona con el latín insignare, que se traduce como “señalar el camino para que otros puedan orientarse”. Estas raíces lingüísticas definen la función del educador y destacan su papel esencial en el desarrollo y orientación de las capacidades humanas.

A lo largo de la historia, la influencia de grandes maestros ha sido clave para promover el avance del conocimiento. Sócrates, por ejemplo, revolucionó la filosofía occidental, incentivando el pensamiento crítico a través del diálogo y la introspección, y dejando un legado imborrable en su discípulo Platón. Aristóteles, otro coloso del pensamiento, no sólo fue tutor de Alejandro Magno; sino que estableció las bases del método científico, abarcando disciplinas desde la ética hasta la astronomía.

Hipatia de Alejandría, pionera en el campo de la matemática y la filosofía en la antigua Grecia, es recordada por su erudición y por su dedicación a enseñar en un mundo dominado por hombres. Avanzando en el tiempo, María Montessori revolucionó la educación infantil con su metodología centrada en el respeto por la autonomía del niño y el aprendizaje práctico.

En el panorama contemporáneo, la enseñanza en todos sus niveles de formaicón debe centrarse en la promoción y protección de los Derechos Humanos. La responsabilidad de los docentes se extiende más allá de las paredes de las aulas para consagrar una misión más amplia: formar ciudadanos del mundo conscientes de sus derechos y deberes; y capaces de contribuir positivamente en una sociedad globalizada.

Esta transformación es una respuesta a los cambios tecnológicos, sociales y culturales, como reflejo de los principios éticos y morales que la sociedad moderna prioriza. Los educadores enfrentamos el desafío de integrar en nuestra enseñanza valores universales como la igualdad, la justicia, y el respeto por la diversidad. Esta tarea se vuelve más compleja y a la vez más crucial en un mundo donde las diferencias y las desigualdades persisten y donde los conflictos y las injusticias aún afloran.

La enseñanza en la actualidad se ha convertido en un vehículo de cambio social y un bastión de los Derechos Humanos. Al educar a las nuevas generaciones, los maestros de hoy están transmitiendo conocimiento, y con ello, formando líderes, activistas y ciudadanos globales, equipados para enfrentar y resolver los desafíos de nuestro tiempo con empatía, inteligencia y compromiso ético.

La capacitación del profesorado también ha evolucionado significativamente. Los programas de formación docente ahora enfatizan la pedagogía crítica y la sensibilidad cultural, preparándolos para trabajar en entornos diversos y para manejar temas delicados con tacto y comprensión.

Para quienes tenemos el privilegio de ser profesores, cada día en el aula es un testamento a la fe que depositamos en el futuro. Con cada pregunta que formulamos, con cada idea que sembramos y cada desafío que presentamos, no sólo estamos enseñando materias académicas, estamos modelando los corazones y mentes de la próxima generación. Somos arquitectos de posibilidades, forjadores de destinos y guardianes de la esperanza.

En este sagrado deber, encontramos nuestra mayor alegría y nuestro desafío más profundo, sabiendo que cada día dedicado a la enseñanza es un ladrillo más en el edificio de un mundo más justo y compasivo. Así, con humildad y determinación, seguimos adelante, conscientes de que en nuestras manos yace la promesa de un mañana mejor.

Profesor de Derecho Civil y Derecho Familiar de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México