/ miércoles 10 de noviembre de 2021

El laboratorio siniestro del Doctor Mengele

Paranoico y con sueños constantes de que sería capturado hasta morir torturado, eran las visiones que consumían a Josef Mengele.

Entre sus pesadillas siempre se revelaban los espectros de su conciencia. En esas alucinaciones se repetía una y otra vez, la misma escena… Desde una inmensa chimenea cuadrada hecha de ladrillo rojo se desprendía en el aire un ligero hedor nauseabundo de carne quemada y pelo chamuscado. Sus cuerpos desnudos, huesudos y debilitados se perfilaban para la muerte. Eran ellos: 140 mil prisioneros judíos. Apilados en el campo de concentración de Auschwitz.

Josef, médico y filósofo, egresó de la Universidad de Münich. Se afilió al partido nazi en 1937 y a las escuadras de protección (Schutzstaffel, SS) en 1938. Una posición que le confirió poder para cometer las peores atrocidades que un hombre de “ciencia” con la mente ensombrecida jamás imaginó realizar.

Primero llegó a este lugar de exterminio, en Polonia. Sitio desde donde comenzó sus experimentos sobre genética y eugenesia, una filosofía social que cimentó Adolf Hitler, la cual defendía la mejora de los rasgos hereditarios humanos mediante diversas formas de intervención manipulada y métodos selectivos de humanos.

Desde el establecimiento de un laboratorio y con la ayuda de un equipo especial, disponían de personas que al nacer compartieron útero de forma simultánea, es decir, gemelos, con el objetivo de estudiar cómo producir partos múltiples de niños con rasgos arios.

Entre las locuras que desarrolló Mengele está la aplicación de inyecciones de productos químicos para cambiar el color de los ojos de algunos niños para que fueran azules.

Otra crueldad fue cuando a Josef se le ocurrió coser a niños gemelos por la espalda para analizar su progresión. Desde luego, ambos murieron. Se infectaron durante la operación.

Los gemelos eran sometidos a pruebas semanales y mediciones de sus atributos físicos. Así que fueron expuestos a varios exámenes. Algunos de ellos, transfusiones sanguíneas entre los pares. De igual forma, los separaba físicamente. Mengele encerraba a uno de ellos para ver cuál soportaba más tiempo la soledad.

Las mujeres tampoco escapaban de las demencias del Doctor Mengele. A ellas se les aplicaban inyecciones con cemento líquido en los úteros para estudiar los efectos de la esterilización en masa.

Incluso en una ocasión, obligó a una madre lactante a cubrir sus pezones con una cinta adhesiva de tela para calcular cuánto tiempo podía vivir un recién nacido sin alimentarse.

Los experimentos también abarcaban amputaciones innecesarias de extremidades.

// “Mengele jugaba con vidas humanas como si fuera Dios”//

De pronto, una noche Josef despertó de forma intempestiva. Estaba recostado en su cama, con la respiración agitada y el rostro empapado de sudor. Al hombre le escurrían los recuerdos. Éste en particular, le pareció reciente. Ahí estaba en su mente la escena del crimen.

Mengele un tanto anestesiado y somnoliento trajo de vuelta aquella ocasión en la que inyectó cloroformo al corazón de 14 gemelos.

// El Ángel de la muerte superó a Hitler //

Si creíamos que entre los nazis no existía otro ser más despiadado que Hitler. Temo decirles que sí lo hay. Uno que supera a toda película de ciencia ficción. Solo que en este filme real, el protagonista fue Josef Mengele. El profanador de la ciencia. El ángel de la muerte (todesengel).

“Odiábamos su pelo, peinado con raya, su altanería, sus silbidos continuos, su fría crueldad y en especial, sus órdenes absurdas”, comentó Olga Lengyel, enfermera rumana que trabajó bajo las órdenes del Doctor más sádico, Mengele, el galeno que seleccionaba víctimas para ser ejecutadas en las cámaras de gas que se disponían al interior de los campos de concentración.

Cuando Alemania se debilitó y perdió. Muchos huyeron. Entre ellos Mengele. Vivió sus últimos años con el delirio de ser atrapado. Así que cambió de nombre y de lugar de residencia en muchas ocasiones. Una temporada se mantuvo en Argentina. Luego Uruguay, y finalmente en Bertioga, Brasil, donde murió ahogado en una playa de la localidad, tras sufrir ictus, infarto cerebral. Y de esa visión jamás despertó.

Sus restos fueron exhumados e identificados por un examen forense en 1985.

Paranoico y con sueños constantes de que sería capturado hasta morir torturado, eran las visiones que consumían a Josef Mengele.

Entre sus pesadillas siempre se revelaban los espectros de su conciencia. En esas alucinaciones se repetía una y otra vez, la misma escena… Desde una inmensa chimenea cuadrada hecha de ladrillo rojo se desprendía en el aire un ligero hedor nauseabundo de carne quemada y pelo chamuscado. Sus cuerpos desnudos, huesudos y debilitados se perfilaban para la muerte. Eran ellos: 140 mil prisioneros judíos. Apilados en el campo de concentración de Auschwitz.

Josef, médico y filósofo, egresó de la Universidad de Münich. Se afilió al partido nazi en 1937 y a las escuadras de protección (Schutzstaffel, SS) en 1938. Una posición que le confirió poder para cometer las peores atrocidades que un hombre de “ciencia” con la mente ensombrecida jamás imaginó realizar.

Primero llegó a este lugar de exterminio, en Polonia. Sitio desde donde comenzó sus experimentos sobre genética y eugenesia, una filosofía social que cimentó Adolf Hitler, la cual defendía la mejora de los rasgos hereditarios humanos mediante diversas formas de intervención manipulada y métodos selectivos de humanos.

Desde el establecimiento de un laboratorio y con la ayuda de un equipo especial, disponían de personas que al nacer compartieron útero de forma simultánea, es decir, gemelos, con el objetivo de estudiar cómo producir partos múltiples de niños con rasgos arios.

Entre las locuras que desarrolló Mengele está la aplicación de inyecciones de productos químicos para cambiar el color de los ojos de algunos niños para que fueran azules.

Otra crueldad fue cuando a Josef se le ocurrió coser a niños gemelos por la espalda para analizar su progresión. Desde luego, ambos murieron. Se infectaron durante la operación.

Los gemelos eran sometidos a pruebas semanales y mediciones de sus atributos físicos. Así que fueron expuestos a varios exámenes. Algunos de ellos, transfusiones sanguíneas entre los pares. De igual forma, los separaba físicamente. Mengele encerraba a uno de ellos para ver cuál soportaba más tiempo la soledad.

Las mujeres tampoco escapaban de las demencias del Doctor Mengele. A ellas se les aplicaban inyecciones con cemento líquido en los úteros para estudiar los efectos de la esterilización en masa.

Incluso en una ocasión, obligó a una madre lactante a cubrir sus pezones con una cinta adhesiva de tela para calcular cuánto tiempo podía vivir un recién nacido sin alimentarse.

Los experimentos también abarcaban amputaciones innecesarias de extremidades.

// “Mengele jugaba con vidas humanas como si fuera Dios”//

De pronto, una noche Josef despertó de forma intempestiva. Estaba recostado en su cama, con la respiración agitada y el rostro empapado de sudor. Al hombre le escurrían los recuerdos. Éste en particular, le pareció reciente. Ahí estaba en su mente la escena del crimen.

Mengele un tanto anestesiado y somnoliento trajo de vuelta aquella ocasión en la que inyectó cloroformo al corazón de 14 gemelos.

// El Ángel de la muerte superó a Hitler //

Si creíamos que entre los nazis no existía otro ser más despiadado que Hitler. Temo decirles que sí lo hay. Uno que supera a toda película de ciencia ficción. Solo que en este filme real, el protagonista fue Josef Mengele. El profanador de la ciencia. El ángel de la muerte (todesengel).

“Odiábamos su pelo, peinado con raya, su altanería, sus silbidos continuos, su fría crueldad y en especial, sus órdenes absurdas”, comentó Olga Lengyel, enfermera rumana que trabajó bajo las órdenes del Doctor más sádico, Mengele, el galeno que seleccionaba víctimas para ser ejecutadas en las cámaras de gas que se disponían al interior de los campos de concentración.

Cuando Alemania se debilitó y perdió. Muchos huyeron. Entre ellos Mengele. Vivió sus últimos años con el delirio de ser atrapado. Así que cambió de nombre y de lugar de residencia en muchas ocasiones. Una temporada se mantuvo en Argentina. Luego Uruguay, y finalmente en Bertioga, Brasil, donde murió ahogado en una playa de la localidad, tras sufrir ictus, infarto cerebral. Y de esa visión jamás despertó.

Sus restos fueron exhumados e identificados por un examen forense en 1985.