/ jueves 11 de marzo de 2021

Una historia recurrente: Rodney King, símbolo del enfrentamiento racial (segunda y última parte)

Rodney KIng tenía 26 años y un pasado y un presente tortuosos. Adicciones, violencia, un divorcio conflictivo, una hija abandonada, problemas con la ley. Tres meses antes había salido de la cárcel después de pasar un año preso condenado por robar un mercado armado con una barra de hierro. El 2 de marzo de 1991, King, que conducía borracho, fue parado por cuatro agentes, que le sacaron de un vehículo, le dispararon con una pistola eléctrica y le propinaron una brutal paliza.

La escena fue captada por un video aficionado y, a los pocos días, los espectadores de medio mundo contemplaban el desmedido ataque. Desde entonces, King pasó de ser un ciudadano que vivía en el más completo anonimato a convertirse en un símbolo para los jóvenes afroamericanos de los guetos de Los Ángeles, que veían en sus heridas un ejemplo más del abuso que ellos mismos sufrían a diario a manos de los policías de raza blanca. La absolución de los agentes un año después, desató una indignación que derivó en las revueltas raciales más violentas que se recuerdan en Estados Unidos en los últimos 30 años.

Durante los disturbios, que comenzaron el 29 de abril de 1992, 53 personas perdieron la vida y alrededor de 2.000 resultaron heridas. Los altercados causaron daños cifrados en miles de millones de dólares. El juicio, pese a la atención mediática, fue irregular. Primero se modificó la sede de las audiencias y se las trasladó a una localidad californiana alejada de Los Angeles. Después, el jurado: sólo compuesto por 10 blancos, un latino y una persona de ascendencia asiática.

De todas maneras, las imágenes no permitían interpretación alguna. Tenían un solo significado. En esos poco menos de 80 segundos se veía con claridad lo que había pasado. Ni siquiera la mejor defensa técnica (o la más optimista) podía aspirar más que a encontrar alguna circunstancia atenuante. El veredicto se dictó el 29 de abril de 1992. El presidente del jurado leyó lo que decidieron tras la deliberación. Fueron cuatro mazazos, cuatro detonaciones consecutivas. Inocente. Inocente. Inocente.

Inocente. Después de los disturbios, la ciudad de Los Ángeles volvió a enjuiciar a los policías por infringir una ley de derechos civiles. Dos de ellos fueron encontrados culpables y condenados a 30 meses de prisión. Los otros fueron, una vez más, exculpados por los dos tres primeros segundos del video en el que en imágenes borrosas, antes de que Holliday lograra hacer foco, se ve a King intentando levantarse, lo que fue tomado como un intento de agresión y los siguientes 56 golpes fueron considerados como legítima defensa y ejercicio legítimo del poder policial para reducir a un sospechoso.

El alcalde de Los Angeles le ofreció a Rodney King pagarle 200.000 dólares como indemnización y becarlo en la universidad de la ciudad. King no aceptó. En el juicio por daños obtuvo casi 4 millones de dólares. Se casó otras dos veces y siguió teniendo problemas con la ley. Al menos otras cuatro veces fue detenido por conducir en estado de ebriedad y por infringir normas de tránsito. La última fue el 3 de marzo de 2011, el día que se cumplía el vigésimo aniversario del apaleamiento.

Fue acusado también de intentar atropellar a su segunda esposa. Ingresó varias veces a rehabilitación. El 17 de junio de 2012, a las 5.30 de la mañana, una mujer con la voz quebrada por la desesperación llamó al 911. Clamó por ayuda. “Rodney Glen King está ahogado en el fondo de la pileta. No respira. Vengan rápido”. Cuando los paramédicos llegaron no había más nada que hacer. Rodney King tenía 48 años y repetía el destino familiar. Su padre, también alcohólico, había muerto promediando sus cuarenta ahogado en la bañadera de su casa.

En la autopsia encontraron alcohol, cocaína y PCP en su sangre. Los forenses determinaron que la combinación de las sustancias con graves cardiopatías preexistentes causaron su muerte. King se convirtió en un símbolo de la lucha por los derechos civiles. Supo aprovechar la atención mediática que generó su agresión y firmó contratos millonarios con agencias publicitarias y estudios de Hollywood. Pero esa fama inesperada también lo expuso al escrutinio social sobre cada una de sus nuevas detenciones y recaídas en las adicciones. Rodney King no era perfecto. Tuvo una vida triste. Infringió la ley varias veces y fue una víctima.

Se convirtió en un símbolo a su pesar. Recibió una paliza, atención mediática, juzgamientos varios y una indemnización. Pero nunca recibió justicia. Su caso, al menos, gracias a una cámara portátil y a un aficionado desvelado, se convirtió en el ejemplo de la brutalidad policial y de las desigualdades raciales.

Rodney KIng tenía 26 años y un pasado y un presente tortuosos. Adicciones, violencia, un divorcio conflictivo, una hija abandonada, problemas con la ley. Tres meses antes había salido de la cárcel después de pasar un año preso condenado por robar un mercado armado con una barra de hierro. El 2 de marzo de 1991, King, que conducía borracho, fue parado por cuatro agentes, que le sacaron de un vehículo, le dispararon con una pistola eléctrica y le propinaron una brutal paliza.

La escena fue captada por un video aficionado y, a los pocos días, los espectadores de medio mundo contemplaban el desmedido ataque. Desde entonces, King pasó de ser un ciudadano que vivía en el más completo anonimato a convertirse en un símbolo para los jóvenes afroamericanos de los guetos de Los Ángeles, que veían en sus heridas un ejemplo más del abuso que ellos mismos sufrían a diario a manos de los policías de raza blanca. La absolución de los agentes un año después, desató una indignación que derivó en las revueltas raciales más violentas que se recuerdan en Estados Unidos en los últimos 30 años.

Durante los disturbios, que comenzaron el 29 de abril de 1992, 53 personas perdieron la vida y alrededor de 2.000 resultaron heridas. Los altercados causaron daños cifrados en miles de millones de dólares. El juicio, pese a la atención mediática, fue irregular. Primero se modificó la sede de las audiencias y se las trasladó a una localidad californiana alejada de Los Angeles. Después, el jurado: sólo compuesto por 10 blancos, un latino y una persona de ascendencia asiática.

De todas maneras, las imágenes no permitían interpretación alguna. Tenían un solo significado. En esos poco menos de 80 segundos se veía con claridad lo que había pasado. Ni siquiera la mejor defensa técnica (o la más optimista) podía aspirar más que a encontrar alguna circunstancia atenuante. El veredicto se dictó el 29 de abril de 1992. El presidente del jurado leyó lo que decidieron tras la deliberación. Fueron cuatro mazazos, cuatro detonaciones consecutivas. Inocente. Inocente. Inocente.

Inocente. Después de los disturbios, la ciudad de Los Ángeles volvió a enjuiciar a los policías por infringir una ley de derechos civiles. Dos de ellos fueron encontrados culpables y condenados a 30 meses de prisión. Los otros fueron, una vez más, exculpados por los dos tres primeros segundos del video en el que en imágenes borrosas, antes de que Holliday lograra hacer foco, se ve a King intentando levantarse, lo que fue tomado como un intento de agresión y los siguientes 56 golpes fueron considerados como legítima defensa y ejercicio legítimo del poder policial para reducir a un sospechoso.

El alcalde de Los Angeles le ofreció a Rodney King pagarle 200.000 dólares como indemnización y becarlo en la universidad de la ciudad. King no aceptó. En el juicio por daños obtuvo casi 4 millones de dólares. Se casó otras dos veces y siguió teniendo problemas con la ley. Al menos otras cuatro veces fue detenido por conducir en estado de ebriedad y por infringir normas de tránsito. La última fue el 3 de marzo de 2011, el día que se cumplía el vigésimo aniversario del apaleamiento.

Fue acusado también de intentar atropellar a su segunda esposa. Ingresó varias veces a rehabilitación. El 17 de junio de 2012, a las 5.30 de la mañana, una mujer con la voz quebrada por la desesperación llamó al 911. Clamó por ayuda. “Rodney Glen King está ahogado en el fondo de la pileta. No respira. Vengan rápido”. Cuando los paramédicos llegaron no había más nada que hacer. Rodney King tenía 48 años y repetía el destino familiar. Su padre, también alcohólico, había muerto promediando sus cuarenta ahogado en la bañadera de su casa.

En la autopsia encontraron alcohol, cocaína y PCP en su sangre. Los forenses determinaron que la combinación de las sustancias con graves cardiopatías preexistentes causaron su muerte. King se convirtió en un símbolo de la lucha por los derechos civiles. Supo aprovechar la atención mediática que generó su agresión y firmó contratos millonarios con agencias publicitarias y estudios de Hollywood. Pero esa fama inesperada también lo expuso al escrutinio social sobre cada una de sus nuevas detenciones y recaídas en las adicciones. Rodney King no era perfecto. Tuvo una vida triste. Infringió la ley varias veces y fue una víctima.

Se convirtió en un símbolo a su pesar. Recibió una paliza, atención mediática, juzgamientos varios y una indemnización. Pero nunca recibió justicia. Su caso, al menos, gracias a una cámara portátil y a un aficionado desvelado, se convirtió en el ejemplo de la brutalidad policial y de las desigualdades raciales.

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