/ viernes 26 de marzo de 2021

Sonata para un hombre bueno

El otro es quién no conocemos y desconfiamos, incluso a veces despierta temor. Debido al peligro que supone lo extraño, lo ajeno, nace un grado de distanciamiento. Nadie se acerca a lo que desconoce: se prefiere antes desdeñar que entender.

La aproximación que se hace al otro es importante porque es el punto para crear un reconocimiento en él. Por el contrario, alejarse, tomar más distancia, crea una percepción sobre un otro maligno, acaso perjudicial. La empatía es una suerte de aceptación y reconocimiento del yo en el otro.

La película alemana La vida de los otros logra expresar tal relación. En ella se cuenta cómo un agente de la Stasi, la policía secreta de Berlín Oriental, comienza a espiar a un escritor para encontrar evidencias incriminatorias y agradar a los superiores del partido; mientras la trama avanza y sin percatarse, el agente se adentra a la vida de su objetivo hasta el punto de preocuparse por él, decidiendo no informar sobre sus actividades subversivas y protegerlo. Ambos, aunque pertenecían a diferentes mundos, tenían una misma percepción de él. Viven de forma diferente, pero sin saberlo, al menos el espía después lo sabe, son parecidos.

Así, el punto de inflexión ocurre cuando el escritor, después de recibir una llamada informándole que su amigo y mentor se suicidó, decide tocar en el piano la partitura Sonata para un hombre bueno que le obsequió días antes. El espía escucha la ejecución de la obra conmovido, dejando escapar algunas lágrimas. Al terminar, el escritor pregunta a su pareja si es posible que una persona que escucha esa música, que en verdad la disfruta, pueda ser mala. En ese momento la distancia que separaba al agente de su objetivo por fin se diluye, no porque lo vigilaba constantemente, sino porque el acercamiento le permitió reconocer que, a pesar de sus diferencias, sostenían una similitud.

De hecho, Lévi-Strauss resalta algo similar; para él, la alta lección yace entre las tribus que son simétricas, un poco parecidas, en sistemas de ritos y mitos, al tiempo que son completamente diferentes en prácticas y costumbres, y aun así son capaces de establecer un sentido de solidaridad. Hay parentescos pequeños, a veces muy reducidos, pero capaces de crear uniones al compartir valores, que en realidad no es otra cosa que la aceptación de uno sobre el otro. Es un reflejo en el que los observamos para conocernos.

Hacia el final de la película el agente salva al escritor de su inminente captura, aunque eso significa la pérdida de su trabajo y la degradación por parte del partido. Años después, disuelta la URSS, el escritor descubre la identidad del espía, la infinidad de veces que lo encubrió y la última actividad de la que lo salvó, para después enterarse que tras su vida de éxitos se volvió cartero. Así que en agradecimiento, sabiendo que el antiguo agente siempre lo escuchó, decide escribir y dedicarle su última obra: sonata para un hombre bueno.

Acaso nada es más sencillo, nos dice el antropólogo francés, que ser semejantes al tiempo que somos diferentes, estar alejados pero también próximos, volvernos un amigo que no deja ser, en buena medida, enemigo y un enemigo que no olvida la cordialidad de la amistad. El mundo se vuelve un sitio habitable, acaso mejor, sólo cuando reconocemos la vida de los otros.

El otro es quién no conocemos y desconfiamos, incluso a veces despierta temor. Debido al peligro que supone lo extraño, lo ajeno, nace un grado de distanciamiento. Nadie se acerca a lo que desconoce: se prefiere antes desdeñar que entender.

La aproximación que se hace al otro es importante porque es el punto para crear un reconocimiento en él. Por el contrario, alejarse, tomar más distancia, crea una percepción sobre un otro maligno, acaso perjudicial. La empatía es una suerte de aceptación y reconocimiento del yo en el otro.

La película alemana La vida de los otros logra expresar tal relación. En ella se cuenta cómo un agente de la Stasi, la policía secreta de Berlín Oriental, comienza a espiar a un escritor para encontrar evidencias incriminatorias y agradar a los superiores del partido; mientras la trama avanza y sin percatarse, el agente se adentra a la vida de su objetivo hasta el punto de preocuparse por él, decidiendo no informar sobre sus actividades subversivas y protegerlo. Ambos, aunque pertenecían a diferentes mundos, tenían una misma percepción de él. Viven de forma diferente, pero sin saberlo, al menos el espía después lo sabe, son parecidos.

Así, el punto de inflexión ocurre cuando el escritor, después de recibir una llamada informándole que su amigo y mentor se suicidó, decide tocar en el piano la partitura Sonata para un hombre bueno que le obsequió días antes. El espía escucha la ejecución de la obra conmovido, dejando escapar algunas lágrimas. Al terminar, el escritor pregunta a su pareja si es posible que una persona que escucha esa música, que en verdad la disfruta, pueda ser mala. En ese momento la distancia que separaba al agente de su objetivo por fin se diluye, no porque lo vigilaba constantemente, sino porque el acercamiento le permitió reconocer que, a pesar de sus diferencias, sostenían una similitud.

De hecho, Lévi-Strauss resalta algo similar; para él, la alta lección yace entre las tribus que son simétricas, un poco parecidas, en sistemas de ritos y mitos, al tiempo que son completamente diferentes en prácticas y costumbres, y aun así son capaces de establecer un sentido de solidaridad. Hay parentescos pequeños, a veces muy reducidos, pero capaces de crear uniones al compartir valores, que en realidad no es otra cosa que la aceptación de uno sobre el otro. Es un reflejo en el que los observamos para conocernos.

Hacia el final de la película el agente salva al escritor de su inminente captura, aunque eso significa la pérdida de su trabajo y la degradación por parte del partido. Años después, disuelta la URSS, el escritor descubre la identidad del espía, la infinidad de veces que lo encubrió y la última actividad de la que lo salvó, para después enterarse que tras su vida de éxitos se volvió cartero. Así que en agradecimiento, sabiendo que el antiguo agente siempre lo escuchó, decide escribir y dedicarle su última obra: sonata para un hombre bueno.

Acaso nada es más sencillo, nos dice el antropólogo francés, que ser semejantes al tiempo que somos diferentes, estar alejados pero también próximos, volvernos un amigo que no deja ser, en buena medida, enemigo y un enemigo que no olvida la cordialidad de la amistad. El mundo se vuelve un sitio habitable, acaso mejor, sólo cuando reconocemos la vida de los otros.

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