/ viernes 22 de septiembre de 2023

[Extranjeros en Morelos] Un periplo por la sabiduría ancestral y mágica del país

José Miguel Carrillo de Albornoz, escritor español, nos ofrece un libro escrito bajo el seudónimo Volúbilis

“Esa misma noche, en que llegó acompañado de un famoso sanador mexicano, don Félix, chamán de Huitzilac, se encontraron. Su conexión con Volúbilis fue rechazada por el chamán. De nada le sirvió. Cuando comenzó a oír las palabras de Volúbilis comprendió, por encima del alcance y de la capacidad de éste, cuál podía ser su papel en el tiempo por venir. Volúbilis debía probar ser digno del trabajo. El destino diría. Durante el fin de semana la luna creció. Don Félix estaba invitado a un congreso de medicinas alternativas y don Manuel lo acompañaba”.

“Don Manuel decidió llevarlo a Tepoztlán para pasar con él al menos un rato, aunque pensaba volverse después. Hacía más de un año desde la primera vez que Volúbilis había pisado el valle sagrado. La carretera llevaba al pueblo, donde una cadena impedía el paso a los automóviles por el centro, en reivindicación contra los intereses que querían construir allí un campo de golf. Salieron del camino principal y por empinadas calles llegaron, tras preguntar, al lugar donde su amigo vivía”.

“Xavier salió a saludar al Gran Chamán Blanco e insistió en que éste se quedase, pero nada consiguió. Se despidieron de don Manuel y entraron en la privada. Protegidas por un muro, había cuatro casas. En la más alejada de la entrada vivía Xavier. Era una linda casita, con un precioso jardín, bajo la mole del cerro de la pirámide del Tepozteco. Volúbilis miró a Xavier y comprendió que estaba en un momento un tanto especial. Aunque no se veían mucho, entre ellos había complicidad y una verdadera amistad. Tras la charla, antes de irse a dormir, Volúbilis propuso que al día siguiente subieran a la pirámide, pues él no lo había hecho aún. Xavier aceptó guiarlo”.

“Se levantaron temprano. Tras una breve ducha y un desayuno ligero, emprendieron la marcha por el camino de la pirámide. Los puestos de bebidas y comidas estaban en el principio del camino, las escaleras subían hacia arriba hasta perderse de vista. Durante casi tres cuartos de hora subieron por la ladera del monte hasta llegar a la cima, donde se halla la pirámide”.

El escritor español José Miguel Carrillo de Albornoz. / Facebook | José Miguel Carrillo de Albornoz



“Saludaron a los guardianes del lugar, abstrayéndose del grupo de gente que había en lo alto. Subieron al centro de la pirámide y allí Volúbilis y Xavier se pusieron a trabajar. Aunque eran muchos los visitantes, no les molestaron. Allí se hermanó Volúbilis con los poderes del valle, mientras las águilas volaban en lo alto”.


“Cuando concluyeron el trabajo, bajaron de la pirámide y contemplaron el precioso paisaje desde la altura del cerro. Se recostaron en un hermoso árbol y Xavier comenzó a realizar canto armónico vocálico. Se sentían en conexión con la naturaleza y con el espíritu. Eran grandes amigos.Descendieron del cerro y se sentaron a comer en los puestos de abajo. Anduvieron por el pueblo hasta que se les hizo de noche. Cenaron juntos y luego se fueron temprano a la cama, porque en el valle se vive prácticamente con la luz del día y al ritmo de éste”.

“Durmió bien. Se levantó con el alba y desayunó en compañía de su amigo y de Jimena. Ambos habían conectado muy bien. Ella era una mujer hermosa, andina, de cabellos largos y negros, y ojos profundos y llenos de luz. Además, era una poetisa de una sensibilidad exacerbada. El tiempo pasaba volando. Iba siendo hora de partir”.






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“Esa misma noche, en que llegó acompañado de un famoso sanador mexicano, don Félix, chamán de Huitzilac, se encontraron. Su conexión con Volúbilis fue rechazada por el chamán. De nada le sirvió. Cuando comenzó a oír las palabras de Volúbilis comprendió, por encima del alcance y de la capacidad de éste, cuál podía ser su papel en el tiempo por venir. Volúbilis debía probar ser digno del trabajo. El destino diría. Durante el fin de semana la luna creció. Don Félix estaba invitado a un congreso de medicinas alternativas y don Manuel lo acompañaba”.

“Don Manuel decidió llevarlo a Tepoztlán para pasar con él al menos un rato, aunque pensaba volverse después. Hacía más de un año desde la primera vez que Volúbilis había pisado el valle sagrado. La carretera llevaba al pueblo, donde una cadena impedía el paso a los automóviles por el centro, en reivindicación contra los intereses que querían construir allí un campo de golf. Salieron del camino principal y por empinadas calles llegaron, tras preguntar, al lugar donde su amigo vivía”.

“Xavier salió a saludar al Gran Chamán Blanco e insistió en que éste se quedase, pero nada consiguió. Se despidieron de don Manuel y entraron en la privada. Protegidas por un muro, había cuatro casas. En la más alejada de la entrada vivía Xavier. Era una linda casita, con un precioso jardín, bajo la mole del cerro de la pirámide del Tepozteco. Volúbilis miró a Xavier y comprendió que estaba en un momento un tanto especial. Aunque no se veían mucho, entre ellos había complicidad y una verdadera amistad. Tras la charla, antes de irse a dormir, Volúbilis propuso que al día siguiente subieran a la pirámide, pues él no lo había hecho aún. Xavier aceptó guiarlo”.

“Se levantaron temprano. Tras una breve ducha y un desayuno ligero, emprendieron la marcha por el camino de la pirámide. Los puestos de bebidas y comidas estaban en el principio del camino, las escaleras subían hacia arriba hasta perderse de vista. Durante casi tres cuartos de hora subieron por la ladera del monte hasta llegar a la cima, donde se halla la pirámide”.

El escritor español José Miguel Carrillo de Albornoz. / Facebook | José Miguel Carrillo de Albornoz



“Saludaron a los guardianes del lugar, abstrayéndose del grupo de gente que había en lo alto. Subieron al centro de la pirámide y allí Volúbilis y Xavier se pusieron a trabajar. Aunque eran muchos los visitantes, no les molestaron. Allí se hermanó Volúbilis con los poderes del valle, mientras las águilas volaban en lo alto”.


“Cuando concluyeron el trabajo, bajaron de la pirámide y contemplaron el precioso paisaje desde la altura del cerro. Se recostaron en un hermoso árbol y Xavier comenzó a realizar canto armónico vocálico. Se sentían en conexión con la naturaleza y con el espíritu. Eran grandes amigos.Descendieron del cerro y se sentaron a comer en los puestos de abajo. Anduvieron por el pueblo hasta que se les hizo de noche. Cenaron juntos y luego se fueron temprano a la cama, porque en el valle se vive prácticamente con la luz del día y al ritmo de éste”.

“Durmió bien. Se levantó con el alba y desayunó en compañía de su amigo y de Jimena. Ambos habían conectado muy bien. Ella era una mujer hermosa, andina, de cabellos largos y negros, y ojos profundos y llenos de luz. Además, era una poetisa de una sensibilidad exacerbada. El tiempo pasaba volando. Iba siendo hora de partir”.






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