/ miércoles 25 de mayo de 2022

Extranjeros en Morelos: Cuernavaca a través de la mirada de un francés

Emile Chabrand describió los paisajes de la capital morelense y otros sitios que visitó durante su estancia en la entidad

El francés Emile Chabrand nació hacia 1850 en Barceloneta. Vivió 12 años en nuestro país, a partir de 1870, dueño de una tienda de ropa en Cuernavaca. Escuchémoslo:

“Cuernavaca, adosada a la falda de las montañas, se encuentra entre dos profundas barrancas que la defienden como si constituyeran un doble foso. Su ubicación se puede considerar verdaderamente excepcional y, puede decirse, única en el mundo”.

“Cuernavaca es una ciudad de paso. La tienda de mis compatriotas de Barceloneta, de quienes ahora soy huésped, se denomina ‘El Puerto de Liverpool’ y por su emplazamiento constituye un excelente puesto de observación para quien tenga curiosidad de conocer la vida y los hábitos de sus vecinos”.

“Los españoles, administradores de las grandes haciendas, van vestidos de blanco y caminan escoltados por un buen número de mozos a caballo, armados con carabinas, revólveres, lazos, sables, etcétera. Se diría que son generales mexicanos en campaña”.

“Los vendedores, sentados en cuclillas en actitud impasible, están masticando chicle o goma de mascar hecha con el fruto [del chicozapote]”.

Continuando su camino “llegamos a Tejalpa, una aldehuela compuesta por miserables jacales de indios que tienen las paredes hechas de carrizos desigualmente revestidos con lodo. [El Cañón de Lobos], inmenso precipicio formado por abruptos peñascos entre los que se abre paso un remedo de sendero por el que avanzan con gran dificultad los caballos, se presta para realizar emboscadas y por ello era el lugar predilecto de los malhechores que lo hicieron famoso por los numerosos atentados que ahí cometieron. Un pequeño promontorio que se levanta del otro lado del precipicio tiene como sobrenombre El Terror, muy justificadamente, y las cruces y los pequeños montones de piedra que casi se tocan a todo lo largo de la carretera, y de los que ya se conoce el significado, complementan la apariencia lúgubre del desfiladero.”

“Las haciendas de caña de esta parte de la Tierra Caliente pertenecen todas a españoles que viven en la ciudad de México y que confían la operación de estas inmensas propiedades a un administrador que las más de las veces es también de esa nacionalidad. En estas explotaciones el administrador es un verdadero reyezuelo: mayordomos, contramaestres, jefes de taller y vigilantes constituyen su corte. Gobierna, como le viene en gana, a un pueblo de peones.

“Estos son los trabajadores y su suerte no es nada envidiable. Casi todos ellos, al cabo de un corto tiempo, se encuentran con que se han vuelto deudores del propietario por una suma más o menos fuerte. Empantanados para siempre en esta deuda creciente de la que sólo pueden salir por la muy remota posibilidad de su condonación, no les es posible ni cambiar de amo ni negarse a trabajar.”

“Los indios aprecian mucho el sabor de los alacranes, de los que son muy golosos. Los comen tostados y, según lo aseguran, son un manjar de gran finura. En el curso de mi paseo me topé con unos cazadores de alacranes, y los vi dedicados a esta tarea”. Cerca de Cuautla, nuestro viajero tenía los ojos bien abiertos –y no sólo por los alacranes–:

“La criada anda descalza y la camisa que viste, muy descotada y con grandes aberturas, permite ver, sin que a ella parezca preocuparle, su hombro y su seno al menor movimiento, un hombro moreno liso y carnoso sobre el que caen sus largos cabellos negros rizados, y un busto redondo que las blancas perlas redondas y falsas de su collar hacen parecer más moreno. Con sus grandes y dulces ojos, y su boca pequeña que muestra hermosos dientes bajo los labios violáceos, es una buena representante de un tipo muy definido de esa raza mestiza que es de gran belleza durante la juventud”.

Escribió que “los indios aprecian mucho el sabor de los alacranes, de los que son muy golosos. Los comen tostados y, según lo aseguran, son un manjar de gran finura”.

La ubicación (de Cuernavaca) se puede considerar verdaderamente excepcional y, puede decirse, única en el mundo Emile Chabrand


Archivo | El Sol de Cuernavaca




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El francés Emile Chabrand nació hacia 1850 en Barceloneta. Vivió 12 años en nuestro país, a partir de 1870, dueño de una tienda de ropa en Cuernavaca. Escuchémoslo:

“Cuernavaca, adosada a la falda de las montañas, se encuentra entre dos profundas barrancas que la defienden como si constituyeran un doble foso. Su ubicación se puede considerar verdaderamente excepcional y, puede decirse, única en el mundo”.

“Cuernavaca es una ciudad de paso. La tienda de mis compatriotas de Barceloneta, de quienes ahora soy huésped, se denomina ‘El Puerto de Liverpool’ y por su emplazamiento constituye un excelente puesto de observación para quien tenga curiosidad de conocer la vida y los hábitos de sus vecinos”.

“Los españoles, administradores de las grandes haciendas, van vestidos de blanco y caminan escoltados por un buen número de mozos a caballo, armados con carabinas, revólveres, lazos, sables, etcétera. Se diría que son generales mexicanos en campaña”.

“Los vendedores, sentados en cuclillas en actitud impasible, están masticando chicle o goma de mascar hecha con el fruto [del chicozapote]”.

Continuando su camino “llegamos a Tejalpa, una aldehuela compuesta por miserables jacales de indios que tienen las paredes hechas de carrizos desigualmente revestidos con lodo. [El Cañón de Lobos], inmenso precipicio formado por abruptos peñascos entre los que se abre paso un remedo de sendero por el que avanzan con gran dificultad los caballos, se presta para realizar emboscadas y por ello era el lugar predilecto de los malhechores que lo hicieron famoso por los numerosos atentados que ahí cometieron. Un pequeño promontorio que se levanta del otro lado del precipicio tiene como sobrenombre El Terror, muy justificadamente, y las cruces y los pequeños montones de piedra que casi se tocan a todo lo largo de la carretera, y de los que ya se conoce el significado, complementan la apariencia lúgubre del desfiladero.”

“Las haciendas de caña de esta parte de la Tierra Caliente pertenecen todas a españoles que viven en la ciudad de México y que confían la operación de estas inmensas propiedades a un administrador que las más de las veces es también de esa nacionalidad. En estas explotaciones el administrador es un verdadero reyezuelo: mayordomos, contramaestres, jefes de taller y vigilantes constituyen su corte. Gobierna, como le viene en gana, a un pueblo de peones.

“Estos son los trabajadores y su suerte no es nada envidiable. Casi todos ellos, al cabo de un corto tiempo, se encuentran con que se han vuelto deudores del propietario por una suma más o menos fuerte. Empantanados para siempre en esta deuda creciente de la que sólo pueden salir por la muy remota posibilidad de su condonación, no les es posible ni cambiar de amo ni negarse a trabajar.”

“Los indios aprecian mucho el sabor de los alacranes, de los que son muy golosos. Los comen tostados y, según lo aseguran, son un manjar de gran finura. En el curso de mi paseo me topé con unos cazadores de alacranes, y los vi dedicados a esta tarea”. Cerca de Cuautla, nuestro viajero tenía los ojos bien abiertos –y no sólo por los alacranes–:

“La criada anda descalza y la camisa que viste, muy descotada y con grandes aberturas, permite ver, sin que a ella parezca preocuparle, su hombro y su seno al menor movimiento, un hombro moreno liso y carnoso sobre el que caen sus largos cabellos negros rizados, y un busto redondo que las blancas perlas redondas y falsas de su collar hacen parecer más moreno. Con sus grandes y dulces ojos, y su boca pequeña que muestra hermosos dientes bajo los labios violáceos, es una buena representante de un tipo muy definido de esa raza mestiza que es de gran belleza durante la juventud”.

Escribió que “los indios aprecian mucho el sabor de los alacranes, de los que son muy golosos. Los comen tostados y, según lo aseguran, son un manjar de gran finura”.

La ubicación (de Cuernavaca) se puede considerar verdaderamente excepcional y, puede decirse, única en el mundo Emile Chabrand


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