Podría parecer vano, para comenzar, -e incluso desconsiderado, contradictorio, egoísta o indiferente-, que en días como los que habitamos, con otros problemas más urgentes, apremiantes e imperiosos, que debieran acaparar toda la atención, la actividad y el compromiso de quienes nos declaramos deseantes de formas de vida mejores, me siente a escribir sobre el amor.
Más aún, es innegable que en este mismo instante, hay miles de personas que pasan por momentos de angustia, enfermedad, pobreza, explotación, tristeza, hambruna, violencia y desesperanza, y que es menester inexcusable, sigamos diariamente con fuerza en la búsqueda por remediarlos y armar otros mundos posibles.
Pero incluso así, me parece -y todavía más-, que el problema del amor sigue siendo primordial en las preocupaciones humanas. Quizá por eso Fromm, en el Arte de Amar, nos mostraba al amor como respuesta al problema de la existencia humana, y Malatesta, no solo como un lugar inmenso existencial, sino también material. Y es que justo ahora, habríamos de notar que algunos de los presupuestos sobre el amor con los que habíamos convivido hasta hace unos meses -al menos en las sociedades capitalistas y neoliberales- han mutado al amor una vez más con sus fórmulas totalizantes con las que suelen jugar estos elementos con sus comunidades.
Esto porque, dejando de lado por ahora que con el capitalismo -la orientación mercantil y la búsqueda del éxito material que este arrastra-, las relaciones cada vez más se sumergían en mercaderías humanas, en objetivaciones de los otros y lo otro, en campos de intercambio, y en vínculos frágiles, fugaces, etéreos y desinteresados por el prójimo como nos dijo Bauman; ahora, el discurso reciente difundido por el mundo ante nuestro acontecer pandémico, muestra al amor en el contrasentido de amar como alejarse, de cuidar como apartarse y proteger como aislarse, y con esto, inunda nuevamente las formas posibles de amor y de amar en un odre que se hincha para tratar de abarcar todo. Ahora no solo en dinámicas del amor mercantilizado sino aún más alejado de los otros.
¿Es entonces que el amor en el porvenir pueda encontrarse así más cercano del alejarse que del compartir, del despido que del encuentro y del encierro que del garbeo? Esperaría que no.
Aunque con todo esto, si así pareciere, no estoy haciendo un llamado a abandonar ahora mismo nuestra actitud responsable de cuidado al prójimo en los días que afrontamos, sí lo hago a pensar cómo operan en nuestras comunidades, nuestras relaciones y en nuestros mismos cuerpos, palabras y formas posibles de amar y de amor a los otros; los discursos que ahora buscan acercar y cercar al amor más en las formas individualizadas que exalta el capitalismo. Porque de no cuestionarlos, estaríamos más próximos a un soberano del que nos advierte Byung- chulg Han ordenando aún más las relaciones humanas, y a los sabores amargos que cuenta García Marquéz quien no hizo entender cómo una pandemia puede hablarnos de amor.