/ lunes 12 de abril de 2021

Con el periodismo y la historia en mis venas

Las vueltas que da la vida

Queridos lectores, hay cierres de libros que ¡ay! cómo cuesta trabajo realizar, uno de ellos es mi actual tesis que estoy por finiquitar para obtener el grado de Maestra en Historia y que con la paciencia y comprensión del actual rector del Colegio de Morelos, Juan de Dios González,

Reviso y reviso y siempre encuentro algo más que añadir o mejorar, pero ya la terminaré muy pronto calculo que en menos de un mes.

Otro cierre difícil fue el de mi libro Zapata Voces y Testimonios que inicié cuando cansada ya de contemplar año tras año sentados en la primera fila a sobrevivientes del Ejército Libertador del Sur en los homenajes al general Emiliano Zapata en Anenecuilco. Chinameca o Ayala y que acudían a la cita anual con la esperanza de escuchar hablar de su Jefe, del único que tuvieron y que dio sentido a sus vidas, me lancé a buscarlos con una lista oficial. Esas entrevistas que tuve el honor de hacerles, las llevo prendidas en el corazón. Cuando las terminé lo hice con el convencimiento de que mis entrevistados, ex guerrilleros del Ejército Libertador del Sur terminada la contienda armada permanecieron fieles al campo, a sus siembras de maíz de temporal y a sus recuerdos siempre presentes en sus vidas. Siguieron pobres, es cierto, pero ya sin el yugo que representaba para ellos en su temprana juventud ser peones en las ricas haciendas azucareras morelenses donde semana a semana quedaba su salario en las tiendas de raya a decir de mis entrevistados.

Ya pasaron más de diez años desde que en una reunión en el Congreso Estatal preparatoria a los festejos del Centenario de la Revolución, propuse que a la Plaza de Armas de Cuernavaca, le añadieran el del general Emiliano Zapata. Propuesta que fue de inmediata secundada por Teodoro Lavín y Pablo Rubén Villaloboa. Acto seguido nos dividimos los tres la recabación de firmas y en mi caso personal tuve la enorme fortuna de que el agrarista don Ignacio Guerra Tejeda, uno de mis entrevistados que vivía en el poblado de Casasano, Cuautla, me anunciara que los miles de cañeros morelenses se adherían a la propuesta y junto con las firmas que recaudaron Lavín León y Villalobos, se hizo el cambio. Esa propuesta se las debía a mis ancianitos entrevistados.

Hoy que recién se cumplió un Aniversario más del artero asesinato del general, recuerdo con emoción las palabras de su nieto Jorge Zapata González uno de mis entrevistados, hijo de Nicolás, el primogénito del líder suriano, quien me dijo: “Mi abuelo, además de seguir con su nombre limpio al paso del tiempo lo que no pueden decir tantos personajes surgidos a través de los años, si tan solo el gobierno de México, hubiera aceptado uno sólo de los artículos de su Plan de Ayala, (el proyecto de Nación que dejó desde que se levantó en armas con él en la mano), hoy México sería otro, muy distinto al que actualmente es”. En estos momentos, a 102 años de su muerte y a poco más de 30 años de realizadas esas entrevistas sirvan estas modestas líneas como homenaje a todos aquellos héroes anónimos, a las soldaderas, a sus familias a los que prometí no olvidar y que vivieron y crecieron al fragor de los combates y escaramuzas. Las figuras admirables de esos ancianos que antes de morir todavía arañaban su futuro ya sin muchas fuerzas, y sin percibir o tal vez, sin aceptar que con Zapata muerto, acabó su esperanza de una vida mejor, con el correr de los años y su perenne lealtad a su movimiento y a su líder, devinieron ya en su vejez ahora ya todos fallecidos, en verdaderos monumentos vivientes.

Palabras más, palabras menos, reproduzco lo dicho por Zapata: “Yo me he levantado, -escribió en diciembre de 1911 al coronel carrancista Fausto Beltrán- no para enriquecerme, y estoy dispuesto a morir a la hora que sea porque llevo la pureza del sentimiento en el corazón y la tranquilidad de la conciencia”. Para esta humilde aprendiz de historia -escibí en mi libro Zapata Voces y Testimonios-, sigo apostando por un periodismo ético y una admiración por el rico patrimonio cultural de Morelos. Por todo ello, apuesto también a no tener corta la memoria, de ahí que me felicito haberme lanzado por nuestro mosaico estatal a buscar a esos enormes morelenses, todos ellos orgullo de nuestra historia. Y hasta el próximo lunes.

Queridos lectores, hay cierres de libros que ¡ay! cómo cuesta trabajo realizar, uno de ellos es mi actual tesis que estoy por finiquitar para obtener el grado de Maestra en Historia y que con la paciencia y comprensión del actual rector del Colegio de Morelos, Juan de Dios González,

Reviso y reviso y siempre encuentro algo más que añadir o mejorar, pero ya la terminaré muy pronto calculo que en menos de un mes.

Otro cierre difícil fue el de mi libro Zapata Voces y Testimonios que inicié cuando cansada ya de contemplar año tras año sentados en la primera fila a sobrevivientes del Ejército Libertador del Sur en los homenajes al general Emiliano Zapata en Anenecuilco. Chinameca o Ayala y que acudían a la cita anual con la esperanza de escuchar hablar de su Jefe, del único que tuvieron y que dio sentido a sus vidas, me lancé a buscarlos con una lista oficial. Esas entrevistas que tuve el honor de hacerles, las llevo prendidas en el corazón. Cuando las terminé lo hice con el convencimiento de que mis entrevistados, ex guerrilleros del Ejército Libertador del Sur terminada la contienda armada permanecieron fieles al campo, a sus siembras de maíz de temporal y a sus recuerdos siempre presentes en sus vidas. Siguieron pobres, es cierto, pero ya sin el yugo que representaba para ellos en su temprana juventud ser peones en las ricas haciendas azucareras morelenses donde semana a semana quedaba su salario en las tiendas de raya a decir de mis entrevistados.

Ya pasaron más de diez años desde que en una reunión en el Congreso Estatal preparatoria a los festejos del Centenario de la Revolución, propuse que a la Plaza de Armas de Cuernavaca, le añadieran el del general Emiliano Zapata. Propuesta que fue de inmediata secundada por Teodoro Lavín y Pablo Rubén Villaloboa. Acto seguido nos dividimos los tres la recabación de firmas y en mi caso personal tuve la enorme fortuna de que el agrarista don Ignacio Guerra Tejeda, uno de mis entrevistados que vivía en el poblado de Casasano, Cuautla, me anunciara que los miles de cañeros morelenses se adherían a la propuesta y junto con las firmas que recaudaron Lavín León y Villalobos, se hizo el cambio. Esa propuesta se las debía a mis ancianitos entrevistados.

Hoy que recién se cumplió un Aniversario más del artero asesinato del general, recuerdo con emoción las palabras de su nieto Jorge Zapata González uno de mis entrevistados, hijo de Nicolás, el primogénito del líder suriano, quien me dijo: “Mi abuelo, además de seguir con su nombre limpio al paso del tiempo lo que no pueden decir tantos personajes surgidos a través de los años, si tan solo el gobierno de México, hubiera aceptado uno sólo de los artículos de su Plan de Ayala, (el proyecto de Nación que dejó desde que se levantó en armas con él en la mano), hoy México sería otro, muy distinto al que actualmente es”. En estos momentos, a 102 años de su muerte y a poco más de 30 años de realizadas esas entrevistas sirvan estas modestas líneas como homenaje a todos aquellos héroes anónimos, a las soldaderas, a sus familias a los que prometí no olvidar y que vivieron y crecieron al fragor de los combates y escaramuzas. Las figuras admirables de esos ancianos que antes de morir todavía arañaban su futuro ya sin muchas fuerzas, y sin percibir o tal vez, sin aceptar que con Zapata muerto, acabó su esperanza de una vida mejor, con el correr de los años y su perenne lealtad a su movimiento y a su líder, devinieron ya en su vejez ahora ya todos fallecidos, en verdaderos monumentos vivientes.

Palabras más, palabras menos, reproduzco lo dicho por Zapata: “Yo me he levantado, -escribió en diciembre de 1911 al coronel carrancista Fausto Beltrán- no para enriquecerme, y estoy dispuesto a morir a la hora que sea porque llevo la pureza del sentimiento en el corazón y la tranquilidad de la conciencia”. Para esta humilde aprendiz de historia -escibí en mi libro Zapata Voces y Testimonios-, sigo apostando por un periodismo ético y una admiración por el rico patrimonio cultural de Morelos. Por todo ello, apuesto también a no tener corta la memoria, de ahí que me felicito haberme lanzado por nuestro mosaico estatal a buscar a esos enormes morelenses, todos ellos orgullo de nuestra historia. Y hasta el próximo lunes.

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