/ martes 15 de octubre de 2019

Tiempos amarillos

Mirar hacia adentro

Todo se transforma. Se acerca el fin de la temporada de lluvias, los campos morelenses se tiñen de tonos ocres al secarse la vegetación crecida con las aguas y brotar las flores silvestres naranjas y amarillas como el cempaxúchitl, yautli y sus variedades. Las cañas del maíz se van secando, listas para doblarse y así proteger las mazorcas que han brindado. Ya el día de San Miguel, como parte de su celebración, se hicieron las elotadas. Es un tiempo en que las parcelas cultivadas por métodos tradicionales, a base de lluvia de temporal, acaban su producción del año. Y es la época en que la alfarería se elabora; el clima propicia que se pueda trabajar el barro en los solares durante casi todo el día y se dejen las piezas secando al sol sin preocuparse tanto de que se mojen. Lo mismo sucede con muchas otras expresiones del arte popular, pues el tiempo ocupado en la parcela ahora puede utilizarse para producirlas.

También se acerca el tiempo de celebrar a los muertos y de realizar ceremonias y ritos de agradecimiento por el temporal y las cosechas, y pedir que sean buenas el próximo año. Las trojes se llenan con lo cultivado y el ciclo del maíz prosigue; ahora al que se va a ir utilizando le quitan las hojas, el totomoxtle, que se usa para cubrir diversos platillos, como la enorme variedad de tamales. Las mazorcas se desgranan a mano o en oloteras, que son círculos formados por olotes (el centro duro de la mazorca) recortados a un mismo tamaño y atados con cuerdas, lazos o alambres. Se escogen, de entre las mejores y más variadas, las semillas que se utilizarán en la próxima cosecha y los granos se usan para un sinfín de comidas; se nixtamaliza para hacer la masa de la que se elaborarán principalmente tortillas, pero también sopes, quesadillas, gorditas, tlaxcales, tlacoyos… ¿se les antojó? Incluso con ella se hacen una enorme variedad de atoles, tanto dulces como salados, que reconfortan y nutren en los días fríos que se avecinan. En muchos lugares todo esto aún se cocina en el tlecuil (tetl, fuego y cui, asir con la mano, en nahuatl), que en Morelos en vez de componerse de tres piedras, es un rodel elaborado con barro, cenizas y agua de nejayote (el agua que queda del nixtamal), con una abertura al frente para introducir el combustible, sobre todo leña. En él se pueden colocar tanto comales como ollas.

Lo que la tierra produjo en lluvias deberá durar hasta la próxima cosecha. Las manos que cultivaron la tierra, ahora cultivarán los diferentes oficios asociados al arte y la cultura populares. Con esto en mente, en las próximas entregas les platicaré de las celebraciones del tiempo de secas y de la cocina morelense.

Todo se transforma. Se acerca el fin de la temporada de lluvias, los campos morelenses se tiñen de tonos ocres al secarse la vegetación crecida con las aguas y brotar las flores silvestres naranjas y amarillas como el cempaxúchitl, yautli y sus variedades. Las cañas del maíz se van secando, listas para doblarse y así proteger las mazorcas que han brindado. Ya el día de San Miguel, como parte de su celebración, se hicieron las elotadas. Es un tiempo en que las parcelas cultivadas por métodos tradicionales, a base de lluvia de temporal, acaban su producción del año. Y es la época en que la alfarería se elabora; el clima propicia que se pueda trabajar el barro en los solares durante casi todo el día y se dejen las piezas secando al sol sin preocuparse tanto de que se mojen. Lo mismo sucede con muchas otras expresiones del arte popular, pues el tiempo ocupado en la parcela ahora puede utilizarse para producirlas.

También se acerca el tiempo de celebrar a los muertos y de realizar ceremonias y ritos de agradecimiento por el temporal y las cosechas, y pedir que sean buenas el próximo año. Las trojes se llenan con lo cultivado y el ciclo del maíz prosigue; ahora al que se va a ir utilizando le quitan las hojas, el totomoxtle, que se usa para cubrir diversos platillos, como la enorme variedad de tamales. Las mazorcas se desgranan a mano o en oloteras, que son círculos formados por olotes (el centro duro de la mazorca) recortados a un mismo tamaño y atados con cuerdas, lazos o alambres. Se escogen, de entre las mejores y más variadas, las semillas que se utilizarán en la próxima cosecha y los granos se usan para un sinfín de comidas; se nixtamaliza para hacer la masa de la que se elaborarán principalmente tortillas, pero también sopes, quesadillas, gorditas, tlaxcales, tlacoyos… ¿se les antojó? Incluso con ella se hacen una enorme variedad de atoles, tanto dulces como salados, que reconfortan y nutren en los días fríos que se avecinan. En muchos lugares todo esto aún se cocina en el tlecuil (tetl, fuego y cui, asir con la mano, en nahuatl), que en Morelos en vez de componerse de tres piedras, es un rodel elaborado con barro, cenizas y agua de nejayote (el agua que queda del nixtamal), con una abertura al frente para introducir el combustible, sobre todo leña. En él se pueden colocar tanto comales como ollas.

Lo que la tierra produjo en lluvias deberá durar hasta la próxima cosecha. Las manos que cultivaron la tierra, ahora cultivarán los diferentes oficios asociados al arte y la cultura populares. Con esto en mente, en las próximas entregas les platicaré de las celebraciones del tiempo de secas y de la cocina morelense.

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